“Si no me hubiera detenido aquel día, nada de lo que le ocurrió después habría pasado”, comenta Sara Jane Moore, que ahora tiene 88 años. Cuando esta mujer trató de asesinar al presidente Gerald Ford tenía 45. Recuerda aquella jornada con claridad. Amaneció un lunes soleado, llevó a su hija de nueve años al colegio, hizo unos recados y condujo hasta Union Square, sin despegarse de su bolso. “Aparqué, crucé la calle y me uní al bullicio para hacer lo que tenía pensado hacer”.
Era la mañana del 22 de septiembre de 1975 en San Francisco. Casi a la vez, un marine retirado, Oliver Sipple, salió a pasear. Unas horas después, en una de esas carambolas del destino, salvó involuntariamente la vida del presidente de EEUU, al que esta ama de casa intentó tirotear. La prensa y los políticos de la época lo convirtieron contra su voluntad en un héroe nacional. Sin embargo, aquella proeza terminó en pesadilla y abrió el debate sobre los escasos límites de la libertad de información en este país.
Nada hacía sospechar a este joven de 32 años que aquel día todo cambiaría. El aún anónimo exsoldado caminaba cerca del Hotel St. Francis, cuando se percató de que una multitud aguardaba la salida de alguien importante. Había coches oficiales, policía, agentes secretos… ¡Esperaban el presidente! Sipple decidió quedarse allí para ver también de cerca al hombre más importante del momento, quien, tras tres horas, apareció saludando al público, entre aplausos.
En ese instante, una mujer de mediana edad, situada justo delante del exsoldado, metió la mano en su bolso, sacó un revólver y disparó a la cabeza del mandatario. El tiro no acertó, pero sirvió para desatar el pánico. Cuando la señora trataba de volver a apretar el gatillo, Oliver se lanzó sobre ella, le arrebató el arma y casi sin darse cuenta evitó un magnicidio que habría variado el rumbo de la historia. Sólo tres días después, fue su vida la que cambió para siempre.
Sara Jane Moore lo vivió de forma muy diferente. Mientras esperaba la salida de su objetivo, notó que había un hombre rubio y fornido detrás de ella, que no se le despegaba ni cuando el gentío la fue arrastrando hasta la primera fila. “No se apartaba de allí”, rememoraba hace un año en una entrevista con la radio pública. Pese a todo, no se puso nerviosa.
Llegado el momento, Sara Jane Moore falló por pocos centímetros. “Nunca planeé que tuviera que hacer un segundo intento”, relata la mujer, que cuando vio que el presidente seguía de pie apuntó de nuevo. Pero cuando alzaba los brazos, aquel joven en el que se había fijado antes, y que no había salido corriendo como el resto, la paró.
Tras el revuelo inicial, Ford fue conducido al interior de su vehículo y la policía detuvo a aquella mujer y también a Oliver, para aclarar qué había pasado. Ella fue condenada a cadena perpetua, aunque logró la libertad condicional en 2007, tras pasar 32 años entre rejas. Ahora continúa con su vida. Oliver, en cambio, no.
Tras haber frustrado el asesinato, la policía lo estuvo interrogando en comisaría. Cuando ya se marchaba, se topó con un periodista que quería entrevistarle. El reportero le preguntó si se consideraba un héroe, a lo que él contestó que no: “Soy más bien cobarde. No sé por qué lo hice. No soy un héroe ni nada”. También restó importancia al hecho de ser militar, porque su reacción no tuvo nada que ver con su entrenamiento como marine.
Sin embargo, al día siguiente su historia estaba en las portadas y los noticieros de todo el país, de costa a costa, con titulares que lo declaraban el nuevo héroe nacional, incluyendo el dato de que era un exsoldado.
Lo cierto es que este veterano de guerra tenía todos los elementos para convertirse en un ídolo americano. Militar, fuerte, atractivo y valiente hasta el punto de salvar a Ford. Las historias sobre su hazaña corrieron como la pólvora llegando incluso a su Detroit natal, en Michigan, donde su padre y hermanos trabajaban en una de las fábricas de General Motors.
