En el transcurso de esta semana he sido objeto de una campaña de acoso en las redes sociales. Centenares de personas me han insultado y faltado el respeto por sistema. Basura, calaña, trozo de mierda, fascista… ¿El motivo? Que el domingo pasado entrevisté a Cristina Arias, una mujer a la que le quemaron el portal de su casa por colgar una bandera de España en su balcón. Yo me limité a hablar con ella. No opiné, no tomé partido en el asunto, no puse ni quité una coma. Solamente la escuché y escribí su testimonio en primera persona, tal y como ella me lo contó. Como el que pone un micro. Por ese motivo, centenares de independentistas me han sometido varios días a una especie de escrache virtual.
Todo parte de un embuste malintencionado. Jordi Borràs, un periodista catalán e independentista con más de 100.000 followers, mintió en un tuit sobre mi entrevista. Borràs se quejaba de que yo no había mencionado que en la manifestación de apoyo a esa mujer se quemó una estelada. Eso es mentira, porque sí que lo mencioné. Ese dato estaba perfectamente explicado en la entrevista. Pero, tal y como me dijo otro amigo periodista: “La verdad ya no soporta el peso de 100.000 followers”. Y ahí empezó un lamentable ataque contra mí que ha durado varios días.
Durante todo este proceso, además, se ha producido un fenómeno comunicativo curioso y digno de estudio: a medida que avanzaba la campaña de acoso, los atacantes iban distorsionando lo acontecido en el ataque contra Cristina y aportando una serie de datos sesgados sobre el suceso. Hasta que conformaron una versión pervertida, manipulada y fabricada a su medida de lo que había pasado. Al final, según esta versión, la supuesta víctima era la auténtica culpable. Y las únicas víctimas reales eran los independentistas.
Estos ciberacosadores, con unas pseudopruebas muy peregrinas, daban por demostrado que fue la propia víctima la que se quemó intencionadamente su propia casa con el único objetivo de desprestigiar el movimiento independentista. En realidad no hubo (ni hay) pruebas de ello, pero acabaron dando por hecho que esto era así. Y punto. Que ellos no hacen estas cosas. Que no hay indepes malos. Ninguno. Y que cuando pasa algo así, son campañas españolistas para desprestigiar.
El origen del ataque
Todo esto empezó el sábado por la noche. Me informaron de que una vecina de Balsareny (Barcelona) había sufrido un ataque en su piso. Le habían quemado el portal. El motivo, según ella, era tener colgada una bandera de España en el balcón de su casa. Mi jefe me pidió que intentase localizarla esa misma noche, ir al pueblo al día siguiente y entrevistarla.
Localicé por Facebook a Cristina Arias, la víctima, a horas intempestivas. Le dejé un mensaje público, dado que no somos amigos. Me identifiqué como periodista de EL ESPAÑOL y le pedí que se pusiese en contacto conmigo. No habían pasado ni cinco minutos cuando varias personas empezaron a recriminarme públicamente que me pusiese en contacto con esa mujer “y no con los del otro lado, con los independentistas que también son víctimas”.
Yo no tenía ni idea de lo que me estaban hablando, pero me llamaron la atención dos datos: la hora a la que me contestaron (muy tarde) y la velocidad con la me respondieron a unos mensajes que no iban destinados a ellos. Me dio la sensación de que Cristina estaba sometida a una estricta vigilancia en redes. Preferí no entrar al trapo y borré mi mensaje en cuanto ella me contestó. Los trolls siguieron atacando a Cristina en su propia cuenta de Facebook. Ahí los dejé.
Hablo con un concejal de PDeCAT en Balsareny
Quedé con Cristina en Balsareny el domingo a la una de la tarde. Llegué un par de horas antes para pasear por el pueblo y hablar con los vecinos. Durante ese rato estuve conversando con comerciantes, políticos y gente de a pie. Con constitucionalistas e independentistas. Entre ellos un concejal de PDeCAT llamado Josep Fornell con el que estuve dando un largo y agradable paseo. Me pareció un gran tipo. Me explicó muchas cosas y me brindó un trato exquisito. Condenó la 'bretolada' (gamberrada) contra Cristina pero me dijo que, en su opinión, se había inflado mucho lo que había sucedido. Se quejó de que, después del incendio, se convocó una concentración de apoyo a Cristina y los manifestantes fueron hasta la puerta de casa del alcalde a quemar una estelada.
Fornell me habló de ciertos elementos radicales 'españolistas' que había en el pueblo (no se refirió a Cristina, sino a otras personas muy concretas que ahora están en prisión) y me estuvo mostrando una especie de guerra de pintadas entre los dos bandos en las paredes de Balsareny. Como es lógico, él tomaba partido por los independentistas, pero me reconoció que en el pueblo “hay radicales de uno y otro bando”. Me resultó muy didáctico. Le di las gracias, nos separamos y a las 13 horas entrevisté a Cristina, que me dio su versión.
