“Yo con mi padre no me he llevado bien nunca. Nos peleamos mucho. A veces me dice que ojalá me hubiera matado cuando me intenté suicidar. Y yo le digo… que sí, que tiene razón. Que para qué nos vamos a engañar”.
Mientras lo cuenta a oscuras en las escaleras de su bloque, Rafa, con su 76% de minusvalía, repite mecánicamente un proceso. Agarra una garrafa de agua de ocho litros. La sube un escalón. Hace lo mismo con la segunda garrafa y con la tercera. Apoya en un escalón superior una de sus muletas. Se apoya en la otra y en la barandilla para subir él. Ya todos los elementos agrupados. Todo eso sin luz. 15-20 segundos todo el proceso si no se le cae la muleta. Y vuelta a empezar. Así, 38 escalones.
Rafael Padilla, de 53 años, vive en Terrassa (Barcelona). Se destrozó el cuerpo en 2010 lanzándose desde un quinto piso. “Me quise matar de la depresión que pillé porque mi mujer me arruinó, me abandonó y se llevó a la niña”. Tras más de un año ingresado, se tuvo que ir a vivir a casa de sus padres. Por su estado de salud y porque, aunque él tiene un piso en propiedad, el inquilino se niega a abandonarlo. Ahora su padre lo ha echado de casa. “Le dio un ictus y dice que bastante tiene mi madre con cuidarle a él”.
Así que Rafa, aunque apenas se tiene en pie sin muletas, se ha tenido que ir a vivir él solo a un bloque ocupado. Sin agua y sin luz. “Lo de la luz no tiene remedio. El agua la necesito”. Así que cada noche agarra dos o tres garrafas de plástico vacías de ocho litros y va a llenarlas a la fuente de un parque público. Es lo que hay si quiere lavarse. Y cada noche el mismo suplicio: cuando están llenas las arrastra haciéndolas rodar por el suelo, empujándolas a patadas y controlando con las muletas que no se le vayan. Las carga él solo en su coche adaptado y conduce hasta la puerta del bloque ocupado. Aparca mal sobre un paso de cebra y vuelve a arrastrar las garrafas a patadas veinte metros más, hasta el portal. Luego las patea a lo largo de un pasillo hasta llegar a las escaleras. Ahora viene lo duro.
38 escalones, 24 litros, todo a oscuras
38 escalones. Son los que le separan del segundo piso en el que malvive. Y con mucha paciencia, mucho tiempo y un esfuerzo titánico, consigue subir las 8 garrafas de 8 litros hasta el segundo piso. Un escalón, otro, otro. Cuando llega arriba, totalmente a oscuras, se tira en la silla de oficina con ruedas que le sirve para moverse por su casa. Está exhausto.
No tiene a nadie, no tiene luz, no tiene agua, duerme sobre un colchón que le subieron y cocina en un hornillo a butano que le dejó un okupa rumano. “Llevo unos tres meses aquí y es una vida terrible. Mucha miseria”, lamenta. Él nunca imaginó verse así.
Casarse por si pasa algo
Rafa era un tipo normal a principios de siglo. Trabajaba de carpintero de aluminio y se ganaba bien la vida. Se casó con una colombiana. “Mi madre ya me dijo que para qué casarme, si así estaba bien. Yo le dije que siempre es bueno tener a alguien en la vida, por si pasa algo”.
Y vaya si pasó, pero tal vez no lo que esperaba Rafa. Su mujer, que enseguida se quedó embarazada, le desangró. “Me ha dejado muchas deudas. Se iba mucho a Colombia, porque allí en Pereira tenía un amante, que de eso me enteré después. Y allí se operó el pecho, se redujo el estómago y se hizo la boca. Todo eso lo estoy pagando todavía”, explica.
Cuando volvía, su mujer se pasaba el día en Barcelona con sus amigos. “Tenía tantos amigos y tanta familia que compró una furgoneta de 9 plazas… que también estoy pagando yo. Para montarlos a todos, para irse de fiesta… Si yo en realidad no cobro mal, yo cobro más de mil euros. Pero se me va todo en pagarle sus deudas. No me quedan ni 400 euros para mí al mes”.
Su mujer lo arruina, lo abandona y se lleva a su hija
En 2010, su mujer se hartó, le abandonó y se fue de casa llevándose a la niña. “Se trajo a España a su amante colombiano y todavía están juntos. Viven en Castellfolit de la Roca. A mi hija también se la llevó y yo pillé una depresión muy fuerte. Sólo quería morirme. Empecé a no dar pie con bola en la carpintería de aluminio y me echaron. Así me vi de repente, sin mujer, sin hija y sin trabajo”.
