El torero Juan José Padilla cuenta 39 cornadas desde que se puso por primera vez delante de una becerra a los siete años. La suma compendia los desgarros en los ruedos, como la gravísima cornada con la que perdió su ojo izquierdo en Zaragoza, y otros tantos puntazos fuera de ellos. Aunque hay más. A las cogidas físicas, El ciclón de Jerez apunta otras tantas que duelen pero que no sangran, como los mensajes de quienes se alegran cada vez que un toro hunde los pitones en la carne de diestros como él. “Una falta de humanidad”, lamenta. O no haberse podido despedir de los tendidos catalanes.
Este sábado sí se despidió del coso de Sanlúcar de Barrameda, localidad en la que reside desde hace 20 años. El torero jerezano acabó saliendo por la puerta grande después de dejar sin orejas a los astados de la ganadería de El Torero que le tocó lidiar. Al segundo también le cortó el rabo. Y, como era de esperar, su actuación le granjeó el largo aplauso de los sanluqueños, de quienes se despidió besando el albero de la coqueta plaza de El Pino.
A hombros se marchó del ruedo directo para casa. Ya le queda una corrida menos para su despedida definitiva.
—¿No echará de menos esto?
—No echaré de menos el traje de luces porque he cumplido un ciclo. Tampoco echaré de menos el miedo. O la adrenalina. Espero que mi mente se prepare para vivir otra etapa de la vida. Y no echar de menos los ruedos.
Juan José Padilla lleva toda la vida ligada al toro. Soñaba de niño con ser como los maestros Manzanares o Dámaso González. Quería sus triunfos, sus trajes y sus coches; también su forma de vida. Y lo consiguió. La providencia fue procurándole paso a paso sus deseos. Ser novillero, vestirse de luces, tomar la alternativa y disfrutar del respeto de sus compañeros y de la admiración de la afición.
La intuición de que en el azar también cabe la resta alcanzó su cota máxima en Zaragoza, cuando Marqués, el astifino de la ganadería de Ana Romero, se llevó el ojo izquierdo del torero Padilla durante la suerte de banderillas.
El torero salvó al hombre
Cuenta el maestro de Jerez de la Frontera que los toreros que fueron a verlo al hospital, “hombres grandes como castillos acostumbrados a ponerse delante de pedazos de toros”, se derrumbaban en lágrimas a los pies de la cama. Justo entonces supo que sólo el torero llamado Padilla podía sacar del profundo pozo al hombre ajado y perdido llamado Juan José. “El torero salvó al hombre”, insiste el diestro.
En 2018, Juan José Padilla se despide de los ruedos. 39 cornadas después, cuando cumple 25 años de oficio, el maestro hace balance en EL ESPAÑOL de sus sumas y sus restas.
Padilla recibe a los reporteros en Puerta Gayola, su casa de La Jara, un barrio residencial de imponentes chalets situado entre los municipios gaditanos de Sanlúcar y Chipiona. A medida que se va abriendo la puerta de la finca, sorprende a lo lejos un hombre atlético, espigado, con el cuerpo bien definido. Al acercarse, se disculpa. “Lo siento, pero tengo que aprovechar el poco tiempo libre”. El bañador, tipo Speedo, no tapa las cicatrices que tatúan todo su cuerpo. Le rondan Furia y Enano, dos chihuahuas que escoltan al maestro.
—¿Embisten?
—No, estos no; pero el otro que tengo dentro sí. Más de una vez me he puesto a torearlo y aguanta bien embistiendo.
El morlaco, que hoy tiene pocas ganas de arrancarse, es un noble sabueso de sangre de Baviera color negro y fuego, un regalo que el torero recibió de manos de Adolfo Suárez Illana y su mujer Isabel Flores. Padilla y el primogénito varón del ex presidente del Gobierno por la UCD mantienen desde hace años una estrecha relación. “Hablamos cada dos días por teléfono”, apunta el diestro.
No extraña la presencia del abogado en varias fotos en el salón de la casa de Padilla, donde también hay retratos del rey Juan Carlos, de los maestros José Tomás, Fandi o Manuel Benítez El Cordobés y otras personas de la sociedad española. Sobre el suelo están las cabezas de Impositor y Seductor, dos morlacos de 541 y 565 kilos a los que le faltan las tres orejas con las que Padilla consiguió su primera Puerta del Príncipe de la Feria de Abril de 2016.
