El día en que Alejandra García Peregrino mató a su hijastro de ocho años estaba embarazada de cuatro meses. Había engendrado un nuevo retoño, el hijo del que en ese momento era su novio, Daniel, padre del pequeño Dominique. El pequeño Dominique Faus tenía un cierto grado de autismo y también padecía algo de epilpesia. Aún así, Alejandra decidió matarle. Lo hizo, según los investigadores, por celos. Era 30 de agosto de 2017 en Elda (Alicante) y un grito desgarrador recorrió la calle Quijote.
Salía del número 26, donde acababa de comenzar una farsa que se extendería durante nueve largos meses. Era el grito con el que Alejandra ‘pedía’ ayuda porque alguien acababa de entrar en casa y matar a Dominique. En realidad, ese aullido era la antesala del engaño, el principio de una mentira engendrada durante algo más de nueve meses. Casi como un embarazo que desembocó en la detención de Alejandra como la autora de uno de los crímenes más turbios que se recuerdan en las calles de Elda.
Mientras asesinaba (presuntamente) al hijo que no era suyo, estaba engendrando a otro. Mientras un nuevo retoño crecía en su interior, ella estrangulaba al pequeño Dominique con sus propias manos. Cuando dio a luz en el Hospital General Universitario de Elda los investigadores de la policía estaban a punto de concluir la investigación que iba a dar con sus huesos en la cárcel. La mentira se mantuvo durante varios meses, pero el telón iba a caer dejando desnuda la verdad.
Alejandra ha sido recientemente bautizada como la Ana Julia de Elda. Razón no le falta a quienes equiparan sus actos a los de quien era madrastra de Gabriel Cruz, el pequeño asesinado en Níjar hace ahora algo más de tres meses. Sus actos se asemejan en varias cosas: las dos, presuntamente, mataron al hijastro de la que en ese momento era su pareja; las dos fingieron y ocultaron su responsabilidad en el crimen tanto tiempo como les fue posible; las dos utilizaron la astucia de un modo monstruoso al colocar pistas falsas que les ayudasen a eludir sus responsabilidades; y las dos, finalmente, actuaron por celos con respecto al pequeño. Las suyas son vidas paralelas que han transcurrido de forma similar en el tiempo. Uno de los casos se ha alargado más. No por el hallazgo del cadáver -en ambos crímenes se encontró con rapidez- sino por la localización del autor.
Nueve meses después del crimen y una semana después de la detención de Alejandra, el pasado 31 de mayo, EL ESPAÑOL recorre las calles de Elda para reconstruir los pasos de la otra ‘Ana Julia’, la alicantina. En la localidad se preparan para las tradicionales fiestas de moros y cristianos. La vida sigue allí, perro no para el pequeño Dominique, a quien su vida le fue arrebatada.
Una actuación que empezó con unas tijeras
Al poco de iniciarse la investigación de los hechos, Alejandra y Dani, su novio y padre de acogida de Dominique, decidieron mudarse de casa, dejar atrás el número 26 de la calle Quijote y rehacer sus vidas lejos de aquel lugar fatal en el que todavía flotaba la imagen del cadáver del pequeño. No han vuelto por allí.
Todavía hoy les recuerdan en la zona como una gente normal y sencilla. Daniel es muy deportista, organiza maratones en la zona y pertenece a un equipo de atletismo local. Alejandra, pese a su discapacidad auditiva, también participaba en estas largas carreras de resistencia. En ellas conseguía resultados nada desdeñables. El cinco de marzo del año pasado, la mujer participó en una carrera de diez kilómetros entre Elda y una localidad cercana. La completó en poco más de cuarenta minutos. El deporte era esencial en sus vidas, ya que así fue como ambos se conocieron.
Alejandra respiraba entonces tranquila, pero en silencio. Habían pasado ya algunas semanas desde que perpetró el asesinato del chiquillo. Solo ella sabía entonces todo lo que había tenido que hacer para ocultar su participación en el crimen. Mantuvo el rictus y continuó con su vida como si nada hubiera ocurrido. Siguió acudiendo a su puesto de trabajo en la tienda de ropa que regentaba aparentando la pena. Quería que tras su gesto tan solo se adivinase su terrible dolor ante la pérdida del pequeño y querido Dominique.
