L., la chica de Boiro que El Chicle metió en el maletero, sigue en shock: "Mi hija volvió a nacer el 25 de diciembre"
- "Mi hija pudo ser otra Diana". La madre de la joven recibe a EL ESPAÑOL cuando se cumple un año de aquel intento de secuestro.
- La joven se salvó, pero desde entonces apenas sale de casa, está de baja laboral y va con regularidad al psicólogo.
- El testimonio de la joven que escapó de 'El Chicle'.
Los tres perros que están afuera descansan pero mantienen las orejas levantadas, en señal de alerta ante los extraños. Son los guardianes que velan por ella a todas horas. Hace frío en el exterior de la casa, ubicada en una parroquia rural situada al norte de Boiro (A Coruña), y quizás es porque caen las lluvias de los primeros compases del invierno. También acaso porque se encuentra en el centro de un bosque en el que hasta las paredes de algunas casas están cubiertas de un fresquísimo musgo verde. Allí vive en calma, rodeada de naturaleza. Pero por si acaso, los canes vigilan. “Con ellos al lado – asegura Eli- no tengo miedo. Puedo salir afuera a pasear de noche que están para protegerme. Yo les tengo a ellos: ¿a quién tuvo mi hija?”.
Eli tiene 55 años. Su hija L. (nombre ficticio), de 29, suele decir que hace 12 meses volvió a nacer. Que el 25 de diciembre es como un segundo cumpleaños. Habitualmente, el día de Navidad es una jornada alegre, de celebración y de familia. Pero es recordar lo que ocurrió esa noche de hace justo un año y la expresión de su cara se transforma. Las lágrimas y los escalofríos aparecen solos. La sombra de un individuo encapuchado al lado de su Alfa Romeo de color gris es algo que regresa a los sueños de su hija con cierta frecuencia. La silueta de José Enrique Abuín. El asesino confeso de Diana Quer.
'El Chicle' es el hombre que estuvo a punto de raptar a su hija en torno a las diez de la noche del 25 de diciembre de 2017. Que L. lograse salvarse fue cuestión de minutos, de resistencia, de la ayuda de dos jóvenes -"yo digo que son dos ángeles", insiste Eli- y de algo de suerte. Dice su madre que agradece cada día que la joven se hubiera salvado, pero recuerda que el asesino de Diana les destrozó la vida. Apenas durmió aquella semana, ni las pastillas servían para transmitirle algo de sosiego. Ese acto de valor y de fortaleza de la joven permitió horas después desencadenar la operación que permitió detener a ‘El Chicle’ y localizar el cuerpo de Diana Quer, desaparecido en agosto de 2016, 500 días atrás.
Un año antes, la joven L. que tiene ahora 29 años, era una persona dicharachera, divertida, que salía a la calle sin miedo, que se iba de fiesta con su grupo de amigos a donde hiciese falta y que no tenía que preocuparse de mirar hacia atrás a cada paso que daba. El intento de rapto, una experiencia perpetrada por ‘El Chicle’, apenas duró unos pocos minutos, pero esos instantes con el criminal bastaron para arrasar su vida por completo. Para cambiarlo todo y para hacerlo un poco más difícil. Por culpa de las atrocidades de un hombre, ahora tiene miedo hasta de salir por la puerta de casa.
Un año después de los hechos, EL ESPAÑOL se reúne en su casa con su madre. Eli es una mujer fuerte, dedicada toda su vida a tratar con bestias más grandes que ella. Es cocinera en un bar de centro de Boiro. Hasta hace poco, su otro trabajo– y a la vez su hobbie- era la cría de sementales que luego ganaban toda clase de premios en esta o aquella feria equina, a nivel nacional e internacional. “Yo a ellos no les tengo miedo. Siendo más grandes, más fuertes y más letales, la mayoría de los caballos son más buenos que muchos hombres”.