A pocos metros, en el recibidor de la casa, una estancia de doble altura salpicada de cabezas de toros entre las que resalta un imponente retrato al óleo del maestro, Padilla conserva sobre una silla de enea el traje de luces de esa tarde de la Feria de Abril. También está el que usó en su reaparición en Olivenza después del incidente de Zaragoza. Es un traje color verde con hojas de laurel bordadas en oro. “El triunfo, las hierbas con las que curar las heridas”, apuntilla.
De perder un ojo a tocar la gloria
Sentado bajo la cabeza de Trapajoso, el toro con el que volvió a los ruedos, Padilla recuerda la tarde que en la que lo lidió. Lo brindó a dos doctores clave en su recuperación: el cirujano maxilofacial sevillano García Perla y el jefe de cirugía de la plaza de toros de Zaragoza Val-Carreres. “Salí a hombros —repasa el maestro—; aunque, más que a hombros, salí tocando la gloria por todo lo que había vivido”.
—¿Ahí empieza el mito del torero pirata?
—Soy el único torero en la historia con un parche. Desgraciadamente o afortunadamente, eso es así. He podido rehacer mi profesión y afrontar la vida, disfrutar y conseguir lo que siempre quise. Ya sea con un parche o sin él; no ha sido una decisión, ha sido por obligación. Agradezco que todo haya trascendido con mucho respeto.
—¿Le insistieron para que no volviese a torear?
—Sí, y los entiendo. Amigos, compañeros, familia… mis padres se opusieron, también mis hermanos. Había sufrido mucho y ellos habían visto que podía haber perdido la vida y que todavía no estaba recuperado totalmente. Perdí mucho peso. Tenía los problemas de visión. Yo los entendí, pero los tranquilicé. Era lo que yo necesitaba. También recibí apoyos, como los de mi mujer y mis hijos, que entendieron la decisión. Fueron mi bastión.
De matar corridas duras de Vitorino o de Miura, pasó a la parte que él define como “amable”, a compartir carteles con las figuras, “con lo que siempre se sueña”. También cambiaron sus sensaciones y la actitud delante del toro. Paso a paso, las operaciones transcurrieron en paralelo a la temporada, que se alargó hasta las 79 corridas.
En la de este sábado en Sanlúcar, Padilla, de burdeos y oro, recibió al primero de la tarde con una larga cambiada. El ciclón de Jerez cosechó los primeros aplausos en un buen quite por chicuelinas. El clímax llegó en el tercio de banderillas que el diestro regaló al tendido. Con la muleta, se le vio cómodo con la derecha. La estocada, casi entera, convenció a la presidencia para conceder las dos orejas. Vuelta al ruedo y lluvia de regalos para el maestro. La bandera pirata, símbolo del diestro desde el regreso en Olivenza, ondeó en el coso sanluqueño.
“Dios me ha regalado mucho más de lo que me esperaba”, afirma el torero, creyente. Una estampa de San Benito guarda las puertas de su casa. Dentro tiene una pequeña talla de la Virgen del Pilar y un bronce de la Virgen del Rocío. Entre las dádivas, Padilla cuenta a Lidia, la mujer con la que lleva 26 años de matrimonio.
Cuenta que de zagal, cuando repartía el pan de la panadería de su padre en Jerez, siempre dejaba un bollito más en la casa de la que sería su mujer. “Esto, para tu hija, con la que me casaré algún día”, decía. “Yo tendría 17 años y ella, cuatro menos”, recuerda. “Mi compadre me decía que cómo una mujer tan guapa iba a echarse un novio tan feo —sigue sonriendo—; yo le respondía que nunca se sabe hasta donde el feo podría llegar”. Juntos han tenido dos hijos: Paloma, de 14, y Martín, de 12.
La despedida de Padilla, el descanso para la familia
Ella no va a la plaza, tampoco ve las corridas por la tele, “ni siquiera en las repeticiones”; sus hijos sí lo acompañan en su despedida de Sanlúcar de Barrameda. Mientras que Padilla se viste con la ayuda de su mozo de espadas, la familia entra y sale de la habitación en la que se viste siempre que torea por la zona. No hay silencio durante la liturgia, todo es natural.
