Imagine una pequeña ciudad española al sur de la península ibérica con una extensión de 19 kilómetros cuadrados, 63.000 habitantes, un 33,5% de desempleo y un paraíso fiscal como vecino. Imagine que tiene una inmensa bahía a su alrededor y que las playas más al norte de Marruecos están a unas 18 millas de distancia. Un salto.
Imagine que por sus calles, gracias a la protección continua de medio centenar de jóvenes, se pasea un hombre en busca y captura al que las autoridades policiales consideran el mayor traficante de hachís de Europa. Y que ese hombre se llama Antonio Tejón. Le apodan el Castaña. Perseguido por la ley, el fugitivo se mueve en scooter y lleva casco para no ser reconocido. Antes de salir a la calle, sus chicos se coordinan mediante walkies para supervisar el recorrido y el lugar de destino de su jefe.
Imagine que su clan de narcos la emprende a tiros contra la Policía Nacional o contra las bandas de ladrones rivales, que cobra un impuesto a quienes quieren introducir hachís por sus playas, que mantiene económicamente a las mujeres e hijos de sus empleados presos o que, cuando uno de sus chicos, sobrino carnal de su mujer, cae detenido y los policías lo llevan al hospital porque está herido, otros subalternos suyos acuden a rescatarlo a la fuerza.
Imagine que desde hace un tiempo a esta parte, el Castaña se ha aliado con otros clanes de menor rango para trabajar a modo de cooperativa. Por la playa de Levante de La Línea operan los chicos de Antonio Tejón en colaboración con el Francés, los Cocos o los Merinos. Por la de Poniente, los Pantoja, el Tinte y la banda de Tony. Hay otros, pero menos activos. Colaboran para abaratar costes. Y se guardan respeto mutuo.
Imagine que algunos traficantes de esa ciudad llevan tatuados en su piel la persecución de una lancha de hachís por el helicóptero de la Policía Nacional. O que saben en todo momento dónde está cada efectivo de la Guardia Civil. O que unas 600 familias trabajan directamente para el gran narco, que tiene decenas de millones de euros escondidos en el subsuelo de la urbe. Imagine que su hermano pequeño y mano derecha, Isco, también prófugo, se cobija en el diminuto y vecino paraíso fiscal sin que nadie lo altere.
Imagine que los operarios de los tractores del ayuntamiento están amenazados de muerte: si colaboras a la hora de retirar una lancha, te pegamos un tiro en la cabeza. O imagine que un día cualquiera, debajo de una ducha con tuberías y desagüe, hay escondidos 6.000 kilos de resina de cannabis a los que sólo se puede acceder con un mando a distancia que acciona el mecanismo que eleva el suelo de dicha ducha hasta un metro de altura.
Imagine…
En realidad, no hace falta que imagine nada. Esa ciudad ya existe. Y está en España. Se llama La Línea de la Concepción, en Cádiz. Numerosos agentes del orden consultados por EL ESPAÑOL la conocen ya como “la pequeña Medellín”.
Emulan a los cárteles colombianos y mexicanos
“Los narcos que operan aquí usan la misma estructura piramidal de los cárteles mexicanos y colombianos”, dice un alto cargo de la Guardia Civil que lucha contra el tráfico de drogas en la zona.
“Ahora mismo ya funcionan como cooperativa -explica-. Les falta un solo paso para convertirse en un cártel: introducirse en las instituciones. Y lo peor es que ya hay signos de que están empeñados en conseguirlo [el año pasado se detuvo a un policía que se había presentado a las elecciones para la Alcaldía de un pueblo vecino y que, presuntamente, trabajaba para Los Castañas]”.
“Están envalentonados, es cierto. Llevan meses, si no años, siendo muy violentos”, afirma el fiscal jefe de la zona, Juan Cisneros. “El incidente del hospital con uno de ellos fue el hecho diferenciador. No hablaría de cártel, pero sí de clanes muy poderosos”.
Bienvenidos a La Línea, donde no se escuchan vallenatos ni se baila salsa, pero suena flamenquito, se fuma tabaco en shisha y, como en el Medellín o el Cali de la coca, las fiestas suelen terminar con prostitutas. Al menos para sus narcos.
Un equipo de EL ESPAÑOL pasa una semana en la ciudad. Un tiempo en el que este medio se empotra con efectivos policiales, se cita con numerosos agentes del orden, traficantes y autoridades locales.
En La Línea, la población decente, que es mayoría y sufre a las bandas organizadas, piensa cómo pagar las facturas a final de mes o en la educación de sus hijos. Ellos, los narcos, no. En una noche ganan millones. Y esa es su principal obsesión.
