“Esto es matar más de 200 años de historia”. Lo lamenta un minero asturiano de Langreo. De padre y abuelo minero. Pertenece a una de esas familias con varias generaciones que han vivido de, por y para esta industria. Ahora la mina se muere. Falta menos de un mes para que las cierren. La Unión Europea le pone el último clavo al ataúd: obliga a clausurar las minas que no sean competitivas antes del próximo 31 de diciembre.
Y más allá del final de una historia de siglos, la principal preocupación de los mineros es la incertidumbre de no saber qué va a pasar con sus vidas al día siguiente. “Llevan 30 años cerrando, pero a tres semanas del final aún no saben cómo lo van a hacer”, lamenta otro minero de Mieres. Se refiere al desconocimiento absoluto que tienen los trabajadores sobre lo que va a ocurrir con ellos el 1 de enero de 2019. No hay alternativas laborales. Porque a pesar de que la minería asturiana era una muerte anunciada, los deberes no se han hecho. A 21 días para que se cumpla el plazo dado por Europa para la clausura de los pozos, pero todavía no hay soluciones para recolocar a los obreros.
La muerte de las dos cuencas
Se muere la mina y, con ella, las ciudades que levantó. Dos cuencas enteras: la del Caudal y la del Nalón, crecieron al auspicio del oro negro. Ya no queda nada de aquél Langreo esplendoroso y lleno de gente. Menos todavía de aquel Mieres que llegó a tener más de 70.000 habitantes y cuyos dos principales bares vendían más Coca-Cola (para los cubatas) que ningún otro de España. Ni Marbella, ni Ibiza ni Benidorm: Mieres, Asturias. Bares que estaban abiertos las 24 horas y que abastecían de copas a aquellos mineros que cada noche jugaban al carpe diem porque no sabían si iban a morir de silicosis con 40 años o al día siguiente bajando a picar al pozo.
Cada noche era una fiesta. Ahora Mieres no es ni la sombra. Apenas supera los 40.000 habitantes y tiene demasiadas viviendas abandonadas, demasiadas persianas de tiendas bajadas. Pasa igual en Langreo. Hay más sidrerías cerradas que abiertas, que es un buen termómetro para evaluar el estado de estas ciudades. Los comercios cuelgan un triste SOS en las ventanas: un poster que dice “Langreo se muere. Apoya el pequeño comercio”. Y es como dice en un bar un parroquiano, “no se creó empleo cuando se supo que la mina tenía fecha de caducidad. Ahora, si los guajes quieren vivir y trabajar, tienen que marchar fuera. Aquí no hay nada”.
El mayor laberinto del mundo
Las minas de Asturias son una construcción subterránea colosal. Más de 5.000 kilómetros de túneles y caminos excavados debajo de la tierra durante 260 años las convierten en uno de los mayores laberintos del mundo. Los asturianos la consideran sus “pirámides”. En su creación han trabajado más de 400.000 trabajadores. 5.000 de ellos perdieron la vida por el camino. Todo para obtener el oro negro: la hulla. Un carbón que dominó el mundo pero que hace tiempo que está condenado a desaparecer como combustible.
Decir Asturias es decir mina. Y de la mina vivió casi toda Asturias. De forma directa llegó a tener a más de 50.000 trabajadores activos. De forma indirecta, todo lo que le rodeó; cientos de miles. Eran los bares, sí. Pero también las otras tiendas, los servicios “y hasta los buenos restaurantes de Oviedo, que aunque pille lejos y parece que no vaya con ellos, los principales clientes de los sitios de lujo eran los mineros y los prejubilados que íbamos allí a dejarnos el dinero”, cuenta uno ya retirado.
Ahora la industria minera del principado cuenta con poco más de 1.000 trabajadores directos, consecuencia de un desmantelamiento interminable que empezó en la segunda mitad del siglo pasado y que se ha ido eternizando. Pozos hubo decenas, pero ahora solamente quedan tres activos en toda Asturias: el de Carrio, el de Aller y la Nicolasa. Este último fue el escenario de una de las mayores tragedias del sector en nuestro país. Fue en 1995. Una explosión de grisú (gas) se llevó por delante la vida de 14 trabajadores (10 españoles y 4 checos) que estaban trabajando dentro en ese momento. En breve será historia.
Breve historia de la minería asturiana
Cuenta la leyenda que el carbón en Asturias se descubrió por casualidad: hubo un incendio en un bosque de Carbayín en 1787 que tardó varios días en apagarse. Un cazador llamado Francisco Carreño reparó en que el motivo era que todo el suelo y subsuelo era hulla (un tipo de carbón). Se lo explicó a su nieto Antonio, que era alférez mayor en Oviedo. Éste redactó un informe sobre las posibilidades del carbón en la región.
Aunque eso sucedió en realidad, lo cierto es que no fue el principio: minas en Asturias ha habido desde el siglo XIII, lo que ocurre es que eran pequeñas explotaciones locales que servían para autoabastecerse de calor y energía en un territorio disperso y mal comunicado.
Lo que sí que llegó en el siglo XVIII a raíz de aquel informe fue el principio de la explotación comercial. Unos inversores extranjeros querían convertir a Asturias en la nueva Bélgica, el país continental que más y mejor se había adaptado a la producción del carbón tras la revolución industrial.
El proyecto avanzó, se estancó, volvió a reflotar… y así hasta el siglo XX, tal vez la época de esplendor de la minería asturiana. Las guerras mundiales provocaron que la demanda de carbón aumentase de forma estratosférica. Había trabajo para todo el mundo. Eso motivó que llegasen muchos emigrantes de otras partes de España.