“Cuando el primer día se supo aquello, todos en la factoría querían invitar a una cerveza a los familiares de Oliver. Era un motivo de orgullo”, explica George Sipple Jr., uno de sus sobrinos. Un par de jornadas después, la cosa cambió.
Si aquello hubiera pasado hoy, todo se habría precipitado en cuestión de horas, pero en los años 70 Internet no llegaba a las redacciones ni existían las redes sociales. De hecho, para que una noticia local trascendiera al ámbito nacional hacían falta varias jornadas. No era éste el caso. En San Francisco y en el resto del país, al día siguiente de aquel suceso, todo el mundo estaba al tanto del intento de asesinato y de la proeza de Oliver Sipple.
Pero la sorpresa estaba por llegar. La mañana del martes, Herb Caen, columnista del San Francisco Chronicle y uno de los periodistas más influyentes de la ciudad, llegó a su mesa, donde le esperaban dos mensajes en su contestador. Dos fuentes de toda solvencia, cada una por separado, aseguraban que la nueva estrella local, además de militar, era gay.
Antes de seguir adentrándonos en los tres días que cambiaron el destino del exmarine, conviene conocer un poco de su pasado. Oliver era natural de Michigan y miembro de una familia muy conservadora de ocho hermanos, de donde salió para luchar en Vietnam. De allí regresó herido y con secuelas psicológicas. Tras su paso por la guerra, se instaló en San Francisco para vivir libremente su sexualidad. Por supuesto, este es un detalle clave en esta historia. Sipple, al que sus amigos lo conocían como Billy, era homosexual. Su círculo más cercano lo sabía. Él no se ocultaba, pero no había salido del armario para su familia. En aquellos años de persecuciones policiales, cierres de bares y palizas callejeras, ser gay aún suponía una condena social en la mayor parte de EEUU.
Volvamos a la redacción del San Francisco Chronicle. El columnista Herb Caen escuchó los audios. Uno era del reverendo Ray Broshears, líder de un grupo activista gay llamado Lavender Panthers. El otro era de Harvey Milk, defensor de los derechos de los homosexuales que se convertiría en el primer político estadounidense fuera del armario y al que ‘Billy’ Sipple había ayudado en su campaña al Ayuntamiento. Ambos hombres querían que se supiera que el nuevo héroe nacional era gay.
Era “una oportunidad demasiado buena”, comentó el político a un amigo, según recogió posteriormente el libro The Mayor of Castro Street: The Life and Times of Harvey Milk. “Por una vez podemos demostrar que los homosexuales hacen cosas heroicas, no sólo toda esa mierda de acosar a los niños y pasar el rato en los baños”, dijo. No obstante, no tuvo en cuenta las consecuencias.
El presidente ¿homófobo?
El miércoles, dos días después del intento de asesinato, Herb Caen publicaba en su columna que el nuevo héroe de San Francisco se movía en la comunidad gay de la ciudad y que era colaborador de Milk. Pero además, añadía que su círculo —Milk, básicamente— especulaba con que si el presidente Ford todavía no había contactado con él para darle las gracias, era por su orientación sexual.
Por supuesto aquellas líneas, publicadas sólo en San Francisco, captaron la atención del resto de medios, que trataron de hablar con Oliver para continuar la historias. El corresponsal del Los Angeles Times, Daryl Lembke, recibió el encargo de escribir un artículo.
Recientemente, una grabación de aquella conversación entre Sipple y varios periodistas ha salido a la luz. En ella se escucha al exmilitar explicar que no ha tenido noticias de la Casa Blanca aún y decir que por supuesto que le gustaría conocer al presidente. “Esperé de hecho tres horas para eso”, bromea en la cinta.
Pero decía algo más. Durante aquella entrevista pidió a los reporteros que dejaran su orientación sexual al margen, porque no tenía nada que ver con lo ocurrido. “Ni siquiera quiero salir diciendo que la homosexualidad no tiene nada que ver con esto”, insistió.
Daryl Lembke aseguró luego que interpretó mal aquella petición. El corresponsal pensaba que lo que ‘Billy’ le estaba pidiendo era que no le citara como fuente, no que evitara contar que era gay. “Quería incluir todos los ángulos. Era una noticia de alcance nacional y era difícil ignorarla”, se justificó.
