En Pamplona, Michael Robinson era la camiseta rota tras un forcejeo con el rival, arriesgar la rodilla en cualquier balón y celebrar los goles encaramado a Graderío Sur, donde los ultras jaleaban a su coloso, "al bueno de Robin", aquel delantero que llegó de las islas británicas para salvar a Osasuna del descenso. "Para que bajemos a Segunda, tendrían que matarme en el campo", llegó a decir en una entrevista. Y esa entrega le consolidó en muy poco tiempo como el favorito de una afición que vibraba en ese estadio a la inglesa, separadas las butacas del césped por unas vallas verde oscuro.
Casi treinta años después, el ahora presentador le dijo a Risto Mejide a lomos de su Chester: "No he sido capaz de perdonar a Osasuna. No me considero rencoroso, tampoco bélico, pero que hicieran eso a mi hijo de siete años...".
Robinson se refería a un episodio transcurrido el 20 de marzo de 1992. Regresaba a El Sadar ya como narrador y había pedido a la gerencia del club que su hijo Liam pudiera fotografiarse con la camiseta rojilla en el terreno de juego. A última hora, cuando su pequeño ya cogía la mano del capitán de Osasuna, la institución cortó por lo sano. Y es cierto. Pero Robinson no contó a Risto la segunda mitad de la historia, la del remiendo, la del presidente que logró que el delantero de Leicester volviera a pisar con una sonrisa el verde de Pamplona y que su hijo, finalmente, se enfundara la elástica osasunista ante la grada. Porque eso ocurrió.
La noche del desencuentro
Aquel día de marzo de 1992, Osasuna recibía al Atlético de Madrid de Jesús Gil. Según recuerda Fernando Ciordia en Diario de Navarra, el encuentro fue de lo más accidentado: una peineta de Luis Aragonés al árbitro, Pipi Estrada detenido por la Policía... Y aquella escena del túnel de vestuarios que tanto escoció a Robinson. Su mujer esperaba con el pequeño Liam. Pocos minutos antes de empezar el partido, las autoridades del club echaron por tierra la fotografía pactada. Les sorprendió porque Robinson había realizado la petición por carta y recibido el "sí" de la gerencia. Osasuna alegó que, al ser un partido televisado, el protocolo aconsejaba no permitir las fotografías de los niños. Un grave error de cálculo, teniendo en cuenta que ya se había pactado el encuentro. Así se rompió el idilio entre el delantero y su primer club en España, al que calificó de algo "limpio y decente", por el que sintió que "debía correr hasta morir". Ocho años después llegó la segunda parte de esta historia, que no apareció en la charla Robinson-Risto.
El día de la "reconciliación"
En el 2000, Javier Miranda, presidente del club, no concebía que la relación Osasuna-Robinson terminara en divorcio. Aprobó en Junta Directiva otorgar al exjugador la insignia de Oro y Brillantes, la mayor condecoración del club. Aquella noche, visiblemente emocionado, el ya presentador resumió: "Se me han congelado las lágrimas". La grada celebraba el gesto de la directiva con una pancarta: "Robin, más vale tarde que nunca". Entonces, ¿por qué Robinson le dijo a Risto que no había perdonado a Osasuna?
"Si te soy sincero, a mí me sorprendió mucho", cuenta a este periódico Pedro Mari Zabalza, entrenador de Robinson en Osasuna e invitado al programa de Cuatro durante la entrevista. "Me parece absurdo y un error que se le negara la foto a su hijo, no sé qué pudo pasar, pero en líneas generales, creo que en Pamplona se le trató muy bien y que Robin, en el fondo, tiene un grato recuerdo".
"Robin fue injusto con Osasuna"
Zabalza, también exjugador del Fútbol Club Barcelona, considera que Robinson "exageró las cosas" y terminó siendo "injusto". "Si acepté ir al programa es porque guardo un gran recuerdo de él, como tantos en Pamplona. Era un jugador honrado, daba en el campo todo lo que tenía. Muy corpulento, bien por arriba, y sobre todo carisma. Cuando marcaba, tenía guardada alguna celebración para la gente".
Javier Miranda, presidente que planeó el homenaje para cerrar la herida de Robinson, explica a EL ESPAÑOL: "Fue una forma de devolver lo que en su día no se le dio". De sus palabras se desprende que la institución, aunque con directiva distinta, fue consciente del error cometido en 1992. "Michael llegó cuando la grada estaba un poco alicaída y nos levantó a todos, fue una revolución. Yo entonces creí que, con la insignia y la visita de su hijo, le quitamos la espina que tenía clavada".
Miranda, que no ha visto el programa, espera que esto se quede en el chascarrillo, que Robinson exponga otro parecer: "Yo, antes que presidente, fui aficionado. Tengo grandísimos recuerdos de él. Le concedimos la insignia porque queremos que sea nuestro gran embajador allí donde vaya. Le animo a que lo siga siendo".
"Un hombre de mucho temperamento"
El expresidente, quizá dolido por las últimas palabras de Robinson, "un hombre de temperamento", se despide con un elogio para el presentador: "En su tercera temporada, cuando se quedó cojo, renunció a su contrato. Podía haberse quedado cobrando y sin jugar, como hacen tantos otros. Fue muy honesto".
El tercer y último protagonista de la fotografía que encabeza este artículo es José Manuel Mateo, capitán de Osasuna en el 2000. "Estoy un poco sorprendido. No sé si hay algo más de fondo. Me acuerdo perfectamente de aquel día. De niño, yo iba al fútbol con mi padre y Robinson era una referencia, ese jugador aguerrido que luchaba todos los balones. Pensé que con el acto de Miranda se cerró la herida".
Como Pedro Mari Zabalza, Javier Miranda y Mateo, cientos de aficionados difundían extrañados el titular que arrojó Michael Robinson sobre el Chester: "No he podido perdonar a Osasuna". ¿Qué ocurrió exactamente en el túnel de vestuarios? ¿Por qué Robinson no es capaz de perdonar al que fue su primer club en La Liga?