Madrid, seis de la tarde, un calor que aprieta y lo único que apetece es un buen rato de compras. "¿Por qué no?", piensa esta periodista que quiere gastarse los pocos euros que le quedan a final de mes y engordar su armario de ropa que apenas se pone. Ni qué decir tiene que el aire acondicionado de las tiendas también es un buen aliciente para sobrellevar el verano en la capital así que me digo: "Venga, a fundir la tarjeta".
El problema llega cuando, feliz de la vida, entras al probador con unos vaqueros monísimos de tu talla y, oh, sorpresa, no te entra el trasero. ¿Pero si es la 38, mi talla de toda la vida, y yo no he engordado? ¿Cómo puede ser?
Triste, pero con ganas de más, me cambio de tienda para intentarlo de nuevo. Cojo otros vaqueros, de la misma talla, porque es la mía y nadie me la quita, y esta vez sí entran pero me sobran. ¿Qué está pasando? ¿Necesitaré yo una dieta, oh, señor Amancio?
Lo que me pasa a mí nos pasa a todas y ni es algo nuevo ni está cerca de solucionarse. Porque, aunque me cambie de tienda cinco veces, la realidad es que cada fabricante hace sus prendas como le viene en gana y las que lo sufrimos somos nosotras.
El famoso estudio antropomórfico
Una década después, seguimos sin saber qué talla tenemos de ropa. En el año 2008, el Ministerio de Sanidad realizó un estudio antropomórfico para determinar la talla de las españolas y llegó a la conclusión de que existen tres tipos de cuerpos: los famosos diábolo, campana y cilindro.
Este estudio también recomendaba la adopción en España de un sistema de patronaje más preciso, de acuerdo con la norma EN 13402-3-2004 que regula la designación de tallas para prendas de vestir basada en las dimensiones corporales medidas en centímetros. Aunque exista esta norma, cada fabricante determina la holgura agregada en función del modelo y el tipo de tejido empleado. ¿Ha cambiado algo después de esto? La respuesta es sencilla: no.
Para comprobarlo compramos varios pantalones vaqueros de diferentes marcas en la misma talla: la 38. Esta redactora comprueba, pantalón tras pantalón, que ni se ha unificado nada, y que muchas tallas difieren en varios centímetros las unas de las otras. ¿Cómo es posible que ocurran estas cosas si hace 10 años que, supuestamente, iba a arreglarse?
“Porque no se ha hecho nada”, responde Isabel Moya, miembro del gabinete jurídico de FACUA. La organización de defensa del consumidor sostiene que “a la vista está que no ha cambiado nada y que todavía encontramos el mismo problema”. Moya defiende que no se ha llegado a ver el resultado de ese estudio en la práctica.
La realidad es que la voluntad de las marcas de intentar homogeneizar las tallas ha quedado diluida en eso precisamente, en un intento.
Mientras que en Zara la talla 38 no me cierra, con los de Pull&Bear no puedo respirar. Y pasa algo totalmente diferente con los de Primark, que la misma talla 38 me queda grande. “Para el consumidor esto es caótico”, sentencia Moya, que indica que el problema está en que no hay obligación por parte de los fabricantes de regularlo.
Mientras, las consumidoras en este caso nos volvemos locas por saber qué talla tenemos y vivimos en una confusión permanente que, en muchos casos, puede llevar a consecuencias peligrosas para la salud. Y al final sales de la tienda pensando que no necesitas unos vaqueros nuevos sino una dieta que te ayude a entrar en ellos.