Noticias relacionadas
A Khadija -a sus 17 años- un grupo de 13 jóvenes la secuestraron, la torturaron y la violaron durante un mes. Los agresores -del mismo pueblo marroquí que la víctima- arrebataron a la menor de su familia y la retuvieron en una casa donde vivió una auténtica pesadilla. Entre cuatro paredes sufrió vejaciones de todo tipo: la insultaron, le quemaron la piel con cigarrillos y le tatuaron todo su cuerpo con objetos punzantes. El horror no terminó ahí. La Manada de Marruecos también violó a la joven: por turnos y en multitud de ocasiones. Todo ello durante el pasado mes del ramadán -es decir, a principios de mayo-.
La familia de Khadija no pudo denunciar las aberraciones que sufrió su hija hasta un mes después de ser liberada por los raptores -un grupo de vecinos de entre 18 y 28 años-. Durante todo ese tiempo, silencio y miedo a acudir a la Policía. Hasta que lo hicieron. Y ahora tienen miedo a salir a la calle. La víctima y su familia tienen que escuchar cómo los padres de La Manada marroquí dicen que "se lo buscó", que "tenía mala fama".
En la semana en la que se ha celebrado el juicio, EL ESPAÑOL visita dos días la casa -a 200 kilómetros de Casablanca- de la menor torturada y violada. Mientras sus padres relatan a la periodista cómo creció su hija, la situación en la que vive y cómo temieron que la matasen, ésta, la menor escucha en el interior de la casa y sólo puede pronunciar un "de mayor quiero ser periodista".
Khadija tiene 17 años y no estudia desde 2013, dejó el colegio apenas terminó la enseñanza primaria. Desde entonces ayuda a su madre con las labores de la casa.
-¿Por qué dejó los estudios?
-Por problemas económicos, dice su padre
Mohamed (49 años) no tiene trabajo, pero se busca la vida aquí y allí, cogiendo cajas de verdura, tocando música en bodas… “Lo que vaya saliendo, pero toda trabajo de brazos, no de mente”, dice tocándose la cabeza. Critica que el Gobierno no dé ayudas sociales para que los niños estudien porque “a Khadija sí le gustaría volver a estudiar”.
-Khadija, ¿qué te gustaría ser de mayor?
-Quiero ser periodista, dice desde el cuarto donde descansa.
Sin embargo, sí se levanta para saludar a la periodista y darle la bienvenida. Su semblante es cansado, pero intenta esbozar una sonrisa sin éxito.
La madre, Fatima, “no sabe leer ni escribir”. Es joven e intenta sonreír a pesar del infierno que padece la familia desde el mes de junio cuando su hija mayor desapareció de la puerta de la casa de su tía.
-¿Qué fue lo primero que le dijo su hija cuando dos de los secuestradores la devolvieron?
-Ella no pudo hablar conmigo, estaba muy malita. Pero cuando la vi, con los tatuajes y con la ropa sucia, sabía que algo había pasado.
Le picaba mucho la piel y la llevaron al hospital. La gente le compró medicinas y el ministerio de Salud les echó una mano. Sí le contó a su madre lo que había sufrido, antes de denunciar los hechos a la policía. Le explicó que “los chicos la forzaron a tener sexo con ellos”. Sintió vergüenza de hablar con su padre, que además estaba enfermo.
-¿Cómo se siente cuando los familiares de los sospechosos le acusan de prostituir a su hija?
-Me duele mucho, aunque yo sepa que es mentira. Pero son palabras feas de mi hija y claro duelen -explica con los ojos enrojecidos-.
“No te vayas lejos”, le dice Mohamed a su hijo Aziz, interrumpiendo la entrevista. Es su único varón, el hermano de Khadija. Tiene 13 años, cuatro años y medio menos, y se dispone a salir de casa, pero a su padre le inquieta que se aleje tras la desaparición de su hija.
Khadija tiene dos hermanas y un hermano. La pequeña, Rabat, tampoco va al colegio.
“Para él lo primero son sus hijos”, dice Esmahana, una vecina que hace de traductora porque vive en Sevilla y está en Oulad Ayad pasando las vacaciones.
-Muchas personas se preguntan ¿cómo es Khadija?
