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“Mañana tiro hacia Tánger Med. Desde allí salen los barcos con los camiones hacia la Península. A ver si puedo colarme en los bajos de otro. Sería la cuarta vez. Desde el puerto de la ciudad ya sólo salen ferris con turistas…”
Driss Moukaddem, un marroquí de un pueblito entre Chaouen y Tetuán, tiene 37 años. Cuando usted lea este reportaje quizás él ya ande de nuevo por la Península. Dice que “mañana” -por el jueves de la semana pasada- cogerá un bus hasta el nuevo puerto de Tánger, a 50 kilómetros de la ciudad, y volverá a probar suerte.
En España, Driss sería un ratero: ladrón, pendenciero, lenguaraz. En la noche de Tánger es un buscavidas. Duerme en las calles de la ciudad africana más próxima a Europa con un sueño en la cabeza: volver a cruzar el Estrecho. Desde aquí, los días claros Driss divisa la playa de Valdevaqueros (Tarifa) y el inicio de la bahía de Algeciras. Mientras, su vida transcurre en el trapecio.
Driss come de robar carteras a los turistas, de lo que saca trapicheando con el ‘chocolate’ que les ofreces a los extranjeros que pasean por la medina de Tánger o con lo que le dan en los hoteles por atraer a clientes foráneos. “Tres, cuatro, cinco euros en dirhams (la moneda marroquí)... Si pagan más de 25 euros por la habitación, los dueños me dan algo”, dice en un perfecto castellano.
Driss ya ha sido expulsado de Europa en tres ocasiones, tantas como las que antes logró colarse en el continente más rico del mundo. Dice que en los 90 y en la primera década de los 2000 era fácil. Y que ahora está esperando la oportunidad perfecta. Aunque lo ve complicado.
"Vendía porritos a los niños pijos"
“Tienes que subirte encima de la rueda de repuesto o donde quepas entre hierros. Si te embadurnas en grasa, mejor. Pasas más desapercibido. Te atas, por seguridad, y le pides a Alá que te mantenga vivo. Si los perros no te huelen ni la Guardia Civil te ve, y logras que parta el ferry, en una hora te plantas en la Península. Una vez allí, todo cambia… Cualquier cosa es mejor que este puto país”.
Driss llegó a España por primera vez en 1997 escondido en los bajos de un camión. Tenía 16 años. Deambuló por las calles de Cádiz, de Málaga, de Sevilla… Hasta que lo detuvieron e ingresó en un centro de menores. Luego vendría otro. Y otro. Y otro. “He estado en centros de media España. Los mejores eran los de Madrid. Me escapaba y me iba a Lavapiés a vender mezcla para los porritos de los niños pijos. Me convertí en el morito de confianza de muchos chavales”.
Pero Driss pronto puso los pies de nuevo en Marruecos. Dos años más tarde, con 18, el gobierno español lo expulsó. Lo subió a un ferry que partió desde Málaga con destino a Melilla. Tardó ocho horas en llegar. Lo acompañaba una pareja de policías. Al bajar, lo dejaron en la frontera con Beni Ensar.
“Aquello -España- me había gustado. Tardé poco en cruzar otra vez. Creo que con 18 o 19. Me colé en un camión que iba hasta Álora (Málaga). Me parece que llevaba flor cortada. Estuve poco tiempo por la zona. Viví en Holanda, Alemania, Inglaterra…. Robaba carteras, trapicheaba con hachís y coca… En Holanda conocí a unos marroquíes que robaban carteras. ¡No veas lo que aprendí de ellos!”.
Driss cruzó a Inglaterra por la frontera de Calais (Francia). Allí, la Policía le detuvo al poco tiempo e ingresó en un centro temporal de inmigrantes. “Había mucha gente de Bangladesh y de la India. Me pegaba y reñía con todos. Allí dije que era sirio, para que pensaran que venía de una dictadura. Como no llevaba documentación, me dejaron allí”.
A Driss lo expulsaron de Inglaterra por confiado. Un día, llamó a su madre hasta Marruecos desde el teléfono del centro de inmigrantes. Le dijo que estaba bien y que no se preocupara. El teléfono estaba pinchado. Era 1999. Lo deportaron a Marruecos.
Dos hermanos en el DAESH
En 2004, Driss volvió a ocultarse en los bajos de un camión. “Cuando vas ahí debajo ves pasar la vida y la muerte, todo a la vez. No te quemas, pero si te caes al asfalto estás listo. Y si llueve, por carretera te pones empapado”. Este marroquí de acentillo andaluz volvió a ser expulsado de España en 2005. Estaba en Barcelona. Compaginaba el trabajo en el campo con el de la calle: hachís, cocaína, pastillas, sirleos de carteras y tirones de bolsos. “En tu país soy un ficha, sí, lo reconozco”. El reportero se pregunta si en Marruecos no lo es también.
Driss creció en una familia pobre. Eran siete hermanos. Cuatro hombres y tres mujeres. Ahora quedan cinco vivos. Dos de sus hermanos se unieron hace unos años a las filas del DAESH. Viajaron desde Castillejos -un pueblo vecino a Ceuta- hasta Casablanca. Desde allí volaron hasta Turquía.
Uno de ellos, el pequeño, soltero, cruzó a Siria y se unió al frente de Alepo. Perdió la vida hace cuatro años. El otro, el mayor, casado y con dos hijos, entró en Irak. Lo mataron hace dos años las fuerzas gubernamentales. Sólo llamaban a sus padres por el Día del Cordero. “Fueron por la religión -dice Driss-. Les comieron la cabeza. A mí también me ofrecieron ir. De esta zona han ido cientos a luchar. Te dicen que vas a tener mujeres, dinero, drogas…. Yo pasé de todo eso”.
Hasta hace poco, Driss dormía bajo techo, aunque no era en el mejor de los sitios. A principios del último Ramadán (mediados de mayo) salió de la cárcel de Tánger. Allí había pasado cinco meses por herir con un objeto punzante a otro chico. Driss dice que todo tiene su explicación. “Yo estaba durmiendo en un jardín de la calle. Dos chavales me registraron y yo me defendí clavándoles un hierro que siempre llevo conmigo [lo enseña y es similar, aunque de mayor tamaño, a unas pinzas de las cejas]”.
Antes de despedirse, Driss mira hacia la entrada al puerto de la ciudad de Tánger -no el de Tánger Med-, que lo tiene a 200 metros de donde atiende al reportero. Él, antes se colaba en los camiones que transportaban mercancías hacia la Península en los ferris que unen esta instalación con Algeciras y Tarifa. Ahora los han desviado al puerto de las afueras. “En realidad, podría colarme en un hueco que hay en el barco y en el que caben tres personas, pero tendría que bucear y nadar”. Y a Driss, dice, no se le da bien el agua.