Voces ocultas y fantasmas en Belchite: viaje entre las ruinas de la masacre
EL ESPAÑOL recorre unas ruinas llenas de misterio y leyendas, historias paranormales y sonidos inexplicables. Se cumplen 80 años de una batalla sin igual en la Guerra Civil, en la que el Ejército republicano acabó con la vida de 5.000 nacionales y vecinos del pueblo.
10 septiembre, 2017 02:05Noticias relacionadas
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Carlota, la guía que nos acompaña en nuestro recorrido nocturno entre las ruinas del viejo Belchite, señala una piedra junto al antiguo trujal: “Podéis dejar ahí los teléfonos móviles grabando, por lo que puedan captar. Ya los recogeremos cuando termine la visita”. “¿Y eso?”, pregunta una mujer ya entrada en años, unos 60, que ha viajado desde Andalucía a este rincón aragonés masacrado durante la Guerra Civil. Como ella, muchos llegan movidos por la curiosidad, la atracción hacia lo paranormal.
Hay luna llena y el silencio es sepulcral. Los restos del pueblo se levantan en la noche como esqueletos decrépitos. Carlota señala con su linterna el epitafio que en su día erigió Francisco Franco para homenajear a los caídos y convertirlo en uno de sus elementos más valiosos de su maquinaria propagandística: “Pues porque aquí, bajo nuestros pies, hay enterradas cien personas. Y cuentan que es fácil escuchar los gritos de un niño”. “¡Jesús, María y José!”, ahoga la mujer en un grito. El grupo, unas diez personas, irrumpe en una risa nerviosa. La visita no ha hecho más que comenzar.
Belchite es sinónimo de masacre, de una historia fratricida que desgarró el transcurso de la Guerra Civil. De cómo los falangistas y la Guardia Civil, tras la sublevación franquista, apresaron al alcalde socialista, Mariano Castillo, y a otras 170 personas de significación política izquierdista. El primero se suicidió; los demás fueron fusilados. Un año más tarde, el 24 de agosto de 1937, los republicanos lanzaron una ofensiva total sobre el pueblo: 24.000 efectivos lo asediaron, frente a los poco más de 5.000 -entre soldados nacionales y población local- que lo defendían.
Belchite pagó el precio de estar en el lugar equivocado.
Los republicanos tenían el pueblo cercado. Les bastaba con esperar varias semanas para que el hambre, la sed y las enfermedades hicieran el trabajo sucio. Pero no. Corrían las prisas. Querían infligir una dura derrota al enemigo y así enardecer a sus propios soldados, con la moral pisoteada tras varias derrotas dolorosas. Oficialmente, con la toma de Belchite (y de otros seis puntos estratégicos) pretendían crear un cortafuegos, una trinchera que cortase el paso a los nacionales en su marcha inquebrantable hacia el norte.
Por A o por B, a Belchite le cayó encima el infierno. “¿Como en Guernica?”, preguntan muchos de los turistas que visitan las ruinas belchitanas. “No, y estamos cansados de esa comparación -responden los vecinos del pueblo-. Porque aquello tiene un significado y esto otro. Pero sobre todo porque allí murieron algo más de 100 personas y aquí, 5.000”.
El asedio fue monstruoso, por tierra y por aire. Un centenar de aviones moscas y chatos -sobrenombre con el que se conocía a los cazas ligeros Polikarpov I-16 y Polikarpov I-16 empleados por los republicanos- bombardearon el pueblo con fiereza. Los cañones machacaron las posiciones defensivas. Los combates comenzaron a librarse calle por calle, casa por casa. Los cadáveres se amontonaban y se pudrían sofocados por el calor del verano.
Franco prometió enviar refuerzos desde Zaragoza, a 40 kilómetros de distancia. Nunca llegaron. El 6 de septiembre -se cumplen 80 años de esta fecha-, 300 belchitanos y soldados nacionales se lanzaron a la desesperada en un intento de romper el cerco enemigo y huir del horror. Solo 80 alcanzaron Zaragoza.
Entre muertos y espantos se erige la historia de Belchite que centra este reportaje.
