Árbitra, gitana y aspirante a policía: qué no le dirán a Lorena en la cancha
- Única colegiada gitana de España, ha dirigido partidos de categorías inferiores, pero su sueño es llegar a la ACB.
- "Un grupo de padres eran muy racistas. Gritan, te ponen nerviosa y arbitras mal. '¡Cómo has aguantado eso!', me decían", cuenta.
- “Nada más empezar ya me juzgaron. A la semana hice un partido malo. Tuve que pararlo e irme a casa. Pensé en dejarlo”.
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Lorena Borja Giménez (Zaragoza, 2000) busca los cascos, enciende el reproductor de música y le da al play. Suenan canciones aleatorias. De pronto, Justin Bieber. O India Martínez. O flamenco. O cualquier otra cosa. No desprecia nada. Se relaja, se mete en ‘su mundo’ y llega al campo. Necesita abstraerse antes del partido. Es árbitra, mujer y gitana. El cóctel, a priori, es explosivo. “Nada más empezar ya me juzgaron. A la semana hice un partido malo. Tuve que pararlo e irme a casa. Pensé en dejarlo”, reconoce en conversación con EL ESPAÑOL. “Lo mío es ir a contracorriente. Mi padre también era así. Siempre me dice: ‘Cuando todos iban por ahí haciendo el tonto, yo me quedaba estudiando’. Me parezco a él”, añade.
Ella es la única colegiada gitana de baloncesto de toda España. “¡Menuda presión!”, suspira. Es la pionera. Tiene la responsabilidad –y el placer– de abrir la veda. Su deseo es que muchas otras sigan su camino. Primero, en la pista, como árbitras; y después, en la policía. Lorena, que estudiará segundo de Bachillerato este curso, quiere opositar y entrar en el cuerpo cuando acabe de estudiar. “Siempre me ha gustado el orden, ayudar a la gente”. Y lo va a intentar.
La vida le ha enseñado que siempre hay que insistir. Lo hizo cuando empezó a jugar al baloncesto. Las lesiones, entonces, le hicieron abandonar el equipo. “Era horrible. Me lesionaba muchísimo: las manos, la cadera… Fue horrible. Mis padres no lo veían bien y yo, aunque en principio me enfadé, luego les di la razón”. Y, más tarde, tampoco cejó tras sus primeros días en el arbitraje. Sufrió insultos y la juzgaron. Sin embargo, continuó.
Lorena, que quiso ser pívot primero y elegir canto en las extraescolares después, debutó la pasada temporada en las categorías inferiores (benjamines y alevines). “Hay veces que los padres se ponen pesados y yo no estoy ahí para aguantar todo, sino para pitar. Te ponen malas caras, piensan: ‘Me ha tocado esa...’. Pero luego los niños están contentos”.
El gran problema lo tuvo en el segundo partido. “Había dos grupos de padres. Unos no decían nada y los otros gritaban. Eran muy racistas. Te van poniendo nerviosa y arbitras mal. Entonces, fui a la entrenadora y no me ayudó. Y lo paré. ‘¡Cómo has aguantado todo eso!’, me decían”. El segundo encontronazo lo tuvo con una mujer. “Ni siquiera me dio la mano”. Pero en esa ocasión lo solucionó fácilmente: le pité técnica y ya está”. La temporada la terminó bien y este año va a repetir buscando su sueño futuro: ser la primera colegiada gitana en la élite.
DERRIBAR BARRERAS
“¡En dos años, en la ACB!”, anticipan sus amigos. Pero ella lo ve muy lejos. “Poco a poco”, espeta. Así ha sido siempre Lorena, que se ha criado entre hombres. Ella ha sido siempre la ‘niña’, la más tranquila –pero con carácter–, la que se ‘peleaba’ con su hermano más pequeño –del total de cuatro– y la que decidió estudiar. “Tuve mi época de vagancia. Yo quería hacer un grado medio. Pero una profesora me puso las pilas. Me dijo que valía para estudiar y me metí a hacer Bachillerato el mismo año que empecé a arbitrar. ¡Una aventura!”, cuenta, entre carcajadas.
Lorena eligió el camino más complicado. “No me han puesto barreras, pero pienso derribarlas si llegan por el camino”, incide. Lo suyo no es habitual, pero es una lucha necesaria para acabar con los prejuicios. “Hay gente que se ha metido conmigo por ser gitana. Ahora ven que trabajas, que estudias… A pesar de todo, no me han cerrado muchas puertas, pero si lo hacen… las pasaremos”, apunta.
En el mundo del arbitraje, ha tenido que hacer un esfuerzo para continuar. Encajó aquellos primeros reveses y devolvió el golpe. No le gusta dejar las cosas “a medias”. Eso nunca. No lo concibe. “Sé que no voy a hacer el arbitraje perfecto”. Y también sabe que el mundo es machista (“si eres mujer y árbitra, te matan”). Ella, además, es gitana. Y ese es su mérito. Oponerse a todo el sistema, ir contracorriente.
Lo hizo en su primer curso como árbitra y lo seguirá haciendo esta temporada. Todavía no sabe en qué categoría pitará, pero sí que el 8 de septiembre se incorporará al stage de pretemporada. Mientras, seguirá disfrutando de sus vacaciones, de Curry y de Pablo Agulilar –sus dos ídolos–, y del baloncesto, en general. Con una sonrisa, una lasaña –su plato preferido– y muchos sueños. Esa es su receta para coger impulso y acabar con todas las barreras. Contra insultos, buenas maneras; contra el racismo, argumentos; y contra los cenizos, hechos. La mejor canasta posible contra prejuicios.