Volví a casa y telefoneé mi jefe. Dado que EL ESPAÑOL era el primer medio en hablar a fondo con Cristina, daríamos la entrevista en primicia a las cuatro de la tarde. Es la hora a la que sacamos la primera edición de los domingos. La entrevista pura y dura. El testimonio de Cristina en crudo, en primera persona y sin mi intervención. Luego, para la segunda edición (la de las nueve de la noche) yo podría preparar otra segunda pieza más a fondo contando mi experiencia en Balsareny, la opinión de los vecinos, la extraña guerra de banderas y pintadas en el pueblo, el testimonio del concejal de Esquerra, colgar el vídeo de la estelada ardiendo que ya obraba en mi poder...
Una mentira para atacarme
No me dio tiempo. No habría pasado ni media hora de la publicación del testimonio de Cristina, cuando mi teléfono móvil empezó a echar humo. 'Basura', 'Trozo de mierda', 'Bazofia', 'Muerto de hambre' y otras lindezas por el estilo que me dedicaban decenas de tuiteros, la mayoría de ellos con lazos amarillos en su foto de perfil o consignas independentistas pidiendo (paradójicamente) libertad. “A ver qué he roto ahora”, me pregunté sin entender nada. Me puse a intentar averiguar el origen de este ataque tan gratuito. El origen era una mentira de Jordi Borràs.
Para el que no lo conozca (yo no lo conocía hasta que lideró este ciberataque contra mí), Jordi Borràs es un fotoperiodista indepe con un ejército de más de 100.000 seguidores en Twitter. Le pregunté a algunos amigos míos quién era ese tipo. Un par de periodista que conozco y lo han tratado me lo definieron así: “Es un tío obsesionado con la ultraderecha. Una vez lo amenazaron unos nazis… y ahora todo el mundo que no piense como él es un nazi. Hasta Pablo Iglesias es extrema derecha”, me resumieron. En efecto. Dando una vuelta por su cuenta de Twitter pude comprobar que su nueva cruzada tiene a Podemos como principal objetivo.
Con la legitimidad que le dan sus 100.000 followers (yo tengo poco más de 2.000, soy una presa muy fácil) decidió lanzar contra mí su propia blitzkrieg. ¿De qué manera? Mintiendo. Puso un tuit en el que me afeaba que yo no mencionase en mi entrevista que en Balsareny también habían quemado una estelada. Esto era absolutamente falso, porque yo sí que había explicado ese dato en la pieza. Cristina me lo contó y yo lo escribí. Pero como no hay verdad que soporte a 100.000 followers, Jordi Borràs usó un embuste para que una turba de tuiteros desatados se me tirasen encima casi de inmediato, insultándome gravemente por haber omitido ese dato, manipular, hacer periodismo basura, ser un estómago agradecido, un mal catalán, etc.
Borràs también me sugirió que hablase con el marido de Cristina, porque (presuntamente) días antes había sido identificado como la persona que insultó a unos excursionistas indepes que llevaban una estelada. Identificado por una de las excursionistas, no por la policía, porque (hasta donde yo sé) no hay denuncia al respecto ni nada por el estilo. Pero eso qué más da. Fue motivo más que suficiente para tirar por tierra mi trabajo.
Jordi Borràs me definió al marido de Cristina como un peligroso ultraderechista que tiene atemorizado a medio pueblo. No fue eso lo que me contaron en Balsareny. Ni siquiera el concejal de ERC, que creo yo que es poco susceptible de ser enemigo del independentismo. Pero ahí quedó esa versión del miedo... y a ella se agarraron miles de acólitos.
El ataque de los robots
Yo le contesté a Borràs que lo de la quema de la estelada ya estaba explicado en la pieza y que me interesaría hablar con esos excursionistas. Pero daba igual. A Borràs no le interesaba que yo hablase con los excursionistas ni con nadie: su objetivo estaba logrado. Con esos tuits consiguió, por un lado, echarme encima a centenares de personas (que tampoco leyeron la entrevista, porque también me afeaban que yo no hubiera dicho lo de la estelada ardiendo). Por otro lado los bots se activaron.
¿Qué es un bot? Grosso modo es, como su nombre explica, un robot. En Twitter es una cuenta automática que reacciona a ciertas palabras con mensajes previamente redactados y que alguien (que sí es humano) le ha introducido. Es decir, máquinas programadas para parecer que son seres humanos interactuando. Así, de repente, empezaron a proliferar extrañas cuentas en Twitter que subían el siguiente mensaje:
“El fuego en #Balsareny lo ha producido el mismo vecino que tiene la bandera, que es miembro se SCC… Lo sabe todo el pueblo”.
