Rocío y José se suicidaron en casa y sus 4 hijos pequeños creyeron durante 5 días que dormían
El hijo mayor de ella, de 14 años, cuidaba de sus hermanos durante el tiempo en el que convivieron con los cadáveres de su madre y su pareja.
25 septiembre, 2017 03:12La pareja que apareció muerta este sábado en una casa de La Zarza (Huelva) y con cuyos cadáveres convivieron durante unos cinco días los cuatro hijos menores de ella perdió la vida por una ingesta masiva de medicamentos para suicidarse, según apunta la autopsia practicada este domingo a los cuerpos en el Instituto Anatómico Forense de Huelva, de la que han informado a EL ESPAÑOL fuentes de la investigación.
La Guardia Civil, que ha enviado muestras al Instituto Nacional de Toxicología para determinar las sustancias que ingirieron, consideraba antes de la autopsia que Rocío, de 32 años, y José Antonio, algo mayor que ella, podrían haber muerto por una sobredosis accidental, pero la gran cantidad de pastillas que tragaron y el hecho de que lo hicieran los dos a la vez indica como la causa más probable que quisieran quitarse la vida adrede. La autopsia también indica que llevaban muertos desde principios de esta semana.
A Rocío y José Antonio no se les veía desde el martes, lo que indica que los niños estuvieron conviviendo con los cadáveres de sus padres (él no era su progenitor biológico, pero le llamaban "papá") toda la semana sin saber que no estaban dormidos en el dormitorio principal, como creían, sino muertos.
El sábado al mediodía el casero, alertado por el olor de la descomposición, entró a la casa y descubrió a la pareja acostada sin vida.
Rocío tenía cuatro hijos de dos padres distintos: el mayor, Javier, de 14 años, y tres pequeños de entre 5 y unos 8 años, Yeray, Jairo y Jaime, fruto de una relación posterior con un hombre del vecino pueblo de Tharsis (Huelva) del que se separó antes de irse a vivir con José Antonio.
El primogénito, que iba a cumplir 15 años en diciembre, no alertó a nadie en todo ese tiempo porque era habitual para él que la pareja pasara largos periodos ausentes en el hogar debido al efecto de, aparentemente, los somníferos.
En esos periodos, Javier se ocupaba a solas de sus hermanos pequeños. "Mi madre se toma pastillas para dormir y hay veces que está todo el día y toda la noche durmiendo", le había dicho el chaval días antes a Bella Vázquez, una vecina de La Zarza que junto a su cuñada Isabel Hermoso, dueña del hostal La Coneja, alojó y dio de comer a toda la familia cuando hace unas tres semanas llegaron "sin nada" a este pueblo de 1.260 habitantes en la comarca minera del Andévalo.
"Hay gente que nace desgraciada y muere desgraciada", dice Bella, que detalla a EL ESPAÑOL cómo el drama familiar con el que se encontró a principios de septiembre ha desembocado en tragedia.
Las minas de la comarca onubense del Andévalo fueron cerrando, desde Minas de Riotinto a La Zarza, y esta zona se hundió en una depresión económica, de la que está remontando poco a poco en los últimos años gracias a la reapertura de varias instalaciones.
El caso es que siendo Rocío una niña se mudó con su familia a Huelva capital, al barrio de la Natividad. La conocían por ser de 'los Pando', como apodan en La Zarza a su familia.
En las escasas fotos que Rocío había colgado en su perfil de Facebook (donde se llamaba 'Rocio Jairo Aguilarv' [sic] y tenía 551 'amigos') aparecía con toda normalidad con sus hijos en fiestas familiares y escolares, o sola, con un elegante vestido azul ceñido al cuerpo, o vaqueros blancos y alegre blusa anaranjada.
Siempre con buen aspecto físico. Joven y fuerte. Pero la Rocío del crudo mundo real, la que se encontró hace tres semanas la vecina Bella, era por el contrario una mujer "de delgadez muy exagerada", enfermiza. "Le pregunté que si estaba mala del tiroides, y me dijo que iba a mirarse", recuerda la que se convirtió en su anfitriona.
"Huían de algo gordo"
La joven madre, los cuatro hijos y su nuevo compañero, un hombre algo mayor que ella pero prematuramente envejecido, con gafas oscuras, el pelo rapado y muletas, llegaron al pueblo natal de Rocío en busca de refugio.
"Decía que había tenido que dejar su piso de Huelva porque lo necesitaba el dueño". Pero no la creyeron y se dieron cuenta de que en realidad "venían huyendo de algo gordo": la miseria, la falta de salidas, también la posible adicción a medicamentos. "Cuatro niños y sin nada".
