Sedada y sin sus gafas, saltó por la ventana de la clínica psiquiátrica en la que estaba ingresada y se perdió en la oscuridad de la noche. Gloria Martínez tiene 17 años en aquella escena. Era el 30 de octubre de 1992. Hoy, 25 años después, no está muerta ni viva; sólo desaparecida, sin rastro. Y la incertidumbre sobre su destino es absoluta.
Esta es la historia de una de las desapariciones más singulares en España en las últimas décadas; una investigación que, pese a la falta de pistas, sigue abierta. Hay hasta quien asegura que se tomó un refresco con Gloria hace unos pocos años, que ahora es madre y que vive ajena a lo que ocurrió hace un cuarto de siglo.
Pero, ¿por qué este caso se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades?
Ubiquémonos en Alfaz del Pi, localidad alicantina de unos 20.000 habitantes. También hay que trasladarse en el tiempo, a la noche del 29 al 30 de octubre de 1992. Álvaro Martínez e Isabel Ruiz atravesaban una situación crítica. Su hija Gloria -17 años, pelo castaño y ondulado, complexión delgada- arrastraba desde los 14 años varios problemas: principalmente, episodios de ansiedad y anorexia que alteraban el transcurso de una vida relativamente normal.
La familia había encadenado varios tratamientos, más o menos severos, tratando de enderezar el estado de salud de la menor. Ninguno había sido del todo complaciente. En esas, apareció en el horizonte la clínica Torres de San Luis, en Alfaz del Pi; enclave único, reputado y de coste elevado. Cada paciente pagaba al mes cerca de un millón de pesetas, hoy 6.000 euros.
Quizá Gloria mejorase en esta clínica, debieron de pensar Álvaro e Isabel, los padres. Piscina, jardín, un bosque e instalaciones deportivas. Un muro circundaba el perímetro. Las técnicas médicas eran, según los programas, las más avanzadas de la época. En definitiva, era un centro de referencia. Un desembolso significativo para los progenitores, pero qué no harían por su hija.
Además, la psiquiatra de Gloria, Victoria Soler, recomendaba su internamiento. Era el 29 de octubre cuando Álvaro e Isabel se despidieron de su hija Gloria a las puertas del centro, dejándola allí con una maleta con sus pertenencias.
No lo sabían, pero sería la última vez que la verían.
Un cóctel de sedantes
La entrada de Gloria Martínez en la clínica Torres de San Luis no fue placentera. El personal sanitario se hizo cargo de una joven que no se encontraba en su mejor momento y, con temor a que se autolesionase, la ataron de pies y manos en la cama. Al menos eso declararían más tarde ante el juez. Además le suministraron cuatro dosis de 75 miligramos de sedantes, una combinación de Haroperidol, Sinogan y Largactil. La menor era la única paciente en el centro aquella noche.
Las ataduras y medicamentos aplacaron a Gloria, aquella chica de 17 años que cursaba COU, habilidosa con los instrumentos, sobre todo con el piano.
Sólo ella puede saber qué sintió al despertar a la 1.30 de la madrugada en aquella cama del centro. Probablemente se encontraba asustada, de acuerdo a su reacción. Pidió que la soltasen, que la liberasen de sus ataduras, porque tenía ganas de ir al cuarto de baño. La enfermera que la acompañaba debió de encontrar razonable aquella petición y accedió.
Descalza y en camisón, Gloria se incorporó y se puso en pie. Se cambió de muda, puesto que la anterior estaba mojada. Le prestaron un pantalón de chándal azul y una camiseta blanca. Enseguida se avino la fatalidad. En un arrebato, la paciente se lanzó por una ventana –la habitación estaba en una planta baja- y se sumergió en la oscuridad de la noche.
Búsqueda en la noche
¿Dónde podía estar Gloria? A priori, no demasiado lejos. El muro que rodeaba la clínica tenía varios metros de altura, aunque había un punto en el que apenas alcanzaba los dos metros. En cualquier caso, la joven tendría que conocer el recinto como la palma de su mano –no era el caso- para llegar hasta este lugar sin que nadie la viera.
Aquella noche casi no había luna y la oscuridad era absoluta. Y Gloria, de vista indispuesta, no llevaba sus gafas. Los sedantes aún tenían que arrastrar sus movimientos. Caminaba descalza por el recinto.
El bosque, las edificaciones y los pozos: el personal sanitario y de seguridad, enseguida alertado, configuró una búsqueda improvisada sobre los puntos en los que se podía esconder la menor. Las linternas luchaban por abrirse espacio entre las tinieblas. También se desplegaron equipos de búsqueda fuera de la clínica, por si la paciente hubiese logrado saltar la tapia.
Gloria no estaba por ningún lado. La dirección del centro no alertó de la desaparición a las autoridades policiales hasta las siete de la mañana. Sus padres, Álvaro e Isabel, amanecieron sobresaltados por la noticia.
Llamada desde una gasolinera
¿Dónde pudo ir la joven Gloria? Es un misterio. La Guardia Civil se hizo cargo de las pesquisas y rastreó cada rincón de la clínica, sin obtener resultado. Se estudiaron los pozos que había en las inmediaciones; también una caldera que focalizó buena parte de los esfuerzos de los agentes. Nada.
La posibilidad de que Gloria hubiera escapado del centro era remota. Al menos, eso se creía inicialmente. En Altea, a apenas media hora de distancia a paso ligero, aseguraron haber visto a la joven a primera hora de la mañana. “Chándal azul y camiseta blanca”, detallaron los trabajadores de una gasolinera. Dijeron que se la habían encontrado haciendo una llamada telefónica.
El testimonio de los empleados de la estación de servicio fue el primero de muchos que sostenían que Gloria Martínez estaba viva. Hubo quienes aseguraron haberla visto en un camping o a bordo de autobuses regulares. Pero ninguna de esas declaraciones condujo hasta la menor.
Con el paso de los años, aquel caso turbulento fue cayendo en el olvido para la mayoría de la opinión pública, no así para los agentes de la Guardia Civil que seguían removiendo tierra, mar y aire para buscar un rastro de la joven. En cualquier caso, su esfuerzo fue infructuoso.
Las pesquisas, hoy
Ya pocos se acordaban de este episodio cuando, en 2009, una revelación sacudió sus cimientos. Se celebraba en Alicante la I Jornada de Peritaje Judicial y Seguridad, y la perito Amparo Huélamo era uno de los asistentes. A preguntas del periódico La Verdad, Huélamo sorprendió a los presentes: “Yo la vi”. Se refería a Gloria Martínez.
La perito aseguró entonces que se había encontrado con la desaparecida varios años atrás, sin precisar exactamente el cuándo o el dónde, y que habían tomado un refresco. “Es madre”, precisó Huélamo. Según su testimonio, notificó aquel encuentro a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Aquella revelación enrevesó aún más un caso terrible para los investigadores, un puzle imposible de resolver. Al poco tiempo de la desaparición, la clínica Torres del Río entró en quiebra. Sus responsables -la mercantil Zopito S.A.L.- y la psiquiatra Victoria Soler fueron condenados a pagar a la familia de Gloria Martínez una indemnización de 60.000 euros por daños morales.
Han pasado 25 años desde aquella desaparición y Álvaro e Isabel ya no saben a qué atenerse. Su única certeza son los informes policiales y una nota manuscrita que su hija redactó con renglones torcidos el mismo día en el que se le perdió el rastro: “Me da miedo pensar que estoy muriendo y la única luz está cerca de mí, Dios mío”.