La visita de Iker Jiménez
Hoy día no es fácil alcanzar Belchite. Desde Madrid, y por la carretera de Zaragoza, hay que coger el desvío a la altura de La Almunia de Doña Godina para adentrarse en las llanuras aragonesas. A los lados hay campos de viñedos hasta donde alcanza la vista e incontables molinos de energía eólica. Las carreteras son maltrechas y peligrosas por la circulación permanente de enormes tractores. Tras alcanzar Fuendetodos, lugar de nacimiento de Francisco de Goya, el camino sigue hasta Belchite con poca señalización.
El pueblo se levanta en un escenario diferente al que se produjeron los combates. Franco ordenó la construcción de un nuevo Belchite dejando aparte las ruinas, para que sirvieran como elemento propagandístico. Con ellas, Franco parecía decir: “¿Veis lo malos y crueles que fueron los rojos?”.
Las calles de Belchite nuevo tienen una forma regular. Se asemejan en cierta medida a un cuartel militar de grandes dimensiones, con casas blancas y hoscas que se elevan un par de pisos sobre el suelo. La vida gira en torno a la iglesia, de ladrillo rojo, y el ayuntamiento, en una plaza rectangular.
Belchite viejo, el de las ruinas y vestigios, está rodeado de una valla. Solo es posible entrar en sus calles de leyenda pagando la visita guiada que organiza el Consistorio, a diez euros por cabeza, o bien saltando la valla. Como esta última opción es incómoda y además implica reventar las normas, nos decantamos por la primera.
Son las diez de la noche y hay luna llena. “¿Quién ha venido aquí por Iker Jiménez?”. La voz de Carlota Ezquerra, la guía que nos acompaña, quiebra un silencio sepulcral. De la decena de asistentes, un buen puñado levanta la mano entre sonrisas. El periodista e investigador ha realizado varios programas centrados en los misterios de Belchite y, para muchos, puso al pueblo sobre el mapa. Hay quien dice que fue el escritor británico Ken Follett quien dio cierto renombre al pueblo con su libro El invierno del mundo, donde dedica un capítulo a la batalla de 1937. Preguntamos a los turistas: pocos conocen a Follett y todos al presentador de Cuarto Milenio.
Nosotros también vamos acompañados en nuestra ruta. Carlos Bogdanich, periodista e investigador en términos similares a los de Iker Jiménez, fue el primero que se lanzó a grabar psicofonías -“ruidos que nuestros oídos no son capaces de percibir”- en Belchite, allá por 1986. Lo hizo junto a otras cinco personas, con las que conformaba el equipo de Cuarta Dimensión, programa radiofónico de Radio Heraldo. “Llegamos con nuestro uniforme: chaqueta de aviador, pantalones verdes y sombrero también verde con el emblema del programa”, explica en la oscuridad de las ruinas, retrotrayéndose más de tres décadas. Hoy viste una elegante camisa azul, barba cana y un acento argentino que no ha desaparecido tras casi 40 años en España.
A continuación reproducimos las vivencias de Bogdanich tal y como él las narra en primera persona:
“Llegamos a Belchite a eso de las once de la noche. Era octubre de 1986 y había luna nueva. En el pueblo no había más que dos calles iluminadas. Los seis viajábamos en el mismo coche. Lo primero que hicimos fue presentarnos en el cuartelillo de la Guardia Civil para explicar lo que queríamos hacer. ¡Menuda cara que pusieron! Alucinaron con nosotros, uniformados iguales y, además, uno de mis compañeros era un negro haitiano, para darle un toque aún más exótico al asunto.
No tuvimos problemas en entrar en las ruinas. Instalamos dos micrófonos de máxima tecnología en los restos de la iglesia de San Martín y dejamos grabando. Esperábamos en el coche para no hacer ruido y cada dos horas íbamos a cambiar las cintas. En un momento dado, mi compañero Juan Carlos Mora [que estaba al volante] se puso muy tenso, mirando con los ojos muy abiertos: “¡Aquí están, me apuntan!”, gritó. ¡Juan Carlos es un tío muy tranquilo! Una persona muy curiosa, pero poco dado a las fantasías. Conseguimos que se calmase. Al final grabamos alrededor de seis horas.
