Faltaban pocos minutos para la una del mediodía cuando los bancos de la nave central de la cripta de la catedral de Nuestra Señora de la Almudena, en Madrid, ya estaban a rebosar. Daba igual que fuera el segundo servicio del día: los fieles acudían, puntuales, a su cita con la sagrada palabra. En torno a cien personas escuchaban la misa en la nave principal del sepulcro, que contaba con un invitado especial: la expectación generada en torno al nicho en el que reposarán, según los deseos de la familia, los restos del dictador Francisco Franco.
No cabía ni una flor más de homenaje para la familia Franco. Todas ellas frescas: orquídeas, rosas rojigualdas, plantas con gallardete de la bandera de España. Era el lugar más visitado, el que más expectación causaba. Las fotos, los cuchicheos y los presignos, una constante.
Las opiniones, en cambio, eran misceláneas. Un ramillete de pareceres que se conjuraban bajo la nave central de la catedral. “Franco debería estar en una cuneta o si no, simplemente, hacer justicia primero con todos los muertos”, resopla Silvia, una profesora que visitaba durante el día festivo la Almudena, a las preguntas de EL ESPAÑOL. “En el Valle de los Caídos es donde debe estar. Yo lo dejaría tal cual donde está”, apunta, por contra, María Dolores, una madrileña trabajadora de una escuela aeronáutica de la capital. "Me parece lamentable que estén moviendo a un fallecido de un sitio a otro".
Un discreto nicho rebosante de flores
El nicho en el que los Franco reposan es más discreto de lo que podría caber pensar, a priori. No es una de las capillas que otras familias adquirieron y que están adornadas con esculturas y pinturas intrincadas. Su espacio —comprado en 1987 por Carmen Franco Polo, hija del general, que yace aquí junto a su esposo, Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde—, en el que pueden reposar cuatro ataúdes, está a ras de suelo, junto al altar de la cripta. Quitando las flores y la expectación que genera, nada salvo la inscripción de los nombres.
Un matrimonio de ciudadanos venezolanos, habitantes de Madrid desde hace décadas y que frecuentan la Almudena para misa diaria, restan importancia a la polémica nacional que estos días sacude los cimientos del templo. “Nos da igual que lo quieran trasladar aquí, seguiremos viniendo. Venimos a la misa, no a venerar Franco”, admite el marido, sereno, mientras desenvaina unas gafas de sol para combatir con la luz del mediodía.
Laura es una joven estudiante de Relaciones Internacionales de 22 años que visitaba junto a unos amigos las catacumbas, esas que el propio folleto gratuito denomina "el templo-cripta más espectacular de España". “Si llego a saber que estaba aquí, no hubiera venido”, afirma, armada con una sonrisa. “No creo que sea el lugar para que lo entierren y la gente venga a mirar”.
"Si a la familia le parece bien y tienen un nicho particular, por mí estupendo", manifestaba Guillermo, empresario. En el caso de que finalmente se lleve a cabo el cambio, "[La Almudena] puede ser como la momia de Moscú, de la Plaza Roja", opina el jubilado Carlos, leonés de nacimiento, en referencia al mausoleo de Lenin en Rusia. "Ha metido la pata el presidente", zanja.