El caballo cabalga de nuevo por Barcelona: vidas tiradas en tres barrios enganchados
Sant Roc, La Mina y El Raval lideran el consumo catalán de heroína, una sustancia que este año ha batido récord de producción mundial y de incautaciones en nuestro país
14 enero, 2018 02:08Le llaman Billy, mide 1,90, tiene unos enormes ojos verdes, espaldas anchas y larga melena rizada. Dicen que era muy guapo. Ahora no. Ahora sólo tiene dos dientes, VIH y las venas destrozadas. Tiene 41 años, pero aparenta muchos más porque lleva 3 enganchado a la heroína. “Vivo en la calle pidiendo. Lo que me dan me lo meto por la vena. Si me dan comida, me alimento. Si no, pues no. Es triste, pero es lo que hay. Ahora mismo le doy prioridad a chutarme que a comer” confiesa.
Caballo, jako, jamaro, colacao… La heroína está en auge en todo el mundo. Afganistán, el principal productor, batió el año pasado su récord de producción. Pakistán y Turquía, los otros dos gigantes del negocio, también están en marcas históricas. En Estados Unidos su consumo ya ha sido catalogado de epidemia. En España, la policía ha logrado marcas históricas de incautaciones en 2017.
Barcelona es la ciudad que lidera el ranking de decomisos en nuestro país. Su puerto la mayor puerta de entrada de esta droga en nuestro continente. ¿Significa eso que hay un incremento del consumo en Cataluña? Desde el Ayuntamiento de Barcelona lo niegan. “La bolsa de consumidores está estabilizada y bastante controlada. Ningún indicador, ni directo, ni indirecto, nos lo señalan”, aseguran desde la Agència de Salut Pública de Barcelona. Desde la Generalitat lo corroboran: “Ni las encuestas de consumo, ni las peticiones de tratamiento nos indican que haya subido el consumo”, tranquilizan.
La ruta del caballo: galopando por la costa
Pero hay tres barrios donde los vecinos no piensan igual: Sant Roc (Badalona), La Mina (Sant Adrià del Besòs) y El Raval (Barcelona). Tres barrios alineados en la costa, a algo menos de diez kilómetros de distancia. En los tres sitios hay unanimidad: “Vuelve a haber yonkis consumiendo en la calle como hace años que no veíamos. Y el que diga que noes porque no vive aquí y no los sufre”, juran en las tres zonas. En algunas, como El Raval, este repunte ha derivado en un nuevo negocio: los narcopisos. Son puntos de distribución de droga donde el toxicómano también puede quedarse y consumir. Hay habitaciones habilitadas para ello.
Tanto en El Raval como en La Mina hay alternativas legales donde colocarse con seguridad. Son las Salas de Disminución de Daños, conocidas vulgarmente como “narcosalas”. Espacios habilitados por la administración pública en los que los toxicómanos pueden consumir con seguridad e higiene, comer algo y ducharse. Pero estos espacios también tienen limitaciones porque no están abiertos las 24 horas del día. Fuera de estos horarios, los drogadictos de El Raval se inyectan en los narcopisos. En La Mina se van a la vía del tren. En Sant Roc directamente no hay 'narcosala', así que los toxicómanos tienen que inyectarse dentro de una furgoneta abandonada. Así es el día a día de los yonkis en los barrios de la ruta del caballo.
SANT ROC
Municipio: Badalona
Habitantes 13.400
Fundación del barrio: 1966
El barrio de Sant Roc fue fundado en 1966 para acoger a los habitantes del poblado chabolista del Somorrostro. Hace frontera con Sant Adrià y para muchos es la prolongación del gueto de La Mina. El barrio siempre ha estado castigado: sus gentes, por el desempleo y las drogas. Sus edificios, por la aluminosis. Ahora, el caballo vuelve a correr por sus calles. La presencia de 'jako' fue la clave, hace dos meses, de la incautación del mayor alijo de heroína de la historia de España. La Policía detuvo en ese barrio en noviembre a dos dominicanos con 43 kilos de heroína. Tirando del hilo llegaron a un almacén del puerto de Barcelona con el resto del alijo. En total, 331 kilos, 10 millones de dosis, 120 millones de euros en el mercado.
