Es domingo 10 de septiembre. Estamos en 1967 y el Levante no molesta demasiado. A la sombra este del Peñón de Gibraltar, en la recoleta playa de Catalan Bay, Anastassio, cuyos orígenes se pierden en la niebla de la Roca y de Liguria, mide de buena mañana la temperatura de este Mediterráneo que tiene ya azul de Atlántico: es una costumbre suya, de hombre dado a la mar y a las estadísticas. Anastassio votará ahora, más tarde, en el Referéndum que ha planeado Judith Harth, ministra del Reino Unido para las relaciones con la Commonwealth (cuya convocatoria le fue comunicada a España con fecha de 14 de junio del presente).
Harth, responsable de cómo afrontar lo que queda del antiguo Imperio, forma parte del gabinete del laborista Harold Wilson, que desde el '10' de Downing Street asiste a una crisis galopante: las previsiones sitúan el desempleo británico, para el frío otoño, en 700.000 parados.
Las opciones están claras para la votación: o la soberanía española o mantenerse con UK con alguna ventaja. Gibraltar, en este día espléndido, poco caluroso, sin niebla (taro) en el Estrecho, contraviene lo explicitado por las Naciones Unidas (el comité de descolonización) hace muy poco. El máximo organismo internacional ha recordado a Reino Unido que la convocatoria de un referéndum en Gibraltar viola la Resolución 2.231 (XXI) sobre la susodicha descolonización.
Las calles, de chirigota
Los bobbies conducen a ancianas en silla de ruedas con abanico a las urnas, campean disfraces que recuerdan al carnaval de Cádiz (la cercanía es la cercanía). Se ronean morenas latinas (de tatarabuelos hispanos o genoveses) que airean los retratos de Isabel II y del Duque de Edimburgo en una procesión que va y viene por la Calle Real (Main Street) en un bucle infinito. Otro señor se ha disfrazado de Winston Churchill y porta una pancarta en español y en inglés con el lema 'churchilliano' de la resistencia: "Sangre, sudor y lágrimas". El entrecruce de gentes y razas en el Peñón es evidente. Se topa el paseante con chilabas, turbantes, ojos azules, y un empacho de bandera británica y de la propia, la gibraltareña, otorgada por Isabel de Castilla en 1.502 con la llave y la insignia de la vieja piedra: "Montis Insignia Calpe".
La comunidad protestante, la católica y hasta la hebrea tienen planeados oficios religiosos en acción de gracias al sí al referéndum. En las tascas y en las colas ante los cuatro colegios electorales los gibraltareños "churretean" (cotillean), piensan en voz alta; se ciscan por igual en Franco que en los "palomos", que son los que vienen mostrando una actitud de mayor entendimiento con España. Las autoridades de la Roca han dado día de permiso a los cerca de 6.700 españoles -currante arriba, campogibraltareño abajo- que cruzan diariamente la Verja para mejorar la economía de la Colonia, que no tiene ni medio metro cultivable. "El Peñón no vale ni 'pa' sembrar papas", cuentan los camperos de San Enrique de Guadiaro, a un tiro de piedra de la Roca, de esta Torre de Hércules de piedra caliza donde cuenta la leyenda que un túnel subterráneo conecta los monos con sus parientes; los de la orilla africana.
Castiella, protagonista
En las colas junto a los lugares de votación prosigue el lógico ajetreo, salpimentado de euforia y cierta tensión por el día de mañana, por el posible cierre de la Verja, por la victoria moral de España ante las Naciones Unidas en el asunto gibraltareño. Se habla mucho de Castiella, ministro de Exteriores franquista: se puede decir que por contraste es uno de los protagonistas de este día. El 13 de enero de este mismo año, Castiella, moderno para según qué en lo de la Diplomacia, se ha llevado un rapapolvos de la familia militarista del Régimen.
Fernando María Castiella y Maíz, bilbaíno, es el prototipo de embajador vasco: suyo será el mérito de la independencia pacífica de la Guinea española, y en esa ola histórica de la descolonización se ha empeñado en recuperar Gibraltar. Ese 13 de enero, Castiella le suelta al Caudillo: "Excelencia, propongo que elevemos globos cautivos para cerrar el espacio aéreo de Gibraltar". Luego, ante la contrariedad del gabinete, tiene a bien protestar por la falta de espíritu patrio. Franco, dolido en su orgullo, sentencia: "Oiga usted, Castiella, eso sí que no. En patriotismo nadie nos gana a los militares. A todos nos duele la espina que llevamos clavada en el corazón, pero el único que no tiene derecho a apasionarse por este asunto es el ministro de Exteriores".
