Antonio Hidalgo Rodríguez, de 68 años, era un hombre corriente. Hacía pocos años que se había jubilado y se entretenía tomando café en el bar de al lado de su casa mientras leía el periódico. Nada fuera de lo ordinario. Hasta que un día apareció su cadáver mutilado en el foso del ascensor número 54 del Hospital Universitario La Paz, en Madrid.
Las preguntas se suceden unas a otras: ¿por qué eligió un hospital si el edificio en que residía tenía ascensor y una altura de 13 plantas? ¿Por qué el Hospital La Paz en concreto, si el Hospital Gregorio Marañón le quedaba a mitad de camino? ¿Por qué se esconde y va sin identificar, pero escribe una carta de despedida?
Según creen sus vecinos, “Antonio no quería morir”. Acababa de divorciarse de su esposa y se había quedado solo, con lo que “quería llamar la atención y volver a tener cerca a sus seres queridos”.
Como ya avanzó EL ESPAÑOL en exclusiva, el hombre nació un 4 de julio de 1950 a más de 400 km de su residencia madrileña, en la pequeña localidad pacense de Llerena. En el pueblo, que tiene menos de 6.000 habitantes, la noticia ha causado una gran sorpresa: nadie se esperaba que el misterioso cadáver de La Paz fuera el de alguien nacido allí.
Sin embargo, ninguna persona ha sido capaz de identificar a Antonio o su familia ya que en el lugar sólo quedan algunos primos lejanos. Según ha podido saber este periódico, los antepasados de Antonio emigraron a Madrid hace alrededor de 50 años, donde han residido hasta ahora.
Una vida tranquila
De acuerdo con el testimonio de sus vecinos, el extremeño llevaba una década residiendo en el madrileño barrio de Puente de Vallecas, aunque sólo aparece empadronado en la capital desde 2014. Vivía en un piso junto a su mujer, M. A. M. S., que iba “siempre muy bien arreglada”, como la describe un testigo cercano. Él llevaba gafas y solía vestir “con pantalones chinos y camisas elegantes”.
Antes de jubilarse trabajó para la conocida cadena de centros comerciales El Corte Inglés. Había sido empleado de la construcción de toda la vida y "debía de tener un puesto altillo" en el departamento de almacenaje y reparaciones de la mencionada compañía. Antonio se desplazaba a su lugar de trabajo en su BMW “antiguo” y de color azul, aunque según la base de datos de la DGT, el hombre tenía un Citroën C4 a su nombre.
Sus allegados describen a Antonio como una “bellísima persona”, aunque nerviosa. Su esposa notó el estado de alteración de su marido especialmente tras su jubilación. “Debería tomársela con más calma”, le comentó en una ocasión a un vecino. Según el testimonio de otro allegado, un hermano de la mujer “que tenía problemas en la pierna y no podía trabajar” solía visitar a la pareja y “deambulaba por la zona de vez en cuando”.
El matrimonio acabó en divorcio y nadie volvió a ver a M. A. M. S. ni al misterioso cuñado. Al principio el hombre recibió visitas de varios hermanos y de sus dos hijas, pero con el paso del tiempo se quedó sólo. Entró en un “estado depresivo” y dejó de arreglarse. Acudía a todos lados con pantalones cortos, camisas de cuadros y gorra. Además, se dejó crecer la barba.
"Os quiero mucho"
También evitaba cualquier tipo de contacto con sus vecinos. “Cuando le llamaba para hablar con él como hacíamos siempre, se escondía sin decirme nada”, cuenta uno de ellos. Antonio debió de pasar tiempo planeando su suicidio. Llegó incluso a redactar tres documentos que la policía encontró cuando registró su domicilio a raíz de la denuncia de una de sus hijas: llevaba “como un mes” sin ver a su padre.
Dos de ellos formaban parte de un testamento en el que detallaba qué quería que se hiciera con sus bienes. El tercero era una carta de despedida. “Os quiero mucho”, le escribió a sus familiares en la misiva. Aunque también aprovechó el papel para quejarse del abandono que había sufrido por parte de ellos tras el proceso de divorcio con su ya exesposa.
EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con una de las hijas de Antonio, pero ésta ha declinado hacer cualquier tipo de declaración o confirmación.
El cadáver sin dueño
El hombre saltó al foso del ascensor número 54 del Hospital de La Paz, desde la duodécima planta, la madrugada del 2 de julio. El mal olor y los extraños ruidos que hacía el aparato alertaron a los usuarios, que avisaron a los servicios de mantenimiento del centro. El 10 de julio los técnicos hallaron el cadáver de un hombre sin ningún documento identificativo, con una pierna amputada y decapitado en el hueco del elevador.
El misterio de su identidad no paraba de crecer. Tuvieron que pasar diez días desde el descubrimiento del cuerpo de Antonio -22 desde su trágica muerte- hasta que una de sus hijas denunció su desaparición. El pasado martes, tras un arduo proceso de reconstrucción de las huellas dactilares del cadáver, el misterioso suicida fue identificado.
Sin embargo, los restos de Antonio permanecen en el Instituto Anatómico Forense sin que nadie de su familia se haya hecho cargo de ellos.