Milán descansa en paz. No hay semana para la ciudad como la del Salone del Mobile (@isaloniofficial) –del mueble no del telefonino, nada que ver con las cuatro semanas de la moda mujer y hombre. La tribu del “design”, como cada año, inundó Milán. ¿En busca de qué? De sentirse distintos, de instagramearlo todo para que sus amigos “lo flipen”. A ninguno le cabe ni un mueble más en casa. A mí tampoco.
Muchos de los proyectos que allí se presentan nunca se realizarán, a los diseñadores, hace años convertidos en estrellas del rock, se les paga una comisión por producto vendido. Si no se fabrica no se cobra. Si no se vende, no se cobra. Aunque no se fabrique Il Salone, este año con el bianual EuroCuccina, los presenta. El Saloné del Mobile es la gran cita de la diferencia, del dejarse ver. Los hoteles no respetan las tarifas, los buitres leonados del Airbnb pueden aceptarte una reserva, cogerte la fianza, y luego subir el precio con cualquier triquiñuela que deja en un pobre aprendiz al Lazarillo de Tormes. Olvídate de los cazadores de tendencias de los desfiles, este es lo que en el argot global llaman “the place to be” (el sitio en el que hay que estar).
Conviven dos escenarios: el ferial, imposible de abarcar, más de negocio que de postureo, con tal demanda que este año han dado cita previa para entrar en algunos stands. Como siempre el que más se gasta en la infraestructura del stand más llama la atención. Entre tanto gigante merece la pena destacar el esfuerzo continuado de José Gandía Blasco e hijos –sus alfombras Diabla, diseñadas por Patricia Urquiola para exterior, son estupendas-. Y también la actividad de casi todos los asociados de RED, la asociación de fabricantes de diseño liderada por Juan Mellen (@red_aede) y Maite Felices (@felices_comunicology).
El otro escenario es el canalla, el de las copas y los pitillos finolis y vive en el barrio bohemio de Brera. Allí está el Fuori Salone, copado por la revista Interni (@internimagazine), de Mondadori, de Silvio Berlusconi, de la incombustible Gilda Bojardi que la dirige desde 1994 con mano férrea. Es la revista del Salone pero no la única. Elle Deco Italia presentó un número apabullante en paginas de publicidad y concedió sus premios a Nani Marquina por su alfombra con el valenciano Jaime Hayon (@jaimehayon), quizá la última estrella del diseño ibérico. La revista Apartamento anduvo de celebración con su número de la década. Gran trabajo del director de arte Omar Sosa (@omarsosabartolome) y del fotógrafo Nacho Alegre (@nachoalegre) que en cada número nos recuerdan que las casas de los que nos gustan las casas no son como las saca AD, porque hay cesta de la ropa sucia, pelos del gato y cristales con goterones. Y porque una zapatilla abandonada más hace hogar que un estilismo.
Conviven dos escenarios: el ferial, imposible de abarcar, más de negocio que de postureo; y el canalla, el de las copas y los pitillos finolis
Pero la cita de las citas fue la inauguración del nuevo edificio de la Fondazione Prada (@fondazioneprada), el jueves por la tarde, firmado por el arquitecto amigo de Miucca, Rem Koolhaas (73) (@rem_koolhaas_oma). Prada sabe hacer las cosas. Convocó en tres turnos. Los primeros fuimos los VIP (que nadie se confunda con los participantes de aquel viejo concurso de televisión que presentaba Emilio Aragón con Belén Rueda). El ascensor no daba para más. 800 personas a las 18h. 2.000 personas más a las 20h. Y 8000 para bailar hasta las 12h. Nada de catering que en Milán no se come para estar más delgado. Vino espumoso marca Ferrari, birra Peroni en botella de 25 cl y a lucir el palmito.
Nadie sabe nunca si aparecerá Miucca, pero allí que estuvo. En el 6 piso, en el nuevo restaurante (lo que Wes Anderson diseño para ellos es el Bar Luce y esta en el lobby, por cierto allí si que se podía comer, pagando claro).