Cambio de paradigma: trabajar como cooperativa
La forma de trabajar de los narcos en La Línea y su entorno (el Campo de Gibraltar, una comarca de 268.000 habitantes) ha cambiado en los últimos años. Antaño, los traficantes no titubeaban a la hora de lanzar por la borda centenares de kilos de hachís cuando les perseguía una lancha de aduanas o el helicóptero de la Policía Nacional. Hoy defienden con violencia su mercancía, cada vez mayor y más rentable.
Se saben fuertes. Y rápidos. Muy rápidos. Sus gomas, lanchas semirrígidas con las que cruzan el Estrecho en menos de una hora, disponen de tres, cuatro y hasta cinco motores de 350 caballos.
Con ellas mueven mercancías que, de media, alcanzan las tres toneladas de hachís. En La Línea se dice que el récord lo tiene un narco que descargó 178 fardos en un sólo viaje. 5.300 kilos de resina de cannabis.
En las aguas que rodean sus playas se han hecho comunes las persecuciones a alta velocidad. Por sus calles ya no sorprenden las amenazas a jueces, fiscales y agentes de la ley.
Bien lo sabe Juan Cisneros, fiscal jefe de la Algeciras, a cuya jurisdicción pertenece La Línea. A principios de marzo de este año le pincharon dos ruedas de su coche a plena luz del día. Fue frente al edificio en el que tiene su despacho. Dos años antes, le inutilizaron los cuatro neumáticos.
En ambas ocasiones fue un simple aviso a modo de advertencia: sabemos quién eres, en qué coche te mueves y a qué lugares vas. Nadie sabe quién fue, pero todo el mundo apunta a ellos: los narcos.
En tierra y mar, los traficantes utilizan ahora vehículos cuya función es despistar a las autoridades y, con cada vez mayor frecuencia, arremeter contra coches y barcos patrulla. Por eso, con la carga ya en tierra, embisten a la Guardia Civil o a la Policía Nacional con todoterrenos de alta gama robados.
Desde hace tiempo, las bandas usan un coche vacío para embestir y abrir paso a un segundo, que es el que suele ir cargado hasta los topes. Antes les han quitado todos los asientos, salvo el del conductor. Conducen con las luces apagadas y los cristales tintados con pintura negra de spray.
“Nos da igual lo que ocurra. Tenemos mucho que ganar y muy poco que perder”, dicen dos cargos intermedios de una banda de narcotraficantes que piden mantenerse en el anonimato a cambio de su testimonio.
Ambos traficantes justifican su modo vida. Dicen que en Cádiz, una provincia con un 30% de paro, no hay empleo y que ellos “tienen que llevar el pan a la casa”.
Hasta el momento, son los 'malos’ los que cuentan con más víctimas mortales en su haber. Cuatro traficantes murieron hace dos años cuando una patrullera de Aduanas pasó por encima de su lancha. Aquel incidente desató protestas locales contra las autoridades.
Desde hace meses, tal vez un par de años, la mayoría de los traficantes van armados. Así lo confirman agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado español y los propios delincuentes. Se debe, en esencia, a una razón: la proliferación de robos de alijos entre bandas.
A principios de abril, cuatro traficantes se enfrentaron a tiros con dos patrullas cuando los vieron acceder a un chalet en Algeciras. Dentro, los delincuentes tenían 2.500 kilos de hachís que, casi con toda probabilidad, pertenecían a los hermanos Tejón. Sólo se rindieron tras dos horas de negociación, cuando numerosos efectivos policiales rodearon el inmueble. En un principio, pensaron que los agentes eran ladrones vestidos con uniformes oficiales.
“Hay bandas especializadas en dar palos, los llamados ‘vuelcos’. Los hacen en plena playa, durante los alijos, o acuden a por la droga a los lugares en los que los almacenan [guarderías]”, explica Francisco López Gordo, comisario de La Línea de la Concepción. Gordo, nacido en el distrito madrileño de Vallecas, asumió su nuevo cargo en enero pasado.
“Otro hecho que ha provocado ese repunte de violencia es la existencia de organizaciones dedicadas a robar hachís a los clanes que operan en la ciudad. Sus integrantes suelen proceder de países de Europa del este, principalmente”, añade el cargo policial de mayor rango de La Línea.
"El Gobierno tiene que hacer mucho más, y no sólo en momentos puntuales al albor del foco mediático", reclama Francisco Mena, presidente de Nexos, una federación de agrupaciones que ofrece programas de rehabilitación para drogadictos. "Cuando el Estado desaparece, queda la impunidad".
