En Huétor Santillán, a 15 kilómetros al noreste de Granada, hay un padre de 70 años con sed de venganza. Muchos de los 1.900 vecinos del pueblo, sobre todo los de mayor edad, saben que Juan José, el dueño de la carnicería El Sol, sueña con ver bajo tierra al asesino de su hija, Enrique Sánchez Madrid. También conocen que es él quien quiere darle el último empujón hacia el ataúd, aunque creen que nunca se atreverá.
Pero todos callan o lo cuentan sotto voce. En secreto. Con voz queda. “Lo ha dicho más de una vez, sí. Que no se morirá sin habérselo cargado antes”, dice un hombre que vive a unas cuantas puertas de Juan José. “¿Cómo se llama usted?”, pregunta el reportero. “Ah, no no. Nunca delataría al pobre Juan”.
“Lo tiene entre ceja y ceja”, dice ahora un señor de 80 años que tampoco desvela cómo se llama. “A su edad, ya lo tiene todo hecho y una sola obsesión. La pena es que no se lo cargó el otro día. ¿O tú qué harías si te matan a un hijo? Ese chico destrozó para siempre a toda una familia”.
Muy pocos se atreven en Huétor a decir abiertamente algo que los ancianos del lugar trataban de mantener en secreto -su secreto- y que no saliera del pueblo. En cambio, uno de los que no se esconden es Atanasio Sánchez Madrid, hermano del asesino que en mayo de 1985 intentó violar y luego lanzó a un pozo aún con vida a Anabel, la hija de cuatro años del carnicero. Era su única niña entre cinco hijos varones.
“Se la tiene jurada desde el mismo día que mató a la niña”, dice Atanasio la tarde del pasado martes, sentado en un poyete de la plaza principal del pueblo. A esta hora, cuando los niños empiezan a recogerse del parque, corre viento fresco en Huétor. Las montañas de Sierra Nevada, que se ven desde aquí, aún conservan la nieve del invierno.
“Se lo dijo muchas veces a mi difunta madre -recuerda Atanasio, bigote cano, bastón para caminar-. Yo también lo escuché. Si la veía por la calle o en cualquier sitio, le decía: ‘Señora, me da igual el tiempo que pase. Cuando [Enrique] salga de la cárcel, me lo levanto’. Y el otro día estuvo a punto de conseguirlo”.
¿Un robo fortuito? ¿O intentó matarlo?
Atanasio se refiere al incidente del pasado viernes 13 de abril. Juan José Fernández había acompañado a uno de sus cinco hijos varones, dos de ellos policías, a una clínica de Granada para visitar al traumatólogo. El reloj rondaba las 13 horas.
Varios comerciantes de los alrededores cuentan al reportero que escucharon de repente, entre las miradas sorprendidas de los viandantes, el grito desesperado de un hombre: “¡Quitádmelo de encima, que me mata, que me mata!”.
Al salir a la calle, vieron a dos hombres peleándose justo en la entrada del garaje de un edificio de la calle Pedro Antonio de Alarcón de la capital granadina. Según estos testigos, uno de ellos empuñaba un cuchillo. Era Juan José. El otro tenía la cara, la cabeza y las manos ensangrentadas. Era un gorrilla de los alrededores. Se llamaba Enrique. Sus apellidos, Sánchez Madrid.
El agredido, de 54 años, era el hombre que mató a la hija del carnicero jubilado. Tras salir de la cárcel, hacía tiempo que comía en comedores sociales y malvivía por las calles de Granada. Se ganaba la vida aparcando coches y llevándose alguna propina. 33 años después, todo parecía indicar una cosa: Juan José buscaba venganza a la muerte de su niña. Habían pasado 12.012 días.
La Policía llegó al lugar de los hechos en apenas un par de minutos. El carnicero quedó detenido. A duras penas logró prestar declaración ante los agentes. Al día siguiente quedó en libertad con cargos. Una ambulancia trasladó al asesino de su hija a un hospital de la ciudad, donde le trataron las heridas. Presentaba diversos cortes en manos, rostro y cabeza.
Pero para algunos, lo que parece evidente fue una mera casualidad. Según explica Francisco Mellado, abogado de Juan José Fernández, la pelea entre su defendido y el hombre que mató a su hija no estuvo motivada por la supuesta sed de venganza del carnicero jubilado. Juan José tiene mala salud -ha sufrido tres ictus y una angina de pecho-, apenas ve de un ojo y padece cataratas en el otro.
Según el relato del letrado, el padre de Anabel contó que el encuentro fue “casual”, que su hijo le dijo que saliera de la clínica y que lo esperase en el coche -aunque en un primer momento explicó que estaba pagando el ticket de la Zona Azul- y que, en un instante determinado, un hombre al que no llegó a identificar se acercó a él pidiéndole dinero.