El restaurante de la Fundazione es un tributo a los viejos delis americanos, con los sillones tapizados del azul corporativo de Prada, con viejos carteles de publicidad para justificar los acuerdos promocionales con las distribuciones de bebidas, y una terraza al exterior con unas vistas de cine sobre las vías de tren. Durante la inauguración Koolhass, el no sigue a nadie en instagram, pidió un café pero nada, no hubo manera. De nada le sirvió su altura, porque su educación le impidió decir que el edificio lo había hecho él, para que le atendieran. Miucca Prada (68), en la terraza, sin maquillar, con una falda plisada y sin su marido Patricio Bertelli (72) –casi cuatro millones de dólares de patrimonio según Forbes-, y unos zapatos de tacón dorado que dejaban ver sus pies de madonnina. Peinada/despeinada, ya sabes tú a que me refiero, saludando satisfecha a los que se atrevían a acercarse, muy pocos. Despachó a los pesados: “Ay Miucca aún tengo en el armario aquel abrigo negro que te compré en los noventa…” con una sonrisa muy poco diplomática, y conversó con los más allegados. Su círculo de amigas, también sin maquillar, todas de Prada, la rodeaban en una fotografía con la que Federico Fellini hubiera hecho un guión con la caída del sol de fondo.
No hay bedel de museo más elegante que los de la Fundación Prada. Son un ejercito. O lo parecen. Vestidos de negro, con rebeca, y camisa gris marengo abotonada, van igual que los dependientes de sus tiendas. Con el largo de los pantalones largo, nada de tobillero, porque Miucca no quiere que nadie se fije en los seguratas de la Fundación, pero aún así te fijas. Por hacer bromas, mientras espero la cola para entrar en la instalación del americano John Baldessari (86) pregunto si los uniformados usarán chancletas y bermudas de colores cuando pisen las arenas ardientes de Formentera en agosto. Y si Miucca al ver sus instagrams despendolados a golpe de sangría en el Beso Beach –este año abre en el nuevo Meliá de Sitges- llamará a recursos humanos para endosarles el finiquito por frívolos.
Se hablaba en la ciudad del nuevo restaurante de Carlo Cracco (52), el estrellado chef de referencia. Y de las noches del restaurante Giaccomo. Y de la terraza del Hotel Mandarín en la que conviven turistas rusas de labios neumáticos con todas las bolsas de la calle Montenapoleone a sus pies, con Tom Dixon (@tomdixonstudio) que pasó por allí a refugiarse ante la hospitalidad de Luca Finardi, director del hotel y la hostelería dos estrellas de Antonio Guida.
Los hoteles son el tercer escenario de la feria. En el lobby del Four Seasons los relaciones públicas de las casas de moda tenían tiempo para recibir a los revisteros en busca de publicidad. En los bajos del Armani Hotel, Anouskha Borguesi, convocaba en el Nobu a la prensa internacional para revitalizar las relaciones entre Armani Casa, la línea deco del diseñador, a golpe de sashimi.
Y así hasta el dolor de pies más crónico que el lector pueda imaginarse. Vitra, y sus propuestas, en la Pelota (el frontón milanés). Me cruce con Ronan Bouroullec -estaba también en todos los quioscos con su hermano Ewan en la portada de T Magazine -paseando con el boss, Rolf Fehlbaum, dueño y señor de Vitra, vestido como siempre de total look negro, y una gorra de marino holandés para protegerse del calor. Las pantallas de rotopublicitta de los quioscos anunciaban la edición italiana de L'Officiel Art, el nuevo periódico para la feria de la revista Domus, y la campaña de Tapas.
Hermes, siempre tan francés, en el Museo La Permanente, con unas estructuras de azulejos que acogían las nuevas piezas que esta semana presentarán en Madrid el miércoles en El Botánico. Atentos a lo que La Fábrica planea para este lugar mágico, que incluirá en otoño una exposición de Eduardo Arroyo. Cené con él en el Club Matador durante el festín del carnicero José Gordón y está muy ilusionado con su proyecto.
Y Loewe con su colección de mantas para el sofá. Espectacular el primer número de su revista que firma Jonathan Anderson (@jonathan.anderson) como editor junto al estudio de diseño M/M (@mmparisdotcom) de París. Imposible no citar el Bar Basso (Via Plinio 39) con sus negroni donde todos se juntan para que el alcohol les masajee los doloridos pies.
Y ya en casa, toca redactar esta crónica, que aunque el lector no lo crea se escribe con los pinreles -del caló “pinré”-, en agua caliente con sal y un buen café ristretto para entregar a tiempo.