Quería Rocío instalarse en la casa ancestral de su abuela materna, que llevaba cerrada 25 años y estaba apuntalada, con goteras, sin agua corriente ni luz. "Había ratas como elefantes" en ese 'cuarto', como en La Zarza llaman a las casas antiguas. Pero, como no tenía otro sitio donde ir, se metió dentro con toda su prole. Pasaron allí una noche.
El día siguiente, Bella fue a llevar comida a su madre, que vive en el 'cuarto' de al lado de donde se había metido Rocío con los niños y José Antonio. Y así descubrió al pasar cómo vivía la 'hija pródiga'. "Cuando vi cómo estaba con los cuatro niños, me quedé asustada no, lo siguiente. Volví llorando a casa. Les hice una comidita rápida y se la llevé, con agua fresca. Creo que esos niños no bebían agua fresca desde hace años. ¡Qué cara de ilusión tenían! Se me pusieron los pelos de punta y se me hizo un nudo en la garganta. Hablé con mi cuñada, con la que vivo arriba de la pensión de ella, para que los alojara en una habitación".
Así, la familia numerosa recién llegada a La Zarza encontró alojamiento y comida gratis en la pensión La Coneja de Isabel y Bella durante cuatro noches, mientras Rocío buscaba una casa en alquiler en buenas condiciones adonde mudarse.
En esos días, las anfitrionas y sus huéspedes se encariñaron. "Los niños nos decían 'tita'", se alegra Bella al recordar ese encuentro solidario con los que venían "sin nada".
Los niños, "muy bien educados", se maravillaban con las comidas de la pensión: las uvas, los plátanos, los guisos y el cola-cao, ¡calientes! Le pareció a su rescatadora que los chiquillos llevaban mucho sin comer con cuchara. "Pero lo mismo que digo una cosa digo otra: que los niños no estaban desnutridos, no se les veía abandonados. Iban limpios; las uñas no estaban sucias, descuidadas. Estaban limpias. Llevaban ropa que les daban, eso se nota: pero era ropa limpia".
Los niños iban a empezar el curso en el colegio público de primaria Santa Bárbara, en La Zarza (el hermano mayor también, aunque por edad debía haber ido ya a un instituto de secundaria). Y su madre, como no tenía dinero para peluquería, les cortó ella misma el pelo para su estreno escolar, lo mejor que supo.
Cuando su acogedora se enteró, envió a su sobrina peluquera para que les repasara el cuello a los niños. Subraya Bella ese detalle para expresar cómo Rocío no pedía ayuda como por no molestar, y a la vez se esforzaba por cuidar a sus hijos. Su habitación estaba siempre limpia y todos ellos, 'refugiados' nacionales en el Cuarto Mundo de la pobreza interior de España, se portaban mejor que muchas familias de turistas, dice Bella. "Los niños abrazaban y besaban a su madre, pero se les veía faltos de cariño", recuerda ahora.
La pareja de Rocío, José Antonio, de unos 40 años, con el que llevaba unos dos años de relación, estuvo con ellos parte del tiempo durante su estancia en la pensión. Se excusó con las anfitrionas de no poder quitarse las gafas de sol por una enfermedad de la vista. Hablaba poco, era correcto.
Ninguno de los niños era hijo suyo biológico pero todos le llamaban “papá”. Usaba muletas. Se enteraron de que había sido militar y era pensionista por algún tipo de invalidez profesional. Pero parecía que el verdadero cabeza de familia era Javier, el hijo de 14 años, quien, en palabras de Bella, ejercía "de padre, madre y hermano mayor".
Tras una noche en la casa familiar inhabitable y cuatro noches más acogidos en la pensión, a la sexta se fueron ya a una casa en buen estado que Rocío alquiló en el número 2 de la calle San Roque y para la que estaba tramitando una ayuda municipal de la entidad local de La Zarza, que dirige el alcalde pedáneo Juan Manuel Serrano.
Una casa con cocina, con nevera, con luz, con agua. Los vecinos de la calle, destaca Bella, se solidarizaron con Rocío y le llevaron comida, como “leche y galletas”, a su nuevo hogar para que pudiera reiniciar su vida en su pueblo de origen sin pasar hambre.
Separación dolorosa
Los niños empezaron el colegio y enseguida se hicieron amigos nuevos en la calle. Sobre su discreta miseria doméstica siguieron construyendo en paralelo su vida infantil de juegos y aprendizaje. Su evasión, su supervivencia. Pero esta semana, la segunda de clases, su hogar fue dando señales de su descomposición final.
