El señor Clemente soñó que al morir volvería a la tierra, pero sólo lo consiguió a medias. Para el día en que abandonase este mundo, otorgó a su mujer y a su hijo unas instrucciones muy concretas sobre lo que debían hacer con lo que quedase de su cuerpo. Primero, quería que lo incinerasen. Después, que introdujeran los restos en una urna. Habrían de llevarlos a un aparte, a un secarral del pueblo cercano a la casa en la que vivía la familia. Más tarde, tras plantar un árbol, era preciso vaciar el contenido de ese jarrón funerario en el suelo, donde la planta comenzaría a crecer.
El árbol echaría raíces con el paso de los años. Las cenizas de quien acababa de irse servirían de abono a un nuevo ser vivo. Y ahí, como en una especie de reencarnación budista, el señor Clemente descansaría para siempre bajo la sombra de un árbol. De la tierra a la tierra. Sin embargo, en el transcurso de aquella operación, algo salió mal. No todos dentro de aquella familia estaban conformes con el rito escogido en testamento por el viejo Clemente. Por eso se armó la que se armó.
Del entierro de un familiar puede, en ocasiones, surgir una situación de auténtico riesgo, algo incluso atroz. Es entendible, con los nervios se encuentran a flor de piel. De este modo, es sencillo que en ese instante, cuando los restos del muerto se preparan ya para descansar bajo tierra (o dentro de una pequeña urna), todo pueda saltar por los aires. Y si no, que se lo pregunten a Doroteo y a Mari José. Enterrar a Clemente, su padre y esposo respectivamente, resultó ser toda una odisea, una batalla judicial con la otra mitad de la familia por las cenizas del difunto, en lugar en el que enterrarlo y el modo en el que debían hacerlo.
Doroteo y Mari José son de un pequeño pueblo de Murcia llamado Abanilla, apenas 3.000 habitantes al norte de la región. Encaramada a la frontera con la Comunidad Valenciana, Abanilla está situado en el punto más alto de la sierra de Quibas. A 972 metros de altitud, la zona cuenta con la mayor densidad de canteras de toda Murcia.
Allí se produjo hace cinco años una intensa trifulca en la que casi se llega a las manos y en la que al final no quedó otra que llegar a los juzgados. Una parte de la familia denunció a la otra y así seguían desde entonces y hasta ahora. En el momento en que iban a cumplir los deseos de Clemente, la otra parte de la familia se interpuso, trató de quitarles la urna con las cenizas pero la cosa salió realmente mal. Desde entonces, Doroteo y Mari Jose litigan contra algunos miembros de la familia del difunto.
Llevan años interponiendo denuncias por profanar la urna con los restos de Clemente en el momento del entierro. Ahora, la Audiencia Provincial de Murcia les vuelve a quitar la razón. La instancia regional desestimó hace unas semanas el recurso interpuesto por esposa e hijo en los juzgados de Cieza. La justicia sigue sin ver profanación.
Así, madre e hijo han pasado los últimos años a salto de mata, de juzgado en juzgado, tratando de culpabilizar a la otra parte de la familia de este suceso tan surrealista. EL ESPAÑOL reconstruye, cinco años después, con el asunto todavía candente, los hechos que dinamitaron una familia entera en un pueblo al norte de Murcia. Y todo por unas pocas cenizas, las cenizas de un pobre difunto, las cenizas de la discordia. Las del patriarca de la familia.
Los hechos
El día de la discordia es el 2 de noviembre del año 2013. Jornadas atrás, el 22 de octubre, a Mari José se le muere su amor, Clemente. Un marido bueno que deja un testamento en apariencia bastante claro. En él, el hombre detalló lo que era preciso hacer cuando ya no estuviese con ellos.
Había un detalle en apariencia bastante claro de lo que aquel hombre quería que se hiciese con sus cenizas: deseaba ser enterrado en el suelo, en la tierra alrededor de un árbol recién plantado en el momento del oficio funerario. Así, sus cenizas permanecerían de nuevo para siempre.
¿Qué pasó durante aquel entierro? ¿Cómo se torció todo? Ese día Doroteo y Mari José llevan consigo la urna con las cenizas. Junto a ellos, Sonsoles, la otra hija del fallecido, es quien porta el jarrón con los restos de su padre. Tienen la intención de proceder a depositarlas en la tierra. En esas andaban cuando aparecieron en el mismo sitio varios familiares directos del señor Clemente: por un lado, don Francisco y doña Purificación (abuelos paternos); por el otro, doña Benita y don Gervasio (tíos paternos).
