Una noche en las Urgencias donde violaron a una indigente en Sevilla, capital de los sintecho
Rafael, de 57, ha ido al Hospital Virgen Macarena de la capital andaluza a pasar la noche porque en su albergue no dejan entrar pasadas las ocho de la tarde y a él se le ha pasado la hora. Como él, entre cinco y veinte mendigos pernoctan en las sillas de espera de este centro público.
26 enero, 2018 02:34Dan las dos de la tarde en la sala de espera de Urgencias del hospital Virgen Macarena de Sevilla, en el distrito Macarena, junto al Polígono Norte, uno de los de menos renta de la ciudad. El edificio del Macarena colinda con el monumental Hospital de las Cinco Llagas, creado en el siglo XVI sólo para mujeres y ampliado después a hombres pobres. Esos gruesos muros que acogían a los enfermos de la peste albergan hoy a los diputados del Parlamento de Andalucía.
Cuando se entra por Urgencias, a la izquierda está el mostrador de Admisión; al frente, el guardia de seguridad y el pasillo que conduce a las consultas médicas, y a la derecha, la sala de espera de la zona de Clasificación. Esta zona está dividida a su vez en dos espacios: el primero según se entra tiene 42 asientos, y al fondo, separado por una puerta abierta y una mampara, hay otro con 31 asientos más dispuestos en siete filas, junto a los baños de mujeres y hombres y seis máquinas expendedoras de agua, refrescos, café y comida. En este recinto más pequeño y tranquilo, rotulado con el lema “Sala de espera de familiares”, fuera del ángulo de visión del puesto del vigilante, separado de la calle por un ventanal y otra puerta ahora cerrada, un grupo fluctuante de hombres y algunas mujeres, entre cinco y veinte según las jornadas, encuentra su refugio a cualquier hora del día y la noche. No tienen hogar y éste es su techo. La sala de espera de Urgencias. Su último recurso.
A esta hora, una mujer dormita tumbada sobre tres asientos pegados al ventanal, aprovechando que no tienen reposamanos que los dividan. Se cubre el cuerpo y la cabeza con una fina manta. Tiene sus cosas en una bolsa de plástico en el suelo. A los minutos llega un hombre, aún joven, que calza babuchas caseras de cuadros. Otra mujer se suma a él y se tumba como la otra en otra fila de asientos. Un hombre más, anciano ya, o eso parece, se une al grupo. Este hombre es español; sus compañeros de desventura, de origen árabe. El hombre mayor dice que él estaba aquí el jueves pasado por la mañana, 18 de enero, cuando llegó la Policía Nacional para detener a otro indigente acusado de haber violado minutos antes a otra mujer sin hogar que pasaba allí la noche al resguardo de la fría humedad de Sevilla, que te cala hasta los huesos. “Yo había salido y no me enteré hasta que vi a muchos policías”, dice el hombre.
Fuentes policiales no identificadas (la Policía Nacional no ha publicado nota de prensa sobre lo ocurrido pero una portavoz confirma a EL ESPAÑOL todos los extremos de la noticia adelantada por Diario de Sevilla), detallan que el detenido, José Manuel G. R., de 44 años, con 12 detenciones anteriores (la Policía no ha precisado si algunas eran también por delitos sexuales), presuntamente aprovechó que una mujer que también dormía en estos asientos, aletargada por los efectos de un relajante, diazepam, le bajó los pantalones y las bragas y la penetró.
La mujer despertó al sentir un golpe en el pie y ver que el hombre le intentaba quitar siete euros que llevaba. No se había dado cuenta de la supuesta violación pero sentía dolor en sus genitales. Una segunda mujer que dormía en otra fila de asientos dijo que había visto cómo el hombre se echaba encima de ella y la violaba. Los gritos de las mujeres alertaron al guardia de seguridad. La Policía vino enseguida, detuvo al hombre (que está en prisión ahora) y acordonó la zona para recoger vestigios y tomar declaración a la testigo.
El hombre mayor señala al bulto de la mujer que yace encogida en la fila de asientos junto al ventanal y dice que fue ella la que lo vio. Unos minutos después la mujer se incorpora al igual que su compañera, porque ha venido el guardia de seguridad a decirles que tienen que salir. El guardia, de camino, le pide al periodista que no pregunte dentro de la sala a estas personas sobre la violación, para que no lo escuchen los familiares de los pacientes, pese a que no hay nadie más en este rincón.
El primer efecto de la noticia de la agresión sexual no ha sido darles más protección a esta pequeña comunidad de los sintecho del hospital, sino ir cerrándoles espacios. Por la noche, a partir de las diez, van a cerrar por primera vez esta sala anexa de espera para que nadie se quede a dormir dentro. El periodista le pregunta a la testigo qué pasó y la mujer, abotargada, balbuciente, como bajo los efectos de un sedante, evita responder.
