La vida de juergas de tres curas se convierte en un fenómeno social en la Polonia católica
- Las escenas de los sacerdotes bebiendo vodka hasta la inconsciencia, manejando fajos de billetes, llena los cines inesperadamente.
- La película 'Kler' (Clero) se ha convertido en la más vista de la historia del país.
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Las iglesias siempre han formado parte de la arena política en Polonia. Ahora, los cines, también. La ampliación del campo de batalla la ha provocado el reciente estreno del film de Wojciech Smarzowski Kler (Clero), que ha sido saludado por unos como “la película más importante de los últimos 30 años” en Polonia y calificado como “propaganda execrable a estilo de los nazis en sus películas sobre los judíos” por sectores del gobierno. En el fin de semana de su estreno la vieron un millón de personas, y actualmente ya roza los tres millones, convirtiéndose en el film polaco más visto de la historia. Tras anunciarse su estreno en otros países europeos, algunos cines de países como Islandia, Holanda o Noruega ya habían vendido todas las entradas para las primeras sesiones con una semana de anticipación.
Con el subtítulo de “Nada humano les es ajeno”, Kler cuenta la historia de tres sacerdotes polacos que tiempo atrás compartieron la infancia en un orfanato religioso. Allí sufrieron abusos de todo tipo que les dejan marcados para siempre y, ya de adultos, deciden reunirse una vez al año para celebrar la vida a su manera. Su decadencia personal y su corrupción moral y espiritual les han convertido en seres grotescos que encarnan los grandes problemas de la Iglesia católica. Uno de ellos está dominado por la ambición de hacer carrera en el Vaticano, pero choca con el arzobispo -que se codea con políticos del Gobierno y quiere construir el mayor santuario del país-; otro mantiene una relación con una mujer de la parroquia, la deja embarazada y hace que aborte; el otro es un pedófilo borracho y ladrón; los tres beben y blasfeman sin parar. Las palabras que más veces se pueden oír en el film son “dinero” y kurwa (“puta” en polaco).
Las escenas de sacerdotes bebiendo vodka hasta la inconsciencia, manejando fajos de billetes y rodeados de un lujo injustificable, pueden parecer una grotesca exageración o un ataque mal intencionado que solo busca la provocación, sobre todo en un país que se declara en un 93% católico -según datos del Instituto de la Iglesia Católica-. Pero casi todos los casos, situaciones e historias que aparecen en el film están sacados de noticias o experiencias personales, algunas de ellas de los propios actores de la película. Lo llamativo de Kler no es lo que enseña, sino el hecho de que una película así se haya hecho en la católica Polonia, donde se ha abierto un debate hasta ahora inédito en este país. Si algo demuestra Kler es la polarización de la sociedad polaca: mientras que en los cines de algunas ciudades la audiencia se pone en pie y aplaude al acabar la proyección, en sitios como Ełk (56.000 habitantes), Pułtusk (20.000) y Ostrołęka (53.000) las autoridades locales han prohibido su proyección presionando a los propietarios de los cines.
En un país que tiene un crucifijo sobre la puerta del Parlamento -a pesar de que la Constitución declara al Estado “neutral” en materia religiosa” y donde donde se aprobó declarar oficialmente a Jesucristo “Rey de Polonia”en una ceremonia a la que asistió el propio Presidente de la nación, que un film como Kler se esté proyectando en casi 500 pantallas es una muestra innegable de que los cambios en una sociedad suelen pillar desprevenidos a sus gobernantes. Según una encuesta, el número de gente que acude a misa cada domingo en Polonia está descendiendo más que en ningún otro país del mundo: en 1980 era más de la mitad de la población y en 2016 sólo el 36,7%, aunque hace poco la propia Iglesia polaca reconocía cuotas de un 33%.
La controversia desatada por Kler hace pensar que la influencia de la Iglesia católica en la sociedad y los problemas que la aquejan son temas de los que muchos deseaban hablar pero nadie se atrevía a sacar a relucir. Para algunos, esta institución todavía conserva la aureola patriótica que adquirió en la lucha por la democracia gracias a figuras como la de Jerzy Popiełuszko, un joven sacerdote asesinado en 1984 por los servicios secretos comunistas. Pero en 30 años, muchas cosas han cambiado en la sociedad polaca e incluso la reverenciada memoria de Juan Pablo II parece pertenecer a otra era. Durante los últimos años la Iglesia polaca se ha visto sacudida por varias oleadas de escándalos de todo tipo, desde acusaciones de influir en política hasta casos de pederastia, antisemitismo, corrupción y delitos económicos. Los personajes de Kler reflejan en sus actos noticias que han aparecido en la prensa, recuerdos personales de alguno de los actores y del director y situaciones que comparadas con la vida real se quedan cortas, según Janusz Gajos, uno de los actores, declaró a la cadena TVN24: “Es una invitación a los polacos para iniciar una seria conversación; debería ser una llamada de atención, todos conocemos hechos de una gravedad inimaginable que tienen lugar tras las cortinas de la Iglesia y cuyos perpetradores son protegidos”.