Llegamos al estudio ya de mañana, con el sueño acumulado. Casi todos decidieron irse a dormir, pero Ricardo Martínez [técnico de sonido y miembro de la expedición] y yo nos fuimos a escuchar las grabaciones. Estábamos que nos caíamos de sueño [Carlos Bogdanich apoya su relato en gestos, cerrando los ojos y ladeando la cabeza sobre sus manos] cuando de pronto: “¡BRUM!”. Ahí estaba, el bombardeo. “¡Jodo!”, gritamos. Nos miramos y volvimos a escucharlo. No había duda, era una gran bomba. Después llegaron los otros sonidos. El que más me sorprendió fue el de un avión, como los de la guerra.
Al cabo de una semana hicimos un programa de radio en el que invitamos a militares e historiadores. Uno de los militares, aviador de un pueblo próximo a Belchite, reconoció el ruido del avión como uno de los que emplearon los republicanos en los bombardeos”.
Aquel programa de Radio Aragón se hizo viral en los términos que pueden comprenderse en aquellos tiempos. Pese a lo regional de la emisión, la repercusión fue nacional. Y varias televisiones, como Antena 3, abordaron en sus informativos las psicofonías de Belchite.
Las historias entre las ruinas
Todos estos asuntos centran la visita nocturna de Belchite. Las linternas iluminan un pavimento irregular, dibujado entre casas que no son más que esqueletos retorcidos de otra época. A lo largo de la ruta se explica la historia de la imagen de una Virgen a la que algunos han visto llorar. O eso dicen. De los supuestos gritos desconsolados de un niño que se escuchan entre los escombros. De Paulina y Antonia, dos mujeres que murieron en los bombardeos y a la que guardias de seguridad aseguran haber visto décadas después.
Más allá de esos relatos, hay pruebas físicas de un pasado rasgado por el dolor. En tiempos añejos, aquellas mujeres que quedaban embarazadas fuera del matrimonio -especialmente las más adineradas- se metían a monjas en un convento. Tras tener el niño, lo daban en adopción y volvían a la sociedad diciendo que no les había convencido la vida religiosa, ocultando así sus vergüenzas. Pero en ocasiones algo iba terriblemente mal y mujer o niño morían en el parto. En esos casos, los restos no podían ser enterrados en iglesias o cementerios, puesto que se trataba de pecadores. Se les daba sepultura en los lugares más próximos a los templos.
Nosotros recorremos Belchite viejo en la noche del 5 de septiembre de 2017. Junto a la iglesia de San Martín, en un desnivel del camino, la guía Carlota señala con su linterna unos fragmentos blancos que las lluvias y la erosión han dejado al descubierto. La respuesta es evidente, pero ella despeja cualquier atisbo de duda con una frase: “Estos son los huesos de aquellas sepulturas”.
A lo largo de la ruta nos topamos con una gran cruz metálica negra, con adornados remaches, levantada por el régimen de Franco en el lugar en el que se quemó una montaña de cadáveres de la batalla de Belchite. También visitamos el viejo trujal, el lugar en el que se apilaban las olivas antes de la guerra y que terminó siendo una enorme fosa común, albergando un centenar de cuerpos. Aquí, asegura la guía, es imposible encender antorchas eléctricas. “Hay un fuerte campo electromagnético que impide que funcionen”.
Es en este mismo punto en el que el fotógrafo de EL ESPAÑOL tiene algunos problemas con su cámara, que se desconfigura por completo: “Err 2”, aparece en pantalla. La máquina no vuelve a funcionar hasta alejarnos de este punto y volver a colocar las baterías. Pese a todas las explicaciones que buscan los asistentes, sugestionados por una noche de relatos fantasmagóricos, la guía Carlota se ciñe al argumento terrenal: “De verdad que es por el campo electromagnético, no hay otra”.
El recorrido termina tras hora y media de historias que no vamos a desvelar en este texto, para dejar margen a la sorpresa a los lectores que se lancen a conocer la historia de primera mano. Los asistentes, entre inquietos y sonrientes, se despiden agradecidos y se marchan a su casas. Algunos ya van escuchando las grabaciones de los móviles que dejaron en el trujal.
Carlos Bogdanich sonríe: “Esto trae muchos recuerdos. Qué suerte tuvimos al grabar esas psicofonías. Visitar Belchite me emociona tanto como aquel día de hace más de 30 años”. Antes de marcharse, lanza una advertencia a los presentes: “¡No se olviden de mirar esta noche bajo sus camas!”. Unos ríen y otros encuentran dificultades para tragar saliva.
