El chico -alto, robusto, con cuerpo de jugador de la NBA- cruza la puerta de salida de la Terminal 1 del aeropuerto internacional de Casablanca con la mirada nerviosa, confusa, como sin saber qué le espera en tierra marroquí. Ha llegado en el vuelo de la compañía estatal Royal Air Maroc procedente de Bamako, la capital de Mali. El pasaje le ha costado 300 euros. Apenas lleva equipaje. En su espalda tan sólo carga con una pequeña mochila marrón. Sobre su negra piel viste un chándal descolorido con el escudo del Manchester United en el pantalón.
Al dar cinco o seis pasos fuera de la terminal, alguien le llama. La persona que sabe su nombre está situada a su derecha, tras la hilera de vallas metálicas desde donde la gente espera la llegada de los viajeros de los últimos vuelos. Cuando el periodista se acerca al inmigrante, el chico dice que se llama Jimmy. Tiene 23 años y es de Mali. “Quiero ir a Tánger, sí. Y subirme a una patera para llegar a España. ¿Puedes hacer algo por mí?”.
La persona que ha dado una voz a Jimmy se llama Pambou. Es senegalés, tiene 27 años. Llegó hace unos días a Casablanca. Él y Jimmy no se conocen de nada. Hasta el momento, sólo habían hablado antes por teléfono y se habían intercambiado por móvil algunas fotos para reconocerse cuando se vieran. Un amigo en común que ahora está en Francia los puso en contacto cuando Jimmy decidió comprar su vuelo a Casablanca. “Allí te esperará Pambou”, le dijo. “Como tú, también quiere cruzar el Estrecho. Si queréis, podéis hacer juntos lo que resta de camino”, explica Jimmy.
Es martes. Durante la jornada siguiente, un periodista y un fotógrafo de EL ESPAÑOL vuelven a ser testigos de cómo, en un solo día, decenas de inmigrantes de países del África subsahariana vuelan directamente hasta Casablanca previo paso a su salto a Europa. Llegan en apenas unas horas de vuelo desde Senegal, Mauritania, Guinea Conakry, Sierra Leona, Gambia... En casi el 100% de los casos, aterrizan en vuelos operados por Royal Air Maroc, la compañía estatal del reino de Mohamed VI.
De este modo, una gran cantidad de inmigrantes -a los que se lo permite su economía- está evitando la ruta hasta ahora tradicional: la de llegar a Marruecos a través de la frontera con Argelia cruzando el desierto del Sáhara en un sufrido viaje por varios países que les suele llevar meses y en algunos casos conduce a la muerte.
Tras llegar a Casablanca, los subsaharianos recorren luego en taxi, tren, autobús o mediante los coches que les ofrecen las mafias los 338 kilómetros de carretera que les separan de Tánger, desde donde los días claros se divisa la costa de Cádiz.
Las autoridades policiales españolas han notado durante los últimos dos años un cambio en la ruta empleada hasta ahora por los inmigrantes que llegan a Cádiz tras ser rescatados por Salvamento Marítimo en aguas del Estrecho. Una vez se traslada a los subsaharianos a los puertos de Tarifa, Barbate o Algeciras, se les realiza una pequeña entrevista. Desde hace meses, centenares de ellos cuentan que en su viaje no han cruzado el Sáhara, como solía suceder hasta hace poco. En cambio, explican que han volado a Casablanca para, después, hacer el viaje por carretera hasta Tánger y subirse en una patera o en una toy de plástico.
Tras conocer este hecho, EL ESPAÑOL viaja hasta Casablanca para poner de relieve un fenómeno hasta el momento desconocido ya que antes eran muy pocos los que usaban esta vía alternativa.
