Tarde de aplausos, whisky y puros. Salió del Congreso saludando con júbilo a su bancada y ocho horas después abandonó el restaurante en el que había estado atrincherado toda la tarde. Ahí ya lo hizo entre vítores, abucheos y una nube de cámaras que rodeaban el coche oficial en el que lo metieron los suyos. Mariano Rajoy decidió eludir la sesión vespertina de la moción de censura que anticipaba la demolición de su gobierno. La canjeó por una suave tarde con la mirada perdida en un metafórico vaso con hielos, guarecido en un lujoso restaurante a orillas de la puerta de Alcalá, en pleno barrio de Salamanca, concentrado con su gente de máxima confianza.
La última comida, la última tarde y la última cena de Rajoy como presidente del Gobierno transcurrió en el restaurante Arahy, un lujoso rincón en pleno centro de la ciudad, otrora lugar de reunión de literatos, empresarios y periodistas. A lo largo de la segunda mitad de la jornada pocos sabían en el PP en qué lugar se encontraba resguardado el líder popular. Hubo un chivatazo y ya con la caída de la noche la puerta del local era un auténtico hervidero.
Periodistas, cámaras y curiosos se arremolinan frente a la puerta del restaurante, aguantando las horas hasta que el líder gallego saliese del local, poniendo pies en polvorosa. Son minutos tensos. Son minutos de nervios. Cinco hombres de la seguridad del presidente caminan de un lado a otro, entrando y saliendo del local y del portal contiguo. Son minutos de incertidumbre porque algunos miembros del equipo del presidente conversan en el interior del portal del número 58 de la calle Alcalá.
El restaurante cuenta con varias salas que funcionan a modo de reservado, y por ello la intuición primera lleva a pensar que el hasta ahora jefe del Ejecutivo no abandonará el lugar por la puerta principal. Desde allí siguió el líder del PP las novedades de la tarde. El gallego lo hizo, como el famoso título del libro de Cela, rodeado de su cuadrilla. En paz y amor lo vieron todo juntos a través de un plasma.
La huida de Rajoy
Diez y cinco de la noche. A esa hora, cuatro miembros de la seguridad de Rajoy se conjuran en un pequeño corrillo frente a la entrada del Arahy. Preparan el terreno porque el presidente va abandonar el local. Los periodistas alzan las cámaras por encima de sus cabezas, y los curiosos que también esperan, sus teléfonos móviles. Los cámaras forman un cordón en torno al restaurante. Entretanto, como evaporándose entre bastidores, María Dolores de Cospedal, Íñigo de la Serna, Fátima Báñez y Dolors Monserrat se escabullen en dirección a la puerta Alcalá. Allí les esperan sus coches oficiales. No habían abandonado al presidente en toda la tarde.
Casi a la vez, un minuto después, la cara de circunstancias de Mariano Rajoy emerge del restaurante, flanqueado por sus guardaespaldas, que le señalan el camino como si le llevasen de vuelta a casa del after y fuese una noche cualquiera. "Presidente, presidente, presidente", vitorea una señora. "Fuera, fuera, ladrones", vocifera otra. Rajoy, impávido, con la sonrisa congelada en una extraña mueca muy suya, muy propia, se dirige al coche negro que espera en la calzada. Todo el mundo graba, todo el mundo grita. Varios periodistas lanzan al aire preguntas hacia el líder popular que se quedan flotando sin contestación.
El presidente eludió a lo largo de toda la tarde las respuestas en la tribuna, pero no logró eludir las cámaras, la imagen fatídica del líder del partido que está siendo desahuciado en ese mismo momento de la Moncloa; huyendo de las cámaras como un fugitivo. Por la mañana, Rajoy ejerció de Rajoy. Por la tarde, con el líder popular ocupado en los postres, la presidencia en funciones la ejerció un bolso, el de Soraya Sáenz de Santamaría, quien lo depositó sobre el asiento vacío del presidente para que interpretase, hierático, el rol del gallego hasta casi mimetizarse con él.
Entretanto Rajoy, como reflexionan algunos de los suyos, otea ya el final de su carrera política. El PP, piensan algunos de su partido, ya no debe depender de él.
La historia del restaurante
Rajoy y su círculo más estrecho de confianza escogieron un establecimiento exclusivo, de amplio salón, sofás aterciopelados y delicado cubierto. El Arahy es una casa en la que mayormente se trabaja con productos del mar: lubina, sardina, atún, vieira. Quizá el presidente optase por el pez mantequilla, el sashimi, o el solomillo de rubia gallega. Una lujosa variedad escogida para la más estrecha intimidad, para un cónclave de ocho horas que se alargó hasta después de que terminase la jornada en el Congreso de los Diputados.
Debía de ir por los postres, quizá saboreando el tiramisú casero que remataba un menú degustación de 60 euros, cuando el bueno de Aitor Esteban subió al estrado para asestar la estocada final a sus 2.355 días en la Moncloa. Daba igual. Rajoy ya estaba a otra cosa.
El Arahy no es un restaurante cualquiera. Antaño, sus paredes acogieron la insigne marca del Club 31, uno de los centros neurálgicos de los negocios en la capital. Un lugar en el que, entre el humo de los puros y las copas de las sobremesas podían asomar a veces las inconfundibles figuras de Camilo José Cela y la de Marina Castaño, su segunda mujer. El Nobel español es autor, entre otras obras, de la conocida El gallego y su cuadrilla (y otros apuntes carpetovetónicos), en la que ofrece su visión de España. Y lo hace a través de una narración desgarrada, recurriendo incluso al esperpento, de la misma forma que la deforme interpretación de la realidad de Rajoy (sostiene que el PP no es un partido corrupto) tiene al presidente del Gobierno con pie y medio fuera de La Moncloa.
El local cerró sus puertas en 2012, para reabrir años después como un restaurante de nivel, repleto de frescos productos del mar. El Arahy fue en otro tiempo uno de esos cenáculos en los que intelectuales, empresarios y periodistas organizaban sus más íntimos concilios, en los que departían hasta altas horas. La tarde de este viernes, éste fue el lugar elegido por Rajoy para conjurarse con los suyos en la hora de la derrota definitiva.
Eran las últimas horas del día del Corpus. Cuando los periodistas se batían ya en retirada, una pareja que paseaba por la acera del restaurante torció el gesto con curiosidad. Con toda la atención centrada en el Congreso, también ellos, como Rajoy, debieron de pasar el día ajenos a la realidad. Quizá Rajoy lo vivió así porque no pensó que la cosa fuese con él. Como si las Cortes fuesen un planeta muy lejano de otro sistema solar. Como si él no hubiera gobernado España desde el año 2011. Quizá por eso los viandantes preguntaron: "¿Qué ha pasado aquí?". Y lo que pasó, sólo Rajoy y su cuadrilla lo saben.