En el Camino de Casa de la Vega, en el barrio burgalés de Gamonal, hacía frío este martes. El viento soplaba y en las aceras no había, prácticamente, ni un alma. Daba igual la concentración de bares en unos metros de calle: la rutina se había vuelto a instalar en la zona y nada les iba a sacar de ella. Ni siquiera su célebre exvecina Ana Julia.
La noticia de que la Guardia Civil da prácticamente por probado que Ana Julia Quezada Cruz, la asesina confesa del niño Gabriel Cruz, “segó la vida” de su hija Ridelca, allá por 1996, cayó de buena mañana entre los vecinos, como una gota de café que mancha, bien temprano, la camisa. Fastidia, incluso puede entristecer, pero se continúa con el día. Hacia adelante.
No se comenta en la barra, nadie habla de ello en la carnicería. En la panadería se han enterado por los titulares de la prensa local -que abren con la noticia en primera plana-. Y quienes sí charlotean sobre ello suspiran, someramente, un sentimiento compartido. “No nos sorprende”, acepta una vecina, que reside en la barriada desde hace casi 40 años, en conversación con EL ESPAÑOL. “¿Pero quién se cree que una niña de cuatro añitos podía haber levantado la persiana, abierto la ventana y la contraventana para después saltar por sí sola?”, mantiene otra.
Que en Burgos hace frío no es ninguna novedad. En un septiembre en el que media España continúa asándose de calor, en la capital burgalesa corre un viento fresco. Aquí hace falta chaqueta. En diciembre es común que hiele. Y, en marzo, que haya que ir tapado hasta arriba. Por eso las viviendas están acondicionadas expresamente para ello. Por eso tienen doble capa.
10 de marzo de 1996. Un grito alarma a todo el edificio. Es Miguel Ángel, el entonces marido de Ana Julia y padre biológico de su segunda hija, Judit. También iba a ser el padre adoptivo de Ridelca, pero aún no había habido tiempo de formalizar los documentos. Convivía la familia en el séptimo piso de uno de los portales de Camino Casa de la Vega. Miguel Ángel, burgalés de cuna, siempre había vivido en Gamonal. En la misma calle también residen sus padres.
Un sonambulismo inexistente
Al despertarse aquel día, Miguel Ángel vio que faltaba una de las niñas en casa. Ridelca Josefina tenía cuatro años y Judit, dos. Según declaró él mismo a la Policía, la noche anterior se había acostado el primero de la casa. Y, evidentemente, allí estaban todos. Ana Julia, las dos crías y él. Pero, con el nuevo día y al ir a despedirse de las niñas para salir de casa, comprobó que Ridelca no estaba. Buscó y buscó, pero no aparecía. Hasta que reparó en la ventana abierta del cuarto de juegos, colindante a la habitación de las menores. Miró al interior del patio. Sus peores presagios se hicieron verdad.
En el rellano del interior del bloque, un edificio de ladrillo caravista, yacía el cuerpo de la pequeña. Todo se atribuyó a un accidente. A que Ridelca había sufrido sonambulismo aquella noche, aunque fuera la primera ocasión que sucedía. A que, sin querer, en sueños, había saltado.
Miguel Ángel declaró ante las autoridades. A Ana Julia, en cambio, no pudieron entrevistarla. Según constaba en los documentos de la época, sufría una “fuerte excitación nerviosa”.
Aquello se cerró como un incidente fatal. Una carambola del destino. Una muerte de la que nadie sospechaba nada. Hasta que se conoció el asesinato del niño pescaíto, Gabriel Cruz. La Guardia Civil, en esta ocasión, decidió repasar lo sucedido, una vez conocidos los actos de Ana Julia en el crimen del pequeño almeriense. Y, según un informe incluido en el sumario del asesinato, al que tuvo acceso El Periódico, ve “claros indicios” de que habría matado antes a Ridelca, su propia hija. A los investigadores no les cabe duda 22 años después. Sobre todo, dada la “dificultad de que una niña de solo cuatro años en estado de sonambulismo, que nunca había padecido, se precipitara desde un edificio”.
El círculo más próximo a Miguel Ángel -y a ella, en aquella época- la recuerda fría, hierática durante el responso de Ridelca. “Jamás fue cariñosa, pero no se derrumbó en ningún momento, no mostró ninguna emoción. Pensamos que sería el shock”, suspiraban las fuentes en un reportaje de este periódico. Ahora, conocida la investigación, han rechazado hacer algún tipo de declaración.
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