George Byczynski, un estudiante de 28 años de Varsovia, declaró a este periódico que en su opinión el film “muestra una imagen falsa de la Iglesia. Por supuesto que hay escándalos en la Iglesia polaca, igual que en otros países y en otras instituciones, pero la película omite completamente el modo en que la Iglesia defendió las libertades, la democracia y otros valores importantes para los polacos durante cientos de años (…). La razón por la que este film es tan popular es porque a la gente le gusta la controversia. Es una ficción, una exageración basada en unas cuantas manzanas podridas”. Para Irek Malek, Kler muestra a la Iglesia “como una organización criminal ocultando los crímenes que comete. Extorsionando dinero a quien menos tiene. Triste pero real. Es una organización maligna que no tiene nada que ver con la fe. Asqueroso.” Mikołaj Buczak, de 24 años, cree que “la película no habría tenido tanto éxito si el gobierno y la Iglesia no hubieran hecho tanto alboroto” y que las reacciones previas al estreno del film “avivaron el fuego”. En su opinión Kler “no descubre la verdad sobre la Iglesia católica en Polonia porque la verdad es mucho más complicada. No es un documental, es la versión subjetiva de Smarzowski. Hay que ver la película de forma prudente”.
Piotr Zurek, de 24 años, trabajó como conductor durante el rodaje y tuvo ocasión de hablar con los actores principales. “No recuerdo ninguna palabra, ni por parte de Smarzowski ni de nadie más en el equipo, que atacase a la religión o a la Iglesia. La intención de este film es sacar a la luz problemas que están muy extendidos entre el clero (pedofilia, corrupción, racismo, homofobia o hipocresía por nombrar algunos) y a pesar de que la gente conoce todo esto, los sacerdotes y políticos lo esconden todo bajo la alfombra. Como muestra la película, a veces incluso las víctimas son incapaces de reaccionar y prefieren callar -ya sea por miedo, o porque muchos polacos son tan religiosos que no pueden concebir que un cura haga algo malo)-. No se trata de atacar a la fe (…) sino de poner sobre la mesa estos asuntos sin tapujos. Quizás si el director no hubiese sido Smarzowski -considerado uno de los mejores de este país-, el film no habría cosechado tanto éxito. Es un film que invita a pensar, que tal vez provoque un cambio en nuestra mentalidad”.
Cuando se pregunta a algún religioso sobre este film, la respuesta es el silencio o un simple “es malo, es mentira”, y las autoridades eclesiásticas simplemente no responden a preguntas sobre el tema.
Hace unas semanas, en una sentencia sin precedentes en la jurisprudencia de este país, un juzgado de Poznán condenó a la Iglesia polaca a pagar un millón de zlotys (unos 225.000 euros) como compensación a una joven de 13 años que fue secuestrada y violada durante 10 meses por un cura en 2008, según informó el diario Gazeta Wyborcza. En este mismo diario, un suplemento especial dedicado a la situación de la Iglesia en Polonia mostraba una portada que imita al póster de Kler y contaba cómo un obispo que quería invitar a un político a su parroquia tropezó con la alfombra y de su bolsillo cayeron “montones de billetes, más de 100.000 zlotys (unos 2.250 euros).
Unas páginas más adelante se detallan las cifras de los ingresos medios de un cura: de 400 a 550 euros mensuales, más otros 450 por oficiar las misas, entre 100 y 250 por administrar los sacramentos, una “extra” de 450 a 500 por Navidad, 500 euros más si da clase en alguna escuela, 200 euros más por gastos de alojamiento y 25 euros por asistir al seminario diocesano. A esto hay que sumar el dinero recibido y nunca declarado de donativos, que el arzobispo de Varsovia estimó en 2013 en unos 1.700 millones de euros entre las 10.000 parroquias del país. Como contrapartida, cada cuatrimestre, un sacerdote debe pagar impuestos de entre 30 y 120 euros tan solo. Como comparación, un maestro de escuela difícilmente llega a tener un sueldo de más de 750 euros. El Estado polaco mantiene un concordato con la Iglesia que otorga 31.000 plazas de maestros a sacerdotes en las escuelas públicas, lo que unido a subvenciones a organizaciones controladas por la Iglesia supone un gasto anual de 500 millones de euros.