¿Tenía valor informativo publicar la condición sexual de Oliver o era sólo morbo? La respuesta está en lo ocurrido unos meses antes, cuando un miembro de las Fuerzas Aéreas fue expulsado del cuerpo por salir del armario. Ahora, otro militar gay salvaba la vida del comandante en jefe de EEUU, y Ford seguía sin darle las gracias. El reportero lo tenía claro. Era noticia.
A la mañana siguiente, Los Angeles Times, medio de alcance nacional, titulaba que el presidente no había llamado aún al héroe de San Francisco, un exmarine y “miembro prominente de la comunidad gay local”.
Este giro de los acontecimientos llegó de nuevo a todos los rincones del país, incluyendo Detroit, donde la familia de Oliver quedó impactada por las noticias y sobrepasada por la avalancha de periodistas que invadieron su barrio y la entrada a la fábrica para saber más detalles del pasado del marine.
Ya el jueves, es decir, sólo 72 horas después de convertirse en un héroe, Oliver Sipple convocaba una rueda de prensa junto a sus abogados. Muy nervioso y casi sin poder leer el comunicado que había preparado, dejó claro que su “orientación no tiene nada que ver con salvar la vida del presidente”. “Mi sexualidad es una parte privada de mi vida”.
Pidió ayuda al presidente
“Me siento muy mal por mi familia. Es horrible. Quiero que sepan que mi madre me dijo hoy que no podía salir de la casa ni ir a la iglesia por el asedio de la prensa preguntando por mi sexualidad”. Efectivamente, su madre le había contado aquello antes de anunciarle que no quería volver a hablar con él en la vida y colgarle el teléfono. “Su padre llegó a decirle a otro de sus hijos que se olvidara de que tenía un hermano”, recuerda ahora su sobrino, George Sipple Jr.
Aquel mismo día, la Casa Blanca envió e hizo pública la ansiada carta de agradecimiento, en la que Ford personalmente transmitía a Oliver su aprecio por haber truncado el intento de asesinato. Aquel mensaje presidencial tardío tuvo respuesta, aunque no se ha sabido hasta hace poco.
Radiolab, uno de los programas que justifican la existencia de la radio pública en EEUU, emitió el pasado año un programa especial sobre Sipple y habló con todos los protagonistas que aún viven tras descubrir en el archivo de la biblioteca de Gerald Ford una carta que Oliver le envió al presidente —y que su propia familia desconocía, según admitió su sobrino—.
Estaba fechada el 30 de septiembre. En ella, agradeció el escrito a Ford y le pidió un favor. “Como sabrá, han salido a la luz historias sobre mi orientación sexual que han causado una gran angustia a mi familia y mis padres. Mi madre me colgó el teléfono. Sé que está preocupado con asuntos más importantes, pero (...) es muy duro que tus padres no quieran saber nada de ti. Sé que su agenda está muy ocupada, pero respetuosamente le solicito que se tome el tiempo de ir a ver, o al menos llamar por teléfono a mi familia. La amo y no quiero separarme de ellos”.
No existe constancia en el registro telefónico del presidente Ford —EEUU conserva estos datos— que indique que aquella comunicación se produjo. “Es triste que nunca hubiera respuesta”, lamentaba el sobrino, George Sipple Jr., quien desconocía incluso aquella correspondencia.
Las desdichas de Oliver no acabaron aquí. Aquel mismo jueves de la rueda de prensa, el exmarine interpuso una demanda por 15 millones de dólares contra los periódicos que habían aireado su vida privada contra su voluntad, iniciando un caso que desde entonces se estudia en las escuelas de Periodismo de EEUU.
Demanda por 15 millones a los medios
El juicio duró nueve años. El debate consistía en esclarecer qué era la privacidad y qué suponía invadirla. Los editores expusieron primero que la sexualidad de Oliver no era una cuestión privada, porque había gente en San Francisco que la conocía. Sin embargo, el argumento principal se basó en el derecho a la información y la Primera Enmienda.
