Francisco asumió pronto su papel de malo para los vecinos de Herrera, un pueblo de olivos situado en la sierra sur de Sevilla. Su exigencia en los detalles, su exacerbada búsqueda de la perfección, se confundía con frecuencia con un carácter tosco, grosero. Tal era su obsesión por la finura en su trabajo que, cuando murió, su hijo pequeño, el que convivía a todas horas con la testarudez de su padre, sintió más alivio que pena. Porque Francisco dedicó su vida a renovar uno de los símbolos más españoles: el tricornio de la Guardia Civil. Tres generaciones después, ni El Corte Inglés ni los chinos han conseguido descifrar su secreto, custodiado ahora por su bisnieta. Ella es la última de la casa Moya.
El retrato de Francisco Moya Campins cuelga en una de las paredes de la casa en la que sus descendientes siguen haciendo los tricornios que él perfeccionó. Bajo la mirada de esa fotografía en blanco y negro, su bisnieta María del Carmen Pérez Moya revisa los últimos pedidos en el ordenador. Entre ambos dista más de un siglo, aunque pocas cosas hayan cambiado en la forma de hacer la única pieza de la uniformidad de la Guardia Civil genuinamente española. Un sombrero único en el mundo.
Por delante de la imagen del fundador deambulan los trabajadores del pequeño taller de confección donde se da forma a los tricornios. El silencio solo lo rompe el sonido de la máquina de coser. Todo está en calma, aunque el pulso no baja. Se mueven en una coreografía perfeccionada con el paso de los años que ya es lo natural. El día a día.
Mallorquín de nacimiento, Francisco Moya se enroló en la Guardia Civil llevado por sus ansias de salir de las islas. Recaló en Osuna, hablando torpemente el castellano y sorprendido por las posibilidades del campo andaluz. “Viven sobre montañas de oro y no lo saben”, decía el primero de los Moya que pisó la península, bien dotado para los negocios. “Su apellido era Moyá, pero la tilde se perdió cuando llegó a Sevilla”, apunta su bisnieta, a quien es difícil encontrarle parecido con el guardia civil.
En su retrato se le ve de gala, con la abotonadura a ambos lados del pecho, la mirada alta, la frente despejada y una nariz afilada rematando un cuidado bigote, poblado en el centro y fino en sus extremos.
Los Moya, únicos en España y en el mundo
Como guardia civil duró poco. No soportaba las órdenes. “Y menos de quien él consideraba poco capaces”, advierte su nieta, María del Carmen Moya Cosano, heredera de Manufacturas Moya, la única empresa que fabrica tricornios en España y en el mundo.
Francisco se fue de la Benemérita con la comezón de mejorar ese sombrero tan incómodo para los agentes. El tricornio se clavaba en la cabeza con tal presión que dejaba una marca característica en la frente de los guardias. “Era un tormento —apunta María del Carmen—; pesaba mucho, era más grande y aparatoso”. “No eran anatómicos”, decía el abuelo. “Los hacían redondos y la cabeza no es redonda”, justifica la nieta, de 63 años.
En Herrera montó una fábrica de alpargatas de esparto y punta y talón de cuero, como las que hacía su familia en Mallorca. Fue la primera industria que tuvo este pueblo eminentemente agrícola y olivarero, ahora con poco más de seis mil habitantes. En paralelo, el ex guardia civil iba replanteando el tricornio, remodelando cada pieza para hacerlo más armónico, más comedido en sus formas.
Redujo la pala, la característica parte de la nuca que confiere el carácter al sombrero. Bajó la altura del llamado delantero, la parte frontal. Dibujó en forma ovalada el contorno, conocido como imperial, adaptándolo a la anatomía de la cabeza. Tras esto, acomodó las alas al nuevo diseño, haciéndolas más comedidas. Hizo tricornios ligeros, con una base de corcho, tela y papel; cómodos y vistosos, cambiando el charol de los primeros por plástico negro, mucho más resistente. Su diseño apenas ha sufrido variaciones con el paso de los años y los Moya, como se conocen estos tricornios, son famosos en la Guardia Civil.