El mensaje era exacto siempre, lo colgase quien lo colgase. Era idéntica hasta la errata (donde pone 'se' debería poner 'de'). Estaba claro: habían programado a las máquinas para que pareciesen vecinos de Balsareny culpando a Cristina del ataque. Una operación quirúrgica. Primero me habían lanzado a las personas y luego a los robots. Por una parte conseguía desprestigiar a la víctima (Cristina), por la otra atemorizar e intimidar al periodista (yo), y por la otra hacer ver que los vecinos de Balsareny tenían todos claro que la quema de la bandera había sido un montaje. Una tormenta perfecta.
Ataques machistas contra Cristina
A medida que avanzaba la tarde, el número de insultos y mentiras se incrementó de forma exponencial. Tuve que silenciar las notificaciones, que me han estado llegando durante varios días. Nunca me he encontrado en otra igual. Mientras tanto, ellos, con 'zascas' y demás, se felicitaban por la caza a la que me habían sometido, por el buen trabajo realizado y por haber demostrado (???) el montaje de Cristina.
Me insultaron a mí e insultaron a Cristina, de la que se rieron y burlaron porque tiene 26 años y una niña de 14. Eso me jodió. Me jodió mucho. Reírse de una mujer porque ha sido madre muy joven me parece de ser terriblemente machista y muy mala persona. Cuando una mujer ha sido madre con 12 años, igual hay que ser más cautos y pensar que ha podido pasar algo grave en su vida. Pero la revolución de las sonrisas optó por (son)reírse y burlarse de ella.
Jamás rompí un precinto policial
A mí, por haberla entrevistado, me dieron hasta en el cielo de la boca. Cualquier estrategia de desprestigio era celebrada por las hordas. Hubo hasta quien rescató una mentira de hace unos meses que también inventó contra mí un independentista. Este bulo me acusaba de haber roto el precinto de la casa de uno de los terroristas de Ripoll y de haber sido detenido por los Mossos d'Esquadra por este motivo. Es mentira. En su momento no salí a aclararlo, porque si hay que desmentir todos los embustes que dicen de uno vamos apañados. Pero aprovecho ahora para aclararlo: No. No rompí ningún precinto policial. Jamás. Es mentira. Tampoco me detuvieron los Mossos. Nunca. Ni por este motivo ni por ningún otro. Algún imbécil lo ha reproducido por ahí sin contrastar, pero es absolutamente falso.
De hecho, cuando empezó a circular ese bulo, yo mismo me dirigí a los Mossos d'Esquadra para ponerme a su disposición por si había que aclarar cualquier cosa. Y ellos mismos me tranquilizaron y me recomendaron que no le hiciese caso a este tipo de ataques malintencionados. Que la gente se aburre mucho. Pero en estos días inciertos funciona muy bien el “difama que algo queda”. Y más si uno trabaja en Cataluña para un periódico llamado EL ESPAÑOL.
Entretanto, las hordas se iban componiendo su propia versión de la quema de la bandera de Cristina. Al cóctel se le sumaron unas fotos del marido de Cristina con unos guantes de boxeo, otras con banderas de España con las siglas de los Hermanos Cruzados y otras con un perro de presa. Ahora sí. Ya tenemos todos los ingredientes para una versión 'oficial y definitiva'. Una conclusión peinada y maquillada a conveniencia por la maquinaria propagandística. Al final la historia quedaba así: Cristina y su marido son dos peligrosos nazis que tienen acojonado a todo el pueblo y que se habían lanzado ellos mismos bolas de fuego contra su casa y su familia. Desde el exterior, sí… pero con ellos dentro. (Logísticamente es imposible, pero explícaselo tú ahora a una masa enfurecida que cree que está en una guerra). De rebote también había quedado automáticamente demostrado que los muñecos que aparecieron colgados del puente de una autopista unos días atrás eran fruto de otra maniobra españolista. Otras falsa bandera. Y que los indepes no eran más que unas víctimas de todo este proceso.
La falsa bandera
Desde el principio usaron la expresión falsa bandera. ¿Y eso qué es? Una falsa bandera viene a ser un ataque que alguien perpetra contra sí mismo o sus propios intereses, para que parezca que lo han cometido sus enemigos. Es una expresión muy de moda estos días porque la utilizó hace poco una diputada de las CUP. Entonces, a partir de ahora: todo ataque contra alguien que se sienta español será automáticamente catalogado de montaje. Un indepe puede atacar cuanto quiera, que todo será considerado una falsa bandera.