Ante la insistencia del gorrilla, que según Juan José empuñaba un cuchillo, el hombre pensó que quería robarle y se enzarzaron en una pelea [Juan José suele llevar los billetes en el bolsillo de sus camisas].
En un primer momento, el asesino de Anabel no contó que el hombre que le había agredido era el padre de la niña a la que él había lanzado a un pozo tras intentar violarla. Sólo explicó que, mientras lo tenía encima, le decía “te voy a matar”.
Según ha podido saber EL ESPAÑOL de fuentes conocedoras del caso, el asesino explicó después que era “la tercera vez” que Juan José trataba de matarlo. La primera vez lo atropelló con un coche. La segunda, golpeándolo en la cabeza. Pero no existen las denuncias pertinentes.
Este pasado miércoles, Juan José Fernández explicó ante el magistrado del Juzgado de Instrucción número nueve de Granada la versión de los hechos que apuntó ante la Policía Nacional. Según él, todo fue un capricho del azar y no sabía que aquel gorrilla era el hombre que mató a su hija en 1985.
Pero, ¿es posible olvidar la cara del asesino de una hija pese a que haya pasado más de tres décadas y cuando éste es primo hermano de tu mujer y, por tanto, una persona que uno ha visto antes en multitud de ocasiones?
El juez instructor ha llamado a declarar a Enrique Sánchez Madrid este próximo viernes 27 de abril. Deberá explicar los hechos al detalle y contar si Juan José ya había intentado antes matarlo.
El 8 de mayo está citado un testigo presencial de los hechos. Se trata de una persona que estaba en el interior de la clínica en la que esperaba a ser tratado el hijo del carnicero. Su declaración resultará clave para saber el rumbo que tomará la causa judicial y si a Juan José Fernández se le juzga por un delito de lesiones o por homicidio en grado de tentativa.
Para ese mismo día se ha citado a otro testigo, en este caso una mujer, que dijo ante las cámaras de Telecinco que vio a Enrique Sánchez hiriéndose a sí mismo con el cuchillo para cuando llegase la Policía. Este testimonio resultaría esencial para la defensa del carnicero.
Engatusó a la niña con cinco pesetas
Era sobre las ocho y media de la tarde del viernes 24 de mayo de 1985 cuando la pequeña Anabel, una niña de cuatro años que padecía estrabismo, entró a una tienda de comestibles que había cerca de su casa. Un rato más tarde empezaba en TVE el programa Como Pedro por su casa, de Pedro Ruiz.
Anabel, hija del carnicero Juan José y su mujer Remedios, compró un paquete de gusanitos de la marca Risi en aquel establecimiento. Le atendió Carmen, a la que la pequeña le pagó las cinco pesetas que costaba. Sin saberlo, Carmen fue la última persona -más allá de su asesino- que vio viva a Anabel. Hoy, la mujer tiene 92 años, sigue viviendo en Huétor y recuerda con tristeza aquel pasaje de su vida.
Enrique, primo hermano de Remedios, le había dado el dinero a la niña. Fue su manera de hacerla salir de casa y de que le acompañase hasta una vivienda cercana que su familia usaba para guardar animales. Una vez allí, intentó violarla.
La niña, según cuentan las crónicas de aquel tiempo, forcejeó y evitó que el primo hermano de su madre la forzara a mantener sexo. En un instante determinado, Enrique le pegó o Anabel cayó y se dio un golpe en la cabeza. La chiquilla quedó inconsciente.
Enrique, de 22 años, por ese entonces trabajaba como operario en los retenes contra el fuego. En ese momento pensó que había matado a la hija de su prima y que debía deshacerse del cadáver. Acabó lanzándola aún con vida a una especie de acequia o pozo de riego de tres metros de hondo y 70 centímetros de anchura que había en el jardín de La Huerta de Tío Jacinto, un caserón deshabitado que pertenecía a una rica familia de Huétor.
Aquella residencia estaba abandonada tras la muerte de doña Ana, su última moradora. Luego, Enrique selló el pozo con un bloque de cemento. Dos días después, la madrugada del domingo 26 de mayo, la Guardia Civil encontró el cadáver de Anabel. El olfato de un par de perros policía llevó a los agentes hasta aquella acequia sellada.
Cerca de allí habían encontrado una huella de una bota de Enrique. Él y su hermano Atanasio ya estaban detenidos como posibles culpables tras presentarse en el cuartelillo de forma voluntaria. La autopsia dictaminó que la niña cayó con vida al interior del pozo y que se asfixió al tragar el fango que encontraron en sus pulmones y su estómago.