“Cuando murió su padre, él descansó”
Muerto Francisco a los 63 años, su hijo menor, Manuel, se hace cargo del negocio. Tenía 18 años y “sabía todo lo que debía saber porque tuvo el padre más exigente del mundo”, explica María del Carmen Moya, la nieta del fundador. “Mi padre me confesó que cuando el suyo murió, él descansó; no se alegró, pero sintió tranquilidad, se liberó de la exigencia, la presión, porque mi abuelo era el colmo de los colmos; aunque gracias a él estamos hoy aquí”.
Las dos María del Carmen, madre e hija, viven solas en la que es la fábrica que fundó su antecesor en 1912. Una clásica casa andaluza de suelo de mármol, patio central y paño de coloridos azulejos trianeros. La mayor, aunque crítica con la exigencia de su abuelo y de su padre, mantiene la apuesta por la excelencia que caracteriza a su casa. Es temperamental y cuidadosa al extremo con el detalle, ingredientes que les han valido para deshacerse de la competencia a lo largo de la historia reciente.
“Y hemos tenido, eh”, apunta la madre. “Los Valle les vendieron tricornios a la Dirección General de la Guardia Civil hasta que quebró —explica María del Carmen—, pero esos eran tan malos que los guardias los tiraban a la papelera incluso sin desenvolverlos y venían a mi casa a comprar un Moya”.
“Siempre hubo rivalidad entre los Moya y Valle”, apunta la hija, licenciada en Farmacia y, con 30 años, futuro de la marca. “Él estaba en Madrid, y nosotros en un pueblo —sigue—; pero nunca nos sentimos inferiores”. Su abuelo, Manuel Moya, decía que entendía que la gente tirara los de la competencia. Su hija lo justifica: “No los guardaban ni de recuerdo. Era feo. Los guardias jóvenes —los polillas— lo preferían porque era más flamenco, con el frontal proyectado hacia delante, con más chulería. Los otros no favorecían”, enumera la sexagenaria.
Felipe González y la crisis del tricornio
Pese a la competencia y las influencias de los Valle, de la fábrica de Herrera salían hasta 125 tricornios por día, unos 40.000 al año, gracias al trabajo de una veintena de empleados. Gente del pueblo, familias completas ligadas al apellido Moya, que sufrieron un tsunami cuando Felipe González llegó a la presidencia del Gobierno.
María del Carmen, la madre, recuerda cuando el socialista decidió prescindir del uso diario del tricornio en la Guardia Civil. Era 1984 y el sombrero quedaba relegado a los actos institucionales, los Moya pasaron de crear 125, su pico máximo de producción, a apenas veinte al día. La plantilla se redujo a la mitad. Los Valle tenían el favor de la Dirección General de la Guardia Civil y los contratos. Ellos, no.
—Y con Pedro Sánchez en el gobierno, ¿no teme que le pueda pasar lo mismo que con Felipe González?
—Sí, en su mano está acabar con los tricornios y eliminarlos de la uniformidad. Aunque, si es listo, pensará que el tricornio es un elemento español. No lo hay fuera de aquí. Es un símbolo. Y no creo que lo quite.
“Yo sí lo he pensado estos días”, acota la hija. “Jugamos con la ventaja de que los guardias defienden el tricornio y se sienten orgullosos de él”, añade María del Carmen. “Con la gorrilla parecen ciclistas, no guardias civiles”, espeta la madre. “Y el respeto y el empaque que da el tricornio…”.
—¿Y el tricornio se puede rediseñar, adaptarse a los nuevos tiempos?
—El tricornio ya se rediseñó, lo hizo mi abuelo, después mi padre. Los dos consiguieron que fuese armónico. ¿Para qué rediseñarlo si ya es perfecto?
—¿Alguna vez le pidieron tricornios de otro color?
—Sí, para una compañía de ballet en Japón.
—¿Le gustaría ver el tricornio en una pasarela?