En el despacho del gabinete de prensa del hospital, su responsable dice que nunca había ocurrido algo similar y que se trata de un suceso aislado en un espacio abierto las 24 horas del día, los 365 días del año.
Una planta por debajo, en el subterráneo, David Monge, delegado sindical de Comisiones Obreras en el hospital Virgen Macarena, y con años de experiencia en el mostrador de admisiones de Urgencias, critica que con la última reforma la sala de espera se dividió de modo que quedó una zona fuera de la visión del vigilante. Conduce de nuevo al periodista a Urgencias para enseñarle que hay una cámara de vigilancia en la entrada y otra en la zona principal de espera en Clasificación (colocada precisamente la semana pasada), pero ninguna cámara en el área más pequeña donde ocurrió la supuesta agresión sexual y donde se concentraban hasta ahora las personas sintecho para dormir. Pero más allá de la cuestión de la seguridad, David Monge explica que las Urgencias han sido refugio de indigentes desde hace muchos años, y advierte de que, dada su vulnerabilidad física y psíquica, extrema en muchos casos, el hospital no debe echarlos a la calle si no tienen otro sitio al que ir, aunque a veces huelan mal y eso moleste a los familiares de los pacientes. Lo ve como una regla humanitaria elemental.
“Muchas veces, si el guardia de turno no les deja quedarse a dormir, van al mostrador de admisión y piden que les vea un médico. Y no se les puede negar. Luego entran dentro, a la zona de traumatología o la de urgencias generales, y duermen allí”, cuenta el sindicalista. Un compañero de Monge que se une a la conversación detalla que a menudo la zona de espera para familiares junto a los baños, a donde se puede entrar libremente desde la calle, se llena de noche de personas sintecho que duermen, y que acaban “rebosando” y pasando a dormir también en los asientos de la zona principal frente a las consultas de Clasificación, donde espera el público general.
Sólo puede entrar con el enfermo a la zona interior restringida un acompañante, dos en casos de menores. Los demás allegados tienen que quedarse en este lado junto a la puerta de entrada, compartiendo sala con los ciudadanos sin vivienda. En algún caso los trabajadores han visto casos de picaresca de indigentes que venden la fila de asientos que ocupaban “por dos euros”. Por lo general no molestan a los demás usuarios en absoluto. Precisamente para que el vigilante de turno tolere su presencia, están callados y tranquilos, y para pasar más desapercibidos se quedan en la zona del fondo ocultos tras la mampara y junto a los baños y la máquina del café.
Sevilla, capital española de los sintecho
El caso de la mujer sintecho violada por otro en la sala de espera de Urgencias de un hospital público ha revelado el problema de fondo de las carencias en la atención a las personas que, por diferentes razones, tienen que vivir en la calle. Y en particular en Sevilla, que se convierte cada invierno en la capital española de los sintecho. “Este colectivo es muy vulnerable, y en particular las mujeres, que son minoría. Si esto pasa en un sitio público, en la calle su vulnerabilidad se multiplica por diez”, denuncia Pablo María Rodríguez, delegado en Sevilla de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía y veterano activista en el campo de la marginación y las personas sin hogar.
El pasado noviembre, al anunciar el dispositivo municipal para la campaña de frío, el delegado de Asuntos Sociales del Ayuntamiento, Juan Manuel Flores (PSOE), explicó que este invierno Sevilla dispone de 449 plazas para personas sin hogar, entre albergues y pisos tutelados, cinco plazas más que los 444 sintecho que el gobierno local contó en su censo de 2017, el primero que se hacía en la ciudad, según destacó el gobierno local que dirige el alcalde socialista Juan Espadas.
Esta semana, desde el gobierno municipal actualizan las cifras del dispositivo de invierno y explican a EL ESPAÑOL que las plazas de la ciudad han aumentado hasta llegar a 500 exactas, entre las 278 de propiedad municipal (y gestión privada, a través de la empresa Grupo 5) y las de entidades privadas que actúan con convenios con el Ayuntamiento. De estas 500 plazas, 128 se habilitan expresamente para la campaña de frío y 15 para cuando hay lluvias. Es decir, que la oferta supera ahora a la demanda. Hay un teléfono gratuito para la campaña de invierno, el 900 801 294.
