José Soto tenía poco más de 40 años cuando el médico le prescribió por primera vez pastillas para la salud. Fue cuando cerraron la Fábrica de Uranio de Andújar (FUA), en la que llevaba más de veinte años trabajando. Eso sucedió en el año 1981. No volvió a trabajar desde entonces. Hoy, a sus 77 años, ingiere una docena de fármacos para combatir los achaques de la edad y las secuelas de los años en los que trabajaba más de doce horas al día manipulando el uranio sin ningún tipo de protección. Ha tenido suerte. De los 125 compañeros que tuvo aquellos años en la fábrica, queda vivos apenas unos veinte: 74 colegas murieron por cáncer, el 70% de la plantilla. Con el paso de los años, esta enfermedad se ha llevado por delante, como una onda expansiva, a la mayoría de los trabajadores de aquella plantilla.
Andújar es un municipio relativamente grande en el que viven algo más de 37.000 personas. Está 72 kilómetros al norte de Jaén. Es conocida en el sector de la caza como la capital de las monterías. Sin embargo, hay otro factor más oscuro y menos agradable que también identifica a este humilde municipio a los pies de Sierra Morena. Hace décadas que es conocida como la ciudad del uranio. Aquí fue donde el entonces jefe del Estado, Francisco Franco, a principios del año 1959, erigió una enorme fábrica en la que extraer y tratar este mineral. Lo hizo con un solo fin, algo ansiado por muchas potencias mundiales durante la Guerra Fría: la elaboración de la bomba atómica.
La última víctima en el pueblo del uranio es Gabino. El vecino de José, antiguo compañero de trabajo en la industria, se les fue el 4 de septiembre. Larga es la agonía. Muchos de los jóvenes que, como ellos, entraron a trabajar en aquella industria en el año 1959, fallecieron antes de los 40 años.
En aquellos años ninguno contaba con las convenientes medidas de protección. Entraron allí alegres, con un buen jornal, suponiendo que aquel maná en forma de tierra que tenían que manipular iba a salvarles a ellos y a sus familias. Se equivocaban. Desde que la fábrica cerró, José, que preside la asociación de antiguos trabajadores, inició una batalla legal que todavía hoy continúa abierta. Pero las esperanzas, lamenta José ante EL ESPAÑOL, cada vez son más pequeñas. “Esto es lo de siempre. Se mueve un poco en los periódicos unos días y se achanta otra vez. Mientras en otras zonas se levantan los pueblos, este no se levanta. Tan solo pedimos una compensación económica. Nada más”.
“No sabíamos lo que estábamos tocando”
Desde que la fábrica de uranio echó el cierre en 1981, José Soto no ha conseguido volver a ser contratado. Lleva 40 años sin ver una nómina. Como él, quienes salían de aquel lugar quedaban en cierta forma marcados. Conforme fue habiendo más información sobre el tratamiento del uranio en Andújar y de las repercusiones de estos productos sobre la vida de las personas, a José le fue resultando cada vez más complicado encontrar un empleo. “Llegabas y te preguntaban: ‘¿Dónde has estado trabajando?’. Y tú decías: ‘En Andújar’. Entonces te decían: ‘Me parece que no queda otro puesto de esto que buscas’. Es que claro, ¿cómo vas a presentar un documento en el que se dice que has estado trabajando en un sitio radiactivo? No te cogían. Te aburrías de ir a pedir trabajo y ya no ibas más”, relata a EL ESPAÑOL. Y así durante cuarenta años.
José vive con una pensión de 440 euros con la que ha podido mantenerse. Dedica el tiempo, sobre todo a los tres hijos y a sus nietos. Por lo demás, desde que salió de allí no ha hecho otra cosa que luchar porque se reconozca cómo el uranio cambió para siempre la vida de esta localidad, partida en la zona sur de la ciudad por el río Guadalquivir.
Poco sabía él a sus 17 años, cuando le hicieron el primero contrato en la industria del uranio, de las consecuencias que aquello podía tener. En gran medida, por las condiciones en las que se trabajaba en aquel entonces. José recuerda perfectamente el día a día en aquel lugar. Echar allí ocho horas era lo normal. Pero la mayoría de las veces él y sus compañeros trabajaban cerca de 12, a veces más. "Algunos días echaba 16. Esas horas te las pagaban a mayores. Por eso no nos podíamos quejar".