—El tricornio pide un sitio serio. Se le debe un respeto.
—Si le pidiesen tricornios rosas, ¿los haría?
—Sí, pero nunca para usarlos en España. Fuera de aquí, los que sean.
El golpe de Felipe González afectó a los Moya. Moderados al extremo, diversificaron su oferta de prendas para otras fuerzas del orden sin hacer ruido. Todavía hoy siguen confeccionando uniformes para policías locales, guardas de campo, Protección Civil o bandas de música. El tricornio es algo más en el libro de cuentas, pero mucho más en lo emocional. Actualmente, producen más de 6.200 tricornios al año.
De hacer tricornios a defenderlos
Tanto que María del Carmen, a la muerte de su padre, se presentó en la Dirección General de la Guardia Civil para reivindicar el Moya como el genuino tricornio de la Benemérita. Estaba cansada de la influencia de la competencia. Corría el año 2000.
Sin cita, acudió a Madrid para hablar con el coronel responsable del abastecimiento. No la dejaron entrar. “Y le pedí a los guardias que estaban en la puerta que se quitaran el tricornio y le dieran la vuelta —recuerda María del Carmen—; y les dije: ¿Ven ustedes lo que pone en esa etiqueta? Pone Moya, ¿verdad? Pues sepan ustedes que ese tricornio que llevan puesto lo he hecho yo y vengo a hablar con el responsable del abastecimiento. ¿Me dejan pasar?”. Y le abrieron las puertas.
“Quería preguntarles que por qué compraban un tricornio que era una porquería, cuando el bueno lo hacíamos nosotros”, afirma María del Carmen. “El tricornio de los Valle no cumplía ni los requisitos reglamentarios ni anatómicos —sigue—, era una forma de reivindicar la marca”.
Ya dentro, le explicaron que no le recibirían sin cita. A lo que María del Carmen respondió: “Mire usted, vengo de un pueblo que está a 500 kilómetros, si me tengo que quedar en Madrid, lo haré, veré museos; pero de aquí no me voy hasta que no me reciba el coronel de abastecimiento”.
Y, al lado, su marido, “un hombre de campo”. “Me lo imagino con su cara de hombre de campo, que no ha salido del olivar en su vida, queriendo irse cuanto antes…”, fabula la hija. “Él quería irse a la primera pega, pero yo estaba dispuesta a quedarme”, completa la madre.
Le dieron cita solo dos días después.
El coronel cogió su tricornio y lo giró para mostrar la etiqueta, era un Moya. Todo quedó en un apretón de manos y la invitación a presentarse en el próximo concurso. Pero Valle quebró antes.
—¿Celebraron los Moya la caída de Valle?
—Somos bastante sosos para ciertas cosas.
Moya se hizo con la venta de tricornios a la Guardia Civil. Y hasta ahora.
Tricornios chinos en El Corte Inglés
“Menos el año en el que los compraron a los chinos”, apunta María del Carmen. “Si lo de Valle era una patata, los de los chinos eran ya…”, apunta la hija. “Esas cosas pasan en los sitios en los que se mueven mucho dinero —lamenta Moya Cosano—; y a mí me hicieron una jugarreta”.
La Guardia Civil le pidió las medidas del tricornio, por si Moya cerraba, para poder seguir con ese modelo. Después de dárselas, ganó el concurso El Corte Inglés. “Los engrasaría bien…”, presupone María del Carmen. “Pero no pensaron en la que se lió, hicieron los tricornios en China y claro, no eran lo mismo”, añade.
María del Carmen recuerda un desfile de la Guardia Civil en el que, con el viento, los tricornios se caían. “Parecía un tiovivo, dándole vueltas a la cabeza. Vamos, que si los de Valle eran malos; comparados con los chinos, eran divinos”, ironiza. “No cumplía con las normas. Eso no era un tricornio. No sé cómo llamarlo”, cuenta la heredera de los Moya.