Llega el "ministro principal"
Entre chanzas sobre Castiella y Franco, vivas a San Jorge y a la patrona de Gibraltar, la Virgen de Europa, y a San Bernardo, su patrón, se va amenizando la espera previa a depositar el voto. Ningún funcionario español tiene previsto acudir al Peñón, y Franco no se ha dado la molestia de hacer campaña por el "sí". El Gobierno español, con una inhabitual flema, justifica la inexistente campaña con la posibilidad de los gibraltareños de sintonizar con la radio y la televisión del Régimen.
Pocos minutos antes de las once, el ministro principal de Gibraltar, Joshua Hassan (llegará a Sir) saluda, pipa en mano, a los votantes que se encuentra en las inmediaciones del local de votación. Hassan tiene el respeto de la población: su condición hebraica y su valerosa defensa del Peñón frente a Hitler lo dotan de un halo especial de heroísmo algo mesiánico y populista. Hassan ha sido cronista taurino en España y devoto del toreo de Bienvenida, como escribirá dentro de unas cuantas décadas el poeta algecireño Juan José Téllez.
Entra Hassan en el colegio electoral a las once y cinco. Dos minutos después introduce su voto en la urna número cuatro. Una vez "votado', Hassan da otra calada a la pipa y mira hacia los periodistas. Enfrente, un cartelón bilingüe en español y en inglés indica el procedimiento del voto, lo cual explica la poca tradición democrática del Peñón, que sólo a partir de 1964 ha elegido a esa figura del "ministro principal" en un intento de Londres de conjugar cierto autogobierno y el mantenimiento de 'la llave' del Mediterráneo.
La verdad de las tabernas
A mediodía persiste el ambiente festivo en Gibraltar. A un corresponsal italiano le vienen contando que Gibraltar es el único pedazo del antiguo Imperio donde un militar británico puede pasearse desarmado por la calle. Al otro lado de la Verja, La Línea es una sucesión de patios de vecinos preocupados por el futuro de la Historia y al olor del jazmín. Es domingo y no se faena en la mar, por lo que las ventas y ventorros del Campo de Gibraltar son un hervidero de rumores y de hipótesis. En la Venta Peña, en la salida de Algeciras hacia Málaga, alguien comenta con sorna y vino de Chiclana: "En el Peñón estés y te dé su palabra un inglés". El mismo chafardeo se sucede en el Rock Hotel de Gibraltar, pero allí brujulean espías, periodistas, con cócteles que tienen nostalgia de Imperio.
En torno a las doce de la mañana ha votado ya un 40% del censo, y los ánimos se enardecen. A una distancia prudente de la Roca, quizá por no despertar el morbo de los chicos de la prensa, andan fondeados veinte barcos de guerras británicos y holandeses, entre ellos un portaaviones. Franco ha cerrado el espacio aéreo en abril, y en estos días varios cazas a reacción vigilan con celo la soberanía española del aire.
El juego diplomático
Cruzando el Canal de la Mancha hay cierta disparidad sobre el coste que tiene el mantener a la muy leal colonia gibraltareña desde la metrópoli. Para garantizar el "sí" en este referéndum, sin otro aval que el de la Corona y varios miembros observadores de la Commonwealth, Reino Unido ha tenido que 'aflojar' 750 millones de pesetas y prometer pasaporte británico a los habitantes del Peñón, algo que los sesudos observadores interpretan en perspectiva futurible: imaginan qué puede pasar si eso crea precedente en otras colonias más lejanas y exóticas. Otro comentarista ha escrito en la prensa londinense que las banderitas de Gibraltar son las banderitas "más caras" del mundo.
En el juego de la Diplomacia del Comité de los 24 (para la descolonización), Estados Unidos se ha puesto de perfil absteniéndose en la ONU en torno a la celebración del referéndum; solo UK y Australia votaron a favor. Pero el juego internacional es un ente etéreo que se concreta en el día de mañana y en el hoy; hay cierto temor en que Gibraltar pierda esa mano de obra española si Franco toma represalias. Ya se habla de bajar al Peñón a estibadores de Liverpool y de La Valetta para suplir a la mano de obra española.