Los profesores notaron que cada día los cuatro hermanos iban menos aseados al colegio. Decían que tenían hambre. “Y les daban de desayunar en un cuarto que tienen los profesores”. El hermano mayor pensaba que su madre y su pareja sólo estaban dormidos profundamente por efecto de las “pastillas para dormir”, como otras veces, y no intentó despertarlos ni avisó a nadie. O prefería creerse que sólo estaban dormidos y que tarde o temprano despertarían.
Y desde el martes hasta el jueves siguió con su rutina: levantaba a sus hermanos, los vestía y se iban los cuatro al colegio sin desayunar. En casa, al volver, rebuscaban en la comida donada que había en la vivienda. Incluso cortaron lonchas de un jamón. En el fregadero se iban amontonando los platos sucios. Mientras los niños hermanos sobrevivían sin llamar la atención, Rocío y José Antonio seguían ‘dormidos’ en la habitación principal.
El viernes faltaron al colegio. Y el sábado por la mañana, el mayor fue a ver a su ‘tita’ Bella a la pensión, como recuerda ahora ella con dolor incrédulo. "Vino, me dio dos besos, muy contento. Estaba jugando en la calle con sus amigos nuevos. ‘¡Ve a jugar!’, le dije" Y el chico se fue.
Pero una hora después, sobre las 12.20 del mediodía, Javier volvió en busca de Bella a la pensión. Esta vez llegaba llorando.
–¡Te tengo que decir algo muy importante, pero no puede escucharme nadie!
–¿Qué te ha pasado?
–¡Se ha muerto mi madre!
–¡Cómo va a morirse! ¡Se habrá tomado pastillas para dormir! –le respondió incrédula su benefactora.
–Y su pareja también se ha muerto.
–¡Sí, hombre, como Romeo y Julieta! –seguía Bella sin dar crédito a la noticia.
El muchacho le aseguró que era verdad. Y le pidió a la mujer que lo escondiera en la pensión porque temía que "la guardia", la Guardia Civil, iba a venir y se lo iba a llevar.
Lo que había ocurrido entre una visita y otra del chico es que el casero de la vivienda, Andrés Molina, se presentó a preguntar por los inquilinos adultos, de los que no tenía noticia; el hijo mayor dijo que ni su madre ni su compañero podían abrir la puerta porque estaban “dormidos”. Y añadió que ella estaba “muy fría”.
El dueño, alarmado por ese detalle y por el olor a descomposición que salía de la casa, entró entonces y descubrió los dos cadáveres en la cama. No tenían signos de violencia.
Fue entonces cuando se descubrió que los cuatro niños habían estado viviendo de martes a sábado con su madre y su padrastro muertos detrás de la puerta, sin saberlo o sin quererlo saber. Luego se ha sabido que el hijo mayor respondía si le preguntaban por su madre y su pareja que ella estaba “dormida” y él “jugando a la Play”.
El chico fue corriendo a darle la terrible noticia a Bella, su acogedora en la pensión, y ésta regresó con él a la casa de la tragedia para ver a los demás niños. La Guardia Civil llegó y se hizo cargo de los menores mientras acudían otros parientes a buscarlos.
Precisa Bella, que estaba allí, que a los tres más pequeños los recogió su abuela paterna y su padre legal y biológico, un hombre del pueblo de Tharsis y residente en Huelva que en ese trance le contó que él llevaba año y medio reclamando sin éxito la custodia de sus tres hijos porque con su madre estaban “abandonados”.
Este padre de los tres pequeños quiso también asumir el cuidado del hermano mayor, aunque no sea hijo biológico suyo, para que los cuatro niños no se separen. Pero de Javier vino a ocuparse su abuelo materno, el antiguo minero Paco, que vive en Huelva, donde la abuela materna, María, trabaja de aparcacoches.
Aunque los niños volverán a vivir en Huelva capital y será fácil que sigan viéndose allí (la Junta de Andalucía tiene que estudiar su situación), el primogénito que había cuidado "como un padre, una madre y una hermana mayor" a sus hermanos pequeños Jaime, Jairo y Yeray “lloraba lo más grande” este sábado al ver que los separaban apenas horas después de conocer la verdad del cuento: que no pueden seguir yendo al cole y jugando con los amiguitos en la calle como si su madre no estuviera muerta, sino que fuera sólo la bella durmiente a la que un día despertarán a besos de su eterna maldición.