-Desde pequeña es muy fuerte, más fuerte que yo.
-Orgullosos se muestran los grupos de apoyo a Khadija porque desde el principio ha defendido a su hija.
-Siempre está cerca de mí. Somos amigos, es mi hija mayor, por eso.
La cárcel de Khadija
En el barrio Hay Laymoune, a las puertas del mercado, por una pequeña puerta de latón pintada en tonos verdosos se entra a un patio de tierra sin techumbre por allí se cuelan las gotas de lluvia en una noche de viento.
Las cuatro paredes de adobe desconchadas, con agujeros y mal pintadas distribuyen tres huecos, y enfrente la cocina y el baño. En uno de los habitáculos, sin ventanas ni puertas, descansa Khadija, en una especie de colchón sobre el suelo. A pie de cama intercala unas palabras con la periodista en dariya –dialecto marroquí-, la única lengua que habla.
Al día siguiente, reposa Khadija en otra estancia sobre una manta, con una sábana colgando del umbral a modo de puerta. Esta mañana sí sale de la habitación a saludar e intenta ser amable. Su rostro demacrado deja ver que no se encuentra bien, le han afectado las pruebas médicas y la audiencia judicial.
-¿Cuál es la habitación de Khadija?
-No tiene, tampoco hay salón, en una habitación dormimos los padres y en otra, los cuatro hijos juntos.
Era la noche de la vista preliminar. En el Tribunal Supremo pudo mantener la mirada a 11 de los sospechosos de haberla secuestrado durante dos meses, de violarla en múltiples ocasiones y de marcarle el cuerpo con quemaduras de cigarrillos y tatuajes. Desfilaron uno a uno en chándal, vaquero o chilaba, todos con chanchas para declarar ante el juez en una sala a puerta cerrada custodiados por la policía y con las manos esposadas en la espalda. Algunos de estos jóvenes, de entre 18 y 28 años, “reconocieron parte de los hechos”, explicó a EL ESPAÑOL el abogado de la víctima, Youssef Chehbi.
Desconocen a cuántos más busca la policía ni cuántos han intervenido en el secuestro porque “cada vez que detienen a uno, acusa a alguno más nuevo”, dice Mohamed.
Los familiares de los detenidos los insultaron el jueves durante el juicio y tuvieron que salir por la puerta trasera para evitar agresiones.
-¿Han recibido presiones o amenazas para quitar la denuncia?
-La gente nos intenta convencer de que quitemos la denuncia pero no queremos y la policía tampoco lo permite porque además se trata de una menor.
-¿Cómo vivió el proceso su hija?
-Se sintió mal cuando escuchó gritos de que querían matarla.
La tía de uno de los agresores, Badria Yassine, apuntaba en una entrevista con EL ESPAÑOL que “esta chica hace años fue violada y la justicia marroquí no la protegió. Desde entonces su vida tomó otro rumbo, hacía la droga y la vida callejera. Los chicos de su pueblo aprovecharon ese dato para tener sexo con ella. Además su padre es mayor y no podía buscarla”.
Los agresores denunciados son de la misma localidad. Ni Khadija ni su padre quieren salir a la calle. Mohamed prefiere quedarse en casa cuidando de sus hijos. Escucha de la gente que “tenga cuidado” de los familiares de la otra parte. Sin embargo, explica que en el Tribunal se le acercaron algunos padres que lo conocen para “pedirme perdón, porque no quieren esto para Khadija. Aunque otros gritaron e insultaron a los abogados y a los grupos de ayuda”.
A las puertas del Tribunal, Badria Yassine mantenía a este medio que “este abogado canalla recibe dinero de ellos (la familia de Khadija) ilegalmente porque este dinero es ‘haram’ (pecado), ilegal. Además han dado regalos a la Gendarmería para que detengan a nuestros hijos. Ella tiene abogado, gratis; y a nosotros nos piden mucho dinero siendo pobres”.
Al llegar a casa, Khadija se cambió la falda que le cubría el cuerpo hasta los pies y la camisa de manga larga que dejaba ocultos sus brazos para enfundarse un pijama y meterse en la cama. También se quitó el guante de la mano derecha que tapaba los tatuajes. Durante las visitas de la periodista siguió ocultando su mano bajo la manga de su pijama que estiraba constantemente.
