Un sutil movimiento. Silente, ágil. El relevo de peones al frente de los Administración pública ya es un hecho y no precisamente aislado. Poco a poco, los despachos de los dirigentes de Correos, Paradores o Renfe se han vaciado para acoger nuevos moradores afines a los socialistas. Era cuestión de tiempo: amigos hay muchos; memoria para los favores debidos, también.
En lo que llevamos de legislatura socialista, el presidente Pedro Sánchez, que izó desde el primer momento la bandera blanca del tiempo nuevo, del líder inmaculado que volvió del ostracismo político para expulsar la corrupción del Ejecutivo bajo la lupa de una moción de censura histórica, ha incurrido en los mismos movimientos de aquellos a quienes alguna vez vituperó —¿Las puertas giratorias? “Se acabó, hay que cerrarlas”, sentenciaba en otros tiempos—. Pero la amigocracia ha tomado, una vez más, la Administración.
El goteo ha sido incesante. Casi 500 nombres han brotado en el BOE a golpe de decreto de sustitución desde junio. Y eso a pesar de ese “punto final a la falta de ejemplaridad” que representa su Gobierno y de ese “cambio de época” del que el propio Sánchez ha hecho gala este viernes tras el último Consejo de Ministros estival. Es un hecho. Las empresas públicas vuelven a estar dirigidas por profesionales próximos al núcleo duro del líder del PSOE.
Gobierno en minoría
Algunos son más mediáticos —Jordi Sevilla, Óscar López— que otros —el nuevo presidente de la SEPI o de Correos—. Pero todos con la misma fecha de caducidad: julio de 2020, en las mejores quinielas. “Siempre se han hecho cambios masivos e inmediatos en las empresas públicas”, admite en conversación con EL ESPAÑOL David Redoli, sociólogo y expresidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP). “Pero es verdad que se hacía con cuatro años de legislatura por delante, no dos”.
La explicación es la endemia del amiguismo: una picadura que alcanzó el corazón del Estado hace un par de siglos y de la que aún no nos hemos desprendido. “Tenemos un problema de diseño institucional, una Administración pública del siglo XIX, un sistema muy antiguo. En los altos puestos se tiende a fusionar y confundir el funcionariado y el personal político”, esgrime Redoli.
Que Sánchez siempre ha sido un líder líquido, proteico, con capacidad de metamorfosearse no es algo nuevo. Esta vez ha vuelto a adaptar su discurso a las circunstancias. Dirigiendo empresas y organismos públicos, gente cercana ideológicamente. Pero que sean destacados profesionales en sus campos, también. Como apuntaba Carlos Yárnoz en El País, Luis García Montero puede ser muy buena opción para dirigir el Cervantes, pero nadie objetaba a su predecesor en el cargo, Juan Manuel Bonet, quien, además, solo llevaba 18 meses en el puesto. Igual sucede con Isabel Pardo de Vera, la nueva cabeza de Adif, proveniente de la promoción interna. O con Fernando Garea, respetado periodista ahora al frente de la Agencia Efe.
Igual con Aznar, Zapatero o Rajoy
“En una administración como la británica, esto no sucedería. En nuestro país, el nivel 28 y 30 del cuerpo de funcionarios, los más altos, son los que deberían optar a esos puestos. Pero lo que se consigue es una funcionarización de la política y politización de la función pública. El funcionario que llega a ser presidente de Enresa —la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos S.A.— o de Paradores es afín. No es cuestión de trayectoria personal, no es por méritos”, disecciona el sociólogo y asesor de comunicación política.
Lo cierto que el sistema ya está viciado de por sí. No es un deje de Pedro Sánchez. En el mismo periodo de tiempo, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy publicaron un número similar de decretos de sustituciones, entre 400 y 500 altos cargos cercanos ideológicamente. “Es imposible. Tú tienes ya arriba a gente puesta por confianza política. Lo que heredas es un diseño que sería absurdo de mantener. ¿Cómo tienes la seguridad de que van a ser fieles?”.
El ir y venir de cajas y enseres de todos los contrafuertes de la Administración ha sido intenso. Han vivido mudanzas, además de las ya mencionadas, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), Hunosa —empresa estatal minera—, Tragsa, Cetarsa —la tabaquera pública—, el Banco de España, Navantia —sociedad naval—, Turespaña, Enusa —dedicada a los combustibles nucleares—, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la Sociedad Anónima Estatal de Caución Agraria (SAECA), Red Eléctrica, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) o la Agencia del Medicamento.
Los premiados han sido, por el mismo orden, Vicente Fernández Guerrero —un habitual en distintos departamentos de la Junta de Andalucía—, Gregorio Rabanal, Jesús Casas, Juan Andrés Tovar —senador socialista—, Margarita Delgado; Susana Sarriá —que aterriza desde la Junta—, Héctor Gómez —el hombre de Sánchez en Canarias—, José Vicente Berlanga —desde la federación valenciana—, José Félix Tezanos —un mítico socialista y una de las caras visibles del guerrismo—, María Luisa Faneca López —desde la Ejecutiva del PSOE—, el exministro Jordi Sevilla, Manuel Escudero —secretario de Política Económica y Empleo del partido, conocido como el gurú económico de Sánchez— y María Jesús Lamas.
A Renfe, por su parte, ha llegado Isaías Táboas, el secretario de Estado de Transportes con Zapatero. A Correos, Juan Manuel Serrano —el ex jefe de Gabinete de Pedro Sánchez—; a Enresa, José Luis Navarro —exconsejero de la Junta Extremadura y del núcleo de Fernández Vara—. Y a Paradores, el exsecretario de Organización del PSOE, Óscar López.
Y no son ni un diez por ciento de ellos.
Confianza sobre profesionalidad
La solución única de estos dedazos, según Redoli, sería un pacto entre partidos para profesionalizar la dirección pública. “Hasta que eso no ocurra, los propios partidos cuentan con estos cambios porque siempre es así. Si no lo haces, te la juegas. Se impone la lógica de la confianza, no la de la profesionalidad. No hay presidente tan ingenuo. Y es un problema”, suspira.
Con un tiempo máximo de acción de dos años, “Sánchez está preparando las próximas elecciones. Y si lo haces controlando el aparato del Estado, mejor”. Con un Gobierno en minoría y pocos apoyos parlamentarios “podría haberse hecho mejor, escogiendo un perfil más técnico. Pero Pablo Iglesias o Albert Rivera habrían hecho lo mismo o muy parecido”, opina el sociólogo.
El oasis de RTVE
La cuestión, al final, es el rédito electoral que pueda conseguir con los nombramientos. De un Consejo de Ministros —o Ministras— muy pensado, estudiado, elegido concienzudamente y aunando golpes de efecto y perfiles técnicos, la consecuencia política y a nivel de comunicación fue notable. Pero con la Administración, “a nivel de calle te va a dar pocos votos. Le queda lejano a la gente”.
“Es una cuestión de visión de España. El partido que lo haga y lo lidere, en torno a las élites, tendrá bastante aceptación”. La vía ya la ha abierto Radio Televisión Española. “Pero ahí ya había un clamor en el Parlamento. Todos se habían puesto de acuerdo para reclamarlo y estaba todo el campo sembrado para que surgiera”.
Para Redoli, RTVE va a ser la punta de lanza y la tendencia profesionalizadora acabará calando en el resto de las empresas públicas. Eso sí, en un medio o largo plazo. Así sucede actualmente en Reino Unido, Francia o Alemania: “El signo de los tiempos transita en esta dirección”.