¿Ha vuelto el caballo a las calles? “El que te diga que no, miente”, asegura un gitano apostado en un Ford Focus tuneado. “O miente, o no ha pasado por aquí en su puta vida. Sólo tienes que acercarte debajo del puente de la autopista y buscar 'la furgo'. Luego ya me dices”, sentencia.
La furgoneta abandonada
Debajo del puente de la autopista hay una furgoneta abandonada. En el suelo, jeringuillas ensangrentadas, cazoletas usadas y muchísima suciedad. Lo que no hay es una sola colilla, porque se cotizan mucho entre los toxicómanos. Precisamente es lo que hacen Bárbara e Iván; recoger colillas. Son dos toxicómanos que antes de prepararse la dosis adecentan la furgoneta. La frecuentan a diario decenas de yonkis, porque en Sant Roc no hay narcosala. “Algunas mañanas sí que viene una furgoneta amarilla de una asociación. Nos dan jeringuillas y nos dejan 'ponernos'. Pero últimamente yo no la he visto. Y cuando tienes que drogarte por la tarde. ¿qué haces?. Pues buscarte la vida. Yo prefiero hacerlo aquí escondida que en plena calle a la vista de todo el mundo”, cuenta Bárbara, heroinómana de 44 años.
“A mí me enganchó mi marido cuando yo tenía 20 años. El primer pico me lo metió cuando yo estaba durmiendo. Al poco empecé a consumir cada día. Mi marido entró preso y ahí sigue. 26 años le cayeron. Yo también fui para dentro 11 años, por tráfico y por tenencia ilícita de armas. Por una pistola que era de mi marido, pero que como estaba en casa también me comí yo. Estando en el talego no consumí. Cuando salí, me junté con otro hombre que me maltrataba y también era toxicómano. Me volví a enganchar. La droga me ha hecho muy desgraciada. Tengo un hijo que no quiere ni verme y una perrita a la que tuve que dejar en el centro de recogida de animales cuando me ingresé en una granja de desintoxicación. En la granja sólo me dejaron estar siete días. Salí, me volví a enganchar y ya no vi más a mi perrita”, dice y se pone a llorar.
“Aquí el caballo ha matado a mucha gente. Por eso los gitanos que trafican en este barrio sólo pasan cocaína. No dejan que venga gente a vender heroína. Si se enteran hay problemas. Pero ahora hay dominicanos y pakistaníes que sí que pasan caballo. Desde que llegaron ha subido un montón el consumo. Vienen yonkis de Barcelona y Santa Coloma aquí. Cuando viene la furgoneta amarilla se montan unas colas enormes.”, cuenta Bárbara.
Contagiado con una chuta del suelo
Iván es ucraniano, tiene 38 años y se inyecta heroína desde hace 3. Vino a España hace 6, trabajó en la metalurgia y se enganchó al caballo con un compañero de trabajo: “Íbamos cada mañana con la furgoneta a pillar al barrio de la Trinidad antes de empezar a trabajar”.
Ahora no trabaja. Pide y a veces roba. Tiene hepatitis C. “Yo creo que me contagié usando una chuta usada del suelo. Cuando tienes el mono no lo piensas. Tu única preocupación es un pico, coges la jeringa, te lo metes y ya está”, dice resignado, apurando una colilla. Está muy débil. Confiesa que le da un poco de asco inyectarse en esas condiciones. “Pero es que aquí no hay narcosala. Por eso a veces, si alguien me lleva o estoy fuerte para caminar, me voy hasta El Local de La Mina”.