“Tuve miedo de que la matasen”
La víspera del juicio también fue un día duro para la menor. La Gendarmería vino a buscarla al domicilio y la trasladó a Casablanca -200 km.- para someterla a unas pruebas médicas: una de VIH, una analítica de sangre, un test ginecológico y una prueba de ADN. Tres días más tarde todavía de resiente del brazo del que le tomaron un trozo de piel. El resultado de las pruebas, que pidió el fiscal, estará preparado para el 10 de octubre, cuando Khadija vuelva al Tribunal de Apelación de Beni Mellal a declarar.
-Su hija desapareció, ¿y usted acudió a la policía?
-Sí, yo declaré cuando se fue, aunque días después porque estaba enfermo. La busqué en muchos sitios, pero cuando escuché a la gente que estaba con chicos, tuve miedo de que la matasen o la llevasen a otro sitio.
Toma medicación para el hierro, la energía, pero nada para enfrentarse a su pena. Eso sí tiene dos psicólogos, uno en Beni Mellal, a 40 kilómetros de su localidad, y otro en Casablanca. “Le han recomendado que no hable mucho sobre el problema para que no lo tenga en la cabeza y que la dejen un poco”, detalla Mohamed. Por otro lado, lamenta que los médicos no traten a la familia entera porque “todos tenemos el mismo dolor y estamos muy cansados”.
-¿Cómo les cambió la vida?
-Aquí cambió todo. Antes Khadija reía mucho con la gente, a pesar de la pobreza, y ahora no. No tenía dinero, pero era feliz. Ahora no sale ni va al mercado, ya no hace las cosas típicas de las niñas de su edad.
-¿Perdón o rencor?
-Ella es fuerte y si sale adelante no sé si podrá perdonar o no.
Los sucesos son duros. Dos chicos, a uno lo conocía, secuestraron a Khadija con un cuchillo en el cuello a las puertas de la casa de su tía, a tres kilómetros del hogar familiar. La prima avisó al padre de que se había ido. La devolvieron dos jóvenes en motocicleta dos meses más tarde, el 17 de agosto. Su padre no se encontraba en casa. Al día siguiente, ella misma acudió a la comisaría a denunciar los hechos.
Desde la otra parte, la madre de uno de los detenidos espera que “Mohamed diga la verdad, que su hija salía mucho, tenía muchas relaciones. Es mi único hijo, quien nos mantiene a mí y a mi marido. Somos mayores y estamos enfermos”. Después pregunta “y ese Azdin grabado en su nuca ¿quién es? ¿dónde está?”, haciendo alusión al nombre tatuado en el cuello de Khadija. Tienen otro nombre, Ismail, marcada en una costilla.
Para terminar y queriendo poner un granito de esperanza a tanto dolor, le preguntamos a Mohamed:
-¿Cuál es su mayor deseo?
-Que nos ayuden -no tardó demasiado en responder-. Hasta el momento nadie lo ha hecho, solo hablan. Bueno, nos echan una mano con los médicos. Una doctora de Casablanca la va a ayudar con los tatuajes cuando terminé el juicio”.
Sin embargo, “grupos de apoyo se están organizando desde Casablanca y Marrakech en Marruecos; y en España coordinado desde Madrid, con ayudas a partir de cinco euros”, detalla su vecino Youssef, que acogió a EL ESPAÑOL en su casa dos días porque la localidad no dispone de alojamiento.
En Oulad Ayad, muchos jóvenes creen en Khadija y la defienden. Tan implicados están que a Nourdine le subió la tensión el viernes y tuvo que ir al hospital. “Mucho estrés con el caso de Khadija”, dice más relajado tomando un café con uno de los abogados de la menor.
Finalizada la entrevista y saliendo ya por la puerta, aparece la vecina, hermana de la traductora, con una bandeja de crepes. No hay quien salga de la casa, llena de hospitalidad a pesar de la pobreza. Y de nuevo compartimos un té y seguimos charlando.
Antes de despedirnos, corretean gallinas y conejos por el patio.
-¿Qué hacen con los animales, los comen o los venden?
-Son de mi hijo Aziz, que adora los animales, pero cuando crezcan te vienes y te lo cocinamos.