Mediados de los noventa. Un día cualquiera. Por la noche y en una taberna a orillas del Palacio Real. En el reservado, varios treintañeros encamisados escuchan el discurso de un sociólogo, quizá un director de periódico, un ministro o un empresario. La mayoría acaba de llegar a Madrid en calidad de diputado, asesor o concejal. Todos comparten una ferviente admiración por José María Aznar, líder de la oposición a punto de tomar La Moncloa. Engullido el postre, pagan a escote e invitan al ponente. También le regalan una polvera con la réplica de la Constitución de Cádiz en su interior, como la distribuían furtivamente los liberales de 1812.
Uno de los que brinda es Tomás Burgos Gallego (Valladolid, 1962), presidente de Nuevas Generaciones. Pelo negro, rizado. Suele calzar americanas a rayas y corbatas estampadas. Faltan veinticinco años para que alcance su actual estatus: secretario de Estado de la Seguridad Social. En su primera ficha para el Congreso -1993- ha colado una “licenciatura en Medicina” que no tiene. Mantendrá la mentira durante tres legislaturas, hasta 2004, cuando la hizo desaparecer. En 2011 llenará el vacío con una media verdad: “Medicina y cirugía”.
“Contigo empezó todo, Tomás”, se masca en círculos populares. Mucho antes que Cifuentes, fue el primer gran alto cargo del PP en someter su currículum a una liposucción. En 2012 vinieron mal dadas y la licenciatura fantasma quedó desnuda. Aunque el adelgazamiento “titulítico” de Burgos tocó techo en 2016: borró toda su formación -la mención medicinal y casi media docena de másteres- de su ficha de diputado hasta quedarse “soltero”. A secas.
El borrador pasó por encima de un “Máster ejecutivo en Gestión Sanitaria por la Universidad Antonio de Nebrija”, un “diploma en Dirección de Instituciones Sanitarias por el IESE” y otros dos de carácter similar cursados en el IE y en ESADE. Estos centros, consultados por EL ESPAÑOL y a tenor de la ley de protección de datos, no pueden revelar si Burgos cursó estas titulaciones. Tampoco lo desmienten. Se limitan a afirmar que, al tratarse de diplomas propios, no exigen la licenciatura para la matriculación.
El entorno del secretario facilita como prueba para este reportaje los papeles correspondientes y en regla. Si los tiene, ¿por qué los eliminó? “Los quitó de su última ficha, que redactó muy de pasada porque sabía que iba a ser renombrado secretario de Estado y que iba a dejar el Congreso”, responden fuentes cercanas al secretario.
De "licenciado" a "formación universitaria"
En su currículum oficial, el del propio ministerio, todavía figuran los títulos y la “formación universitaria en Medicina por la Universidad de Valladolid”. “Sólo le faltaron dos asignaturas”, cuentan en su equipo. Un amigo desgrana: “Si no me falla la memoria, le nombraron portavoz adjunto en las Cortes de Castilla y León, donde era diputado. Se le acumuló el trabajo y no pudo terminar”.
Su carta de presentación oficial, a pesar de lo arduo del nombre, denota gruesas responsabilidades: “Dirección y coordinación de la gestión de los recursos financieros y gastos de la Seguridad Social”, “Impulso y dirección de la ordenación jurídica del sistema de la Seguridad Social”, “Dirección y tutela de las entidades gestoras y servicios comunes de la Seguridad Social”.
En contra de lo que se ha publicado, la rectificación en tromba del secretario de Estado no tiene que ver con el escándalo Cifuentes. El paso atrás lo dio un par de años antes. Marcó el camino. “Cuando descubrieron el pastel, en 2012, Tomás tuvo mucha suerte. El rescate europeo amenazaba a España, la prima de riesgo estaba por las nubes… La mentira de su currículum era el menor de los problemas”, cuenta a este diario un renombrado diputado del PP de entonces.
La peña de La Polvera se presentaba en algunos círculos como los JASP del PP -Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados-. Reunidos en torno al dinámico Alejandro Agag, futuro yerno de Aznar y asesor en Moncloa, dieron un paso más. Fundaron el club de Becerril de la Sierra. “Creo que fue Alejandro el que propuso cambiar la cena mensual por un finde fuera de Madrid, con noches allí, mesas redondas… Lo pasábamos bien, éramos un grupo de amigos como otro cualquiera”, desgrana para EL ESPAÑOL uno de sus miembros. Pero de “cualquiera” tenían poco. El día de clausura, aparecía el propio Aznar al volante y en mangas de camisa para cerrar el “curso”. Le escuchaban con atención Tomás Burgos, Esteban González Pons, Juanma Moreno, Sigfrido Herráez, José Ignacio Echániz… La relación fue tan estrecha que el presidente organizó la última gran tertulia en Moncloa.