Nueve meses después del entierro de la niña, que se celebró en la plaza del Ayuntamiento por las miles de personas que acudieron a despedir su ferétro, un juez condenó a Enrique Sánchez a 40 años de cárcel, 28 de ellos por asesinato, nueve por violación y tres por abusos deshonestos. También le obligó al pago de dos millones de las antiguas pesetas (12.000 euros). El asesino había confesado.
Enrique Sánchez nunca pagó aquella multa a la familia de Anabel. Cumplió poco más de 20 años en prisión. Más de 12.000 días después, estuvo a punto de perder la vida a manos del padre de la niña a la que él le quitó la suya. Por ahora sigue siendo una incógnita si Juan José fue en su busca de forma premeditada o todo fue una casualidad.
Un hijo del carnicero pierde la pierna
Tras el asesinato de Anabel, la vida de los Fernández Sánchez se tornó trágica. Cuando murió la niña, Juan José y Remedios tenían cuatro hijos. Tres varones -Juan Bautista, Gerardo y Pablo- y Anabel.
El matrimonio esperaba un quinto hijo cuando Enrique Sánchez mató a la chiquilla. Remedios, la madre, estaba embarazada de otro niño. Se iba una vida y llegaba otra. Cuentan en Huétor que ese bebé que nació tras la muerte de su hermana, al que llamaron Álvaro, es hoy un treintañero que padece un trastorno psicológico severo.
La familia de Anabel nunca olvidará dos fechas. El 26 de mayo de 1985, cuando apareció el cadáver de la niña, y el 5 de enero de 1990. Ese día, el mayor de los seis hermanos, Juan Bautista, cargaba en su espalda un macuto lleno de bengalas para la Cabalgata de Reyes Magos.
La bolsa explotó, Juan Bautista salió volando, cayó encima de un coche y perdió su pierna izquierda. Otras 29 personas resultaron heridas, muchas de ellas eran niños. En ese momento, como si el pasado volviera a repetirse, Remedios estaba embarazada de su sexto hijo, también varón.
En 1994 se juzgó al por entonces alcalde de Huétor Santillán y al concejal de Cultura del municipio, que se enfrentaban a una petición de 300 millones de pesetas por daños y secuelas. El caso se fue dilatando en el tiempo recurso tras recurso para evitar que el Ayuntamiento tuviera que indemnizar al chico.
En 2011, 21 años después, Juan Bautista recibió 360.000 euros de indemnización. En la actualidad, con una pierna ortopédica, gestiona la carnicería de su padre, quien estos días apenas sale a la calle tras el suceso con el asesino de su hija.
Juan Bautista recuerda con viveza aquellos Reyes Magos de 1990. Tenía 13 años. Sus padres le regalaron una cadena musical pero él perdió una pierna y sufrió graves quemaduras por todo el cuerpo, contó IDEAL el 9 de enero de aquel año.
“Nunca olvidaré aquellas noches”
Manuel Hita era el corresponsal del periódico IDEAL cuando mataron a Anabel. Vive dos calle más allá de la carnicería de Juan José Fernández. Muchos de sus textos fueron portada de la publicación aquellos días. Aún conserva todos los ejemplares en los que se cuenta la aparición de Anabel y el incidente con los petardos que dejó sin una pierna a su hermano mayor.
Manuel atiende al reportero de EL ESPAÑOL en el coqueto jardín de su vivienda. Manuel, al que en Huétor conocen como Manolín, es hijo de Carmen, la dependienta que le vendió el último paquete de gusanitos Risi a Anabel.
El periodista cuenta que la noche en que desapareció la niña, sobre las tres o cuatro de la madrugada, las campanas del pueblo tocaron a rebato. “Fueron dos días muy duros para el pueblo. Nunca olvidaré aquellas dos noches de búsqueda. Para mí, fue algo muy duro porque los padres de la niña eran clientes nuestros y la propia Anabel venía muchos días a jugar a casa con nuestro hijo”.
A 300 metros de la casa de Manolín está la plaza en la que se encuentra Atanasio, el hermano de Enrique. Atanasio dice que no guarda ningún recuerdo del asesino. Que él y sus otros dos hermanos quemaron su ropa y sus fotos. Nunca lo visitó en la cárcel. “Mi madre, María, sí que iba a verlo. Allí [Enrique] cayó en la heroína”, explica el hombre, de 62 años.
Atanasio lo tiene claro. Aunque en el pueblo dicen que alguna vez se le ha visto con Enrique tras salir de prisión, él cuenta que es “mentira”. “Lo que debería haber hecho es no volver nunca a Granada. Se la tiene jurada el padre de la niña a la que mató. Y el que jura algo así es para cumplirlo”.
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