Siete u ocho de cada diez
Las fuentes consultadas explican al periodista que, en la actualidad, entre siete y ocho de cada diez inmigrantes que llegan a las costas de Cádiz -no a las de Almería, a donde suelen arribar marroquíes y argelinos- lo hacen tras haber viajado en avión hasta Casablanca. Es decir, cada vez son más los que se saltan “el infierno del Sáhara y de las mafias”, explica Helena Maleno, activista de la ONG Caminando Fronteras y afincada en Tánger. “Desde hace años hay gente que viaja en avión, aunque sí es posible que se haya incrementado en los últimos tiempos”, añade.
Este fenómeno se ha acentuado en el último año, aunque según cuentan a EL ESPAÑOL las fuentes policiales, se ha intensificado “mucho más” desde principios de 2018, cuando la cifra de llegadas de inmigrantes a las costas de Cádiz se ha vuelto a disparar.
En 2017, de acuerdo a los registros de Cruz Roja, 6.017 inmigrantes llegaron a puertos como el de Tarifa o Barbate. 2.099 de ellos procedían de países al sur del Sáhara, como Senegal, Mali, Sierra Leona, Gambia o Camerún. En los primeros seis meses de este año (1 de enero- 31 de junio), han sido 6.369, de los que 3.230 eran subsaharianos. Si entre el 70 y 80% lo han hecho por vía aérea, en torno a 2.500 de ellos han recurrido a la ‘vía Casablanca’ desde comienzos de este 2018.
Según las cifras aportadas por Cruz Roja, sólo a Cádiz ya han llegado en los últimos seis meses 1.131 inmigrantes más que en todo 2017 procedentes de países al sur del Sáhara, lo que podría estar asociado al repunte de subsaharianos que vuelan a la ciudad marroquí mejor conectada con el resto de países de África.
Conexión diaria con las capitales
En la actualidad, Casablanca es la única gran ciudad marroquí unida por vuelos directos diarios con las capitales de los principales países emisores de inmigrantes que luego llegan a Europa a través de España. “Marruecos se está abriendo al África subsahariana”, explica la experta en migraciones Helena Maleno. “Está hablando de libertad de circulación de personas en todo el continente, de la creación de una moneda única… Es Europa quien no quiere hablar de ello ni que esa política se extienda entre sus aliados africanos”, añade.
Esa apertura política de Marruecos se extiende a su vinculación aérea con la mayoría de países del oeste y del centro de África. Y su compañía nacional, Royal Air Maroc, forma parte de su nueva posición internacional como gran ‘tour operador’ de la inmigración, aunque ello implique una ruta alternativa para llegar a Europa.
Desde Nuakchott (Mauritania) parten dos aviones diarios con destino a Casablanca de la compañía Mauritania Airlines y un tercero de la Royal Air Maroc. El precio del pasaje oscila entre los 260 euros sin escala y los 325 con parada en Nuadibú. El vuelo apenas dura 2 horas y 50 minutos.
Desde Bamako, la capital maliense -desde donde llega Jimmy-parten dos aviones al día con destino a Casablanca. El billete ronda los 450 euros. También lo opera Royal Air Maroc. Al igual que los hasta tres vuelos diarios desde Dakar (Senegal), el de Bissau (Guinea Bissau) o el de Banjul (Gambia). O como el avión que parte los martes, los sábados y los domingos desde Freetown (Sierra Leona) con destino a la ciudad más poblada de Marruecos, con tres millones de habitantes. Ese vuelo también lleva el logo de la aerolínea de titularidad marroquí.
“No quiero pasar lo mismo que mis ‘hermanos’”
Al pisar Marruecos, lo primero que hace Jimmy es comprar una tarjeta de teléfono del país. Se la vende uno de los marroquíes que trapichean a las puertas de las dos terminales del aeropuerto de Casablanca -la tercera está destinada a mercancías-.
Esta noche, Jimmy dormirá en la casa de Pambou junto a más inmigrantes. Ambos chicos cuentan que en unos días quieren subirse a un tren o un autobús con destino a Tánger. También tienen la opción de marchar en taxi por unos 50 euros por persona o en los coches que les facilitan las mafias locales por 70 euros. “Aún no lo tenemos decidido. Vamos a ir un grupo hacia allá. Ahora que ya está aquí Jimmy -dice Pambou- veremos lo que hacer”.