Pero el aspecto diferenciador de los narcos linenses actuales es su capacidad de trabajar de forma conjunta. Han visto que, si se coordinan, su negocio les es más rentable y menos arriesgado.
Varios agentes del orden, entre ellos un alto cargo de la Guardia Civil destinado en la zona, explican que los distintos clanes de la ciudad se han repartidos las dos zonas de costa para operar de forma coordinada.
En las playas de Levante, las que dan a la espalda de Gibraltar y no están dentro de la bahía de Algeciras, mandan los hermanos Castaña, Antonio e Isco Tejón. Algunos de sus hijos también operan junto a ellos, según ha podido saber EL ESPAÑOL de fuentes policiales.
Los Castañas, los verdaderos capos de la ciudad gaditana, se han aliado con el francés, los Merinos, a los que se les conoce también como los Futbolistas, y con los Cocos. Por Levante también operan, aunque son clanes más débiles, los Mocarra, los Chinos, el Curry o los Crespo. Éstos últimos son una facción de Los Castañas. Los Crespo fueron quienes se llevaron del hospital a Samuel Crespo tras sufrir un accidente en moto que acabó en su detención.
Samuel Crespo, sobrino carnal de la mujer de Antonio Tejón, estaba fugado de la Justicia cuando una turba se presentó en el hospital. Estaba en busca y captura porque le quedaban dos años y cuatro meses de prisión desde que decidió no presentarse en la cárcel tras un permiso penitenciario. Hoy sigue fugado de la Justicia. Como Isco, que se cobija en el Peñón, donde no parece incomodar a las autoridades policiales británicas.
Al otro lado, las playas de Poniente están inmersas dentro de la bahía que baña el paseo marítimo de La Línea. Los clanes más potentes son los de los Pantoja, el Tinte y Tony. También operan allí el de Emilio el moro, Pachuli o los Carmona.
“Se reparten las playas y trabajan las mismas noches. Cada uno paga su flete (mercancía) y entre todos al vigía con visores nocturnos que tienen escondido en el Peñón, que es quien les da paso a sus lanchas como un policía en un paso de cebra. Ese tipo gana 3.000 euros por goma. Si mete seis en una noche, 18.000 euros”, explican fuentes conocedoras de cómo operan.
“Luego, comparten a la gente que les descargan las lanchas y los puntos que tienen distribuidos por tierra para saber en todo momento dónde están Guardia Civil y Policía. Los capos se ponen de acuerdo para meter a una hora determinada y después se reparten los beneficios. Si se pierde un cargamento, pierden todos. Cada fardo lleva el sello de su propietario”.
Los clanes de la droga distorsionan la economía local. Muchos de ellos emprenden negocios relacionados con la belleza, los gimnasios o las tiendas de ropa para lavar el dinero procedente del tráfico de drogas. El alcalde de La Línea, Juan Franco, dice que han propiciado una "narcoeconomía". "Pero es pan para hoy y hambre para mañana", afirma rotundo.
Visita del ministro del Interior… con sorpresa
A mediados de febrero, una semana después del ataque al hospital para volver a dejar libre a Samuel Crespo, el Ministro del Interior español, Juan Ignacio Zoido, visitó La Línea.
La llegada del dirigente político coincidió con el anuncio de una operación en la que se habían detenido 16 miembros de un clan que había instalado un sistema de radares para vigilar las actividades de las patrulleras de la Guardia Civil y de Aduanas. La policía lo encontró bajo los paneles solares de una casa junto a la playa. También se decomisaron cuatro toneladas de hachís, 17 vehículos y cuatro armas de fuego.
Pero esa misma mañana, varios hombres encapuchados entraban en un depósito oficial de Conil de la Frontera, un pueblo vecino a una hora en coche, y se llevaban una lancha rápida que había sido confiscada como prueba judicial.
Desde entonces, el Estado ha ido dando golpe tras golpe a los clanes de la droga linenses. El último, esta pasada semana, cuando la Policía Nacional se incautó de cinco lanchas semirrígidas y 2.200 litros de combustible.
“Prefiero las operaciones más pequeñas para ir debilitando las bandas poco a poco que las grandes macrooperaciones”, explica el comisario de la ciudad, Francisco López Gordo.
Durante su visita, Zoido prometió refuerzos especiales y medidas adicionales de seguridad para la zona durante los próximos meses. Por eso ahora, cada noche, resulta habitual ver recorriendo las playas de La Línea a los efectivos de la Unidad Policial de Intervención (UIP) o de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR). De madrugada, realizan registros, identifican a jóvenes…
Durante la noche que EL ESPAÑOL recorrió las calles de La Línea junto a efectivos de uno de estos grupos, se registraron bares de copas, se realizaron controles exhaustivos en vehículos, se identificó a sus conductores y se vigilaron las playas de Levante, donde mandan Los Castañas y sus cooperativistas. No se produjo ni una sola detención.