Del sueldo, asegura, no se podía quejar. “Cobrábamos unas 80.000 pesetas al mes, un dinero considerable en aquellos años. Yo estaba en el proceso químico, en la parte definitiva. Éramos nosotros quienes sacábamos directamente el uranio”. Para ellos, cuentan él y otros trabajadores, aquello suponía una alegría. Al final, era colocar a doscientas y pico personas del pueblo a trabajar. Eso les benefició en su momento. “Habían cinco mil kilos de uranio enterrados y el gobierno de Franco había decidido que había que sacarlos de allí”.
Aquella industria, que tan “lucrativa” podía parecerles en un principio, se llevó a cabo con las mínimas precauciones posibles. Se dieron todos los factores necesarios para que quienes pasaban el día en aquella fábrica saliesen de aquel negocio, años después, físicamente destrozados. Lo cuenta a este periódico otro de los trabajadores de aquellos años, que prefiere preservar su anonimato. “Los primeros años tenías que llevar a lavar la ropa a casa. No teníamos más que una taquilla, y en esa misma garita guardábamos la ropa del trabajo con la nuestra. Claro, todo se quedaba lleno de uranio. Todo estaba contaminado. Estábamos allí solo con una mascarilla de papel. Sacábamos el uranio tan solo con unos guantes. Comíamos el bocadillo en la fábrica. Recuerdo que alguno lo apoyaba al lado de los residuos, encima de los bidones. Si te digo la verdad, ahora veo todo aquello y eran unas condiciones lamentables. No sabíamos lo que estábamos tocando”.
José lo admite: no fue hasta mucho después cuando se percataron de lo nocivos que habían sido aquellos 20 años de trabajo en la fábrica. “No sabíamos el riesgo que teníamos. Nos dimos cuenta en el año 90, cuando llegaron a tapar aquello. No sabíamos lo malo que era que habíamos estado manipulando uranio”.
Tampoco se les puede el mal de los trabajadores a los jefes que gestionaban todo aquello. Ellos también desconocían lo malo que aquello podía resultar. De hecho, en cuanto se abrió la fábrica, algunos de ellos se instalaron allí mismo con sus familias. Estaban expuestos. “Pasaban por aquí y por allá viendo las cosas. Tenían su despacho en el recinto. Allí nacieron sus hijos”, relata el propio José. Allí hubo cinco o seis jefes y todos fallecieron de cáncer. Vivían tan alegremente en la fábrica como si no sucediera nada.
Cómo está el pueblo hoy
Manuel Vázquez Prieto es abogado y familiar de uno de los trabajadores que sobrevivieron a todo aquello. Él ha sido el encargado de dar, junto con la Asociación de ex trabajadores de la Fábrica de Uranio de Andújar, la guerra judicial que pudiera conseguir la pensión que vienen reclamando desde hace décadas los trabajadores supervivientes y los familiares de las víctimas. Sin embargo, están cansados de combatir, ya que ninguna de las batallas judiciales les ha dado la razón.
Fue en el año 1991 cuando los ex trabajadores de la fábrica comenzaron su lucha. Desde entonces, les apoyó un informe de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, lograron llevar su caso al Tribunal de Estrasburgo. Se hicieron toda clase de pruebas, como análisis de orina para comprobar el nivel de uranio en sus cuerpos (el resultado fue 116 microgramos por litro. El límite está en 0,8), exigieron una reclamación de doce millones de euros por daños y perjuicios.
Sin duda, la parte más complicada de todo esto era la realización de los distintos informes periciales que pudieran demostrar la presencia y la influencia del uranio en la zona. Por eso se realizaron múltiples informes periciales sobre el terreno. Uno de ellos lo llevó a cabo el experto Luis Alamancos, Criminólogo - Criminalista Forense, perito judicial y director de Investigaciones, Peritajes y Valoraciones (INPEVAL), un gabinete que viene trabajando en el sector desde el año 1997. En su estudio, determinó que en la zona había “una anormal incidencia de casos de tumores entre los trabajadores de la FUA, con muy probable vinculación ocupacional”.
Él no fue el único. En el año 1997, el doctor Diego Martínez de la Concha, del Servicio de Medicina Preventiva del Hospital Universitario “Reina Sofía” de Córdoba, realizó un informe, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, en donde se concluye que “las exposiciones ocupacionales han podido jugar en la producción de tumores, afectación de aparato locomotor e hipoacusia (disminución de la capacidad auditiva), entre los trabajadores objeto de estudio”.