Algarabía y votos nulos
Pasan más de 30 minutos de la madrugada del lunes 11 de septiembre cuando en el Centro Cultural de la Roca se hacen públicos los resultados. Ha votado el 95,8% del censo. 12.138 personas lo han hecho en favor de mantenerse bajo las faldas de Isabel II, y sólo 44 han optado por el Caudillo con los términos que propuso Castiella.
Ha habido 59 votos nulos. A partir de entonces, Gibraltar es una fiesta. Los bobbies controlan a la muchedumbre que saca banderones hasta en los andamios de los bloques en construcción. El gobernador Lathbury ha pedido "cordura y civismo", pero, aunque hay niños y familias en el jolgorio, algunos votantes presentan ya claros síntomas de embriaguez.
Allá en la City
En la mañana del lunes, por ser día no laborable en el Peñón, muchos gibraltareños pudientes pasan la mañana en Tánger, que anda en fiestas y que recibirá en breve al Rey Hassan II de Marruecos. En la City, los opinadores británicos no tiran cohetes en los tabloides. Sorprende una viñeta editorial del Evening Post en la que se retrata una estación de metro londinense. En ella figura un inglés prototípico rodeado de de paquistaníes, asiáticos, malteses... El inglés lee el periódico, con titular a toda página: "Gibraltar, cien por cien británico".
La 'Diada yanita'
En 1969, Gibraltar tendrá constitución propia, y Franco cerrará la Verja. Desde entonces, el Peñón vivirá prácticamente en una economía de guerra y se irá forjando una identidad contraria a todo lo español.
Dentro de 50 años, la Roca recordará este domingo 10 de septiembre, que con el paso de los años se convertirá en 'National Day de Gibraltar', cuando se celebrará esa condición de súbdito con "supuesto derecho a decidir" que será el gibraltareño del año 2017. Dentro de 50 años, un día antes de la Diada de Cataluña, muchos cachorros de ERC, del BNG o de Bildu comparecerán en la Plaza de Casemates ante un Picardo pletórico que se volcará en este día de afirmación de la 'raza gibraltareña' perjudicada por el brexit.
Dentro de 50 años también será domingo. Será domingo y caerá en 10, y Anastassio comprobará la temperatura del agua en la Bahía de los Catalanes. Fue allí mismo donde en 1704, en plena Guerra de Sucesión española, el príncipe George Hesse-Darmstadt, responsable de las tropas que formaban parte de la flota del almirante inglés Rook en apoyo del archiduque Carlos, arrebató el peñasco a los escasos borbónicos que le defendían la plaza a Felipe V. La Historia con sus casualidades quiso enlazar a Gibraltar y a Cataluña: Hessen- Darmstadt, príncipe de Hesse, fue, curiosamente, virrey de Cataluña entre 1698 y 1701. Hasta que lo depuso el de Anjou.
Apuntes históricos
En 1713 -y por el famoso Tratado de Utrecht- España cedió a perpetuidad Gibraltar a "la Corona de la Gran Bretaña" (hasta "que pueda recuperarse", argumenta Manu Leguineche). "Sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra". Ese mismo Tratado, en el artículo X, otorgó el 'derecho prioritario de tanteo' a España: "Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender o enajenar, de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla."
La ONU inscribió en 1946 a Gibraltar como territorio no autónomo administrado por Reino Unido. Tiene una población de 33.140 habitantes, según la última estadística. Cerca de siete millones de turistas visitan la Roca cada año, que basa en el sector terciario su principal motor económico. En 2002 se celebró otro referéndum, donde un 99% del censo se manifestó contrario a la soberanía compartida entre Londres y Madrid. El brexit ha supuesto un duro golpe para Gibraltar. Desde el Ejecutivo de May apenas se hace mención al 'status' de Gibraltar, y el Reino Unido solo reconoce la única frontera terrestre con Irlanda. El anterior titular de Exteriores, José Manuel García-Margallo, advirtió que tras el brexit y antes de cuatro años ondearía la bandera española en el Peñón.
Algunos estudios calculan que Gibraltar genera un impacto del 25% en el PIB en la comarca gaditana que la circunda, donde existen movimientos sociales que quieren convertirla en la novena provincia andaluza, algo que formaba parte del primigenio plan de Castiella para integrar Gibraltar a España. Unos 12.000 trabajadores españoles cruzan la Verja en días laborales y contribuyen a cuadrar los números del Peñón.