Retiraron todos los tricornios y llamaron a la fábrica de Herrera para reponerlos. “Rubalcaba se enteró y le sentó muy mal que el símbolo de la Guardia Civil se hiciera en China”, apunta la madre. La polémica sirvió para que toda la uniformidad de las fuerzas del orden se hiciera en países de la Unión Europea.
Moya vende sus tricornios a 40 euros, sin IVA. Su margen de beneficio apenas ronda el 20 por ciento. No tiene competencia, su producto es artesano, hecho con materiales de primera calidad, pero no puede subir el precio. “El problema lo creó Manuel Moya Martín —su padre—, que en su día no le dio al tricornio el valor que merece; y eso lo estamos arrastrando ahora”, explica María del Carmen.
—¿Cuál sería el precio justo para un tricornio?
—Pues un sombrero cordobés cuesta cientos de euros. Y lo nuestro es mucho más difícil que hacer. ¿Por qué no podría valer lo mismo un tricornio? Pero si yo le pidiera eso a la Guardia Civil más de uno se caería al suelo desplomado.
—¿Le gustaría invitar al nuevo ministro Grande-Marlaska a que viera el trabajo que tiene hacer un tricornio?
—Que venga, a ver si así nos sube un poco el precio del tricornio, porque es injusto.
Según datos del Ministerio del Interior, hasta 2017 había 77.427 agentes de la Benemérita en nuestro país. A cada promoción de guardias que se gradúan, la Dirección General de la Guardia Civil le entrega su tricornio correspondiente. Todos ellos Moya. En la actualidad, en la trastienda de la fábrica se apilan cajas y cajas de estos sombreros reglamentarios, separados por tallas, esperando sus próximos dueños. El envío se prevee que supere los 4.000 tricornios.
“Si llega Pablo Iglesias al gobierno, se acaba el tricornio”
Si Grande-Marlaska se dejara caer por Herrera, el flamante ministro del Interior se encontraría con apenas una decena de trabajadores que no conocen el proceso en su totalidad. Cada uno está especializado en una parte, un método que impide que alguno de ellos le haga la competencia a los Moya. “Es como la Coca-Cola, la fórmula secreta solo la tengo yo”, advierte María del Carmen, la madre, que evita que EL ESPAÑOL revele detalles de la confección del tricornio.
—María del Carmen, ¿el tricornio tiene futuro?
—Si no llega un Gobierno que lo quite, sí.
—¿Se encuentra más cómodo el tricornio con un gobierno de derechas?
—Pasa como con las banderas, los de derechas valoran mucho más el tricornio, los símbolos. Vamos, con Podemos estoy seguro que hubiésemos cerrado. Tan seguro como que nos tenemos que morir. Llega hoy Pablo Iglesias al gobierno y mañana quita el tricornio.
—¿Y cómo lo convencería de lo contrario?
—Lo retaría a que me citase un símbolo de cabeza únicamente español. El tricornio es único.
—¿Se puede vivir del tricornio?
—No da para tirar cohetes.
María del Carmen, la hija, lleva apenas pocos meses en la empresa, aunque se haya criado entre tricornios. De su abuelo recuerda la imagen de sus manos, de sus dedos largos y finos, su forma de coger el tricornio, la manera de mirarlo. En dos años heredará la empresa.
—¿Qué hay de su bisabuelo, de su abuelo y de su madre en usted?
—El amor por el tricornio. Y la apuesta por la perfección y la calidad.
—¿Se ve jubilándose haciendo tricornios?
—Sí, y que mi hija, Gala, de dos añitos, coja el negocio. Será la primera de los Moya que no llevará el apellido. Aunque en Herrera la conocerán como Gala Moya, la de los tricornios, como a todos los nuestros.
—¿Le teme más a Pablo Iglesias o a Amancio Ortega?
—A Amancio, él es el rey. Pero si quiere hacer tricornios, que se quiebre la cabeza como se la quebró mi bisabuelo. Nosotros no se lo vamos a enseñar. El tricornio es nuestro, no lo venderíamos por nada del mundo.