LA MINA
Municipio: Sant Adrià del Besòs
Habitantes: 10.200
Fundación del barrio: 1969
Por las calles de La Mina conducía coches robados El Vaquilla en los 70, subido a un cojín porque era sólo un crío que no llegaba a los pedales. Es un barrio creado en 1969 par acoger a los habitantes de los poblados chabolistas de Campo de la Bota, Pequín y Can Tunis. Tal vez sea el barrio marginal por antonomasia de Cataluña. El 'jako' hizo estragos en el barrio en los 80. En los últimos años parecía que la cocaína y las drogas sintéticas habían enterrado definitivamente al caballo. Ahora vuelve a galopar.
“¿Que no hay caballo en La Mina? Como hace años que no se veía. Vaya usted a la vía del tren y cuente las jeringas. Con cuidado de no pincharse… y de que no le peguen el palo”, advierte un vecino. En efecto; la vía del tren, bajo el puente de La Catalana, es uno de los lugares elegidos por los toxicómanos para picarse las venas, por ser el más escondido del barrio. La última Nochebuena, un individuo mató a su novia y arrojó allí el cadáver.
Pero no sólo en las vías. La sala de reducción de daños de La Mina es la más grande de Cataluña y la que más usuarios acoge. Atiende a más de un centenar cada día. Abrió en 2006 y desde que abre a las diez de la mañana es el principal destino de los toxicómanos que salen de Venus. El año pasado ya advirtieron de que estaban llegando al límite de su capacidad.
De Venus a La Luna
“Somos como astronautas, vamos de Venus a la Luna”, ríe socarrón un toxicómano en la puerta. El juego de palabras viene porque el mayor supermercado de la droga está en el Edificio Venus, el más emblemático del barrio. Lo de la luna de después ya se entiende.
En la puerta de la narcosala coincido con Billy, un toxicómano que lleva 4 años inyectándose. Ha conseguido 5 euros vendiendo a otros yonkis pastillas de metadona que le dan en el ambulatorio. “Con esto yo ahora voy a pillar una bola (dosis) de rebujao, que es heroína mezclada con cocaína. El caballo te equilibra el subidón de la coca. Es ahí en el Venus, al piso de unos gitanos. Si te quieres venir...”, me propone.
Pillar caballo en La Mina. Claro que sí, Billy. ¿Por qué no?
De camino me va contando que vive de pedir en la puerta de los comercios. “Si me dan comida, como. Si me dan dinero, pillo una dosis. Hay veces que me dicen que no me lo gaste en droga. Pero ¿qué voy a hacer? Si es que estoy enganchado... Mira mis venas. Me destrocé las de la mano con un buco (chute) que me metí el otro día” lamenta.
Billy no corresponde al perfil de yonki típico de los 80 y sí al del nuevo consumidor. No procede de un poblado chabolista ni creció en una familia desestructurada. Era jardinero, estuvo casado y viene de una familia de clase media. “Yo trabajaba, pero también salía mucho de fiesta con mi hermano. Íbamos a todas las raves. Él traía ketamina de la India. Empezamos a traficar y dejé de trabajar porque ganábamos un dineral. Al final, consumía más de lo que ganaba. Al principio sintética, speed sobre todo. Luego ya fumando plata y basuko. A inyectarme empecé hará cuatro años. Me enganchó una novia. Yo no quería, que le tenía miedo a las agujas, pero el día de su cumpleaños me convenció y mira ahora. Enganchado estoy”.
¿Quién da la vez?
Subimos al edificio. Aquí, por lo visto, los gitanos no son como los de Badalona. No tienen nada contra el caballo y lo venden sin problemas. El edificio se cae a trozos y no hay ascensor. Hay que subir varios pisos a pie. Vamos rebasando a algunos toxicómanos que hacen paradas técnicas por las escaleras, porque se ahogan.
