Paradojas de la vida, Antonia Cruells, la Abuela de la Fabada Litoral más famosa de los anuncios de televisión, ni era actriz ni era abuela. Y, además, no sabía preparar fabada. Murió sola, no tenía ni marido ni hijos. Seguramente, ni siquiera habas para hacer un buen puchero.
"Se le daba fatal", cuentan los que más la conocían. Antonia Cruells falleció el pasado fin de semana en su casa de Sant Martí de Centelles (Barcelona) en soledad. Decían que tenía 90 años, aunque la edad a la que nos deja es y será un misterio. "No quiere que se sepa. No va a aparecer ni en el recuerdo del tanatorio", recuerdan con cariño sus familiares.
Antonia Cruells vivió toda su vida en Sant Martí de Centelles, un pequeño municipio catalán de unos 1.000 habitantes. Ella y su hermano eran hijos de transportistas o recaderos, como dicen allí. Trabajó durante gran parte de su vida como administrativa, sin pensar que algún día sería una cara reconocible tanto en Cataluña como en todo el país.
Cuentan a EL ESPAÑOL personas cercanas a ella que era muy alegre, postiva y risueña. Aunque más valía no llevarle la contraria, porque la "iaia Antonia" tenía un "fuerte carácter", recuerdan con cariño.
"Este año no me has felicitado por mi santo. Como el año que viene no me felicites, te apunto en mi lista negra", solía bromear con sus conocidos, que ahora olvidan a sabiendas su fecha de nacimiento. Al llegar santos y cumpleaños, la casa de esta mujer se convertía en un hormiguero de gente que no paraba de entrar y salir para felicitarla, como si fuese una gran fiesta en la que todo el pueblo estaba invitado.
Su pueblo natal, su gran familia
Soltera y sin hijos, era una mujer muy independiente. No le gustaba hablar sobre su vida íntima. Pero, a la vez, muy social. Siempre con una prenda de color rojo, "le encantaba salir a la calle y hablar con todo el mundo, con una sonrisa y riéndose por todo. Sobre todo con los niños", explica Olga, familiar de Antonia.
Una de las cosas que más le gustaba era disfrazarse de castañera durante la celebración del día de Todos los Santos y visitar el colegio de su pueblo. Allí hacía un miniteatro y comía castañas con los niños.
Se ilusionaba cuando llegaban las festividades, aunque ninguna como la del día de Reyes, en el que, como recuerda su familia a este medio, abría los regalos junto a los más pequeños con su misma ilusión. Llegó a realizar el pregón de su pueblo.
Salto a la fama por casualidad pero sin abandonar sus raíces
¿Cómo pudo Antonia pasar de una vida en un pequeño pueblo a la radio y a la televisión? "Cuando falleció su hermano, lo pasó muy mal", cuenta Olga. "Sus amigas, para animarla, decidieron felicitarla por su cumpleaños a través de un programa de radio (Freakandó Matiner, de RAC105). Antonia, pensando que era otra llamada de teléfono más, respondió como siempre: "¡bon dia al dematí! (¡buenos días por la mañana!)"
La espontánea contestación de la señora llamó la atención de Llucià Ferrer, periodista y conductor del programa, quien no dudó en contar con ella para futuras colaboraciones. Participó, de la mano del presentador, en muchos programas de varias emisoras de radio.
Fue durante esos años cuando se ganó el apodo de "La iaia Antonia". "No le gustaba que la llamases iaia (abuela), pero al final, como todo el mundo en Cataluña la conocía por ese nombre, lo aceptó", explica Olga. De ahí pasó a protagonizar los anuncios que le darían fama a nivel nacional. Era la abuela de la Fabada Litoral, aunque solo rodó dos anuncios (2007 y 2008). Durante aquellos años, permaneció en su pueblo natal, llevando la misma vida.
La sardana, su pasión
Podría decirse que en su ámbito personal era muy opuesta al de la mujer que interpretaba. Nada hogareña, hacía vida fuera de casa. Inquieta, como la definen, siempre necesitaba estar ocupada. Hacía cursos constantemente, como los de punto de cruz; leía y estudiaba en la biblioteca; y viajaba con frecuencia. Llegó hasta a visitar países como Vietnam, India o Rusia. Pero una afición destaca entre todas.
Joan, amigo de Anonia, estuvo 41 años con ella en una asociación de Sardanas. Le apasionaba. En todas las celebraciones bailaba sardanas. Daba clases a los niños del pueblo, para no perder las tradiciones. Era una sardanista de toda la vida.
"Lo llevaba en la sangre. Siempre iba a todos los certámenes que se celebraban por toda Cataluña", cuenta su amigo. Ayudaba con gusto de forma voluntaria en la Asociación Els Gafarrons, dedicada a organizar excursiones y caminatas por la zona.
De hecho, el pasado mes de octubre participó en la Caminada pels guerrers, acto que conmemoraba el segundo aniversario de la muerte de Jaume Bou, niño del pueblo que falleció debido a un osteosarcoma.
Este miércoles fue despedida y enterrada por sus familiares y amigos. Unas 300 personas congregadas en la Iglesia del pueblo quisieron darle el último adiós a esta entrañable "iaia".