Cuando Estela -prefiere utilizar este nombre y no el suyo- pone punto final al relato que sigue, rompe a llorar y retira el rostro de la ventana, adonde se había asomado para describir a Francisco, el conductor que arrolló a Alejandra, de 17 años, la mañana del último lunes.
Son íntimos amigos, vecinos de esta corrala de ladrillo enclavada en el Pozuelo que no sale en las noticias, el que nada tiene que ver con las urbanizaciones de los futbolistas. El piso de Estela da a la calle; el de Francisco, paraguayo de 53 años y albañil de profesión, se encuentra al otro lado de un patio blanco, compartido, decorado por la ropa tendida.
"¡No le gustaba nada conducir!"
Estela se enteró del atropello mortal de Alejandra por boca de la mujer de Francisco. Al principio no se lo creyó. Aquella escena, la del Mercedes verde de su amigo con la luna y el parachoques destrozados tras llevarse por delante a una joven en una carretera secundaria madrileña a orillas de Guadalajara, era la antítesis de lo conocido.
"¡No le gustaba conducir! ¡Al revés! Se dice que es un temerario, pero fíjate: cuando íbamos en el coche, no nos dejaba siquiera que le habláramos muy alto. Se aturullaba", cuenta Estela con el gesto roto.
A las puertas de esta vivienda sin portal y sin telefonillos, un vecino escuchó a Francisco llamar a alguien y contarle que había atropellado a una persona y se había dado a la fuga. Aquel testimonio ayudó a la policía a detener al presunto homicida en un avión a punto de despegar en dirección a Buenos Aires, menos de veinticuatro horas después de haberse fugado tras atropellar a Alejandra, estudiante de segundo de Bachiller.
"Dijo que todo era campo y que no se veía nada"
"Francisco iba a trabajar en autobús. No le gustaba conducir. Estos días cogía el coche porque le pillaba lejos. Más de una vez nos dijo que la carretera era todo campo y que no se veía nada". Estela se refiere a esa recta de doble sentido, sin badenes ni arcén, en la que su amigo impactó con la joven, en el municipio de Fuente el Saz. Alejandra salió despedida cincuenta metros. Francisco pisó el acelerador y abandonó el coche en El Casar, a pocos kilómetros de allí. Luego vendría el billete y la detención en Barajas.
Estela insiste en que no exagera: "¡No llevaba el coche ni de aquí a la zona de Moncloa! No le gustaba, por eso era tan prudente". Su voz se ahoga cuando el testimonio roza el desenlace, la huida de Francisco: "No entiendo cómo actuó así. Seguro que le dio un ataque de pánico. Es pánico, es pánico". Los segundos que siguieron el atropello de Alejandra convierten a Francisco en presunto autor de un homicidio imprudente y de un delito de omisión de socorro. La pena de cárcel podría rondar los ocho años.
Su amiga acepta esta entrevista para, sin justificar la actuación de Francisco, trazar un retrato justo, el de "una buena persona" cuya vida viró hacia lo criminal en unos pocos minutos.
Frente a Estela, en un aparcamiento que se improvisa junto a la corrala, solía estar aparcado el coche de Francisco. En un poyete de piedra a los pies de una caseta de electricidad, "se sentaba los días de buen tiempo" este albañil con su mujer y su sobrina, que vivía con ellos y que este martes decía a la Policía: "No sé qué le pasa a mi tío, ha hecho las maletas y se ha ido corriendo".
"¡Ni fuma ni bebe!"
Estela, con pocos gestos y los codos en el alféizar de la ventana, esboza un hombre tranquilo, "que ni fuma ni bebe", "apasionado del fútbol y la pesca". Esta última afición le obligaba a coger el coche, a lanzarse al volante por una ciudad de mucho tráfico, muy diferente a su Hernandarias de origen, en Paraguay, de apenas 80.000 habitantes. "También le fascinaba la música paraguaya, solía estar cargando el Pendrive en el ordenador".
"Es una persona buena, encantadora", vierte cuando no encuentra más anécdotas con las que defender la memoria de su amigo. "Ni le he visto ni he hablado con él, no me enteré de que se marchó corriendo. No supe nada hasta que llamó su mujer".
Cuando Estela se despide, cruzan el portal un par de vecinos, que apenas trataron con Francisco. Lo definen "afable", "agradable". Sabían que era "el del Mercedes verde" porque siempre lo aparcaba ahí, a unos metros de casa.
Es la reacción prototípica, la misma que arroja el dependiente de una tienda de materiales de obra a la vuelta de la esquina. "A ver la foto... ¡No sabía que era él! Sí, sí, trabajaba en la construcción. Solía venir aquí a comprar de vez en cuando". También termina con la ristra de percepciones que hicieron del atropello y la fuga "una sorpresa". "No te imaginas algo así. Conmigo ha sido muy educado, agradable...".