Un año después de un intento de rapto
“Al principio fue muy fuerte para ella, pero cayó. Ahora está con ansiedad y todo eso”. Eli sirve el café, introduce dos pequeños leños el horno para templar la cocina e intenta proseguir el relato con la voz casi siempre firme, aunque a veces temblorosa. Últimamente tiene que estar muy pendiente a su hija. “Es que aunque quieras, no te lo puedes quitar de la cabeza. Mi hija pudo ser otra Diana”.
Hace un año, L. era una joven divertida, trabajadora. Tenía su horario, su piso en el centro de Boiro, su empleo. Le gustaba salir de fiesta con sus amigos por la zona. O coger el coche y marchar para Santiago de fiesta. O recorrer Galicia para ir a aquella verbena que le gustaba. La rutina de una chica cualquiera, de una chica normal.
Los primeros días después de los hechos, L. estaba como en shock: apenas reaccionaba, pero no derramó una sola lágrima. Su madre dice que estaba aturdida por lo que le acababa de ocurrir. Sin embargo, con el paso de los meses llegó el deshielo de los hechos y aparecieron las pesadillas. Apareció el miedo a salir a la calle. Apareció la necesidad de acudir al psicólogo con regularidad. L. está con pastillas y muchos días no puede ni ir al trabajo. De cuando en vez, afrontar una crisis de ansiedad.
En la televisión de la cocina de la casa pasan las imágenes de un conocido programa de televisión que trata, por las mañanas, asuntos de actualidad. Es jueves y la información que ofrecen se centra en el historial de Bernardo Montoya, el asesino de Laura Luelmo, recién detenido en Huelva. El caso, un nuevo asesinato a una mujer, un nuevo crimen atroz, ha conmocionado a todo el país. No se habla de otra cosa. A Eli no le hace bien, pero no puede apartar la mirada de la pantalla.
-¿Qué le diría a la familia de Laura?
-Que lo siento mucho, que no se queden callados. Todo esto hace que las cosas reviva; te revive lo que pudo haber pasado con tu hija. Te revuelve las cosas. Ahora está saliendo en las noticias. Pero si nos quedamos callados, todo se quedará en el olvido. Por eso le diría que luchen para que esto no vuelva a ocurrir con otras mujeres. Tenemos que salir todas las mujeres a la calle y protestar por lo que está pasando.
Horas después, Eli posará con un cartel en apoyo a la familia de Laura. Un cartel que reza una frase simple pero que todos enarbolan ya como una bandera que sí sirve para unir: "Laura somos todas".
L. no ha vuelto a ser la misma. Eli no quiere sacarle el tema, por lo que no hablan casi nunca de ello. Su presencia es evidente, como la de un elefante en el centro de una habitación, pero prefieren no tocarlo. “Volvió al trabajo, pero tuvo que dejarlo por las crisis de ansiedad. Por desgracia, esto lo va a recordar toda la vida. Por suerte, somos muchos que estamos arropándola. Los primos, la hermana, los amigos… Tiene que ir poco a poco. Les tiene a ellos también y eso es muy bueno. Tienen que ser ellos quienes la vayan sacando de nuevo. Claro, no puede olvidarlo, ni lo va a olvidar jamás. Aunque tenga 30, 40 o 50 años… Eso lo va a tener ahí. Es el instinto de la persona. Ahora siempre mira para atrás cuando sale a la calle”.
Lo que pasó en aquel cruce de Boiro
El día de Navidad del año 2017, Eli recibió una llamada de su hija L., 28 años, en su teléfono móvil a las tres de la mañana. Habían pasado el día juntas. Tras una larga comida en casa de un familiar, la madre decidió volverse a casa y la hija quedó con sus amigos en el centro de Boiro para tomar algo y cerrar las últimas horas del 25 de diciembre. Lo primero que Eli pensó fue que su hija había tenido un accidente de tráfico. Principalmente, por la hora de la llamada. “Ya había tenido dos pequeños. Las otras veces que había tenido me había llamado. Así que, dije, igual es que tuvo un accidente”.