Vayamos a esa noche. Un señor cuarentón y entrado en kilos pone sus manos contra la pared mientras un policía rebusca en sus bolsillos. Es la una y media de la madrugada. Estamos en el barrio de San Bernardo.
El señor está acompañado por una decena de hombres. Varios de ellos son menores de edad. Los policías los han encontrado de pie, sin hacer nada, en la esquina de una calle. Piensan que estaban esperando la orden para poner manos a la obra, ir a la playa y descargar una goma de hachís.
- ¿Qué hacíais aquí?- le pregunta el reportero a varios de ellos.
- Tomar el aire, ¿no lo ves?- responde el cuarentón.
- ¿Nada más? ¿Cómo te llamas?
- Métete en tus asuntos- le dice al periodista. ¿No dicen que esto se parece a Medallín? Allí os tenían que mandar, a Medallín, a Medallín. ¡Os íbais a enterar!
La entrada del hachís a Europa
Una parte de la droga introducida por La Línea y su entorno se consume en España. Pero la mayoría -la Policía calcula que sobre un 90%- viaja por carretera hasta Francia, Italia u Holanda, países convertidos en receptores estratégicos para su posterior distribución a escala regional.
La cercanía a Marruecos ha estimulado durante décadas el contrabando en La Línea y, por ende, en el Campo de Gibraltar. Y no sólo de hachís. También de tabaco.
En la actualidad, una nueva generación de traficantes más descarados y envalentonados se sienten atraídos por el dinero fácil de ambos negocios. Por eso hace un par de semanas unos chicos se grabaron descargando una zodiac repleta de cajas de tabaco procedente de Marruecos. Los jóvenes subieron el vídeo a una red social. Llevaban las caras al descubierto. Días después se detuvo a la mayoría de ellos. Horas más tarde, quedaron en libertad con cargos.
“Les da igual. Se sienten impunes -dice un vecino de La Línea que quiere mantenerse en el anonimato por motivos de seguridad-. Muchos de esos chicos que trabajan como puntos para los narcos también descargan tabaco para otras organizaciones. El hecho de que se grabaran significa que ya no le tienen miedo a nada”.
El hachís llega a las playas de La Línea y su entorno a un ritmo de siete a 20 lanchas diarias, de acuerdo a las propias estimaciones de la Policía y los traficantes, que usan gomas vacías como cebos para introducir otras llenas de fardos de hachís. Cada uno de ellos pesa unos 30 kilos. Al por mayor, el kilo alcanza una media de 1.570 euros.
Según el Eurostat, las incautaciones españolas representaron el 70% del cannabis incautado en toda Europa. De las 373 toneladas de las drogas incautadas en España el pasado año, según el Ministerio del Interior, 145 fueron de resina de cannabis confiscada en el Campo de Gibraltar, lo que supuso un aumento del 45% respecto al 2016. 70 de ellas fueron en La Línea, el principal foco de entrada al continente. “En lo que va de 2018, ya van 30”, dice el comisario de la ciudad. “Es un suma y sigue”.
“Hay que pagarles a ellos”
El narco que aparece en la fotografía con el rostro cubierto por un pasamontañas lleva 20 años traficando con hachís. Es un señor de la droga. Hasta hace un par de meses alijaba en La Línea. Ahora prefiere otras playas del litoral andaluz.
“Los Castañas y su gente han copado la ciudad. Si uno de fuera quiere meter por sus playas, ha de pagarles. Cobran un impuesto a todo foráneo. Eso nunca había sucedido antes. Se han hecho con el control de toda la costa de La Línea”, cuenta el traficante.
Este narco, como la mayoría de los vecinos de La Línea, conoce bien la historia de los hermanos Tejón, Antonio e Isco. Hace una década trabajaban para otras bandas descargando fardos a pie de playa. Luego se metieron a robarlo y, más tarde, hace unos cinco años, empezaron a mover sus propias lanchas.
El delincuente -ropa deportiva, reloj de miles de euros, coche de alta gama- cuenta que no va armado. Al menos no durante el encuentro con el periodista. “Pero cada vez es más necesario. Esto, de seguir así, puede acabar en guerra. Unos te roban, otros te cobran y, si no pagas, te extorsianan. Los Castañas y sus socios pueden reventar este negocio que durante muchos años tuvo sus reglas. Ellos se las han saltado todas”.
Bienvenidos a La Línea, donde funciona la cooperativa del narco.
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