La cocina de Beatriz es un surtidor de milagros. Cuatro paredes que encierran artefactos más propios de un laboratorio que del fogón. Afincada en Gales desde hace casi treinta años, esta bióloga salmantina ha fabricado la "emulsión" de moda en las islas británicas. Ella llama así a su criatura, pero jerga científica a un lado y eslogan publicitario de frente... "Paella en botella". Eso la ha llevado al estrellato. Victoria incluida en el sucedáneo de "MasterChef" que emite la BBC: Top of the shop with Tom Kerridge.
Si no se tratase de un compuesto elaborado con estricto rigor químico, podría apodarse "salsa". El "líquido" se vierte en la sartén, donde también reposan el arroz y el pollo o las verduras. "Un poquito de agua y... paella terminada", saluda a este periódico. Las cámaras del programa de la BBC, que presenta un cocinero con dos estrellas Michelin, pusieron a prueba a Beatriz durante varios días: en la cocina, como vendedora cara al público, en una feria artesanal... Ganó. Se impuso al resto de los finalistas, que propusieron "salsas" más habituales para los británicos, como la hindú o la picante.
El triunfo televisivo de Beatriz Albo (Salamanca, 1967) sólo es la punta del iceberg. Su historia es la de un ascenso montañoso plagado de encrucijadas: dos hijos que criar, institutos, laboratorios y despensas. La vida también es una paella. Difícil de lograr, costosa, imprevisible. Por eso embotellarla y auparla como superventas en las tiendas galesas delicatessen es un éxito tan personal como profesional. Pero, ¿cómo una bióloga enfrascada en su doctorado se convirtió en cocinera mesías de tantísimos milenials?
De la cafetería Roma a la BBC
Beatriz era la chiquilla que correteaba por la cafetería Roma, en la calleja de Salamanca. Un negocio familiar que regentaban sus abuelos, su madre y sus tíos. Allí se familiarizó con los olores y aprendió a disfrutar de la comida, aunque siempre desde la barrera. De hecho, cuando se plantó en Gales con 24 años apenas sabía preparar "un par de cosas".
Estudió en el colegio de las salesianas. Luego hizo Biología. También en su ciudad. Una vez licenciada, obtuvo una beca para investigar en el norte de Gales. En concreto, con una sustancia que se extrae de plantas sudanesas. "Se suele utilizar como aditivo y colorante en algunos comestibles", apunta Albo. Una muestra de la destreza que fue adquiriendo en el tratamiento de los alimentos.
"Me ofrecieron hacer allí el doctorado. Me casé con un científico birmano, aunque ya no estamos juntos. Mientras escribía la tesis, tuve a mi primer hijo", resume a marchas forzadas su biografía -la cocina está en marcha.
"Después me mudé a Mánchester, donde empecé un posdoctorado". En este punto, Beatriz coge más aire para contestar y sus respuestas dibujan a una mujer que borra la sonrisa de golpe al otro lado del teléfono. "Sufrí un aborto de gemelos. Fue muy duro porque la gestación estaba muy avanzada. Por aquel entonces, yo trabajaba con sustancias radiactivas... Pensé que pudo tener algo que ver. Así que cuando volví a quedarme embarazada, me cogí una excedencia".
A Beatriz le dijeron que se lo pensara, que "luego es muy difícil volver", que las investigaciones corren muy rápido... Pero ella no dudó. Cuando intentó regresar, fue prácticamente imposible. Se recicló como profesora -se había sacado el título en Salamanca antes de marchar- e impartió clases universitarias y de instituto.
"Mi casa, una posada"
Poco a poco, la casa de Beatriz en aquel pueblecito de Gales -Brymbo- se convirtió en una suerte de "posada": "Venían los amigos de mis hijos, los míos... Fue entonces cuando empecé a cocinar con mucha frecuencia. Cuando llegué, me apañaba con las cartas que me enviaban desde casa por correo postal". Tanto su madre como su abuela han sido sus dos grandes pilares y las portó a modo de fotografía durante el rodaje de la BBC.
"En Reino Unido, lo español les fascina. Me decían: '¡Esto lo tienes que vender!' ¿Pero cómo? Empecé con los mercadillos artesanos de los sábados por las mañanas, que aquí son muy habituales. Fui llenando tarros, encargué unas etiquetas, pero nunca llegaron. Así que, por si lo otro no triunfaba, me puse a hacer churros a toda pastilla. No sabes lo que fue aquello. Una cola terrible", evoca Beatriz. Aquel fue el pistoletazo de salida de una marca que hoy se llama "Sabor de amor".
La novedad corrió como la pólvora en el condado galés. "Hay una española que prepara unas salsas tremendas. Sofrito, alioli, etc". La paella en botella todavía no se le había ocurrido. Los tarros que Beatriz llenaba y etiquetaba fueron copando los escaparates de las tiendas gourmet. Ahora, después del éxito de la BBC, también le reclaman los supermercados. "Es una decisión difícil porque a las delicatessen no les gusta que ese producto tan escogido esté en las grandes superficies. Tengo que pensarlo", cuenta a este diario.
Las tiendas se mostraron sorprendidas cuando comprobaron que las "criaturas" de Beatriz apenas dejaban margen a la proliferación de las bacterias: "Eso está muy regulado, hay un baremo permitido. Yo estoy por debajo del 0,01. Es que preparo las salsas igual que hacía con los cultivos en el laboratorio".
Pedidos desde Alemania, Dinamarca, Noruega...
Corría el año 2015 y, unos diez meses después de lanzarse a la aventura, su hijo Albert le propuso: "¿Por qué no haces algo para que tu paella pueda llegar a todas las casas? ¡Es lo que más le gusta a la gente!". Beatriz echó un vistazo al mercado. Existen las paellas congeladas, los caldos, pero no una emulsión; es decir, un líquido uniforme, todas y cada una de las gotas con el mismo sabor.
Cuando "la paella en botella" arrasó en sus círculos más cercanos, vio la promoción del programa de la BBC. Presentó su candidatura. Tras sortear varios filtros, logró participar y se hizo con la victoria a la mejor salsa. "Me hacen pedidos desde Alemania, Dinamarca, España, Noruega y un montón de sitios. Me están animando a que la implante en nuestro país y estoy pensándomelo porque creo que no existe nada parecido", responde.
Esta semana es muy importante para Beatriz. Acaba de alquilar un local comercial para disponer de una verdadera oficina de trabajo. Va a contratar cuatro personas: dos ayudantes de cocina, alguien que se encargue de la logística -pedidos y transporte- y otra para gestionar las redes sociales. Hasta ahora, esta salmantina de cincuenta años ha respondido a todos y cada uno de los mensajes. Su desafío gastronómico sólo acaba de empezar.