Catherine Millet, una de las firmantes del manifiesto francés junto con Catherine Deneuve que viene a llamar puritano al #MeToo hollywoodiense escribió en 1993 La vida sexual de Catherine M. ¿Una novela? ¿Un ensayo? ¿Una autobiografía? El libro tenía un poco de todo eso y resultaba, sobre todo, la provocación de una prestigiosa intelectual francesa. Por resumir, Catherine Millet mantenía que el intercambio sexual era precisamente eso, un intercambio. Para ella, un acto tan cotidiano, tan impersonal, tan necesario, como comprar en el supermercado. Sólo recordaba a 49 de sus amantes. El resto habían sido, continuaban siendo, desconocidos que a veces encontraba en un parque y con los que ni siquiera cruzaba una palabra. Camioneros que hacían cola en una gasolinera esperando su turno. A veces, una sucesión de hombres o de mujeres, a veces grupos. Sexo rápido, indiscriminado y multitudinario.
El libro tuvo en su momento una importante repercusión mediática, vendió más de 300.000 ejemplares en Francia y se tradujo a más de veinte idiomas. Más tarde, en 1998, animada seguramente por su éxito, Catherine Millet publicó Celos. Un ensayo de tono parecido sobre las infidelidades de su marido, el escritor Jacques Henric, aficionado a las amantes jóvenes. Celos no vendió tanto. El dolor que produce la infidelidad en una mujer resultó un planteamiento mucho menos comercial que el sexo explícito practicado por una mujer.
Catherine M, Catherine Deneuve y un centenar de intelectuales francesas han contestado al movimiento #MeToo levantando la nariz, con la superioridad con que los franceses presumen de comer cruasanes sin engordar. La torpeza no es acoso, la insistencia no es delito. "Pensamos que la libertad de decir no a una proposición sexual corre pareja a la libertad de importunar, sin encerrarse en el papel de víctimas". Y tanta cautela, argumentan, no sólo resulta pacata, sino un atentado a la libertad sexual de las mujeres. París contra Los Ángeles después de que esta semana Hollywood escenificara en los Globos de Oro, con una alfombra roja vestida de maravilloso escotes, encajes y tules rigurosamente negros, el rechazo al acoso sexual que el caso Weinstein ha hecho explotar y que deja un reguero de denuncias convertidas en trending topic.
¿Va a ser también 2018 el año del nuevo feminismo? El que desfiló hace unos meses en las pasarelas con consignas escritas en las camisetas de las modelos: “Our minds, our bodies, our power. El que rescató con inteligencia estética y comercial Maria Grazia Chiuri cuando llegó a la casa Dior. El que creció alimentado por la misoginia de Trump. El que se ha atrevido a denunciar el poder y el abuso de grandes actores y productores, la indefensión de actrices y el silencio de sus compañeros. El que han abrazado Emma Stone y nuevas generaciones de actrices en público con orgullo, sin las reticencias de la generación anterior por una etiqueta que parecía superada. El que ha querido hacer de Meryl Streep una villana por callar o consentir o no denunciar con suficiente contundencia, no ha quedado muy claro. El que ha convertido a Ophra Winfrey, al menos durante 24 horas, en la próxima presidenta de Estados Unidos. Hollywood ha puesto en marcha su maquinaria, tan eficaz y tan contundente como la factoría Star Wars. Y las intelectuales europeas han recogido el guante peloteando desde el otro lado del Atlántico.
Sí, seguramente 2018 sea de nuevo el año del feminismo Y puede que éste sea un gran acierto que celebren el feminismo, la industria del cine y las pasarelas. Pero también un error de bulto que lamentemos las mujeres. ¿De verdad vamos a pararnos en un debate que tiene a nuestros cuerpos como principio y fin de nuestros derechos, nuestras aspiraciones, nuestras reivindicaciones y nuestros deseos? ¿Saldremos alguna vez las mujeres de nuestro sexo, de nuestra casa, de nuestra familia en busca de territorios más amplios que también nos pertenecen? El acoso es un delito a perseguir y el silencio una vergüenza a erradicar. Y, como la familia, los hijos, el poder, la conciliación, el éxito, o el dinero, asunto de todos. No sólo de las mujeres.
Señoras, quizá nos estamos equivocando. O lo que es peor, quizá nos estamos equivocando otra vez. De nuevo encerradas en un espacio pequeño en lugar de elevarnos y pedir, de verdad, lo que nos merecemos. Lo que nos corresponde. Todo lo que nos corresponde.
Mientras Catherine Deneuve y cien intelectuales se quejan de que las actrices americanas no son modernas, usted seguirá cobrando menos. Renunciando a un ascenso. Respondiendo a preguntas que tienen que ver con la familia en una entrevista de trabajo. Escuchando sermones sobre la lactancia. Votando a candidatos masculinos. Asumiendo que la reducción de jornada (y de sueldo) le corresponde a usted. Escuchando cómo la Iglesia católica, todas las iglesias, le señalan cuál es su sitio. Mirando, muy de lejos, los sillones de las empresas del Ibex. Siendo embajadora de buena voluntad de la ONU, en lugar de secretaria general de la ONU. Conformándose.
Hace dos años, algunas actrices de Hollywood pidieron la igualdad salarial en la ceremonia de los Oscars. ¿No tiene la sensación de que a todo el mundo le resultó una reivindicación mucho menos conmovedora y viral?