Todos los días, Judit levantaba las persianas de su casa y se marchaba a estudiar. A veces sacaba antes de irse a sus tres perros, pero no era lo habitual. Se iba hasta el centro en el que se estaba formado por las mañanas como auxiliar de enfermería y, por las tardes, trabajaba. Tenía poco tiempo libre, pero qué más daba. Ella era feliz. Hasta que se supo: su madre, Ana Julia Quezada, era la asesina del niño Gabriel Cruz. Así lo confesó ella misma.
Desde ese momento, nada ha vuelto a ser igual para la chica. Nada.
Ha dejado mediante “una baja voluntaria” el trabajo que tenía, de camarera, en un populoso local de su barrio, Gamonal, en Burgos, según cuentan quienes la conocen a EL ESPAÑOL. Ha perdido “mucho, mucho peso”. Y, de la sonrisa perenne que tenía, apenas quedan esbozos en semanas como esta.
Blindaje vecinal
En la barriada de la Inmaculada, uno de las zonas en las que se divide el inmenso Gamonal burgalés, todos conocen a la chiquilla. La vieron crecer, correr en sus parques, ir de la mano de su padre y sus abuelos. Por eso la protegen, a su manera. Nadie quiere hablar por “respeto”, a ella y a su padre. Pero tampoco ocultan su preocupación: ahora, cuando se ha conocido la implicación de su madre, Ana Julia, en la muerte de su hermana mayor, Ridelca, en 1996, Judit se ha atrincherado. “No salió ayer [por el martes] en todo el día; hoy tampoco”, suspira una de sus vecinas.
Porque Judit no sale de casa, tiene las ventanas y contraventanas cerradas, la persiana bajada casi al completo. Se ha escondido. La alargada sombra de su madre, de la que se ha intentado desprender toda su vida adulta y más desde que se conoció lo que había pasado con el niño pescaíto, ha vuelto a alcanzarla.
La situación recuerda, a grandes rasgos, al tsunami emocional que sufrió la chica por ser hija de su madre el pasado mes de marzo. En aquel momento, al conocer que Ana Julia llevaba el cadáver de Gabriel en el maletero de su coche en el momento de ser detenida, Judit colapsó. Acabó con una crisis de ansiedad en el hospital, ingresada.
El ojito derecho de su padre
Su relación nunca había sido buena del todo. Judit era (y es) la debilidad de su padre, Miguel Ángel. Con él reside en el piso en el que ahora intenta blindarse. Es el mismo en el que también vivió su madre, Ana Julia, mientras continuaba con su primer matrimonio. El portal está a escasos centímetros de la carnicería en la que trabajaba. En la misma calle viven sus abuelos paternos.
“Si Judit sigue viva, sabiendo lo que sabemos ahora de todo lo que ha hecho Ana [aquí todos la conocen únicamente por su primer nombre], es por Miguel Ángel y sus padres”, aventura una vecina, que reside justo enfrente. “La niña se ha criado en casa de los abuelos: la madre no le prestaba mucha atención y su padre estaba mucho tiempo fuera con lo del camión”, afirma otra.
Ambas se refieren a las últimas novedades del caso: la investigación de la Guardia Civil en la que aprecia “claros indicios” de que Ana Julia “segó la vida” de su primera hija, Ridelca Josefina, en marzo de 1996. Sin embargo, ese presunto crimen sería un delito ya prescrito. Según la legislación española, pueden pasar veinte años desde la última diligencia de investigación realizada. El inexplicable accidente de la niña se cerró ese mismo año y nada se ha vuelto a hacer. Así que prescribió en 2016. Y ya no puede ser juzgada.
EL ESPAÑOL ha intentado ponerse en contacto con Judit. La chica no ha respondido: ni para bien, ni para mal, ha preferido fingir que no se encontraba, a pesar de que este diario ha atestiguado lo contrario. A Miguel Ángel, por su parte, la tormenta le ha pillado trabajando.