Una vez acabado el verano, Sara quería dejar el alquiler de su casa en Tarifa (Cádiz) y mudarse a Sevilla para estudiar un curso de nutrición deportiva. Pero aquella deflagración inesperada, rápida, voraz, le segó la vida. Ahora, sus padres, Juan y María Cristina, cuidan de Rumba, la perra de raza lebrel afgano que había metido en casa hacía unos meses. “Tenía tantos planes en mente…”, dice su padre con tono melancólico un año después.
A Mariluz, ingeniera técnica informática, su hermano Quisco la convenció de que aparcase hasta el otoño el trabajo de final de carrera y “echara” la temporada en el 100% Fun, el hotel en que él trabajaba de cocinero desde hacía tres años. Así, podría ganarse algo de dinero. Su hermana aceptó. Como Sara, murió por culpa de aquel incendio. Quisco tuvo la suerte de salvarse. “Por mucho que yo me recupere, siempre me faltará ella”, dice el chico.
Como Sara y Mariluz, también Irene, Esther, Francisco, Daniel y José Antonio tenían en la cabeza mil proyectos, pero todos quedaron en suspenso el 5 de agosto de 2017. Aquel día, sábado, un fuego originado en un transformador eléctrico en un hotel de Tarifa apagó dos vidas y otras seis las dejó en penumbra.
Sara y Mariluz fallecieron. Sus seis compañeros, tras pasar meses hospitalizados y someterse a numerosas operaciones, aún hoy arrastran graves secuelas. La mayoría de ellos se protegen del sol las marcas de su cuerpo con medias compresoras. Alguno, como Francisco, sobrevivió no se sabe muy bien cómo, porque ni los médicos se lo explican. Tenía un 75% del cuerpo con quemaduras de tercer grado.
Los médicos les dijeron a los padres de Francisco que su hijo no aguantaría vivo más de 48 horas. Luego, no más de una semana. Después, que no llegaría al mes. Este martes, junto a Esther, se le veía nadando por una de las calles de la piscina cubierta de Tarifa, tratando de recuperar la musculatura y la movilidad perdidas.
Desde que se produjo el incendio, los supervivientes y las familias de las dos fallecidas reclaman justicia. “Quien lo ha perdido todo, no teme nada. Eso nos pasa a nosotros”, dice María Cristina, la madre de Sara, una de las dos jóvenes que no soportaron las consecuencias del fuego. “Yo quiero saber quién tuvo la culpa, si el hotel, la compañía eléctrica o los dos. Y no descansaré hasta que me lo digan”, afirma María de la Luz, progenitora de Mariluz, la otra fallecida.
Un reportero y un fotógrafo de EL ESPAÑOL viajan esta semana hasta Tarifa, cuando se cumple un año de aquel incendio. Por el momento, el caso se encuentra en fase de instrucción en un juzgado de Algeciras.
A mediados de septiembre, un representante de la compañía eléctrica dueña del transformador y un ciudadano ruso que está al frente del consejo de administración de la sociedad propietaria del hotel deberán acudir a declarar en calidad de investigados. Mientras, los seis supervivientes tratan de salir adelante poniéndose en manos de fisioterapeutas y psicólogos.
Aquel fatídico 5 de agosto de 2017
El hotel 100% Fun está ubicado a pie de la carretera N-340, a 13 kilómetros del núcleo urbano de Tarifa. Es lugar habitual de hospedaje para los amantes del surf que aprovechan las playas cercanas, como la de Valdevaqueros, para practicar este deporte y otros que combinan el mar con el viento.
Aquel sábado 5 de agosto de 2017 el hotel estaba lleno. A mediodía atendieron a decenas de comensales. Sobre las 19.45 horas, los responsables de la cocina y los camareros se sentaron a comer a una mesa antes de que empezara el turno de noche y de nuevo se llenase el restaurante.
Tocaba macarrones con tomate. Hacía tanto calor que a Quisco, cocinero -por entonces, de 33 años-, no le entraba la comida. “Yo había dado dos pinchadas al plato cuando sucedió”, recuerda. "No tenía hambre. Me senté por descansar".
La mesa estaba en una estancia del interior del hotel, cerca de la cocina. Desde ella se podía acceder a los campos que quedaban a la espalda del establecimiento. A la mesa se sentaron Sara Ojeda, la encargada, y otros siete compañeros entre ayudantes de cocina y camareros. Además de Sara y de Quisco, estaban su hermana Mariluz, Irene, Esther, Juan Antonio, Daniel y Francisco. #porLos8deTarifa, como así se hacen llamar en redes sociales.
La mesa era rectangular. Los ocho compañeros se sentaron enfrentados: cuatro enfrente de los otros cuatro. Al poco de comenzar a comer, se escuchó un ruido extraño. “No sé definirlo, fue como un click”, dice Quisco este martes mientras una fisioterapeuta de la clínica Asepeyo de Algeciras, adonde va cada día en ambulancia desde Tarifa, trabaja con su mano y su brazo derechos, todavía agarrotados y en los que debe ir ganando movilidad. Pronto le operaran de su dedo meñique derecho.
“Tras ese click, de la rejilla del transformador, que estaba a la altura de nuestras piernas, salió una llamarada que se abrió paso entre nosotros y nos abrasó. Duró un segundo, pero nos abrasó, aunque en ese momento no lo sintiéramos así”.
El transformador 29.272
Tras la deflagración del transformador con número de registro 29.272 de Endesa, media provincia de Cádiz se quedó sin luz durante unos minutos. Al menos desde Tarifa hasta Chiclana de la Frontera, a 80 kilómetros de distancia.
Los ocho compañeros fueron saliendo de aquella estancia conforme pudieron. Se escuchaban gritos, gemidos, toses… Unos se tiraron al césped del hotel. Otros se acercaron a la piscina por si se producía una nueva explosión.