La madre de Rafa le propuso a que alquilase el quinto piso en el que vivía y se fuese a vivir con ellos mientras le durase la depresión. Allí, aunque las peleas con su padre eran constantes, no estaba solo y se encontraría mejor cuidado. Y así lo hicieron. Él alquiló el piso y se marchó a vivir con sus padres.
Una caída desde 14 metros
“Un día se fueron mis padres de casa a hacer unos recados. Me preguntó mi madre que qué iba a hacer toda la tarde sin ellos y yo le dije que tomarme una pastilla y dormirme. Pero en lugar de tomarme una pastilla me tomé 14 y ya no recuerdo nada más”. El resto se lo han contado. Que se subió a la cornisa. Que estuvo un cuarto de hora “me tiro-no me tiro” montando una escena de pánico en el barrio. Que hasta la policía subió a su casa convencerle de que no se tirase. Que al final no les hizo caso y se lanzó quince metros al vacío.
Cayó de pie contra el asfalto y luego de culo. Por eso no se mató. Pero del golpe se destrozó dos vértebras, el fémur de cada pierna, la muñeca, el tobillo se le desintegró literalmente... “Lo peor es que se ve que no perdí ni el conocimiento. Estuve consciente hasta que vino la ambulancia. Se ve que les dije hasta el nombre de mis padres. Luego me desmayé. Imagínate qué dolor. Suerte que no me acuerdo”.
Rafa pasó un mes y medio en coma y más de un año ingresado. Nadie confiaba en que volviese siquiera a tenerse en pie, lo hacían postrado de por vida en una silla de ruedas. Pero el personal de rehabilitación de Mútua Terrassa se desvivió con su caso y consiguieron que al final pudiese mantenerse erguido a duras penas e incluso llegar a dar tres pasos. “Es lo máximo que hago sin muletas, que es mucho para todo lo que tengo. Piensa que además voy sondado. Llevo una bolsa para la orina porque dicen los médicos que del golpe me rompí una telilla que sirve para dar las órdenes al cerebro de orinar”.
El pastor evangelista que lo iba a curar
En la vida de Rafa se cruzó entonces una iglesia evangélica latina. Un culto con un pastor ecuatoriano que decía que hacía milagros. Que su hijo estuvo a punto de matarse en un accidente de moto y que los médicos lo iban a desenchufar de las máquinas pero que entró él, las enchufó y lo revivió aleluya. Que había curado a mucha gente. Y que a él también lo iba a hacer andar si era creyente y tenía fe.
“Un día en la iglesia me dice en la iglesia que camine, que deje las muletas y camine. Cómo voy a dejar las muletas, que me pego una hostia… Que las sueltes. Que si las suelto me caigo. Pues déjalas si realmente tienes fe, me decía. Que sin fe no me curaba. Mira, yo al final las solté, di los tres pasos esos que aprendí a dar en la rehabilitación y ya me tuve que apoyar. Y él dijo que sin fe y me había hecho dar tres pasos. Que si de verdad creyese me iba a curar”.
Lo de curarse al final tampoco le iba a salir gratis. El pastor ecuatoriano le pidió un préstamo de 2.000 euros. “Se los dejé porque decía que me los iba a devolver al 10% de interés. Pero de repente dejó de pagar. Cuando iba a la iglesia a pedírselo ni me miraba. Me ignoraba. Decía que no había dinero. Pero se gastó 3.000 euros en sillas para las misas. Al final he tardado 4 años en cobrar ese dinero. Ya no he ido más a esa iglesia”.
Su padre lo echa a la calle
Estuvo viviendo unos años en casa de sus padres, totalmente limitado. Las peleas con su padre han sido constantes. “No me soporta. Hasta en la cena de Navidad me mandaba a la cocina. Al final le dio un ictus y dijo que bastante tiene mi madre con cuidarle a él. Que largo de su casa y que allí no entre más”. Y Rafa se vio en la calle.
Literalmente en la calle, porque su piso de propiedad “que también estoy pagando, 63.000 euros de hipoteca”, lo tiene alquilado a un inquilino cubano que dejó de pagarle. “Y dice que no se va. Que no puedo echarle y que para qué quiero yo vivir en un quinto, en el estado en el que estoy”.
“Me miré pisos de alquiler pero han subido mucho. No me llega con lo que me queda al mes. En algunas agencias me pedían 4 meses por anticipado, que era una locura”. También fue a pedir un alquiler social al Ayuntamiento. “Pero no cumplo los requisitos ¿Cómo los voy a cumplir, si oficialmente soy propietario de un piso y cobro más de mil euros?”.
