No tengo ni idea de si Woody Allen es culpable o no. Ustedes, tampoco. Me sorprendería que Selena Gómez conociera datos concluyentes más allá del susurro de un publicista en su oído, que la empujaran a donar su sueldo (de forma anónima, dice su entorno) por participar en la última película del director, al movimiento Time`s Up. Un gesto público y contundente anti-Allen que ha acompañado de un mensaje en redes sociales apoyando los derechos de “mujeres trabajadoras, de color, inmigrantes, lesbianas, bisexuales o transgénero”. En cualquier caso, si Selena sabe algo ahora que los demás ignoramos, también lo sabía antes de aceptar un guión con el que quería dejar atrás los últimos restos de su pasado en Disneyland y viajar al adulto Manhattan y que quizá ni siquiera llegue a estrenarse.
¿Quiere esto decir que Woody Allen es inocente? ¿Qué el boicot a A Rainy Day in New York, su película todavía en posproducción es una tremenda injusticia? Pues insisto, no tenemos ni idea ni ustedes ni yo ni Selena Gómez. Ni Timothee Chalamet y Rebecca Hall, que también han participado en la película y donado su sueldo con Selena. Ni Amazon que le encargó la película y ahora duda sobre el desgaste que supondría para su imagen un estreno y una campaña de promoción mundial como la que tenían preparada.
Como sabrán, el interruptor que ha encendido la silla eléctrica en la que parece que va a sentarse Allen fue la aparición de Dylan Farrow, su hija adoptiva, en televisión, hace dos semanas. Una entrevista en la que contó que, el 4 de agosto de 1992, cuando tenía siete años, su padre aprovechando que su madre no estaba, le dio la mano, subió con ella al ático de su casa, le pidió que se entretuviera con el tren de juguete de su hermano y abusó sexualmente de ella. No ocurrió sólo una vez, aseguró en la entrevista, sino que hubo muchos inquietantes y procelosos episodios similares. Momentos de intimidad incómoda, y un adulto que, según su relato, pasó de ser “un dios” al hombre que la seguía por las habitaciones de la casa provocando quedarse a solas con ella, una niña pequeña y aterrorizada. Un hombre que “siempre me tocaba”.
La historia es estremecedora y ha provocado una nueva cadena de reacciones. Una ola que ha crecido hasta transformarse en un tsunami alentado por los nuevos vientos del #Metoo que recorren Hollywood. Colin Firth ha jurado no volver a trabajar con Woody Allen, Mira Sorvino se siente “horrorizada como mujer y como madre”, Kate Winslet lamenta “errores en la elección de algunos de los directores con lo que ha colaborado”. Sólo dos amigos se han atrevido a llevar públicamente la contraria a la poderosa y unánime voz de la industria, su amiga Diane Keaton y Alec Baldwin. Woody Allen, al menos esta semana, está oficialmente muerto. Camino del mismo cementerio en el que han enterrado a siete metros bajo tierra a Harvey Wenstein. Y no es de extrañar, porque, el relato de Dylan Farrow mirando a cámara efectivamente resulta terrible. Sólo tiene un problema que quizá no afecta a su veracidad pero sí a otros muchas e inquietantes cuestiones: es viejo. Muy viejo.
En 2014, Dylan Farrow escribió una carta abierta en The New York Times que comenzaba con una pregunta “¿Qué película de Woody Allen es su favorita?” y continuaba con frases como esta: “Desde que tengo memoria, mi padre siempre me había hecho cosas que no me gustaban… No me gustaba que me metiera su dedo pulgar en la boca. No me gustaba tener que meterme en la cama con él, bajo las sábanas, cuando él estaba en calzoncillos…”. Y esta no era la primera vez que acusaba a su padre adoptivo de abusos. La historia tiene 25 años.
Estalló en pleno proceso de separación de Mia Farrow, cuatro meses después de que Allen hiciera pública su relación con Soon Yi, hija adoptiva de su ex mujer. Allen, dijo entonces, y ha vuelto a decir ahora que las acusaciones de Dylan no eran más que el resultado de una niña vulnerable manipulada por su madre. Nunca hubo juicio. El médico que la examinó no encontró pruebas concluyente. El policía que investigó el caso habló sin embargo de causa probable y el fiscal decidió no presentar cargos, en parte, explicó, porque las pruebas no eran contundentes, en parte por el devastador efecto mediático que imaginaba tendría el juicio sobre una niña pequeña. Allen no fue acusado pero perdió la custodia de su hija y los derechos de visita.
Desde entonces y hasta ahora, Dylan Farrow ha mantenido las acusaciones. Desde entonces, y hasta ahora, Woody Allen ha rodado 27 películas, algunas de ellas en España, ha recibido el Príncipe de Asturias de las Artes, ha ganado un Oscar. Su carrera ha continuado indemne con proyectos brillante como Blue Jasmine o Misterioso Asesinato en Mahattan. Sostenida con premios, con reconocimiento pero sobre todo, con magníficos actores siempre dispuestos a ponerse a sus órdenes, priorizar sus rodajes, renunciar a sueldos millonarios: Kate Winslet, Mira Sorvino, Jude Law, Scarlett Johansson, Sean Penn, Uma Thurmann… ¿Qué ha cambiado? ¿Una entrevista en televisión que recuperaba el mismo e ingnorado testimonio? ¿Tiempos mediáticos propicios? ¿la urgencia de seguirlos? ¿publicistas asustados? ¿una industria arrepentida? ¿una industria huyendo hacia adelante? ¿una sociedad milagrosamente renovada y redimida?
Y una última pregunta, ¿qué determina que una niña agredida sea ignorada o que la carrera de un hombre inocente se destruya en una semana? ¿nos mueve la cobardía, la hipocresía o una aterradora frivolidad? Me temo que la respuesta, como en la mayoría de las encuestas que no sirven para nada, sea el socorrido: “Todas las anteriores”.