Al llegar, Billy toca a la puerta y le abre uno de los clientes que espera su turno a la entrada de la cocina. Hay aquí bastante más cola que en cualquier carnicería. Al menos seis toxicómanos aguardan su momento. Mi nuevo amigo y yo pedimos la vez muy educadamente y esperamos en el quicio de la puerta a que nos despachen.
En el interior de la cocina, dos chicas preparan las dosis. De coca, de caballo o de rebujao, que es la mezcla que vamos a comprar. Encima del marmol hay una cantidad escandalosa de dinero, todo en billetes pequeños y monedas. Los yonkis llegan con la calderilla que rapiñan por ahí, desesperados a pillar una dosis. Luego me entero de que los narcos ya no aceptan relojes o móviles como pago. Así se han reducido los robos en el barrio.
Problemas en Venus
Subir a este tipo de lugares es peligroso si no te conocen. La gitana que sirve la droga me mira fijamente. Como no sabe quién soy, me reclama inquisidora desde dentro de la cocina: “Tú, a ver… ¿con quién vienes?”, Billy es legal y da la cara por mí: “Es mi colega. Venimos a pillar rebujao”, responde de inmediato. Ella no se fía, saca su teléfono y me hace una foto. "Levanta, levanta la cara que te vea bien”, me ordena bruscamente. “¿Y esto?” pregunto yo un poco tenso. “Nada, es que con esa barba te pareces a mi marido. Voy a enviarle tu foto, a ver si le gusta", zanja con sequedad.
Le manda la foto a su marido para comprobar que yo no soy un policía secreta ni ninguna otra persona non grata en esa santísima casa. Hay nervios durante la espera. Por fortuna, el marido no debe de conocerme, porque recibe la foto y nadie me pega un tiro. Tras esos instantes de tensión, Billy puede hacer su transacción sin problema. Salimos los dos de Venus echando hostias.
Empieza a oscurecer en La Mina. ¿Y ahora dónde vas, Billy? “Pues a la narcosala, que todavía está abierta y prefiero meterme el buco ahí que en la vía”. ¿Y después? “A dormir a la calle. Me suelo ir a Barcelona. Para pillar la dosis me vengo a La Mina porque conozco más a los camellos. Para dormir me voy pateando a El Raval. Hay una zona de porches que me resguarda si llueve. En el barrio hay una narcosala que se llama Baluard. Y cuando cierra, pues siempre están los narcopisos ilegales, que están abiertos las 24 horas y si mendigo algo de pasta puedo pillar una bola (dosis)”.
EL RAVAL
Municipio: Barcelona
Habitantes: 45.000
Fundación: Siglo XIV
El Raval viene de "El arrabal". Es lo que era cuando se fundó: una zona extramuros de Barcelona donde se ubicaron los primeros hospitales y casas de socorro. Al ser concebida como un barrio suburbial y portuario, desde el principio tuvo los ingredientes para convertirse en la capital barcelonesa del vicio. Especialmente de la prostitución.
En 1774 se derribó la muralla que separaba el Raval de Barcelona. Con la llegada de la Revolución Industrial se instalaron muchas fábricas textiles, y en El Raval alojaron a los trabajadores con menor poder adquisitivo. La miseria llama a la miseria y el vicio llama al vicio. El Raval era tal vez el lugar de España donde más fácil resultaba comprar drogas como morfina, opio o vitriolo.
De Can Tunis a El Raval
En 2004 derribaron Can Tunis, el último poblado chabolista de Barcelona. Un gueto gitano en el puerto, a las afueras de la ciudad, que llevaba años siendo el gran supermercado de la droga barcelonés. "Can Tunis hacía que el modelo de compra de droga de Barcelona fuese más parecido al de Madrid, donde la gente tiene que salir de la ciudad y dirigirse a los poblados como la Cañada Real o Valdemingómez", cuentan desde la Agència de Salut Pública de Barcelona. Cuando quitaron Can Tunis, la droga volvió a la ciudad. Volvió al Raval.
