Cuando su esposa Aasia le ofreció amablemente un vaso de leche fresca, Amjad debió pensar que, después de todo, aquel matrimonio que le impusieron con su joven prima podría resultar y las cosas terminarían por arreglarse. A pesar del ambiente asfixiante que había en Muzaffargarh (Pakistán) -34 grados y una sequía que dura ya años-, Amjad Akram dudó si entregarle la leche a su madre, que estaba preparando un refresco de yogur llamado lassi para toda la familia. Era domingo y, al igual que en otros pueblos del Punyab paquistaní, ese día la gente se toma un descanso en el trabajo y aprovecha para estrechar lazos familiares. Aunque fuesen impuestos como el matrimonio concertado de Aasia y Amjad.
Los jóvenes, de 21 y 25 años, nunca se habían llevado bien. Una cosa es ser primos y otra muy distinta verse forzados a vivir como marido y mujer, pero la opinión importa menos que los intereses del clan. Así ha sido siempre y así seguirá siendo durante mucho tiempo en esta parte del mundo. El tiempo lima asperezas, la dote endulza la hiel y el romanticismo se queda para las canciones de amor o las películas de Bollywood.
Por eso, cuando poco después de la ceremonia Aasia escapó a casa de sus padres para pedirles llorando volver a vivir con ellos, le dijeron que el matrimonio era cosa hecha y debía volver junto a su marido. Los padres de los novios habían acordado la unión y la muchacha debía olvidarse para siempre del chico del que estaba enamorada, Shahid. Aasia volvió al hogar conyugal andando y tal vez fue entonces cuando, con el olor a pólvora de los fuegos artificiales lanzados en la boda aún flotando en el aire, la joven tramó su venganza.
El plan consistía en asesinar a toda su familia, aquella familia que la había traicionado al obligarle a casarse con quien no amaba. Y por supuesto, matar al marido no deseado. ¿Cómo? Con veneno. En comunidades rurales como Muzaffargarh, los pesticidas son uno de los medios favoritos para perpetrar venganzas, deshacerse de enemigos o incluso suicidarse. Para llevar a cabo su macabro plan, la novia despechada contaría con la ayuda de su amante y su tía. Una vez viuda y libre, Aasia Bibi empezaría la vida que le habían negado y empezaría de nuevo en otro lugar, con otro hombre, con otra familia.
-¿Leche, marido? He puesto azúcar-.
La leche envenenada fue a parar al cubo de lassi que su suegra estaba preparando. Todo el clan de los Akram se sirvió un vaso del yogur líquido. 27 personas, incluyendo algunos niños.
Aquel día murieron ocho. Al día siguiente, seis más perdieron la vida. Y el pasado domingo una persona más pereció en el hospital donde estaba ingresada. En total 15 víctimas mortales, entre ellas el odiado marido. Aasia había llevado a cabo su venganza, pero las cosas no habían salido como ella pensaba y ahora no sabía qué hacer. Cuando las ambulancias se llevaron a las víctimas envueltas en mantas y el sonido de las sirenas se iba apagando, Aasia se enfrentó a solas con los oficiales de policía y trató de convencerles de que un lagarto o algún animal muerto había caído en el cubo de lassi, envenenándolo. Más tarde, en la Comisaría, se derrumbaría y lo contaría todo. Con una mirada impasible, Aasia explicaba ante las cámaras de la televisión paquistaní que ella no se consideraba culpable, que todo había sido idea de su amante. A su lado, Shahid permanecía callado y con la cabeza cubierta por una bolsa negra para, según la Policía, evitar que la gente del pueblo le reconociera y se vengase de su familia.
La cantidad de veneno que había en la leche era tan elevada que aparte de los 15 fallecidos, aún hoy hay 12 personas que siguen hospitalizadas y en estado crítico. La joven viuda, el amante y su tía comparecerán próximamente ante un tribunal antiterrorista –posiblemente debido a la cantidad de víctimas mortales- y, si es declarada culpable, es muy posible que la sentencia sea pena de muerte.
Cuando Aasia no es sólo una excepción
El caso de Aasia no es una excepción. En el mismo país tuvo lugar hace dos semanas un caso parecido, aunque menos cruento, en el que la esposa envenenó al marido; el año pasado otra pareja de amantes que había escapado de su aldea para casarse en secreto contra el deseo de sus respectivas familias fue obligada a beber un veneno que acabó con la vida del chico y dejó a la novia gravemente enferma. El drama de los matrimonios forzados desemboca en tragedia cuando la mujer no puede soportar el destino que han decidido para ella y a veces la muerte o el asesinato parecen opciones mejores que una vida infeliz y humillante. Mientras se mantenga esta costumbre, volverán a ocurrir dramas como el de Muzaffargarh.
En gran parte de Paquistán, son tradicionalmente los padres quienes acuerdan los matrimonios de sus hijos, así como los términos de la unión. Tradicionalmente, un casamiento es considerado una alianza de familias o una simple unión de intereses, y las familias negocian antes de la boda hasta los más pequeños detalles. El padre de la novia debe aportar una dote que será tanto más generosa cuanto mayores sean sus posibilidades. La mujer es evaluada como si se tratase de una mercancía y su edad (cuanto más joven, mejor), belleza (piel lo más clara posible) y educación (nunca debe ser superior a la del novio) son los factores que se tienen en cuenta para cuantificar la “compensación” que la familia del novio recibirá por acogerla en su familia.
Electrodomésticos, motocicletas, escopetas de caza o dinero en efectivo, todo vale para contentar al novio y sobre todo a sus padres, que desde el momento de la boda considerarán a la mujer como propiedad de la familia más que parte de ella. En el mundo rural poco importan las leyes y prohibiciones que dictan los políticos de la capital.
-Si un hombre viola a una mujer y más tarde “acepta” casarse con ella, se echa tierra sobre el asunto y no se persigue el crimen.
-Si un hombre se casa con una menor de edad pero se compromete a no “consumar” el matrimonio hasta que la niña cumpla la mayoría de edad, no pasa nada.
-Y si un hombre casado por el rito musulmán decide repudiar a su esposa o divorciarse de ella, solo tiene que pronunciar tres veces la palabra “talaq” para hacerlo efectivo. Se han dado casos de divorcios de este tipo en los que el marido ha mandado un SMS con esas palabras o las ha pronunciado por teléfono y el matrimonio ha quedado anulado.
Trabajadora, sumisa y condescendiente
En cambio, la mujer no tiene mucho que decir a la hora de decidir su futuro. Ella debe aceptar el marido impuesto por su familia, actuar como una esposa devota y evitar por todos los medios avergonzar a los suyos. Debe ser trabajadora, sumisa y condescendiente con el marido, y si tiene la suerte de proporcionarle hijos varones, entonces será una buena cónyuge.
Según un organismo independiente radicado en el Reino Unido que se dedica a estudiar los matrimonios forzados, Paquistán es el país donde se dan más casos de este tipo. La edad mínima legal para contraer matrimonio es de 18 años para los hombres y 16 para las mujeres, pero si resulta conveniente, dos familias pueden acordar una watta satta o unión entre parientes, aunque se trate de menores. En ocasiones, se intenta que el chico y la chica de una familia se emparejen con la chica y el chico de otra familia, de manera que quede compensada la cuestión de la dote, al “cargar” cada familia con una mujer.
Las autoridades paquistaníes estiman que en el 20% de los matrimonios celebrados en el país al menos uno de los cónyuges es menor de edad.
En Muzaffargarh, la familia de Aasia tuvo que encargarse de cavar las tumbas de las víctimas como una señal de desagravio. Al fin y al cabo, la novia asesinaera de su familia.