Una entrega de droga en un campo apartado de la provincia de Málaga. Una nave industrial donde se almacena el hachís. Dos narcos esperan a los compradores, que llegan en una furgoneta. Se bajan, pero en lugar de ir a cerrar el trato, abren la puerta de la furgoneta. De la caja empiezan a salir guardia civiles armados y acorazados. Derriban a los narcos, les golpean y los atan con bridas. Los dejan allí tirados y se llevan la droga.
Podría parecer una operación impecable de la benemérita, pero en realidad fue otra cosa. Un vuelco. Guardia civiles robando droga a narcos pero para quedársela ellos. En eso consistió el palo que pegó la banda de José El Gallego. Un grupo de 7 personas, guardia civiles corruptos algunos, haciéndose pasar primero por traficantes y luego por agentes en operación oficial.
En realidad no eran ni una cosa ni la otra: negociaron una compra de droga a unos narcos marroquíes y en lugar de pagarles les metieron una paliza, los ataron y robaron la mercancía. Ahora, un juzgado de Logroño les ha condenado a penas de entre 7 y 10 años de cárcel.
Dos guardia civiles gallegos quieren pegar un vuelco
José El Gallego (A.I.A) es un guardia civil gallego que vive en A Coruña y que planteó un vuelco a gran escala junto a otro paisano que vive en Logroño. Vuelco es la palabra que se usa en el argot de la droga para definir el robo de droga a un narco. El Gallego y su amigo, conocido como El Pulpo, diseñan un plan para hacerse con 100 kilos de hachís. Para ello contactan con un traficante marroquí que vive en Logroño y cuyas iniciales son B. L. Él es el que tiene los contactos con un grupo de narcotraficantes del norte de Marruecos que llevarían la droga a la provincia de Málaga.
Tras las negociaciones y una visita previa a Málaga para probar la calidad de la droga, José El Gallego acuerda la entrega para el 10 de septiembre. Quedan en un camino apartado de la provincia de Málaga, donde los traficantes habrían llevado los fardos de droga.
Con todo el negocio montado, José El Gallego empieza su operación paralela. En lugar de pagarles la droga a los narcos, se la va a robar. Y lo va a hacer con la apariencia más legal posible: va a simular una operación de la benemérita. Para ello necesita un equipo de personas dispuestas a acometer el delito. Una especie de tropa de élite conformada por otros guardia civiles y personas del mundo de la seguridad privada.
Los 7 del Gimnasio Santamaría
La base de operaciones es el Gimnasio Santamaría de Logroño. Su propietario es Vicente Santamaría, un conocido culturista local que también se apunta al palo. De allí captan al resto de participantes. El grupo de delincuentes está compuesto de 7 personas: 4 son guardia civiles: los dos gallegos que son los cabecillas y están en la reserva. Otro está en el GAR de Logroño y otro es un antidisturbios de León. Dos son empresarios: el dueño del Gimnasio Santamaría y el dueño de un bar en Ibiza. El último miembro del equipo es un guardia de seguridad riojano. Todos ellos se conocen del gimnasio.
El hecho de que haya tantos agentes de la benemérita en el grupo posibilita la operación. Cada uno aportará lo que tenga: pistolas, escopetas, munición, chalecos antibalas, navajas, porras extensibles, defensas, material para reducir y atar a los traficantes, walkie talkie, cuerdas, pasamontañas…
Cuando lo tienen todo, salen en dos coches hasta Madrid, llevando además a B. L., el intermediario marroquí, que desconoce por completo lo que va a suceder y cree que va a cerrar un trato de drogas con normalidad. En el Aeropuerto de Barajas recogen al miembro que viene de Ibiza y alquilan una furgoneta. Los dos cabecillas y el intermediario se suben en la cabina. El resto de la banda se monta en la caja de la furgoneta. Emprenden camino a la provincia de Málaga.
Entrega en un campo apartado de Marbella
La entrega se fija en un campo apartado de la localidad de Marbella (Málaga). Allí les están esperando los narcos. La operación llevaba tiempo fraguándose. Los presuntos compradores habían ido a probar la droga y dieron el ok. Ahora, los traficantes habían desplazado algo más de cien kilos de hachís de gran pureza hasta una nave marbellí apartada de miradas indiscretas. Allí esperaban con la droga. Allí esperaban cobrar.
Y vaya si cobraron. En cuanto llegó la furgoneta de los compradores, el conductor se dirigió a la parte posterior de la furgoneta, abrió la caja y de allí empezaron a salir tipos musculados y acorazados, armados y ocultos bajo pasamontañas. Los narcos y el intermediario entendieron claramente que aquello era una operación de la Guardia Civil, porque así se estaban identificando los tipos que salieron de la furgoneta. Los tres intentaron colaborar para evitar que les agredieran, pero los asaltantes la emprendieron a golpes con todos ellos (intermediario incluido), los redujeron y los ataron con cuerdas y cinta americana. Se apoderaron de la droga y luego huyeron.
Dos palizas para el intermediario
Los narcos atados tardaron cerca de una hora en conseguir llegar a un cúter y cortarse los amarres. Cuando se lograron zafar, los dos traficantes le dieron una paliza al intermediario por haberles traído ladrones. Era la segunda golpiza que se llevaba B. L. ese día. La droga, valorada en más de medio millón de euros, había desaparecido.
La droga ya iba camino de Madrid. Los delincuentes se dispersaron en varios vehículos alquilados cada uno con varias cantidades de droga. Uno de ellos iba haciendo labores de coche lanzadera por la autovía A45: esto es, tirar delante para vigilar que no hay controles policiales.
Pero era tarde. La UDYCO llevaba tiempo esperando esta operación. La Guardia Civil de servicio, la de verdad, ya estaba al tanto de todos los movimientos de la banda de su compañero en la reserva José El Gallego. Cinco de ellos, entre ellos los cabecillas, fueron detenidos en una venta de Casabermeja (Málaga) en la que se disponían a hacer el reparto equitativo de la droga. Los otros dos fueron detenidos en un plazo menor a las 24 horas: uno en la provincia de Jaén y el otro ya en Logroño.
"Solamente quiero mi cartera"
El intermediario intentó contactar con sus agresores al día siguiente. Además de las palizas, B. L. se había dejado la cartera con su documentación en el interior de la furgoneta de la banda. Eso es lo que le preocupaba. Dejó un mensaje en el contestador de José El Gallego, pidiéndole lo siguiente:
“Jose, por favor, mándame solo mi cartera, por favor. Yo ya sabes que he hecho todo bien contigo, te ha salido la jugada bien. Suerte tuya, a mí me ha pegado. Me pegaste tú y tus amigos, y encima ellos casi me van a matar, me pegaron triple de lo que pegaste tú y tu amigos, pero al final por lo menos me soltaron. Yo no quiero nada, solo quiero mi cartera”.
Pero José ya estaba preso, igual que todos sus compinches. Todos ellos, salvo uno de los guardia civiles en activo, reconocieron su participación en los hechos y estar al tanto de todo lo que estaba sucediendo. Sólo uno de ellos lo negó y aseguró que sólo sabía que estaba realizando labores de protección del equipo. El juez ha dictado sentencia y todos ellos han sido condenados a penas que oscilan entre los 7 y los 10 años de cárcel como culpables de robo con violencia, organización criminal y delito contra la salud pública.