Francisco, presa del pánico y de la irracionalidad, recuerda este martes ante el reportero que él salió a los campos traseros del hotel, se quitó toda la ropa que llevaba, incluidos los calzoncillos, y recorrió por un carril de tierra los 400 metros que separan el 100% Fun de otro establecimiento hotelero cercano.
“Me planté delante de los clientes sin ni siquiera darme cuenta. Cuando vieron mi piel calcinada, negra, pensaron que era un ‘morito’ que había llegado en una patera. Y no creas que bromeo”, dice el chico.
Francisco cumplirá 25 años el próximo septiembre. Los 24 los cumplió en la unidad de quemados del hospital Virgen del Rocío de Sevilla. El joven, también con formación universitaria, llevaba trabajando durante los últimos siete veranos en dicho hotel para costearse los estudios. Empezó de chaval, con 17.
Sara y Mariluz apenas aguantaron unos días
Después del incendio, las ambulancias comenzaron a repartir a los ocho heridos por distintos hospitales de la provincia de Cádiz, aunque poco a poco fueron derivados al Virgen del Rocío de Sevilla.
Se llevaron primero a Sara, Francisco, Daniel y Mariluz, la hermana de Quisco. Eran los más graves. “Yo estaba deseando que se llevaran a mi hermana. En ese momento estábamos como fuera de nosotros. Yo no sentía dolor. Mi obsesión era mi hermana. No me podía creer, viéndola así, consciente y animada, que luego moriría”, dice Quisco”.
“A la que peor vi fue a Sara, la verdad. Estaba muy callada, como alicaída”, recuerda el chico delante de los padres de la fallecida, quienes no consiguen contener las lágrimas cuando escuchan hablar de su única hija.
Las familias de las dos muertas y los supervivientes entienden que aquel día se evidenció que la zona no está preparada para dar cobertura sanitaria a un accidente de esta magnitud. Según ellos, hubo descontrol, se tardó demasiado en la evacuación y nadie avisó a los seres queridos, que se enteraron del suceso por llamadas de conocidos o, como en el caso de la madre de Mariluz, yendo de hospital en hospital preguntando por su hija.
“Llegué al Virgen del Rocío casi a las cinco de la mañana del día siguiente. La Guardia Civil no me decía nada de ella. A mi hija la habían trasladado hasta allí después de pasar por otro hospital”, dice María de la Luz, de 51 años.
“Cuando la vi, tenía el cuerpo completamente vendado, salvo un mechón de pelo que sobresalía del vendaje de su cabeza. Imagínate cómo es para una madre saber que sus dos hijos han sido víctimas de un mismo incendio”.
Mariluz, de 33 años, aguantó viva dos días. Murió la madrugada del 7 de agosto. Su hermano Quisco aún pasaría sedado varias semanas más antes de enterarse. Cuando despertó, transcurrieron unos 20 días hasta que le dijeron que su hermana había muerto.
“No me lo podía creer. Yo recordaba haberla visto consciente, diciendo que todo había sido un susto y que íbamos a salir todos vivos. Y ahora me decían que ya no estaba… Yo la llevé allí a trabajar. Eso nunca se me quitará de la cabeza”.
Sara murió dos días después que su compañera Mariluz. A sus padres, Juan Ramón y María Cristina, no les dieron esperanzas de poderla mantener con vida. Los médicos les permitieron pasar con ella sus últimas 24 horas. Se marchó el 9 de agosto. Era hija única, “la alegría de sus padres”. Vivía sola en Tarifa. Tenía 32 años.
El abogado culpa a la compañía
Un año después del incendio, la causa sigue su curso en el Juzgado de Instrucción número 4 de Algeciras. En junio pasado, la Junta de Andalucía remitió a la magistrada instructora un informe del Centro de Prevención de Riesgos Laborales de Cádiz. Juan Marín, abogado por la vía penal de los padres de las dos fallecidas y de otros cinco afectados, responsabiliza a la compañía eléctrica.
Marín, en conversación telefónica con el periodista, explica que en base a dicho informe “se evidencia" que “existía sobrecarga en el transformador”, que “la rejilla no filtraba” y que “el foso donde estaba instalado tenía fallos de construcción”. “No obstante -apostilla el abogado- en septiembre voy a pedir que se amplíe dicho informe y que se aporte de nuevo al juzgado”.
Este periodista remitió una serie de preguntas al departamento de comunicación de la compañía eléctrica este pasado jueves. “Por respeto al proceso judicial no estamos haciendo declaraciones a ningún medio”, respondió la compañía, que en todo este año no se ha puesto en contacto con las familias.
El transformador había pasado las pertinentes revisiones. La última, dos años antes del incendio, dentro del plazo legal.
Vida entre el fuego
Irene, de 30 años, aquel día estaba comiendo junto a sus compañeros cuando se incendió el transformador del hotel. Llevaba tres temporadas empleándose allí como camarera. Cuando sucedió el accidente, estaba embarazada de mes y medio. Sufrió quemaduras en pies y piernas, aunque fue la que menos grave estuvo.
“Esa misma noche me dieron el alta. A la mañana siguiente, tenía los pies como botas. En el ambulatorio alucinaron cuando les conté que la noche anterior me habían mandado a casa”, cuenta la mujer.
Irene ahora es madre de Víctor Manuel, un bebé sano y fuerte de cuatro meses y medio. De haber sufrido mayores quemaduras y haber necesitado pasar por quirófano a vida o muerte, como varios de sus compañeros, el feto habría muerto. “Suerte que tengo a mi niño conmigo”, dice la madre. Víctor Manuel es, sin quererlo, la vida que nació del fuego.