El chico ronda el metro noventa de altura y no alcanza los 70 kilos. Está escuálido. De cerca se le ven los pómulos marcados, la picadura de los dientes saliendo de las encías y los ojos llenos de finísimos ríos de sangre. Tiene 30 años y alguna mella en la dentadura. Dice que se fumó su primer porro a los ocho. Luego vinieron las rayas de coca, la heroína fumada, el rebujito...
Son las 23.55 horas de la noche del pasado lunes 9 de abril. Cádiz capital. Llovizna y sopla el viento. La noche es fría. Por las calles casi no circulan coches. Sólo algunas sombras deambulan por las aceras. La mayoría son esqueletos andantes que apenas comen ni duermen. Sólo consumen.
El joven, vecino del Cerro del Moro, una deprimida barriada de la capital gaditana, está impaciente. En los siguientes tres minutos entra y sale varias veces de un cajero de La Caixa ubicado en la avenida Segunda Aguada. Introduce su libreta de ahorros, mira si el Estado le ha ingresado ya los 430 euros de la ayuda social y la vuelve a sacar. Los 10 de cada mes son días de cobro. Y al reloj le quedan unos segundos para dar las doce de la noche.
- Nada todavía. Hay veces que el dinero llega unos minutos antes del cambio de día. Hoy parece que no.
Una pareja se acerca caminando a ese mismo cajero mientras el chico de 30 años espera en la puerta de la oficina bancaria a que el ingreso aparezca reflejado en su libreta. Él lleva una litrona de cerveza en la mano. Ella, pelo oscuro, se la agarra y le da un sorbo. Tienen poco más de 30 años.
- ¿Podemos pasar?- preguntan.
- Sí, sí, pero todavía no hay nada- les responde el chico espigado, que sabe a lo que vienen.
Los novios entran en la sucursal y meten su libreta por la ranura del cajero. Prueba ella. Prueba él. No hay suerte. Son las 00.02 horas del martes 10 de abril. Las arcas del Estado parece que siguen dormidas. Habrá que seguir esperando unos minutos más.
A unos 500 metros de este cajero hay otra oficina de La Caixa que tiene dos máquinas para sacar dinero. Está en la misma acera de esta misma avenida. Ya hay cola cuando llega el reportero. Dos toxicómanos han venido en bici. Otro, a pie. Un cuarto, en coche. Luego llega, también caminando, una quinta.
Son las 00.18 horas. Parece que ya hay liquidez. Cuando uno saca, le releva el siguiente. Cuando uno se va, llega otro. Los yonquis disponen de cash. Están tan ensimismados que ninguno se percata de que hay un fotógrafo disparando con su cámara a sólo tres metros de ellos.
“Súbete al bus que va a Sanlúcar”
Uno de los toxicómanos se llama David. Apenas le quedan dientes en la boca. Tiene 46 años. Cualquiera diría que tiene más de 70. Ha venido en bici junto a su novia. Ella no está tan deteriorada como él por los efectos de la droga.
- ¿Por qué estas colas?- le pregunta el periodista a David.
- Yo necesito el dinero para consumir. Otros se van esta misma noche o mañana a Sanlúcar. Súbete mañana en el bus que lleva hasta allí.
- ¿Por qué?
- Ya lo verás.
En realidad, el reportero ya conoce qué sucede en Sanlúcar de Barrameda, un pueblo de la costa norte de la provincia de Cádiz. Allí, los traficantes de droga atraen con sus bajos precios a los toxicómanos de afuera de la localidad. Con un inversión de 90 euros, les entregan 15 papelinas de rebujito (un cóctel de heroína y cocaína) y, además, les dan otra de regalo. Es decir, 16 en total. Cada una les sale a seis euros. En Cádiz cuesta diez, cuatro euros más. Pero el negocio no está ahí.