Por eso Rafa ha estado durmiendo en cajeros y viviendo en su coche adaptado, “que es lo único que tengo yo de todo lo que estoy pagando. Y menos mal, porque ha sido mi casa durante un tiempo”. Al coche se le encienden mil avisos de avería en el marcador. “Es que me piden 150 euros por poner arreglar eso de las alertas en la Opel”. Es un Opel Astra con un acabado muy deportivo y accesorios como llantas de aleación de perfil bajo que tal vez no necesite Rafa. Igual algún comercial de coches también se llevó una buena comisión colocando extras que se podría haber ahorrado.
“Porque a mí no me han jodido sólo los extranjeros, como me decían algunos. Que me pasaba por ir con latinos. Estuve después con una chica española que también me sangró. En cambio los del bar donde voy a cargar el móvil son latinos. Me dejan llevarme la comida sin pagar y me lo apuntan en una cuenta. Buena gente y mala gente hay de todos lados”.
Viviendo de patada, sin luz ni agua
Ahora está viviendo “de patada” en un bloque de Solvia, cerca del campo del Terrassa. Está ocupado por 15 famiias desde hace 4 años. “Hace tres meses quedó uno vacío y unos vecinos del barrio me avisaron”. Un bloque sin agua corriente ni luz eléctrica. Además, la oferta de vivienda de patada no permite muchas exigencias y no le pudieron dar un bajo adaptado para minusválidos. Vive en el segundo piso, a 38 escalones de la calle.
“Es duro, pero es lo que hay. Yo limpio cada día y me hago la comida en un hornillo que me dejó el rumano. También limpio la escalera. Si hasta pinté las paredes. Hasta la altura a la que yo llegué, eso sí. Pero lo las pinté”, dice satisfecho, mostrando unos tabiques fucsia a medio acabar. “Si yo no quiero que me metan en una residencia,. Puedo hacer cosas, no soy un inútil. Si yo lo que quiero es que me lo pongan más fácil. O que no me lo pongan más difícil, que la Generalitat me hizo devolverles 12.000 euros de lo que me daban de la dependencia”.
“Ir a por el agua es lo más cansado. Tengo que coger el coche porque la fuente que había aquí al lado la han bloqueado para que la gente no llene garrafas. Por eso me tengo que ir al parque de arriba. Luego aparco mal en el paso de cebra, descargo y las voy empujando a patadas hasta el portal. Y luego me toca subirlas a oscuras”.
¿Por qué va de noche a llenarlas, si es más difícil subir sin luz? Rafa dice que por si pasa la grúa y se lleva el coche. Luego sonríe con una mezcla de amargura y vergüenza. “Bueno… también porque no me gusta que la gente vea la situación en la que estoy viviendo. En esta miseria”.
El sur
Ahora dice que se va. Confía en que la agencia de alquiler le arregle lo de su piso de alquiler, a ver si se quedan con el inmueble, con la deuda y con el cubano que no paga. Si le sale eso dice que quiere dejar su Terrassa natal e irse a vivir… a Córdoba. “A mí siempre me ha gustado Córdoba. Mi madre es de Cabra, Córdoba. Yo hice la mili en Cerro Muriano, Córdoba. Me apellido Padilla Córdoba…”
“Mi hermano vive en Granada. Me ha dicho que en Andalucía el alquiler es más barato y viviré bien”. dice con esperanza. Aquí ya no le queda nada. “Aquí solamente me queda mi hija, que vive mi exmujer. Pero ya cuando la llamo me sale el teléfono apagado. Me han “desconectado” del todo. A Córdoba me llevo el coche y un canario que tengo que canta que te cagas. Voy a ver si le pillo una hembra y la echo a criar.”.
“Así también dejo el piso ocupado a alguien que lo necesite. Aquí estamos muy mal. Hay familias con niños que tienen que lavarse con agua calentada en el hornillo. Eso inhumano y además les quieren echar, están asustados con eso”. Aunque la crisis del ladrillo parezca ahora algo remoto (y ya tengamos hasta una nueva burbuja) hay una España que todavía vive así, sin luz, sin agua y con miedo.
Dice Rafa que anda en esas, tramitando un bajo en Córdoba cuya mensualidad va a poder pagar. “Pronto me iré quitando deudas de mi exmujer y no iré tan mal”, confía. Y habla de Córdoba como el que habla de la tierra prometida. Va a empezar una nueva vida. No descarta “encontrar pareja, porque siempre va bien tener a alguien por si te pasa algo” y hasta le han dicho que le van a arreglar los chivatos luminosos que se le encienden en el marcador del coche “porque allí en Córdoba lo hacen gratis”.