La tarea no había sido rematada. Alejandra intuía o advertía que los agentes estaban detrás de ella o, al menos, del entorno familiar. Desde ese momento puso todo su empeño para desviar de sí misma la atención, para que las pistas apuntasen en otra dirección.
Por eso, como Ana Julia, se dedicó a colocar desde el minuto uno migas de pan que condujesen a los investigadores a otro lugar distinto, que no la condujesen hacia ella. El primer intento de engaño de todos fue el que la acabó condenando: la simulación del asalto a la casa. Alejandra mató al niño en una habitación y después ella se colocó en otra.
Se hizo cortes en los brazos, para simular el asalto, se maniató a la silla y se puso una bolsa en la cabeza. Hizo una videollamada para contactar con sus padres y explicarles la situación de alarma tras el asalto de los dos hombres. Surtió efecto. El reflejo de ello es que durante las primeras semanas el suceso se vendió en los periódicos, también EL ESPAÑOL, como el trágico asalto a una casa en Elda en el cual una mujer sorda había sido apaleada y el pequeño adoptado, asesinado por los asaltantes, dos personas a las que se estaba buscando.
Esa versión comenzó a resquebrajarse poco después, al analizar los elementos hallados en la escena del crimen. Uno de ellos resultó crucial y muy relevante. Unas simples tijeras jugaron en contra de la versión de Alejandra. Estas fueron halladas en la casa y, según la versión de la mujer, fueron el instrumento del que se valieron los asaltantes para herirla e intimidarla, para reducirla físicamente antes de asesinar al pequeño. La mujer creyó que con esta coartada, con sus gritos en el piso para atraer la atención de los vecinos valdría para que su versión fuese lo suficientemente sólida. Nada más lejos de la realidad.
Al analizar las tijeras, los agentes no encontraron otro ADN diferente al de ella. No había marcas y huellas de nadie más. Solo algunos restos de su sangre impregnaban el utensilio doméstico. Ahí fue cuando los agentes de la UDEV dirigieron de pleno sus ojos hacia ella.
El paralelismo nos lleva de Alejandra a Ana Julia. Días después de la desaparición del pequeño Gabriel Cruz, las infructuosas labores de búsqueda dieron un vuelco cuando apareció una camiseta del pequeño. Era sábado, 3 de marzo de 2018. Apenas habían pasado cuatro días de la desaparición de Gabriel. Cuando se conoce lo de Gabriel, Alejandra se acordaría de lo que ella misma hizo meses antes. Quizás se le removiese la conciencia al ver que otra mujer había matado a su hijastro.
Cuando los investigadores de la UCO vieron llegar a Ángel Cruz, padre del pequeño, y su novia al lado llevando la camiseta arquearon la ceja, extrañados. Aquella prenda no estaba en el listado de atuendos confeccionado el día que desapareció el menor. No era posible que llevase aquella prenda, no era posible que hubiese sido hallada totalmente seca en un sitio que estaba húmedo y que ya había sido rastreado.
Pero sin duda, lo que más les llamó la atención de todo es que quien la encontró era la última persona que vio al pequeño con vida. El padre de Gabriel contó a los agentes cómo Ana Julia se adelantó un poco en las tareas de búsqueda y que minutos después encontró la camiseta. La había puesto ella allí mismo. Los agentes lo sospecharon al instante, pero callaron y esperaron. Dejaron que Ana Julia que siguiese poniendo pistas falsas porque estaban a punto de pescarla.
Durante casi dos semanas, Ana Julia Quezada interpretó un papel, el de la madrastra implicada en la búsqueda, compungida e interesada por saber los avances en torno al pequeño. Los agentes que la investigaban hicieron como si nada, esperaron el momento propicio, el más mínimo movimiento que ella hiciese hasta que consiguieron atraparla.
La carta falsa de un falso testigo
Entretanto, a 280 kilómetros de allí, Alejandra seguía con su vida. Habían pasado ya muchos meses desde la muerte de Dominique y ella continuaba con su vida como si nada hubiese ocurrido. Eso sí, durante todo ese tiempo no escatimó recursos. Algunas pistas falsas más llegaron a manos de los investigadores. Por ejemplo, una misteriosa carta cuya intención no era otra que la de desviar de ella la atención de los investigadores.
En ella, Alejandra se hace pasar por una persona anónima que envía, como buena ciudadana, una alerta a la policía acerca de una conversación que casualmente ha podido escuchar. Según ha podido saber este periódico, el narrador de la carta es testigo de una conversación telefónica en la que se dan todos o prácticamente todos los detalles del caso.