Los días 10 cada mes, recién cobrados los 430 euros de la ayuda estatal a los parados de larga duración, los toxicómanos viajan por carretera hasta Sanlúcar para destinar gran parte de ese dinero a la compra de rebujito.
Muchos, simplemente, lo hacen para consumir más barato y estirar su dinero. Pero otros muchos también invierten 90, 180, 270, 360 y hasta 450 euros -si antes ya disponían de 20 más-. Luego, según su inversión, se traen de vuelta 16, 32, 48, 60, 72 papelinas… Esa droga, que suelen introducírselas en el ano en pequeñas bolsas de plástico para burlar a la Policía, en Cádiz la venden a 10 euros la dosis, cuando a ellos les ha costado seis. De esta forma, logran consumir y a la vez revender para volver a financiarse.
Con las ganancias que obtienen, los yonquis consiguen mantenerse con dinero durante más tiempo. “Es sencillo”, explica un policía del grupo de pequeño tráfico de UDYCO en Cádiz. “Con una inversión de 90 euros en Sanlúcar, ellos obtienen 160 euros en la capital. Así consiguen 70 de beneficio. Por eso los días 10 de cada mes el autobús que une ambos sitios va repleto de zombies”.
EL ESPAÑOL realiza el viaje de ida y vuelta entre Cádiz y Sanlúcar. A bordo del bus de la droga y recorriendo después las calles sanluqueñas, los toxicómanos conducen a un equipo de este medio hasta dos puntos de venta de mercancía. En apenas 4 horas, los 430 euros de la ayuda social se han convertido en decenas de papelinas de rebujito, el estupefaciente que de nuevo se ha puesto de moda en Andalucía.
Aunque existen incontables puntos de venta como este en toda España, lo novedoso del de Sanlúcar es que, debido a sus bajos precios, los drogadictos han encontrado una fórmula para financiar su propio consumo invirtiendo cada mes gran parte de la ayuda que les ingresa el Estado español como desempleados de larga duración.
Dos opciones: la cunda o el autobús
Martes 10 de abril. 09.55 de la mañana. Estación de autobuses de Cádiz. En cinco minutos parte uno de los vehículos colectivos que hace el trayecto entre la capital y Sanlúcar de Barrameda. El billete de ida y vuelta cuesta 10,40 euros. Una decena de turistas pagan su ticket y suben a bordo. No se ve llegar a nadie que tenga la imagen de drogadicto.
“Hay veces que se suben en las paradas que hacemos por la ciudad, así despistan a los policías, que aquí ya los tienen vigilados”, dice el conductor del autobús. “Siempre se suben unos cuantos. Los fines de semana, cuando hay menor frecuencia de paso, cada vez que vamos a Sanlúcar viajan entre ocho y doce. Un día normal son cuatro o cinco”.
Son las 10 en punto. Parte el autobús. El fotógrafo de EL ESPAÑOL va dentro. Tres paradas más adelante un hombre con sudadera roja, cabeza rapada y rostro afilado le paga al conductor y se acomoda en un sillón a mitad de vehículo. Es uno de los zombies que van a Sanlúcar. Se llama Agustín (nombre distinto al real). Horas más tarde pedirá que no se desvele su verdadera identidad.
El autobús recorre en tres cuartos de hora los poco más de 40 kilómetros que separan Cádiz y Sanlúcar. Hace varias paradas durante el trayecto ya que pasa por El Puerto de Santa María. Agustín va tranquilo. Apoya la cabeza en el cristal, se recosta…
Agustín ha optado por el autobús. Otros ni siquiera esperan a la mañana de los días 10. Muchos, cuando ya tienen los 430 euros en el bolsillo, de madrugada se suben en un coche lleno de drogadictos. Las conocidas cundas. Pero este otro método de transporte resulta más caro que el bus. El dueño del vehículo cobra 10 euros por persona y dos de las papelas que compra la gente que traslada.
