A Alfredo González-Ruibal se le ilumina la cara. Javier Marquerie ha encontrado un filtro de té, de alpaca, dislocado y sucio. Elucubran. Posiblemente sea de las tropas moras franquistas. Es un objeto minúsculo, abollado e insignificante y, sin embargo, cuánta historia se filtra por los agujeros que dejan pasar el agua teñida a la taza. Al arqueólogo del CSIC le gusta encontrar restos de la vida cotidiana, porque en realidad es un rastreador del tiempo depositado en la superficie. A un paso de las rutinas del nuevo siglo. A mano, a los pies.
Son las migajas del pasado las preferidas de Ruibal. Las reúne para levantar el relato pormenorizado que se escapa a los manuales de Historia. Lo llaman arqueología del conflicto y ahora anda revolviendo la que considera “la primera batalla urbana de la Historia”. Hurga en en la cruenta refriega del Hospital Clínico. Ha regresado, como cada verano, a la Ciudad Universitaria, donde las letras se suspendieron por las armas. Esta vez no quería trincheras ni morteros y se ha encontrado en un terreno abarrotado de impactos de la Guerra Civil.
El pasado ni siquiera estaba enterrado: “Sacamos una granada cada veinte minutos”, reconoce a este periódico en plena campaña de excavación, unos días antes de que los TEDAX aparecieran en el terreno para manipular y desactivar los restos de una decena de bombas sin explotar, que han hallado a las puertas del Hospital Clínico de Madrid, en un parque por el que pasan miles de personas al día. El detector de metales no dejó de pitar en una de las pocas laderas de la zona que no ha sido recubierta por toneladas de arena.
“En la superficie de la colina del Clínico hay un mundo roto. O varios”, escribe Ruibal en su blog diario. Habla de mundos remotos y cercanos, de las cualidades de todos esos cuerpos extraños que cambiaron la historia y el paisaje para siempre. Es curioso cómo su trabajo arqueológico excava en el relato histórico contra la palabra consumada. Remueve el paisaje y los pasajes. “La Guerra Civil es el mejor de los yacimientos del siglo XXI”, dice.
Arqueólogos contra políticos
No comparte intereses con los frikis de las balas, “a mí me interesa la Historia”. También se sitúa en contra de los historiadores que han politizado sus labores. Junto a él, en sus campañas, nunca falta Carlos Marín. Son dos arqueólogos especiales. Templados y conciliadores. Saben que se mueven en un terreno minado muy peligroso: la política de la Memoria Histórica. Son científicos pero su rigor siempre termina chocando con la política. El equipo tiene una sensibilidad ejemplar y el compromiso de su líder está por encima de las ideologías, los complejos, las creencias y las leyendas.
En el camino rodeado de bombas, Marín explica que en esta ladera todo está al aire. No ha sido rellenada ni enterrada con lomas falsas. Eso ha dejado la herida al aire. “La arqueología abre heridas que están mal cerradas y ayuda a que cicatricen dejando la cicatriz al aire. Por eso es tan importante socializar y difundir los hallazgos. Abierto para todo el que quiera conocer”, cuenta el experto. Por el camino pasan vecinos que van del Clínico a la Ciudad Universitaria. Otros vienen con sus hijos en bici. Es un espacio para el ocio que podría ser acompañado por rutas marcadas, “con una mínima cartelería”.
Marín lamenta que la derecha y la izquierda beben de los mismos demonios, “no se implican con nuestro trabajo científico, tienen miedo a recordar”. Su trabajo es datos y hechos. “Vamos a hablar de los muertos de todos. Siempre. Nunca faltaremos a la objetividad, pero tampoco seremos neutrales. No podemos ser neutrales, por ejemplo, ante genocidios”. El Ayuntamiento de Madrid se ha desentendido de esta campaña de investigación como hizo el año pasado en la de la Casa de Campo. Manuela Carmena ya dejó claro el año pasado que no quiere saber nada de la Guerra Civil y ha creado anticuerpos contra la batalla cultural sobre la Memoria Histórica. Pero Ruibal y los suyos no quieren olvidar, aunque pasen desapercibidos.