Tiene 93 largos años, pero también la memoria de un elefante. Por eso el escultor Santiago de Santiago Hernández no ha olvidado las tres llamadas que recibió en su casa la madrugada del jueves 20 de noviembre de 1975. Las dos primeras no las cogió. En la tercera, ya despierto, levantó el teléfono. Eran las cuatro de la mañana. Al otro lado de la línea, le despertaba un coronel de la Casa Militar. También le prevenía: el motivo de su llamada era un asunto de máxima urgencia.
El Coronel no se anduvo con preámbulos ni miramientos: debía dirigirse al instante al hospital La Paz, donde el dictador, Francisco Franco, amigo suyo personal, llevaba algunas semanas ingresado; aquello estaba siendo el progresivo deterioro de su cuerpo hacia la muerte. “Santiago, no hay tiempo. Hay que hacer una mascarilla”.
Santiago de Santiago supo en aquel momento que aquella quizás sería la última noche del líder del régimen, así que recogió lo necesario – yesos, escayola, cincel- y puso rumbo al centro hospitalario. Dicen desde su entorno a EL ESPAÑOL que cuando llegó, Franco todavía estaba vivo. O al menos, eso le pareció a él, pues su cuerpo todavía desprendía calor. El cadáver se encontraba en una habitación de la primera planta del centro hospitalario.
Ya a solas, obró como solo él sabía y tomó las medidas de la cara y de las manos del cadáver. Luego aplicó aceite y moldeó la facciones de la máscara con escayola sobre su rostro. Apenas tardó una hora. Finalmente, le limpió el rostro con alcohol y luego se marchó de allí. “Quise darle un beso en la frente porque veía en ella la frente de mi padre”.
Hoy en día la réplica de la máscara mortuoria del general Franco se puede visitar en el Museo del Ejército de Toledo, donde está expuesta, desafiando la ley de Memoria Histórica. Es un esbozo casi fidedigno de su rostro justo en el momento de la muerte. A las 4:58 de aquella madrugada, la agencia Europa Press enviaba el teletipo con la primicia del fallecimiento del dictador. El texto consistía en una sola frase repetida tres veces en tres renglones diferentes. “Franco ha muerto, Franco ha muerto, Franco ha muerto”. Media hora después, a las 5.25, un comunicado oficial confirmaba la noticia.
La agonía había durado 39 días. En el último, el 19 de noviembre, todos los ojos se posaban sobre el Hospital de La Paz, en una habitación blindada como un búnker a cuyo interior tan solo podía acceder un selecto y reservado círculo de personas. Han pasado 43 años desde entonces. Aquel fue el último día con vida del jefe de Estado del régimen.
Ahora, en un año que puede ser el último con el cuerpo del dictador enterrado en el Valle de los Caídos, EL ESPAÑOL reconstruye una jornada definitiva para todos por innumerables motivos. Para unos, porque se alejaba la posibilidad de dar continuidad al régimen. Para otros, porque dejar aquel cadáver atrás suponía acercarse al alzamiento de un nuevo modelo de país: la democracia.
“En esa habitación no entraba ni dios”
Santiago de Santiago fue una de las primeras personas en ver muerto a Franco junto con los médicos de aquella habitación y algún integrante más de aquel selecto grupo. En el hospital, la tensión había ido en aumento durante toda la jornada anterior, la del 19. No bien comenzaba la jornada, los periodistas hacían guardia un día más en vestíbulo del hospital. Uno de ellos era Jaime Peñafiel, quien trabajaba en aquel momento para la revista ¡Hola! El periodista recuerda para EL ESPAÑOL el ambiente que se vivía en la entrada de aquel hospital en aquellos instantes.
-Lo seguí todo desde el vestíbulo de la clínica. Nadie sabía lo que pasaba en esa habitación. No se sabía nada. Incluso don Juan Carlos no sabía nada. Todo era un misterio en torno a aquella agonía. En esa habitación no entraba ni dios.
Que Franco agonizaba en la cama era algo que muchos intuían desde hacía, por lo menos, un mes. Pero nadie tenía bien claro en qué estado se encontraba exactamente la salud del dictador. Todo se mantenía en el anonimato.
El día 19 fue diferente para los periodistas porque no pudieron anotar la entrada de familiares en el hospital, algo que sí que habían hecho los días anteriores. Al parecer, esa jornada, la última con el dictador vivo, los Franco fueron accediendo a la clínica por la puerta de atrás, lejos del acceso general. No querían llamar la atención. Por su parte, tanto el marqués de Villaverde, Cristóbal Martínez-Bordíu, como el doctor Pozuelo, el médico personal de Franco, no habían abandonado la primera planta del hospital, donde yacía el cuerpo decadente del líder del régimen.
El presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, llegó al hospital a las nueve y media de la mañana. Casi a la vez, apareció por allí otro importante personaje, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, uno de los hombres más poderosos del régimen. La familia ya estaba allí. A las once, Franco fue sometido a una nueva sesión de hemodiálisis. Seguía grave, como el día anterior, pero algunos de los ministros trataron de ofrecer una sensación de tranquilidad. Uno de ellos fue Cabello de Alba, el ministro de Hacienda. “No tenemos acceso a la habitación del Jefe del Estado. El clima que se respira en la primera planta es de extrema serenidad”, recogía La Vanguardia en la crónica de aquella jornada.
Pero a las cinco y media de la tarde, los ánimos entre los más allegados a la estructura del régimen eran ya otros. El rostro de Manuel Lozano Sevilla, el jefe de prensa de la Casa Civil, no podía contener la aflicción ante los cronistas. “La situación continúa gravísima”.
Mientras tanto, en el pleno de las Cortes todo el mundo está pendiente de lo que ocurre en La Paz. Todos tienen la cabeza en otro sitio. Incluso Televisión Española, que modificó en aquella jornada su programación. Desde la cadena decidieron sustituir los programas a la vista del estado en que se encontraba el dictador.
Todo se precipitó cuando, bien entrada la tarde, volvieron a la clínica Carmen Polo, Arias Navarro y otros representantes del régimen. Para los periodistas, fue la señal de que algo acababa de suceder.
Una agonía prolongada
El día en que murió en la cama Franco era ya un despojo hecho carne, los estertores de una vida demasiado prolongada. Este hecho no resulta casual. El periodista Jaime Peñafiel siempre ha sostenido que en torno al moribundo líder del franquismo se había escenificado toda una conspiración relacionada con el nombramiento del presidente de las Cortes.
El mandato del actual, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, concluía el día 26 de noviembre. En aquel momento, el príncipe Juan Carlos de Borbón había asumido de facto las funciones en la Jefatura del Estado por segunda vez en dos años. En esta ocasión, ostentaba ese cargo desde el 30 de octubre, día en que Franco había sido hospitalizado. Y con Franco vivo (aunque agonizante) todos asumían que a don Juan Carlos no le quedaría más remedio que volver a nombrar al hombre fuerte del régimen en las Cortes. “Con Franco vivo nadie se atrevería a decir que no a Valcárcel”, asegura Peñafiel a EL ESPAÑOL.
Valcárcel representaba el continuismo del Régimen. Y Juan Carlos lo sabía. En cambio, si Franco fallecía antes de esa jornada, como finalmente sucedió, el escenario que se abría hacia adelante resultaba muy distinto. En esa situación, el futuro rey iba a nombrar a su propio candidato, Torcuato Fernández Miranda, en un lugar del tablero que a posteriori iba a resultar crucial en el proceso de Transición de la dictadura a la democracia. Eso fue finalmente lo que sucedió. “La hija de Franco dijo, hasta aquí hemos llegado”, recuerda Peñafiel. No quería que su padre sufriese más.
En su libro El año que murió Franco, Pedro J. Ramírez, periodista y director de EL ESPAÑOL, apunta en esta misma dirección. “Sin ese telón de fondo es imposible valorar completamente la terrible agonía, -tercera operación incluida- por la que tuvo que pasar Franco y que dio pie a más de una discusión entre los médicos”.
Franco era cadáver desde bastantes días atrás. Como prueba de ello queda para la posteridad el último parte médico, el difundido tras su fallecimiento por los servicios de prensa asociados al régimen. Una ristra de dolencias, enfermedades y problemas físicos que se fueron sucediendo uno tras otro en el tiempo a lo largo de sus últimas semanas de vida: "Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con infarto de miocardio anteroseptal y de cara diafragmática. Úlceras digestivas agudas recidivantes, con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis íleofemoral izquierda. Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Paro cardiaco"
Se probó de todo, se intentó de todo en aquel hospital. Se le sometió al menos a dos complejas y largas operaciones más y se probaron en él distintos tratamientos, incluyendo la hipotermia que dejó a 33 grados su organismo en los momentos finales de su existencia. El brazo de Santa Teresa y el manto de la Virgen del Pilar le acompañaron en la agonía. Han pasado ya 43 años de la última jornada en vida del dictador. Ahora, en 2018, puede que sea la última del cuerpo de Franco en el Valle de los Caídos. Un cometido que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ha propuesto llevar a cabo. Todavía no hay una fecha exacta para la exhumación.