A juicio de los abogados de los medios y del tribunal que resolvió, cuando el exsoldado se abalanzó sobre aquella mujer para salvar la vida del presidente también se lanzó a la escena pública, convirtiéndose en una figura de interés público. Y justo en ese momento su derecho a la privacidad desapareció, prevaleciendo el de los ciudadanos a saber si Gerald Ford estaba adoptando una actitud discriminatoria hacia los homosexuales al no contactar con su salvador.
Aunque los periódicos ganaron la demanda, la historia de Sipple pesó para siempre sobre Daryl Lembke, el reportero del Times que desveló su homosexualidad contra su voluntad. “Esa preocupación se quedará conmigo. Intenté convertir a Oliver Sipple en un héroe gay, y en vez de eso, ayudé a alejarlo de su madre... Si tuviera que hacerlo nuevamente, no lo haría”, dijo el periodista en 1989.
En cambio Caen, el columnista que lo sacó del armario, no tuvo esos remordimientos. “Fue un buen artículo. Los miembros de la comunidad gay querían que se publicara para demostrar que no eran todos un puñado de imbéciles”.
La sentencia llegó en 1984. Aquel tiempo fue consumiendo a Sipple, al que parte de la comunidad gay también dio la espalda al entender que estaba tratando de esconder su homosexualidad. Harvey Milk sí mantuvo su amistad con él hasta que fue asesinado. Oliver acudió a su funeral en 1978.
Después, según comentaba su círculo, fue cayendo en el alcoholismo, amargado por la idea de haber saltado a la fama “por ser un marica” después de haber luchado en Vietnam.
El 2 de febrero de 1989 llovía en San Francisco. Uno de los amigos de ‘Billy’ llevaba tiempo sin verle por los bares, así que acudió a su piso. Nadie abría la puerta. Tras contactar con el casero logró acceder al apartamento. Se encontró su cadáver sobre una silla, junto a una botella de Jack Daniels y la televisión encendida. Llevaba muerto diez días sin que nadie se hubiera percatado de su ausencia.
Su hermano George acudió desde Detroit a preparar el funeral y recoger sus pertenencias. Allí atendió al Los Angeles Times. “Su vida personal nunca debió haber regresado a Detroit”, señaló, explicando que su padre era demasiado “cabezón” para entender aquello. Incluso le prohibió ir al entierro de su madre, cuando murió en 1979.
Nunca quiso salvar a Ford
También reveló un dato interesante que hace verlo todo con otra perspectiva. Oliver le confesó que cuando le arrebató el arma a Sara Jane Moore, ni siquiera estaba pensando en el presidente. Creía que aquella mujer iba a dispararle a él.
Pese a su triste final, según el relato de su hermano, Oliver también le dijo una vez que al menos, mucho después de su muerte, “alguien abrirá un libro y verá que ‘Billy’ Sipple salvó la vida del presidente Ford”.
Antes de despedirse del periodista, George Sipple reconoció que hubo dos cosas que disgustaron especialmente de la muerte de su hermano. Una, no poder enterrar a Oliver en Arlington, como era su deseo. Tuvo que hacerlo en el cementerio nacional Golden Gate, al sur de San Francisco. Y la segunda, no haber recibido ni una palabra de Gerald Ford.
Unos días después de aquellas declaraciones, una misiva llegó a la familia Sipple, en Detroit, y al New Bell Saloon, uno de los bares gay del centro de San Francisco que Oliver solía frecuentar. Era del expresidente Ford, mostrándose “eternamente agradecido” por la acción del exmarine en 1975.
"Lamenté profundamente los problemas que se desencadenaron para él después de este incidente”, explicaba el exmandatario en este escrito, fechado el 14 de febrero y dirigido a “los amigos de Oliver Sipple”. “Me entristeció saber las circunstancias de su muerte. La señora Ford y yo expresamos nuestra más sincera simpatía en este momento de tristeza por el fallecimiento de su amigo”.
“Todos aprecian la carta y han podido verla”, dijo entonces Clint Trow, un camarero del local que conocía a ‘Billy’. Otros amigos, en cambio, criticaron a Gerald Ford por haber tardado dos semanas en lamentar aquella muerte. En su misiva, el exmandatario justificaba que había estado de viaje, por lo que no pudo hacerlo antes. De nuevo, el presidente llegó tarde con su héroe.