Hay una breve conversación, apenas unas palabras, y después, según la versión de Doroteo y Mari José, los padres y los hermanos del fallecido les arrebatan por la fuerza la urna con las cenizas. Con sus propias manos, empiezan a extraer del interior de la urna los restos polvorientos, lo que queda de Don Clemente, e impiden que sea enterrado junto al árbol que madre e hijo acaban de plantar.
Los cuatro tienen intención de apoderarse de aquellas cenizas. Es Sonsoles, su hija, quien las transporta. Las cuatro personas que acaban de llegar (dice la sentencia a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL) dicen que quieren una parte de las cenizas. No les dicen para qué. No obtienen respuesta, así que sin mediar palabra, los tíos de la muchacha logran hacerse con la urna y empiezan a repartir las cenizas. Cada uno, no pierde el tiempo y rapiña lo que puede, guardando la ceniza en otras pequeñas urnitas mucho más particulares: llevaban consigo cajas de madera para puros o cigarros habanos; también simples latas de conserva, como si fueran mejillones. En pocos minutos, una parte de los restos de Don Clemente pasan a estar encerrados en este nuevo tipo de recipiente.
Sin embargo, en medio del forcejeo, la urna que Sonsoles lleva en sus brazos salta por los aires y cae al suelo. Las dos partes de la familia se arrojan al suelo sobre ellas para recuperarlas. Doroteo advierte cómo todo se está desmadrando, así que insiste a su madre y su hermana para que se vayan de allí. Acaban por meterse en el coche y se llevan la urna con la mitad de las cenizas. El resto han sido derramadas. El jarrón no se rompió; la familia, sí. Quién sabe: quizás ya estuviera rota de antes.
Los asaltantes contradicen la versión
Años después comenzaron los pleitos, y ahí también llegaron los desacuerdos en torno a las cenizas de la discordia. Don Francisco y doña Purificación, los padres del fallecido don Clemente, se explicaron: ya les dijimos algunas veces que queríamos una parte de las cenizas de papá, dijeron. Sin embargo, Doroteo y Mari Jose se negaron. Madre e hijo tan solo iban a tener en cuenta la opinión del viejo progenitor, del esposo perdido.
Pese a todo, una denuncia llegó a sus casas de parte de Doroteo y de Mari José por lo que había pasado ese día. Madre e hijo les denunciaban por intento de profanación, un grave delito recogido en el 526 del Código Penal.
Francisco dijo también ante el juez que la versión de Doroteo era absolutamente falsa. No hubo latas de conserva para coger las cenizas. La sentencia tampoco especifica el lugar en el que este hombre se las levó.
Entretanto, Benita (tía paterna del hombre) dijo que el día de los hechos fueron todos al pueblo de Abanilla, y que fue Sonsoles, la que llevaba las urnas, quien se la dejó un momento para que cogiese dos puñados de ceniza y las volcase en un pequeño cofre que llevaba. En ese momento, según la versión de esta mujer, Sonsoles comenzó a llamarle ladrona, a insultarle y a tratar de arrebatarle las cenizas. Ahí se formó, dijo la acusada, todo el jaleo.
La extraña moda de convertir en árboles a los difuntos
Lo que pedía el señor Clemente no era una extravagancia exótica y rural, sino que empieza a ser algo de lo que se está empezando a hablar. Hace unos meses, una empresa austríaca lanzó al mercado una nueva posibilidad, muy parecida a esta, de enterrar las cenizas del difunto de la familia. La empresa lanzaba al mercado el pasado octubre una maceta en la que depositar las cenizas, sirviendo estas como fertilizantes de una especie vegetal. El fallecido pasando a mejor vida, por decirlo así, en forma de árbol.
Los hechos, dice el juez “indudablemente tienen honda trascendencia personal y familiar. Sin embargo, a la vista de las explicaciones dadas por los denunciados en cuanto a que su actuación fue guiada por lazos familiares y que al final decidieron dejar las cenizas en el lugar, al lado del campo, con independencia de las posibles irregularidades que se hayan podido cometer al respecto, lo cierto es que los hechos denunciados no tendrían encaje en ningún de los comportamientos recogidos en el tipo del artículo 526 del Código Penal”.
Resumido: según el magistrado, los familiares que intentaron meter a Clemente en latas de conserva no cometieron ningún delito relacionado con la profanación. Al todos los jueces por los que ha pasado el caso, esa acusación les ha parecido siempre excesiva.
“Polvo serán más polvo enamorado”, proclamaba Quevedo. Desde luego, lo que queda de Don Clemente, allá donde esté, es apenas un pequeño montón de ceniza, de polvo. Pero amor, lo que viene siendo amor, no parece que sea algo que se respire en lo que queda de su familia.