Eran tiempos en los que los niños y las mujeres también se metían en los pozos. Épocas en las que había que bajar a la mina con un canario metido en una jaula para que detectase los niveles de gas. Si el pájaro se ponía nervioso, perdía la consciencia o moría, había que salir de allí a toda prisa porque el grisu podía explotar.
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Las mujeres lograron volver
En 1910 se creó el principal sindicato (SOMA) y con él llegaron muchas de las mejoras en la calidad de vida de los mineros. Entre ellos, la prohibición de que las mujeres y los niños trabajasen dentro de los pozos. Lo de las mujeres duró hasta 1991, cuando cuatro asturianas consiguieron que su caso llegase hasta el Tribunal Constitucional y las acabasen permitiendo trabajar dentro de las minas.
Pero en cuanto arrancó la segunda mitad del siglo XX, el carbón empezó su declive. Otros combustibles como el petróleo, más limpios, más sencillos de extraer y con mayor rendimento, le tomaron la delantera. Además, la ecología empezó a ser una preocupación de los gobernantes de todo el mundo. Las energías limpias eran el futuro. La suerte del carbón estaba echada y empezaría ahí una lenta agonía.
Las explotaciones se convirtieron en deficitarias. El estado español lo resolvió creando Hulleras del Norte S.A: Hunosa, una empresa pública que venía a convertirse en una especie de ‘banco malo’. Hunosa absorbería a las pequeñas empresas y a los miles de trabajadores que de la industria dependían. Era un mal negocio por las pérdidas que generaba, pero salvó el sector y a las miles de familias que de él dependían.
‘Fariña negra’
La mina fue sorteando todo tipo de adversidades. Desde tragedias como la de la Nicolasa hasta los encierros de los mineros, que en muchas ocasiones fueron a la huelga para pedir condiciones de trabajo dignas. Pasando incluso por la caída de un ídolo: José Ángel Fernández Villa. El cacique sindicalista que se convirtió en el mandamás de la mina. Un tipo capaz de poner y quitar gobiernos. La figura que todo lo controlaba. Logró muchos avances para los mineros, le reconoce alguno todavía en voz baja. Villa cayó en desgracia antes incluso de ser condenado a 3 años de cárcel por haber desviado más de un millón de euros a sus propias cuentas. Fue expulsado del sindicato SOMA y del PSOE.
“¿Sabes ese libro que se ha puesto tan de moda que se llama Fariña? Pues el que venga a Asturias a escribir la “Fariña negra” va a pegar otro pelotazo, porque el dinero que aquí se movió y el que perdióse por el camino… da para un libro, para una serie y aún faltará papel para contarlo todo”, asegura un minero que ya no está en activo.
Para ir reduciendo paulatinamente la plantilla se estableció un sistema de prejubilaciones tempranas, con buena percepción económica. La figura del minero prejubilado fue sostén fundamental de la economía asturiana durante muchos años, especialmente los de la crisis. Pero, como contrapunto, esa plantilla menguante provocó que la minería asturiana acabase perdiendo aquel músculo que convirtió al sector en el eje central de muchas negociaciones políticas.
De generación en generación
La amenaza del cierre planea sobre los asturianos desde hace demasiado tiempo. “Llevan cerrando más de 30 años. Yo llegué a Hunosa en el 85 y ya me preguntaban que a qué venía, que aquello iba a cerrar. Me dio tiempo a trabajar 20 años, a prejubilarme en 2004 y a ver a mi hijo entrar a trabajar en la mina”; cuenta Luis Armando, un minero de Pola de Laviana de padre, hijo y suegro minero.
Luis Armando recuerda “aquellos 4 bares que había en frente de la mina, que aquello no paraba. Mil mineros allí metidos, no podías ni pagar del gentío que había metido. Las tiendas llenas de gente… Ahora no queda nada de aquello y la gente se marcha. Pero no sólo los guajes porque no encuentren trabajo. Tambien se van los jubilados y los prejubilados. Si se les van los hijos a trabajar a Valencia o a Madrid, ellos ya no tienen nada que hacer aquí”; se lamenta.
El año que Luis Armando entró en Hunosa nació su hijo Jairo. Es el último minero de la saga familiar. Tiene dos hijos y, aunque asegura que “tengo fe en que nos van a recolocar”, reconoce que la incertidumbre es general. “Es que no sabemos qué va a pasar. Estamos a la expectativa y no queremos hacer caso de los rumores. Aquí seguimos a la espera”:
Para Jairo, “dejaron morir la mina. Sobre todo durante el gobierno del PP, que prometió unas ayudas que nunca llegaron. Ahora parece que hay voluntad de arreglar las cosas, pero no sabemos si ya queda tiempo”; lamenta, a la par que apunta un detalle importante: “Carbón se sigue quemando”.
Carbón colombiano
Y es que, aunque el carbón como combustible ya casi ha pasado a la historia, instalaciones comola Térmica de La Pereda siguen funcionando con hulla. Pero mientras el carbón asturiano está condenado, se desmantelan las instalaciones y los trabajadores se van a la calle, el puerto de El Musel (Gijón) está lleno de carbón colombiano.
“Es carbón manchado de sangre”, sentencia un minero gijonés, que no entiende “cuál es el motivo por el que no quieren el carbón asturiano y lo compran en Colombia o en China”. Hay quien dice que es una cuestión de costes. Otros, de lobbys que han conseguido colocar su producto. Otros que hay un poco de todo. Y mientras el carbón colombiano sigue llegando a El Musel, el oro negro del Principado, extraído del laberinto más grande del mundo, está a punto de ser sepultado para siempre. Con él, más de dos siglos de historia. Y las familias que aún dependen de él, a la espera de saber qué va a pasar con sus vidas el próximo 1 de enero, tras la muerte de la mina.