Los primeros días tras el crimen, Alejandra, todavía en un supuesto shock emocional, relató a los agentes que eran dos los asaltantes, que llevaban casco de moto. En la casa no se llevaron nada de valor. Apuntó a que podía haber sido por encargo, que alguien quisiera hacer daño por ello al pequeño Dominique. La carta, cómo no, respaldaba su tesis.
A los agentes les resultó muy extraño, muy conveniente, demasiado concreto y demasiado adecuado a la versión de la mujer. Sus hipótesis se reforzaron cuando ella, nerviosa, se acercó a la comisaría para entrar unos mensajes que, decía, habían estado llegando a la casa semanas antes de los hechos. Eran unos dibujos que ella entendía por amenazadores y que se los metían en el buzón o debajo de la puerta. Todo demasiado dirigido a exculparla. Todo demasiado pulcro. Todo demasiado conveniente. Del mismo modo que sucedió con Ana Julia, todas las pruebas falsas colocadas en el camino estaban pensadas para desviar de ella la autoría de los hechos.
Y eso fue, precisamente, lo que más les llamó la atención: cómo empezaron a caer pruebas del cielo que refrendaban la versión de la única persona que estaba en la casa cuando, supuestamente, dos extraños entraron en la vivienda sin forzar la puerta, mataron al menor, abusaron sexualmente de su madrastra y no se habían llevado nada de allí. Supuestamente. Cuanto menos, sospechoso. Por eso los agentes no se creyeron nada de esto y fueron, sin prisas, a por ella, directos a detenerla. Al final, el camino que Alejandra había trazado para que los investigadores se alejasen de ella, acabó acercándoles justo al punto de partida.
Dos estrangulamientos
Dicen que la historia se repite en primer lugar como tragedia y en segundo como farsa. También que, al final, todos los monstruos se parecen mucho entre sí. En este caso las coincidencias, las vidas paralelas son brutales. Prácticamente la misma zona geográfica, el mismo modo de proceder, el mismo crimen.
Dominique Faus y Gabriel Cruz tenían los dos la misma edad, apenas ocho años y la vida entera por delante. Ambos murieron a manos de sus madrastras. Ambos, dicen los investigadores, por celos. Y ambos estrangulados. Ana Julia participó el mes pasado en la reconstrucción del crimen para el juez. En ella explicó cómo estranguló al pequeño en la localidad de las Hortichuelas.
Lo mismo sucedió con Alejandra, quien mató al pequeño hijastro con sus propias manos pero procuró que no se supiera con exactitud que hubiera sido ella, al menos en la autopsia. Después lo dispuso todo de suerte que aquello se pareciese lo máximo posible a un asalto perpetrado por dos personas desde la calle. Se ató a una silla, se puso una bolsa en la cabeza y se hizo cortes en los brazos. Dejó en la habitación contigua el cadáver del pequeño. Con la puerta abierta, se puso a gritar para que alguno de los vecinos reaccionase.
Ahora, Alejandra García Peregrino y Ana Julia Quezada se encuentran en la cárcel. Ambas se encuentran inmersas en el largo proceso de instrucción previo a que sus juicios se lleven a cabo. Ambas han de declarar nuevamente ante el juez. Una ha sido recientemente imputada. La otra ya sabe desde hace dos meses lo que es estar bajo el ojo de la justicia.
Debajo de la casa en la que vivían Alejandra, Dani y el pequeño Dominique hay un herbolario centro de terapias alternativas. También la consulta de un podólogo. Ambos negocios poseen cámaras que apuntan a la calle y desde los cuales se podía observar los movimientos de quienes entraban y salían en el edificio a lo largo de aquella jornada. Los agentes de la policía acudieron a ambas consultas para preguntar por las imágenes de aquellas cámaras. El objetivo: ver si la versión de Alejandra se sostenía.
Sin embargo, ninguno de los dos hombres que la mujer dijo que habían entrado en su casa se aparecían en las cámaras de ambos negocios. Tampoco los vecinos vieron entrar a nadie. Resultado: todo apuntaba a que a Dominique lo había asesinado un fantasma. Al fantasma, al final se le puso cara de madrastra. Se le puso cara de Ana Julia.
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