Asuntos Sociales añade que un equipo de calle de trabajadores de emergencias sociales recorre la ciudad cada noche para informar a personas sintecho de los recursos disponibles. “Recursos hay; el presupuesto ha aumentado un 25% en los últimos dos años y va a seguir haciéndolo con el nuevo contrato de 7,5 millones para mejorar la Unidad Municipal de Intervención en Emergencias (UMIES); el incremento de recursos para personas sin hogar es una de las principales líneas de actuación del gobierno municipal”, destaca la delegación. Matiza que hay personas que rechazan la oferta o que no son admitidas en los centros y pisos tutelados por su agresividad, y pone como posible ejemplo el del detenido por la supuesta violación en Urgencias.
Pero la Asociación Pro Derechos Humanos rebate de raíz que haya más plazas que demandantes. “La realidad se aproxima más a la cifra de entre 800 y 1.000 personas que a las 444 que contó el Ayuntamiento. La prueba es que hay gente en la calle. El Ayuntamiento no se da por aludido. Y sabe que faltan recursos. Aumentarlos costaría una cantidad ridícula en comparación con el presupuesto total de Sevilla”, dice el portavoz de la ONG de denuncia, Pablo María Rodríguez. Él admite que se dan situaciones muy diversas y complejas, y que hay casos de personas que no quieren entrar en un albergue, pero señala a continuación que son muchos más los que quieren dormir a cubierto y no encuentran plaza.
'La calle no es un hogar, y mata'
Las Urgencias del Macarena son un refugio oficioso de indigentes porque en su entorno hay tres albergues municipales, que concentran la mayor parte del dispositivo público para este colectivo. El problema, critica el activista de derechos humanos, es que estos albergues “son de estancia rotatoria y tienen horarios restringidos”, lo que hace que sea frecuente que personas de la calle que quieren entrar no lo logren inmediatamente o no sean capaces de ajustarse a las restricciones, por lo que acaban yéndose como último recurso a Urgencias, abierto 24 horas. Desde el gobierno local responden que los que se refugian en Urgencias, una pequeña minoría respecto a la cantidad total, es porque no quieren aceptar las normas de higiene, conducta y horarios que rigen en los albergues.
Bajo el lema La calle no es un hogar, y mata: derecho a techo, la Asociación Pro Derechos Humanos ha celebrado concentraciones de protestas en los últimos meses para denunciar las muertes de indigentes en la intemperie. Como Julián, que murió este mes de enero en la calle Diego Niño de El Puerto de Santa María (Cádiz). O Joaquín Luque Osuna, muerto el 11 de noviembre en Granada. Otro hombre, añade el delegado de la asociación, murió antes de Navidad en Sevilla en el entorno del paseo Juan Carlos I, en la dársena del río Guadalquivir, a pocos minutos a pie del hospital y los albergues, una zona habitual donde duermen indigentes. “En ese caso su familia no quiso darle difusión”.
A medianoche, EL ESPAÑOL hace una ronda por los refugios de los sintecho en Sevilla. En los números 2 y 6 de la calle Fray Isidoro, frente al Parlamento y al hospital Macarena, un viejo edificio, abandonado y tapiado por sus dueños, está ocupado desde el pasado otoño por vecinos sin vivienda y activistas, que han renombrado el lugar como Corrala Dignidad. De los balcones cuelgan pancartas que dicen Luchemos por el derecho a techo o No más muertes de P.S.H, siglas de Personas Sin Hogar.
En una habitación de la primera planta vive Manuel, de 23 años, que ha salido a la acera a fumar. Después de cinco años, vuelve a tener habitación propia.“Desde los 18 años estoy en la calle. Aquí por lo menos tengo un colchón y una manta. Antes estaba durmiendo sobre un cartón y con una manta en la calle Juan Astorga, en la acera, entre los coches”. Explica que en estos cinco años en la calle ha dormido más de una noche en la sala de espera de Urgencias del hospital. “Dependía de que el vigilante que hubiera te dejara o no. Algunas veces llevabas durmiendo 15 minutos y llegaba y te echaba. Otros sabían lo que había y te dejaban. Éramos unos diez o quince cada noche”.
En estos cinco años como joven sintecho, Manuel apenas ha pasado unos meses en albergues públicos. Primero durmió tres meses en el Centro de Acogida Municipal, CAM, el principal, en la calle Perafán de Rivera, pero al cumplirse su estancia se tuvo que ir y asegura que no le ofrecieron pasar a un piso tutelado. También estuvo cinco días, el tiempo límite, en el Centro de Baja Exigencia del Hogar Virgen de los Reyes, que está frente el hospital y a menos de cien metros de donde vive ahora como okupa por necesidad. En el edificio ocupado no hay agua ni retretes. La propiedad destrozó, dice, todos los sanitarios para evitar su ocupación. La treintena de ocupantes, sólo personas solas, muchos recién llegados de la calle, orinan en una bañera, lo único que quedó utilizable conectado a la cañería. Para ducharse y defecar va de día al albergue de enfrente, el del Hogar Virgen de los Reyes. Este centro nocturno abre sus puertas a las cinco y media de la tarde pero para dormir en una de sus 40 camas hay que entrar antes de las ocho de la tarde. A las ocho de la mañana deben salir a la calle de nuevo, aún sin sol. Ahora, de noche, la cancela permanece cerrada.