Cuando cayó el régimen comunista, se entregaron a la Iglesia como restitución por las expropiaciones sufridas un gran número de propiedades. En 1989 se creó la llamada Komisja Majatkowa, compuesta por seis civiles y seis clérigos, que se encargó de administrar el proceso de transferencia de fondos y propiedades. Además de declarar a la Iglesia exenta de pagar impuestos para siempre, entregó al clero polaco 2.400m2 de terrenos (una extensión mayor que la isla de Tenerife). A pesar de que la propia Iglesia sólo presentó 3.000 demandas, se le declaró beneficiaria en más de 3.500 fallos, en cuyo texto se especificaba que ningún tribunal podría jamás revocar estas decisiones. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en un fallo unánime, dijo que este proceso había sido llevado a cabo de manera arbitraria e injusta y aún hoy, ciudades como Cracovia mantienen abiertos contenciosos para intentar recuperar parte de ese patrimonio.
Cada año, la Iglesia polaca condena rutinariamente costumbres que califica de “paganas y demoníacas” como Halloween o la creencia en el horóscopo. El magazine Exorcista se vende cada mes en los periódicos de medio país y sus portadas suelen alertar sobre la llegada del Anticristo o de rituales no cristianos como las supersticiones o llevar amuletos. La versión polaca del semanario Newsweek descubrió hace unos años que un grupo de curas gais mantenía un foro de Internet donde se informaban mutuamente sobre dónde encontrar “novios complacientes y discretos”, solo unos meses antes de que salieran a la luz las chocantes fotografías de una escuela salesiana de Lublin en la que los alumnos de 7 a 14 años debían lamer las rodillas untadas en crema de un cura como parte de una inefable “ceremonia de bienvenida al nuevo curso”. Hace poco, el Gobierno hizo pública y accesible a través de internet para cualquiera una lista con todos los condenados por ataques sexuales a menores en Polonia. Sin embargo, los 56 curas condenados por abusos a menores en este país no aparecen en esta lista.
Tadeusz Rydzyk, fundador y propietario de la poderosa emisora Radio Marija podría formar parte del reparto de Kler. Es considerado como un amigo íntimo de Jaroslaw Kaczynski, líder del PiS, el partido en el gobierno que fue definido como “estructuralmente católico” y hasta hace poco visitante habitual de su domicilio. “Sin la ayuda de Radio Marija nunca habría ganado las elecciones”, dijo el líder conservador para referirse a la gran influencia de esta emisora entre la gente mayor y en los pueblos. Rydzyk, que posee también un canal de televisión y una universidad privada, se ha mostrado virulentamente antisemita, homófobo y ultranacionalista en varias ocasiones, pidiendo además que el Gobierno instaure la pena de muerte, lo que le ha valido la censura del Vaticano en más de una ocasión. Rydzyk, un hijo ilegítimo que fue expulsado del seminario por sus malas calificaciones, llamó en una ocasión “bruja que debería practicarse la eutanasia a sí misma” a la esposa del fallecido Primer Ministro Lech Kaczynski.
En Kler, uno de los curas denuncia a la prensa que la Iglesia ha ocultado durante décadas los casos de pederastia qué él mismo y otras personas han sufrido. Al día siguiente, el obispo y su cohorte de secretarios compran los periódicos y los hojean, nerviosos, buscando las noticias sobre el asunto. Al ver que ni un solo diario se ha atrevido a publicar nada al respecto, prorrumpen en carcajadas, bailan de alegría y brindan. “¡Nada, nada! ¡No han publicado nada!”, gritan. A continuación, se intercalan en el film testimonios reales de víctimas de curas pedófilos que cuentan su drama y lloran de rabia.
Dentro y fuera de las pantallas, la Iglesia se ha visto cuestionada por su participación en los asuntos terrenales en más de una ocasión. Hasta ahora, una puerta invisible parecía proteger a esta organización de cualquier crítica seria o ataque. Ahora, cada vez que se proyecta Kler, esa puerta se abre un poco más.