‘Rebujito’, 25 años en España
El rebujito lleva en torno a 25 años en España, quizás más, aunque hasta hace una década su consumo se restringía a los toxicómanos más deteriorados, principalmente a los consumidores de heroína: era una forma de combatir el mono y de mantenerse despierto.
Se piensa que el rebujao, como también se le conoce, llegó desde Londres bajo el nombre de speedball. Una vez en España, su consumo se focalizó en las grandes capitales (Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla).
Un policía especializado en la lucha contra el pequeño tráfico de drogas en Cádiz cuenta que, probablemente, su aterrizaje en este país se produjo de la mano de los clanes gitanos que operan en el barrio malagueño de Palma-Palmilla, conectados a su vez con los narcotraficantes sevillanos de heroína. Ellos fueron quienes lo extendieron por el resto del país.
Sólo en los últimos cinco años (2013-2018), el grupo UDYCO de pequeño tráfico de la Policía Nacional en Cádiz ha detenido a 350 proveedores, la mayoría en la capital. El año pasado fueron 55. Casi el 100% de ellos distribuía rebujito.
Los toxicómanos no le temen a la lluvia
Al llegar a Sanlúcar, el autobús de la droga se detiene en una parada que hay junto al estadio en el que juega el equipo de la localidad. A ambos lados de la carretera hay dos ventas (restaurantes). La mañana del martes se ha levantado con un cielo plomizo. A diferencia de la noche anterior, que chispeaba, hoy llueve sin cesar durante horas. El viento sigue ahí, incordiando.
Pero nada retiene a Agustín. El hombre de sudadera roja desciende del autobús junto a un amigo. Su compañero viste un vaquero y una chaqueta azul que cubre la ropa que lleva debajo. Al poco de poner un pie en la calle y comenzar a caminar, los dos amigos cogen dos cajas de cartón que hay en la puerta de una tienda de comestibles. Las rompen, las extienden y se las colocan encima de sus respectivas cabezas para protegerse de la lluvia.
Los dos toxicómanos caminan como zombies por las calles de Sanlúcar. No se detienen a hablar con nadie. No paran a tomar un café en un bar. Han venido a lo que han venido y no quieren entretenerse. El de la sudadera roja siempre va delante. De vez en cuando gira la cabeza para ver si su amigo, que cojea de una pierna, le sigue ritmo.
Tras 15 minutos a pie y después de girar por varias calles, los dos drogadictos llegan a un punto de venta de la Calle La Siembra, en la barriada Cruz de Mayo. Los dos amigos acceden a un portal y se adentran en un narcopiso. No se les vuelve a ver hasta que no salen minutos después. Se desconoce qué cantidad han comprado.
Ancianos, mujeres jóvenes, padres de familia
EL ESPAÑOL da con otro punto de venta en esta misma barriada sanluqueña. Las calles de Cruz de Mayo se han convertido en un supermercado de la droga. Cerca de allí, frente a un quiosco en el que venden golosinas y tabaco, hay otra sucursal.
Fuentes policiales explican que, aunque en estos sitios también se vende cocaína y heroína por gramos, lo que más se está consumiendo en la actualidad es el rebujito. “Los traficantes lo han socializado. Venden una papelina de una décima de gramo a seis euros. El enganchado, en cuanto los consigue, acude allí. Y sin darse cuenta sigue creciendo aún más su dependencia”, explican desde la Policía Nacional.
Frente al quiosco, en plena calle, hay una reja verde del tamaño de una puerta. Tiene un ventanuco situado a un metro y medio de altura. Del otro lado, una persona a la que no se le ve el rostro atiende los pedidos.
Afuera, la cola de yonquis es continua. Siempre hay una o dos personas esperando. Así, casi las 24 horas del día. Una máquina de hacer dinero. Algunos clientes piden una pequeña cantidad de dosis. Otros, los 430 euros de la paga del Estado. Sobre todo son los que proceden de Cádiz. Saben que luego la revenderán a un precio superior y que con esas ganancias se costearán sus propios chutes.