“Me han quemado durmiendo en la calle"
Detrás del hospital, en el Centro de Acogida Municipal, de 165 plazas de pernocta, un trabajador entreabre la puerta. ¿Hay sitio? Responde que no puede decirlo y emplaza al periodista a preguntar a la dirección [al día siguiente, la Delegación de Asuntos Sociales informa de que en la última semana el dispositivo global ha contado con una ocupación media del 95% y que este albergue en concreto ha tenido en los últimos días una media de 15 plazas vacantes]. En el tercer albergue municipal, y el de más reciente apertura, el 4 de diciembre, situado en el paseo Juan Carlos I, a orillas del río y junto al puente de la Barqueta, frente a la Expo del 92, la valla está también cerrada aunque hay un timbre oculto para que los residentes llamen a cualquier hora. En este llamado Centro Nocturno de Puertas Abiertas, de baja exigencia, pensado para indigentes crónicos, los que están en peor estado, con adicciones, alcoholismo y/o enfermedades mentales, hay 20 plazas, todas adjudicadas ya, aunque sólo se han incorporado de momento 12 personas derivadas por los servicios sociales.
Su nombre es equívoco. Aunque diga de Puertas Abiertas, no se puede llegar espontáneamente aquí y ocupar una cama a cubierto de la intemperie. Hay que pasar primero por los servicios sociales de orientación centrales del CAM. Este tipo de centros, flexibles, sin requisitos de horarios, es lo que reclama la Asociación Pro Derechos Humanos, para que se abran otros repartidos por Sevilla. Aquí, además, los no residentes pueden ir de día a comer y asearse. Como Jesús, un hombre que prefiere vivir al otro lado de la valla, fuera, en su tienda de campaña, y que entra en el centro sólo para comer, pese a que le han invitado reiteradamente a que se mude al interior. En nuestro recorrido independiente por los tres centros, unos trabajadores del dispositivo municipal dicen que “Sevilla es la capital española de las personas sin hogar en invierno” y admiten que, debido a la variabilidad de los flujos, les ha ocurrido que en alguna ocasión se les ha quedado gente sin plaza, “diez, quince o veinte”.
De vuelta a la sala de espera pública de las Urgencias del hospital Macarena, nos encontramos con que, efectivamente, han cerrado la zona anexa donde hasta ahora se refugiaba un grupo reducido de sintecho, fuera de la vista del resto de usuarios. Esta noche, en la sala principal, la de los 42 asientos, frente a las consultas de Clasificación, hay dos hombres sin hogar que duermen sentados, encogidos, con sus cosas metidas en una bolsa de plástico a sus pies. Uno duerme con el mentón apoyado en el pecho. Otro, recostado contra la pared, envuelto en una manta azul. En el resto de la sala hay una docena de familiares de enfermos esperando noticias. Nadie molesta a nadie. A menos que alguien se sienta agredido por la visión de esta amarga y silenciosa soledad de los más pobres. ¿Cómo se les va a echar de aquí a los que sufren la enfermedad de la exclusión?
En la puerta, un hombre con barba y cargado con un pequeño macuto busca en la acera y los alcorques de los árboles algún resto de cigarrillo para llevarse a la boca. “Llevo sin fumar desde esta mañana. Voy a tener que dejar de fumar por cojones”, dice al aire. Se llama Rafael Ruiz Ruiz, este año cumplirá 57, es mecánico ajustador y lleva en esta última tanda tres meses en la calle, “de hospital en hospital”. Le han concedido una estancia de ocho noches (cinco reglamentarias más una prórroga de tres) en el vecino Hogar Virgen de los Reyes pero hoy se la ha pasado la hora máxima de ingreso a las ocho de la tarde y por eso se ha venido a pasar la madrugada aquí al lado, en Urgencias. Muestra una nariz taponada. “He tenido una hemorragia, vengo a que me vea un médico y a pasar la noche hasta mañana”. Enseña sus manos ennegrecidas y enumera sus desgracias: “Me han quemado durmiendo en la calle cuatro o cinco veces. Se me ha parado el corazón, he tenido sobredosis, comas etílicos. Los médicos dicen que ya soy inmune. ¡Soy ignífugo!”.
Al final, para algunos la sala de espera de Urgencias es la última solución. Está abierta a todas horas. Y si les cierran las puertas, siempre les quedará la (puta) calle. Que es de todos y de nadie.