Ese año se fundó Baluard, la primera sala de reducción de daños de Barcelona. Estaba fuera, en la vieja muralla. Ahora, por un cambio de usos, la han trasladado a la avenida Drassanes, al centro mismo del Raval. Dentro del barrio. Es tal vez la sala que mejor funciona. "Consumir aquí es seguro porque los toxicómanos cuentan con material esterilizado, pueden comer, pegarse una ducha, disponen de profesionales que les ayudan, que les controlan... Hacerlo en los narcopisos no lo es", advierten desde Baluard.
Los consumidores están de acuerdo. Es el caso de Sid Vicious, un vasco de Zarautz al que bautizaron así de joven, "porque un día me escapé a Londres a ver un concierto de los Sex Pistols". Llegó a Barcelona de adolescente y aquí se enganchó al caballo. "Recientemente he estado limpio porque me ingresé en un piso de estos de VIH donde no se puede tomar nada de droga. Pero ahora al salir he vuelto a consumir. A mí me gusta consumir. ¿Por qué no puedo pegarme una fiesta de vez en cuando?", reivindica. Sid cobra una paga del estado por minusvalía y duerme en la calle.
Los toxicómanos se sienten más seguros aquí, pero el problema es que Baluard cierra a las diez de la noche, "¿Qué hacemos entonces?" se pregunta Billy. "Pues irnos a los narcopisos. Están muy bien porque tú compras allí y en lugar de largarte rápido, lo que haces es entrar en una habitación que no está nada mal. Es todo higiénico. Los dueños tienen a varios pakistanís para limpiar la sangre y reponer el material. También los tienen abajo de punteros, Lo que hace un puntero es vigilar. Cuando viene la policía empiezan a gritar "¡Los Chichos! ¡Los Chichos!" y esa es la alerta".
No hay calle sin su narcopiso
Desde la Asociación de Vecinos de El Raval están hartos de esa situación. "No es que haya narcopisos. Es que son una plaga. Es difícil encontrar una calle del barrio en la que no encuentres uno"; se queja Pep García, presidente de la entidad. "Imagínate lo que es vivir puerta con puerta con un piso donde se meten yonkis las 24 horas a pincharse. Ponte en esa situación".
García apunta que "En nuestro barrio, los autóctonos somos minoría. El 70% de la población es extranjera y la gran mayoría son de Pakistán", explica, haciendo hincapié en la procedencia de la heroína. Y lamenta la falta de apoyo del Consistorio: "Hemos estado muy solos en las campañas que hemos llevado a cabo desde la Asociación para eliminar esta lacra. Caceroladas, dirigirnos al Ayuntamiento... pero nada". García apunta directamente al gobierno de Ada Colau y a la concejala Gala Pin: "El Ayuntamiento de nuestra ciudad es nulo, sordo y ciego con nuestro problema. Que yo sepa, al menos tengo localizados 28 narcopisos en el barrio, pero creo que pueden ser 35. Pero el Ayuntamiento no hace nada. Nada. Imagínate cómo viven los vecinos de esos bloques".
Desde la Asociación de Vecinos tienen clara la solución: "Actuar contra ellos. Si usted comete un delito, ¿no lo meten en la cárcel? ¿El narcotráfico no es un delito? Pues que actúen. Esto es un agravio comparativo. ¿Alguien imagina esta situación en la zona alta de Barcelona? Pues no. Que tenga cuidado la señora Ada Colau y la concejala Gala Pin, porque yo entiendo que ya les interese tener reunida a toda la droga y toda la mierda de una ciudad en un barrio, pero lo de los narcopisos está saltando a otros barrios como La Barceloneta. Se les ha ido de las manos. De momento, lo sufrimos nosotros. El narcotráfico ha acabado con el comercio tradicional El Raval. Se han cargado el barrio"
Conclusiones
Varón, de 41 años, de clase media-baja que prefiere fumar heroína que inyectársela. En muchas ocasiones, extranjero y procedente del Este de Europa. Es el nuevo perfil de heroinómano en España. Bastante alejado del yonki de los 80 que básicamente se lo metía por vena y robaba radiocassettes de coche.