“Yo no tengo silencio nunca —apunta Padilla—; Morante lo sintetizó bien cuando dijo que yo era el torero que no escucha el silencio”. La cogida de Zaragoza le provocó al diestro problemas de acúfeno que se traducen en un pitido constante en uno de sus oídos.
Los amigos y familiares van llegando a la casa del diestro. El diestro entra y sale de la habitación, una especie de capilla repleta de santos, en la que se viste. Su padre es de los primeros en llegar. Pepe Padilla tiene 72 años y siete hijos, los tres varones se han vestido de luces. Juan José, Jaime y Óscar; de los tres sólo ejercen los dos primeros, el tercero lo dejó cuando su hermano sufrió la gravísima cogida de Zaragoza.
“Llevo muchas noches sin dormir”, sentencia Pepe. “Porque a esto no se aprende —sigue—, uno no se acostumbra a esta vida”. Se queja el padre de Padilla de que su hijo ha tenido una carrera “muy brillante, pero muy dura para nosotros”. “Han sido muchas cogidas”, completa.
Él quiso ser torero, pero la suerte no le acompañó. “Juan José nació torero, nació torero —insiste— y estoy muy orgulloso de él”.
El recibidor de la casa se convierte en una pequeña tertulia en la que también está presente su apoderado, Diego Robles, al que horas más tarde Padilla le dedicaría el segundo toro. Ambos llevan juntos desde el año 2001. Y todavía lo estarán algunos meses más. “Acabaremos la temporada en Zaragoza, en el Pilar —apunta el representante—; luego iremos a América”. El diestro ya tiene cerradas dos corridas: el 2 de noviembre en Morelia, México, y el 18 de noviembre en la Feria de Lima, en Perú. “Habrá algunas seis u ocho más”, zanja Robles.
Son las seis de la tarde, falta una hora para la corrida y la cuadrilla recoge al maestro. En su casa se queda su esposa, Lidia; sus hijos lo acompañan al ruedo. Los cuatro rezan abrazados antes en la capilla de su casa. Minutos después, el maestro sale de casa. “Leo, procuro tener la mente ocupada para no pensar”, confiesa la esposa.
“Me retiro en un momento bueno para los toros”
En el corto trayecto desde su casa hasta la plaza de toros, Padilla habla con su cuadrilla de temas sin la menor trascendencia. El diestro se sienta al final del microbús, como uno más.
—Maestro, en el momento de su retirada, ¿cuál es el estado de salud de la fiesta?
—Me retiro en un momento bueno para los toros, ya recuperado de la crisis económica que nos afectó muchísimo hace algunos años. Profesionalmente hay un altísimo nivel, con nuevos matadores de toros, los emergentes, que están pisando fuerte en el escalafón; y ese ambiente se nota en el callejón, en el patio de cuadrillas y también en el albero. La cabaña brava está también en un buen momento, los ganaderos están desarrollando toros con mucha embestida, ya no se ven esos espectáculos bochornosos de esos toros sin fuerzas; hoy salen toros musculados, preparados y con fondo. Creo que la fiesta está saneada.
—¿No le da pena no poder despedirse de Cataluña?
—Sí, me da mucha pena por muchos motivos. He triunfado mucho en la Monumental de Barcelona; en Tarragona tengo tres peñas taurinas y he salido a hombros del Coliseo; tengo muchos amigos catalanes que son profundamente aficionados y que me siguen por toda España. Y, claro, me da muchísima pena no haber pisado un ruedo en Cataluña en mi despedida. En Bilbao mandé un brindis a todos aquellos aficionados que no pueden disfrutar corridas en su ciudad: La Coruña, Vitoria, Cataluña y en las Islas Baleares.
—¿Se está más cerca de volver a ver toros en Cataluña o de dejar de verlos en toda España?
—Quiero pensar que estamos más cerca de volver a ver los toros en Cataluña. No soy pesimista. Me gustaría que el Gobierno central pusiera cordura en esto y que apoye al colectivo taurino.
—¿Se ha usado el toro como arma política en Cataluña?