Ni siquiera daban el beneficio de la duda. Si alguien preguntaba por redes, le contestaban con agresividad. “¿Es que no sabe leer, señora? Todo ha sido un montaje para desprestigiar a los independentistas”, aseveraba una tuitera ante las duda de otra persona. No había pruebas (ni creo que las haya jamás), pero dudar incluso de la inocencia de los independentistas era motivo de escarnio.
Y todo esto encierra una contradicción: Si tan malos y tan fascistas son Cristina y su marido, si tienen atemorizado a todo el pueblo… ¿no entraría dentro de lo esperable que alguien les quiera atacar o hacer pagar por sus comportamientos? Pues no señor. Todo fue una falsa bandera. Y no hay más que hablar.
“Pide perdón”
Cuando consideraron que ya estaba suficientemente demostrada su versión, me empezaron a exigir rectificación: “Pide perdón”, me ordenaba uno. “¿Rectificarás ahora que se ha demostrado que es todo un montaje?” me preguntaba otro. Me maravilló lo de “ahora que se ha demostrado” (¿¿¿???).
No. A mí nadie me ha demostrado que Cristina se haya atacado a sí misma y a su familia. Si en algún momento la policía o un juez así lo determinan, no se preocupen que rectificaré. Esas cosas pasan. No es el primer sapo que me como, ni la primera vez que me cuelan una falsa información. A los que trabajamos haciendo reportajes y tenemos que bajar a la calle a currar, nos pasa. A los tuiteros que pontifican desde sus pantallas seguro que algo menos. Pero, hasta nuevo aviso, y más allá de su ideología política, Cristina no es culpable de pegarle fuego a su portal. Nadie ha demostrado eso.
Buenos y malos catalanes
Y así están las cosas en Cataluña. Los indepes son buenos por naturaleza. Los constitucionalistas son bestias fascistas que sólo viven para joder. La división entre los buenos y los malos catalanes. Cualquier ataque al independentismo se da por confirmado de inmediato. Por contra, todo lo que le pase a alguien que se sienta español es una falsa bandera. Es un comodín de puta madre. Yo, siendo independentista, puedo liarla todo lo que quiera, que luego diré que han sido ellos, los malos, los españoles atacándose ellos mismos; que todo son mentiras diseñadas para barrenar las bases de la revolución de las sonrisas.
Todo esto me hace recordar el testimonio de aquella señora que el 1 de octubre denunció que le habían roto los dedos y los agentes de la policía le habían apretado las tetas mientras se reían de ella. Me impactó aquello. Me pareció deleznable que un policía le apriete las tetas a una mujer (un policía o quien sea) sólo por el hecho de tener más fuerza o autoridad. Pero en realidad era mentira. Aquellos dedos nunca se rompieron, aquellas tetas jamás se apretaron y se demostró que todo fue un gran embuste. No salió Borràs a condenarlo, ni sus hordas a imponer ciberjusticia. Esas cosas sólo valen contra nosotros, contra los malos catalanes.
“Te van a joder la vida”
“Amigo, lo que te han hecho es una caza en toda regla. Han ido a por ti y les ha salido bien”, me contó un buen amigo mío, periodista y tuitero. “¿Qué tengo que hacer yo entonces, tío? Entiendo que escribirlo y denunciarlo públicamente, ¿no?”, le pregunté yo. Mi amigo torció el gesto. “Yo no lo haría. Es un suicidio. Ya has visto cómo se las gastan estos tipos con tantos followers y tanto odio por repartir. Te vas a meter en un follón. Si por hacer una entrevista te mandó un ataque y te acosaron varios días, imagínate qué no van a hacerte cuando denuncies esta situación. Van a ir a por ti. Te van a señalar y van a intentar joder tu reputación por todos los medios. Es gente peligrosa. Se inventan bulos contra ti, como ya has podido sufrir en tus propias carnes. Te han puesto una cruz y te van a joder la vida. La próxima vez, el ataque lo liderará otro colega suyo. Y así sucesivamente. Yo, aunque te fastidie, me quedaría calladito”, me contestó.
Y ya es triste que la solución sea esa. Pero tiene razón; lo más inteligente contra un ataque de esta gente es quedarse calladito. Así están las cosas en Cataluña. Son los mismos que te cuelan noticias falsas, los mismos que no te dejan trabajar y se ponen detrás a gritarte a la oreja “Prensa española manipuladora” mientras levantan las manos… pero te empujan con el pecho. Yo he optado no callarme y prepararme para el próximo acoso, que será inmediatamente después de publicar este texto. Me esperan nuevos días de acoso. Igual también es una falsa bandera. Igual me lo tengo merecido. Por ser un mal catalán.