En los siguientes 15 minutos pasan por ese ventanuco un anciano octogenario, una treintañera, una joven de unos 20 años, un hombre que no tiene más de 50, un par de chavales que no superan los 30… Algunos de ellos, los que no han comprado sólo para su consumo, se ocultan luego en cualquier esquina o en un bar. Una vez allí, esconden la droga entre sus ropas o la introducen en el ano. Después, de nuevo se marchan hacia Cádiz.
Agustín y su amigo entraron en prisión por narcomenudeo
Son las 13.15 horas del martes 10 de abril. Agustín y su amigo se suben al autobús que los ha de devolver a Cádiz. 45 minutos después, sobre las dos de la tarde, se bajan en la primera parada que hay en la capital gaditana. Descienden del autobús frente al hospital Puerta del Mar, en la avenida Ana de Viya. Ambos acceden a hablar con el periodista durante unos minutos.
Agustín tiene 45 años. Cuenta que empezó a fumar a los ocho o nueve, no recuerda con exactitud. Diez más tarde se enganchó a la heroína. Ha intentado varias veces quitarse de la droga. Siempre ha recaído tras estar meses sin probarla. Pasó tres años en prisión porque tenía un punto de venta de heroína. Ahora consume rebujito en plata. Dice que ya no trapichea, aunque no se sabe si es cierto o no.
El hombre dice que sólo ha ido a Sanlúcar a comprar cuatro papelinas de rebujito. “Nada más. Me he fumado dos allí y dos que me he traído”. Resulta difícil de creer. A seis euros la dosis, más los 10,40 euros que cuesta el autobús, se habría gastado 34,40 euros.
Si llega a comprar esas cuatro dosis en Cádiz, habría pagado 40 euros. Resulta extraño que haya perdido toda la mañana para ahorrarse 5,60 euros. Pero él insiste. “Yo no trafico ya. El narcomenudeo, como se suele decir, ya no lo toco desde que salí de prisión”.
- ¿Dónde has comprado hoy?
- En un piso. He subido una escalerita, la puerta estaba abierta. Entra quien quiere. Allí parecía que estaban vendiendo caramelos.
- ¿Conoces a alguien que los días 10 de cada mes vaya a Sanlúcar a traerse rebujito que luego revende?
- Claro. Hay muchos. Cobran la paga y lo invierten. Luego, aquí, cada dosis la vende a diez euros. Se gana cuatro limpios.
Jacinto (nombre distinto al real) tiene 49 años. Como su amigo Agustín, también es de Cádiz. Y como él ha pasado tres años en prisión por tener un punto de venta de droga en la ciudad. Jacinto se enganchó a la heroína a los 27 años. Está divorciado. Tiene tres hijos. Vive con una de sus hijas y con su nieta. Saben que consume. Dice que ha comprado cuatro papelas.
Jacinto conoce bien el negocio, aunque también niega que trafique a pequeña escala. Si lo reconocieran él o Fernando, estarían admitiendo la comisión de un delito. Jacinto cuenta que ha ido a Sanlúcar porque ha cobrado esta misma mañana los 430 euros que le ingresa el Estado mensualmente.
- ¿Nunca vais en cunda?
- No, sale caro. El conductor nos pide diez euros y dos papelas.
- ¿Cada cuántos días vas a Sanlúcar?
- Los días 10 de todos los meses. Siempre igual.
- ¿Y no has comprado más cantidad? ¿Sólo cuatro? Es difícil de creer que sólo hayas ido a eso. ¿Seguro que no has traído más?
- De verdad. Me he fumado las cuatro allí.
Mientras el reportero habla con Jacinto, su amigo Agustín se fuma una papela de rebujito. Saca la dosis y la calienta con un mechero. Luego, inhala el humo con la punta de un pitillo de papel de plata. Por sus venas comienza a correr la droga. “Adiós”, dicen los dos amigos, que se pierden entre el bullicio de la ciudad.