En otro estudio diferente, el doctor examinó las 22 historias clínicas de 22 trabajadores fallecidos. Los resultados no pudieron ser más esclarecedores: 15 murieron de cáncer, dos de enfermedades cardiovasculares, tres por enfermedades del aparato digestivo y dos por accidente. Son solo algunos de los estudios realizados en la zona para comprobar que, de verdad, aquello del pueblo del uranio no es un nombre exagerado. “Es como nos llama la gente. Es triste pero es así”, lamenta José.
El día de la apertura de la fábrica y la carrera por la bomba atómica
Noviembre de 1959. Aquel mes se inauguró la fábrica, pero no fue hasta febrero del año siguiente cuando el informativo del NODO abría con unas imágenes en Andújar. Concretamente, el día 14 de ese mes. El jefe de estado, Francisco Franco, aparecía rodeado de sus ministros y embutido como un chopped en una gabardina.
“Su excelencia el jefe del Estado inaugura en Andújar la fábrica General Hernández Vidal. El presidente de la Junta de Energía Nuclear, el señor Otero Navascués, dice que la fábrica es una consecuencia de la fe en los métodos científicos, y destaca la labor del equipo técnico de la junta. Al acto asisten diversos miembros del gobierno.
Franco pronuncia unas palabras de felicitación para cuantos han intervenido en la realización y añade que trabajo avance y prosperidad solo son posibles con una continuidad y una estabilidad políticas”.
En Andújar se iban a tratar los minerales de las minas descubiertas por la Junta de Energía Nuclear (JEN), en Sierra Morena, en la zona del Santuario de la Virgen de la Cabeza (Jaén) y Cardeña (Ciudad Real). La capacidad de aquella industria se fijó por entonces en 60.000 toneladas de mineral base al año. El régimen de fabricación continuo iba a ser un motor que nunca iba a parar de rodar: Andújar produciría las 24 horas al día y durante unos 300-320 días cada año. La Junta de Energía Nuclear también estableció que aquel no iba a ser el límite. El objetivo era que la producción de uranio aumentase hasta las mil toneladas al día.
Todo aquel despliegue fue el fiel reflejo de la fiebre nuclear que se propagaba por todo el mundo en medio de la Guerra Fría. Franco no quería ser menos. Por eso, al entrar en la década de los 50, en plena etapa de búsqueda de aliados internacionales, el dictador puso en marcha el Proyecto Islero. Fue el intento de la dictadura de fabricar también la bomba atómica con el fin de introducir a España en ese, digamos, selecto club nuclear de la época. Empezó en 1951 con la creación de la Junta de Energía Nuclear.
La apertura, ocho años después, de la central de Andújar tan solo era el siguiente paso. Nunca valoraron el coste humano de todo aquello. Luis Alamancos investigó, también como perito, el asunto de la bomba atómica de Palomares. Conoce perfectamente la política nuclear del gobierno de Franco en aquellos días. “Conseguir la bomba atómica podía ser un modo de hacerse respetar en el mundo. Era el equilibrio del terror”.
El cierre de la fábrica
José todavía recuerda el día en que echó el cierre la fábrica en el año 1981. Tampoco olvida el día en el que, diez años después, fue destruida. Fue la empresa ENRESA la que se encargó de demoler los edificios, de sellar con asfalto y hormigón el terreno. Empezaba la década de los 90. Los antiguos trabajadores de la fábrica, algunos ya con múltiples achaques, pudieron observar el desmantelamiento definitivo de la industria de uranio en Andújar.
Advirtieron muchos detalles, pero uno de ellos, más importante que el resto. Las medidas de seguridad de los que estaban derribando la fábrica eran mucho más extremas que las que ellos habían llevado a cabo durante sus años manipulando el uranio.
Hoy, en Andújar, el pueblo del uranio, los habitantes parecen querer enterrar el asunto, demolerlo hasta los cimientos hasta eliminarlo de la memoria, reducirlo a algo tan lejano como un mal sueño. Pero algunos como José, aun exhaustos de la batalla judicial, no olvidan ni perdonan. La compensación que buscan no es ya económica. “Solo queremos que se haga justicia. Justicia por una vez”.