¿Hay más heroína ahora en España que en los últimos años? Mucha más. Desde 2012, el número de incautaciones de esta sustancia no ha hecho más que crecer en nuestro país. En 2017 se ha batido el récord histórico, con 461 kilos. Casi un 80% más que en 2016, que se cerró con 253 kilos decomisados. 361 de ellos han sido aprehendidos en Barcelona. Especialmente en el puerto.
Este incremento no es exclusivo de nuestro país. De hecho, no hacemos más que seguir un patrón mundial: la producción ha crecido de forma exponencial. Según Naciones Unidas, Afganistán (el principal productor) ha batido su propio récord de producción, con 9.000 toneladas. Un 87% más que en 2016. Unos porcentajes de subida muy similares a los registrados en España.
Motivos del incremento
¿Cuáles son los motivos? Uno es geopolítico. La guerra en Afganistán, tan ajena para Occidente, es crucial. Los grupos terroristas y la insurgencia necesitan financiarse y lo hacen con el cultivo de la planta de la adormidera y la producción de opiaceos, según la Oficina contra las Drogas de la ONU.
La otra razón es el crecimiento espectacular de la demanda en Estados Unidos. Joan Colom, subdirector de Drogodependencias de la Agència de Salut Pública de Catalunya, explica que “Las causas son distintas a las de Europa. Los médicos en EEUU están prescribiendo opiáceos como el fentanilo de forma legal. Cuando a la gente se le acaba el tratamiento, ya están enganchados. Entonces salen a la calle a buscar otros opiáceos y acaban consumiendo heroína”. Lo cierto es que en Estados Unidos, el problema tiene ya carácter de epidemia. Y Europa tiende, en muchas ocasiones, a imitar esos patrones de consumo.
Hay un incremento de la producción mundial, una epidemia de consumo en Estados Unidos y un récord de incautaciones en Barcelona. ¿Quiere decir eso que ha aumentado el consumo local? No necesariamente. Significa que Barcelona es la puerta de esta droga como lo era Galicia para la cocaína. El narco gallego recibía cargamentos procedentes de Sudamérica y viajaban por el Atlántico. El catalán lo pide a Turquía, Pakistán y Afganistán y llega por el Mediterráneo. "Más decomisos no significa más consumo en Cataluña. Ni siquiera que se para España", aclara Joan Colom .Desde aquí se distribuye a toda Europa.
108.000 pinchazos
¿Entonces se consume más heroína en Cataluña? Generalitat asegura que no. “Según las encuestas de consumo y el número de personas que solicitan ayuda, ha descendido desde 2002”, asevera Colom, que cree que "no hay motivo para alarmarse. El número de consumidores está controlado y la red de ayuda funciona. Hay 61 CAS (centros especializados) que dirigen las intervenciones. Hay psiquiatras, psicólogos... El consumo es más seguro. El año pasado se registraron 108.000 consumos. De esos, 108 derivaron en sobredosis. Y no hubo ninguna muerte", se alegra.
Sin embargo, la principal fuente de estos datos son las encuestas de consumo, donde no todo el mundo dice la verdad, y las peticiones de tratamiento. Hay muchos toxicómanos que siguen sin pedir ayuda. Ya los barrios marginales han llegado nuevos clanes de narcotraficantes, cada vez con menos escrúpulos. Ven lo rentable que resulta reintroducir una sustancia tan adictiva y ya no sólo la venden: ya incluso facilitan el consumo. Los yonkis son su negocio. Y éstos siguen haciendo la ruta del caballo por toda la costa de Barcelona, desde Sant Roc hasta el Raval, pasando por Venus y la luna.