La industria del turismo “paranormal”
Las visitas al pueblo viejo de Belchite se han disparado en los últimos tiempos. Las ruinas han permanecido abiertas durante décadas, sometidas al vandalismo y a la sobreexposición de visitantes. Hace cuatro años que el Ayuntamiento las valló. Fue entonces cuando se creó un registro de turistas: en 2013 se contabilizaron 11.300; en 2014, 13.800; en 2015, 18.500; y en 2016, 31.100. Carlota Ezquerra revela algunas estadísticas de la oficina de turismo de Belchite:
- ¿Es posible saber cuántos de ellos han venido atraídos por historias de fantasmas, por los relatos de psicofonías?
- Es difícil. En 2016 llegaron 3.087 a recorrer Belchite de noche, una ruta que se centra en todos estos temas. Pero también hay muchos que recorren Belchite de día y que se interesan por estos relatos.
- Y gente como Carlos Bogdanich o Iker Jiménez, ¿cómo han influido en este aumento de las cifras?
- Sin duda han despertado la curiosidad de mucha gente.
En la misma línea se expresa Domingo Serrano Cubel. Nació en Belchite viejo en 1946 y durante 20 años (de 1983 a 2003) se desempeñó como alcalde del municipio: “¡Claro que Cuarto Milenio nos ha dado mucha publicidad!”. Habla con autoridad desde el salón de casa, con las paredes cubiertas de cuadros y pinturas del pueblo.
Se apasiona al hablar de su Belchite, el que conoce de primera mano. Porque nació en él, porque recorrió sus calles hoy reducidas a ruinas: “El tiempo ha destruido más que la guerra”, sentencia firmemente. Apoya su afirmación en un libro de fotografías que guarda como un tesoro. Se trata de una comparativa entre cómo quedó el pueblo tras los combates y cómo se encuentra hoy.
“Ha habido un saqueo consentido”, incide Domingo. ¿Y eso? Pues porque la construcción de Belchite nuevo no terminó hasta 1964. “Y los vecinos del nuevo municipio, cuando necesitaban algo para sus casas, no dudaban en ir a coger lo que necesitaban entre las ruinas”.
Pero Domingo recuerda cómo, de niño, en Belchite viejo había una tienda y un estanco. Y los críos corrían por las calles. “Estaba mucho mejor de lo que nos lo encontramos ahora -lamenta el ex alcalde-. Durante un tiempo buscamos fondos de la Unión Europea para levantar un proyecto serio de mantenimiento, pero siempre nos encontramos con las puertas cerradas. También viajamos a sitios donde las guerras habían causado estragos, como Guernica, Caén, Normandía o Oradour Sur Glane [localidad francesa hermanada con Belchite donde los nazis perpetraron una masacre]”.
- ¿Qué conclusiones sacaron?
- Que es importante levantar un museo para recordar lo que pasó. Pero ya sabe, cuesta mucho dinero, y aquí unos y otros siempre se han lavado las manos.
- ¿Y eso?
- Porque esto fue una guerra civil entre españoles, y todo sigue aún muy abierto. Ni desde la derecha ni desde la izquierda se atreven a tocar Belchite, para que no les acusen de nada.
Ante esa pasividad, los que han salido ganando han sido los vándalos. Hoy es fácil encontrar pintadas nazis y fascistas entre las ruinas recordando a los “caídos” de Belchite. Los vecinos también denuncian que en las inmediaciones, y cada cierto tiempo, se celebran misas semiclandestinas en las que se recuerda a los “héroes” de la Falange, aquellos que lucharon “por su patria”.
Por eso, muchos de los habitantes de este rincón aragonés se aferran al incipiente turismo que está generando un motor económico al margen de la agricultura y la ganadería. Así conseguirán fondos para proteger el pueblo viejo debidamente.
La curiosidad que han despertado los investigadores de lo paranormal han puesto a Belchite sobre el mapa. Carlota Ezquerra, la guía que acompaña a los visitantes entre las ruinas de la devastación, asegura que siempre ha sido escéptica hacia estas historias: “Pero ahora, tras conocer tantos testimonios y ver algunas cosas, quizá empiezo a creer un poco en todo lo que no podemos ver”.