De pasta negra, cristales oscuros, montura de líneas rectas. El objeto del deseo de Ángel Boza Florido, uno de los miembros de La Manada, condenados por abuso sexual con prevalimento, siempre había sido el mismo: las gafas de sol. Y este miércoles, 1 de agosto, no iba a ser distinto.
Boza, el menor de los cinco sevillanos, el más discreto, el más silencioso, el único que no era miembro ‘oficial’ de la pandilla, sabía lo que hacía cuando se plantó en el centro comercial de El Corte Inglés de Nervión de la capital hispalense para intentar robar unas gafas de sol que valían cerca de 200 euros gracias a un cambiazo con la montura que llevaba puesta. Porque, aunque en esta ocasión se encontrara en libertad provisional, no era su primera vez. Apenas 24 horas antes de los abusos sexuales cometidos contra la joven madrileña de 18 años en Pamplona, Ángel Boza y su manada habían estado haciendo exactamente lo mismo.
En aquella ocasión, el juez titular del Juzgado de Instrucción 4 de Pamplona observó indicios de que los ahora condenados por abuso sexual habían participado en el robo de 9 pares de gafas de sol en una óptica de San Sebastián el día antes al chupinazo de los Sanfermines de 2016. Y así se lo hizo saber a los juzgados de instrucción de la capital donostiarra en noviembre de aquel año, según el TSJ Navarro.
Los investigadores de la Brigada de Delitos contra las Personas de la Policía Foral navarra habían encontrado diversos mensajes enviados por Ángel Boza en el que admitían los hechos: “Entramos en una óptica los 5 y nos llevamos 9 gafas”, contaba, de manera jocosa, el sevillano. En ese mismo atestado, el juez instructor hacía referencia a que el robo se realizó “por parte de individuos coincidentes con las características físicas” de los miembros de la Manada, “sin que haya sido posible obtener información adicional de la Ertzaintza”.
No eran los únicos antecedentes penales que poseía Boza (1991, Sevilla). Él, el único que no participó de los abusos a una joven en Pozoblanco (Córdoba) -por los que los otros cuatro serán también juzgados en los próximos meses-, contaba, como José Ángel Prenda, con antecedentes por delitos de robo con fuerza y contra la seguridad vial. También había sido multado por cometer faltas de desobediencia: en mayo de 2014, se saltó un control policial mientras conducía un coche bajo los efectos del alcohol. Los agentes lo atraparon a los pocos minutos. En 2016 reincidiría, según han confirmado a este diario fuentes policiales.
A Boza se le había retirado anteriormente el carné de conducir por estos delitos, pero, según ha informado el TSJA, actualmente ya tiene el permiso en vigor. Ha cumplido recientemente el segundo periodo de retirada del carné impuesto por incurrir en infracciones de tráfico.
Boza era el que hablaba de usar “burundanga” o “retinoles” para mantener sexo con mujeres. Es un reincidente en el delito de conducción bajo los efectos del alcohol y las drogas y en negarse a realizar dichas pruebas ante la autoridad, tal y como contó EL ESPAÑOL. Antes de su condena por lo sucedido en el portal de la calle Paulino Caballero en Pamplona en 2016, Boza sumaba condenas de prisión de nueve meses.
Boza, siempre a la sombra, el discreto
Es el miembro de la Manada del que menos se ha hablado en estos meses, siempre a la sombra, siempre discreto en sus apariciones. En las fotos publicadas desde que se conociera el suceso, Boza ocupa un lugar secundario. No se le ve el rostro al completo, parece que se ocultara. Sabía cuál era su lugar: en Sanfermines debía pasar por el ritual iniciático que sus compañeros ya habían puesto a punto en Pozoblanco.
Su paso por el centro penitenciario de Pamplona I fue de todo menos tranquilo. Los primeros días lo pasó mal: esgrimía que padecía insomnio y lumbalgia. Después, en la rutina diaria junto a sus amigos Prenda y Jesús Escudero, el peluquero, parecía que estaba mejor. Hasta que participó en una paliza a un violador, tal y como adelantó este periódico.
Boza fue sancionado por participar en una agresión grupal a un condenado por abusos sexuales. La paliza tuvo lugar después de Navidad y fue apartado del módulo 4 de la prisión, donde estaba con sus amigos. “Le pegaron a un interno joven musulmán, que justo acababa de ingresar por abusar de una chica en un bar”, afirmaron entonces fuentes internas de la cárcel a este diario. Rápidamente, fue castigado y apartado. Era la primera vez que se quedaba solo. Y por eso ansiaba, como nadie, el volver a Sevilla. Aunque poco más de un mes después, haya vuelto a delinquir. Su objetivo, su clásico: unas gafas de sol. Por no cambiar de costumbre. Como si nada hubiera pasado.