Víctor Láinez tenía 55 años y vivía en Zaragoza aunque había nacido en Terrassa. La noche del 8 de diciembre vestía unos tirantes con franjas amarillas y rojas, simulaban la bandera de España. Eso, al parecer, bastó para que Rodrigo Lanza le agrediera con una barra de metal en la cabeza.
Aquella noche, sobre las dos y media de la madrugada, Víctor disfrutaba juntos a tres amigos en el conocido bar El Tocadiscos en la calle Antonio Agustín de Zaragoza. Allí, el agresor, reincidente, miró los tirantes de la víctima y empezó una discusión con él. Le llamó "facha" por su prenda de ropa y se marchó del pub. Minutos más tarde regresó con el arma, una barra de hierro, podría ser el sillín de una bicicleta, entro de nuevo al local y le golpeó en la cabeza. Los motivos ideológicos fueron el motor que incitaron a la agresión.
Víctor solía ir vestido con el clásico atuendo de motero: botas, chupa de cuero, camisetas de grupos de rock. Llevaba siempre barba o la perilla perfilada. Era, además, simpatizante de grupos de extrema derecha. Así lo han confirmado desde la Falange Española de las Jons. La organización ha publicado un comunicado donde le reconoce y pide al pleno municipal de Zaragoza que se condene lo sucedido. "Pide justicia, ante este asesinato por discriminación y persecución ideológica, y atentado hispanófobo", escriben en la publicación.
Sus amigos ahora lloran la pérdida. Llevaban varios días en vilo, ya que el hombre se debatía entre la vida y la muerte, pendiendo de un hilo. "Era grande, un hombre que se vestía por los pies, de los que no quedan", así lo describe una de sus amigas más cercanas a EL ESPAÑOL. Víctor era un amante de las motos. Siempre iba sobre su Harley Davidson, con ella recorría su barrio, el de la Magdalena, en el centro de la capital zaragozana. Allí vivió durante muchas décadas. Allí murió.
Pertenecía al grupo de moteros de los Templarios M.C de Zaragoza. A lo largo de la tarde de este martes, se le ha relacionado en diversas ocasiones con que había sido legionario. Muchos de sus amigos lo desmienten, aunque sí reconocen que sentía simpatía por ese cuerpo del ejército.
Su círculo más cercano sigue sin entender lo sucedido, sin comprender el cómo, ni el porqué. "Su muerte es un asesinato por un motivo no justificado, asesinar nunca estará justificado", lamenta su amiga. A Víctor le gustaban las rancheras y las canciones de Pasión Vega.
Los hechos
Era un hombre corpulento y fuerte. Aquella noche había ido a su bar, en su barrio de toda la vida. Con un objeto de hierro, Rodrigo le atizó de lleno y le provocó un traumatismo craneoencefálico. No pudieron hacer nada contra los cuatro coágulos que tenía en el cerebro y decidieron inducirle el coma. Ayer, los médicos comunicaron a la familia que Víctor había fallecido por muerte cerebral.
Todo lo que tuviera que ver con el ejército, con las fuerzas armadas. Todo ello le gustaba a Víctor. Y se lo hacía saber a sus amigos y conocidos. Una de sus amigas le recuerda entonando el himno de la legión: "Sólo me viene una canción a la cabeza -Soy el novio de la muerte- cuantas veces me has recordado a mi padre al cantarla", le recuerda una de ellas. Amigos desde los 16 años, le recuerda como el compañero que no fallaba a nadie, "han sido 27 años de idas y venidas en nuestras vidas, pero tú siempre ahí y ahora yo no sé ni que hacer".
"No encuentro corralillo ni saeta que ponerte", lamenta la mujer. Son momentos duros. Víctor era un gran amante de la música, en especial del flamenco, por el que sentía debilidad. Ya no quedan cantes para él.
Era cliente habitual de los bares de la zona Heroísmo, frecuentaba los locales de la calle Antonio Agustín, el mismo paseo que hizo el pasado viernes. Una camarera lo describe como una bellísima persona: "Todo el tiempo que lo conocí pude ver que era de lo mejorcito del barrio, nadie se merece esto y menos a traición, es muy triste que maten a una persona por ser española", sentencia.
Víctor había trabajado en Ferrovial S.A desde febrero de 2011 a octubre de 2013 como oficial de mantenimiento. Según ha podido saber este periódico, estaba a punto de jubilarse. Lo describen como un amigo del que aprender, amigo de sus amigos, respetuoso, con sus manías pero siempre disponible para tender su mano.
Las horas posteriores a la muerte han sido las peores para su familia y allegados. Algunos se aventuran ya a organizar pequeños homenajes. Otros prefieren llorarle en silencio. Y cada vez más gente, allegados y cercanos amigos, se deciden a colgar en sus páginas una fotografía que es ya característica. Unos tirantes con la bandera de España, como él en su última noche, y una frase: "Yo también llevo tirantes".
A Rodrigo le desconectaron a la una de la tarde de este martes. No se pudo hacer nada por él. Para sus amigos no va a ser fácil de sobrellevar. "Víctor era un tipo de esos que se convierten en inolvidable y adorable, a pesar de su apariencia de duro. Muy triste".