—Sí, por supuesto, está demostrado. A mí me tocó quitar la foto galardonada con el World Press Photo, y no creo que fuese por mí, era porque había un torero. Y eso es una falta de respeto, un ataque a la libertad de expresión.
—¿Duele eso más que una cornada?
—Son dolores distintos. No es un dolor físico, pero duele la impotencia. Nunca llegué a entenderlo. Duele esa incomprensión. No tengo por qué gustarle a todo el mundo. Eso no frustra, eso se entiende. El artista debe ir con el convencimiento de serle fiel a su identidad; y eso no puede llegar a todos los públicos.
—¿No teme que la política de efecto ponga su mirada en el toro?
—Desgraciadamente estamos viendo como hay un sector de la política que está en contra de nuestra cultura. Y en el caso de Podemos y parte del PSOE, siento decirlo así, están en contra de nuestra cultura. Y eso hace daño. No nos quedaremos de brazos cruzados, evidentemente, y defenderemos algo que se defiende por sí solo. Porque nuestra fiesta mueve un sector socioeconómico muy importante y eso le puede hacer daño al Gobierno central. Tomarán medidas, pienso; y sabrán ver la importancia que tiene en España la fiesta del toro. No se puede, no se debe perder la raza del toro bravo. Y mucho menos por conseguir conflicto político.
En Sanlúcar ya no hay papel para la corrida de este sábado en el coso de El Pino. Padilla comparte cartel con Morante de la Puebla y Octavio Chacón. La abultada entrada refuerza la tesis de El ciclón de Jerez sobre el estado de salud del sector taurino.
Con el cuarto de la tarde se pudo ver a un Padilla entregadísimo. Tres faroles y una revolvera precedieron al vibrante tercio de banderillas. Con la muleta el jerezano fue hilvanando derechazos con los que el diestro levantó al público de sus asientos. Una estocada recibiendo tiñó de blanco el tendido. El vaivén de pañuelos no cesó hasta que la presidencia le concedió las dos orejas y el rabo. Vuelta al ruedo y despedida desde el centro con Padilla besando el albero.
“Sentimos la falta de apoyo del Gobierno”
Este sábado no ha habido sustos. La suma sigue en 39 cornadas en 25 años. “Hay algunas más graves que la de Zaragoza”, advierte. En Huesca, un toro le reventó el duodeno contra la columna vertebral. Estuvo dos meses sedado en la UCI, con fiebre casi todos los días por problemas en el páncreas y en el hígado. “A punto estuve de no contarlo”, asegura. En Pamplona, un pitón le entró por el cuello y le partió la tercera vértebra. “Esa cogida fue durísima”, valora el diestro. El último gran susto fue en Arévalo, el pasado 8 de julio, cuando el toro Garcigrande le arrancó parte del cuero cabelludo. La cicatriz, desprovista de pelo, en la parte derecha de la cabeza llama poderosamente la atención.
—¿Entre las cornadas también cuentan los mensajes en los que algunos aplauden las cogidas de toreros?
—Se sufre mucho con estas insensateces. Es una falta de humanidad, de sensibilidad y de respeto. Se sufre mucho, mucho.
—¿Echa en falta más respaldo por parte de las autoridades?
—Desgraciadamente, en la fiesta sentimos falta de apoyo y de amparo del Gobierno central, y lo necesitamos. También para abrir las plazas que están cerradas. Hay políticos que nos animan, pero hay un sector que no está por la labor y se amparan en los animalistas y en aquellos que van en contra de la cultura española y de nuestra fiesta.
Los aficionados de Sanlúcar se despidieron de Padilla sacándolo a hombros. Le acompañaban Morante de la Puebla y Octavio Chacón, que cortaron por este orden dos y tres orejas. También hubo cante flamenco, con una aplaudida improvisación de Carlos El Bocho, de Lebrija, amigo y seguidor del diestro jerezano.
Padilla salió de la plaza de Sanlúcar por última vez. Ya queda una corrida menos para abandonar definitivamente los ruedos. Toca cerrar una etapa para abrir otra.
“Y me di cuenta que el principal valor no estaba en ponerse delante del toro —zanja Padilla—, el verdadero valor es afrontar la vida como viene”.