Jimmy se siente un afortunado aunque todavía le queda una parte de su viaje hacia Europa. “Sueño con llegar a España”, dice, “en mi país no hay futuro”. Jimmy ha dejado a su familia en Mali. Sus padres y sus hermanos le han ayudado a ahorrar el dinero del vuelo (300 euros).
Una vez lleguen a Tánger, este inmigrante maliense y su amigo senegalés tendrán que pagar a las mafias. Por montarse en una patera de madera y con motor les pedirán 2.000 euros. Si fuesen mujeres embarazadas, 2.500. Si deciden asumir mayor riesgo porque no tienen ese dinero, tienen la opción de subir a bordo de una barcaza de juguete a la que deberán impulsar con remos. Les cobrarán 200 euros.
“Ya veremos cuando lleguemos a Tánger, aunque mi idea -dice Pambou- es estar poco tiempo allí”. Según las fuentes policiales consultadas, los inmigrantes que ahora llegan a la ciudad norteafricana tras aterrizar en Casablanca sólo pasan entre dos y cuatro semanas allí. Luego, dan el salto al mar y se ponen en manos de Salvamento Marítimo para que les rescate.
- ¿Por qué has decidido venir por aquí y no cruzando el Sáhara?- pregunta el periodista a Jimmy.
- Esto es más caro, pero aquello es más peligroso. Muchos ‘hermanos’ han muerto en el desierto. Las mafias son muy malas. Pegan si no pagas. Hay muchos muertos en el Sáhara.
- ¿Cómo lo sabe?
- Los ‘hermanos’ que ya han llegado a Europa nos lo cuentan. Los que llegan, son afortunados. Nos dicen que muchos mueren deshidratados y que las mujeres sufren violaciones. No quiero pasar por lo mismo que ellos.
“El que puede, se lo evita”
Helena Maleno dice que “cada vez es más peligrosa” la ruta tradicional, la que implica atravesar el Sáhara, llegar a la frontera de Argelia con Marruecos y recorrer después los cientos de kilómetros que la separan de Melilla, Ceuta, Tánger y sus alrededores.
“Argelia está haciendo deportaciones masivas. Ha hecho un foso y ha levantado una inmensa valla. Los perros de la Policía les comen los pies. Cada vez hay mayor agresividad con los migrantes”, explica Helena Maleno, de Caminando Fronteras. “El que se lo puede evitar, se lo evita”.
Maleno incide en que las mujeres son quienes más sufren si toman la ruta tradicional hasta llegar a Marruecos. “Cualquiera que vuele a Casablanca le implica no llegar destrozado. Sobretodo para las mujeres, que llegan en mejores condiciones de salud psicológica, sexual y reproductiva”.
“Ojalá mañana tuviera patera”
Es de noche en Tánger. Las terrazas de los bares cercanos al puerto bullen de gente. El periodista y el fotógrafo se han citado con dos africanos en un café. Se llaman Philemon, de 33 años, y Michel, de 20. Ambos son de Camerún. Los dos llegaron a Tánger por tierra. “Fue muy duro”, cuentan.
Philemon lleva cinco años en Tánger. Nunca ha podido pagar para cruzar el Estrecho. Michel llegó hace seis meses. Por el momento, tampoco se ha lanzado al mar. “Yo quiero ir a Francia -dice Michel- donde está mi hermano. Pero necesito mucho dinero”.
Philemon y Michel viven en una casa alquilada con otros inmigrantes. Pagan 20 euros al mes cada uno de ellos. Sobreviven con el dinero que les mandan sus familias. Envidian a los que vienen desde Casablanca tras aterrizar en avión. “No podemos volver a nuestros países ahora, hay que luchar”, dice Philemon. “Ojalá mañana tuviera la patera”, añade Michel en una noche más del sueño tangerino para miles de inmigrantes africanos.