“Imagínate qué formación tenía el resto si se hacían llamar los JASP. Yo creo que eso acomplejó a Tomás y de ahí que inventara la licenciatura en Medicina”, discurre alguien que trabajó codo a codo con él. Durante muchos años, hasta 2012, se oía mucho aquello de “Tomás, que es médico”… Él nunca lo desmintió. Un íntimo amigo suyo, en cambio, le defiende: “Lo conozco desde principios de los noventa. Jamás dijo ser médico o haber ejercido la Medicina. Puede que otros lo dijeran, pero te aseguro que él no. De hecho, los de La Polvera y Becerril sabíamos que no había terminado la carrera”.
Su trabajo autonómico como procurador regional, portavoz adjunto y secretario general le granjeó una confortable llegada a Madrid. Incrustado en los dos clanes mencionados, pululó cerca del poder a sabiendas de que aquello le daría una oportunidad. “En el PP de Aznar, aquellos clubes de corte liberal estaban muy de moda. No se veían mal desde la presidencia. Muy pronto, Tomás, que siempre dejó entrever que era médico, viró hacia temas de Sanidad”. Varias publicaciones de este ámbito e incluso el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos le doraban la píldora como “licenciado”.
Consolidado en el Congreso, asumió, entre otras, la portavocía adjunta de Sanidad, la de la subcomisión parlamentaria para la consolidación del Sistema Nacional de Salud, la de consumo… Alguien que negoció con él lo describe como “una persona muy trabajadora y sensata”, aunque recalca: “Yo y todos los demás pensábamos que era médico. Quizá tuviera complejo, no lo sé, tampoco descarto que lo hiciera para poder crecer. Algunos puestos de la Administración requieren la licenciatura”. No es el caso de la secretaría de Estado, un cargo de confianza, en el que un dedo es suficiente.
El "inteligente" viraje de la Sanidad a la Seguridad Social
En 2002, con ojo clínico, Burgos abandonó la Sanidad para centrarse en la Seguridad Social. “Fue como el atleta que, de repente, deja de correr los mil metros y se pone a entrenar para los tres mil”, narra alguien que compartió grupo parlamentario con él. Hasta 2011, fecha de su nombramiento como secretario de Estado, quedó encargado de la valoración de los resultados del Pacto de Toledo; en concreto del “Análisis de los problemas estructurales del sistema de la Seguridad Social”. “Sabía que no había nadie en el PP muy centrado en ese asunto. Tomás era un parlamentario rocoso, con destreza argumental. Se puso a estudiar las pensiones, se lo curró mucho. Encontró su hueco, sabía que podría ascender”. Y acertó.
El 30 de diciembre de 2011, el Consejo de Ministros nombró a Tomás Burgos Gallego secretario de Estado de la Seguridad Social. Lo había conseguido. Además, lograba el puesto en una de las plazas más estables: Empleo. Fueron los papeles de aquel día los que pusieron a la prensa sobre la pista. El CV elaborado para la ocasión definía a Burgos como “médico y experto en gestión sanitaria”. Y no lo era, por lo menos lo primero.
La crisis, camión de bomberos
Publicado el escándalo, el equipo de Burgos endosó el muerto a la secretaría de Estado de Comunicación, encargada de recopilar y redactar ese material. No quedó claro de quién fue el error, pero ¿cómo no iba a confundirse el funcionario si durante once años Burgos se dijo licenciado en sus fichas del Congreso? La crisis asolaba el Gobierno y la agenda pública transcurría por otros derroteros. El inflado currículum quedó como una anécdota en el retrovisor.
El “nunca mintió” de sus amigos contrasta fieramente con el “siempre se presentó como médico” de quienes trabajaron con él. Afines y adversarios le definen como “trabajador”, pero estos mismos afines y adversarios reconocen la mentira de la licenciatura. El escándalo Cifuentes ha rociado con gasolina un currículum que ardió en su momento, pero que disfrutó de la crisis económica a modo de camión de bomberos.