Las tres de la mañana es una hora intempestiva. Eli se encuentra en ese momento de apacible duermevela, no del todo dormida, no del todo despierta. Tras dar de comer a sus dos caballos, después de una larga jornada familiar, se acuesta. Se mete en la cama, enciende la televisión como muchas otras noches, y va cayendo en un sueño apacible. A las tres de la mañana suena el teléfono, apoyado en la mesilla de noche. Eli, sobresaltada, se incorpora para cogerlo. Mira la pantalla y advierte que es su hija.
-Mamá, no te asustes. Estoy bien, no te asustes.
Ese momento es cuando Eli piensa que se trata de un accidente. Pero su hija había llamado varias horas después de que ocurrieran los hechos para no alarmar a su madre. L. no quiso llamarla hasta que la situación estuviese medianamente controlada, tanto por ella como por la Guardia Civil.
-¿Qué pasó?
-Mamá, mira, que me han intentado secuestrar.
-¿Qué dices? ¿Estás tonta, has bebido o qué?
-Es verdad, mamá. Ya he ido a la ambulancia, al hospital, a la Guardia Civil…
-Bueno, voy para ahí.
En las dependencias policiales, Eli se encuentra a su hija y a su prima. Ya le han tomado declaración, está algo más tranquila, ya ha proporcionado los datos que recuerda del sospechoso. Su aspecto físico, inconfundible, la matrícula del coche, la voz, las formas. Todo lo que pueda ayudar a identificarle. “Me han dado unas pastillas para dormir y a ver si duermo un poco”, le dijo L. a su madre. Ella no lo sabía pero José Enrique Abuín, El Chicle, el asesino de Diana Quer, acababa de intentar secuestrarla.
El perfil de la joven encajaba en las víctimas por las que solía optar ‘El Chicle’. Según cuenta su madre, Eli aparenta menos años de los que tiene, pero su fuerza es evidentemente mayor. “Ella es una persona fuerte. Me ayudaba siempre con los caballos, levanta sacos de pienso grandes, de 40 kilos… Es fuerte. No aparenta los años que tiene. Él esperaba encontrarse una persona de 18 años (como Diana), pero se encontró una persona mayor y muy fuerte”.
Para comenzar el relato de lo ocurrido hay que retroceder varias horas en el tiempo. A las diez de la noche, una fina niebla cae como un manto sobre las calles desiertas de Boiro. La intersección entre la rúa do Cruceiro y la calle Bao forma una pequeña plaza de apenas 20 metros de diámetro. El bar de la esquina tiene las puertas cerradas, y es tal el barullo en su interior que nadie de dentro advierte lo que pasa fuera. Mientras tanto, un Alfa Romeo gris metalizado merodea por la zona como un buitre amenazante que espera la aparición de su presa.
Una joven avanza por allí en torno a esa hora. Va al encuentro de sus amigos para tomar algo y rematar así la jornada festiva. Mientras camina, se envía mensajes por whatsapp con un amigo. En ese recorrido, el conductor del Alfa Romeo la ve, da la vuelta y estaciona justo debajo de una de las esquinas de la plaza, pegado a la puerta de la peluquería. está aparcado un Alfa Romeo de color gris.
Es ‘El Chicle’. El hombre lleva una capucha que le cubre buena parte de la cara. Deja al descubierto un mechón rubio, los ojos azules y una dentadura exagerada, su rasgo más característico. Lleva también un vaquero igualmente oscuro, ni muy ancho ni muy estrecho. Talla estándar. Abuín se baja del coche y echar a andar en dirección a L. con algo en la mano que parece un cuchillo.
Al acercarse a ella, la joven se aprieta el teléfono móvil contra el pecho y no lo suelta. Es entonces cuando graba, sin querer, un audio, la primera conversación entre ambos. EL ESPAÑOL ha tenido acceso a su contenido. Sucede justo antes de que introduzca a la víctima en el maletero.
-Vale, vale, vale.
-Dame el móvil, dame el móvil ahora mismo. Dame el móvil.
-Por favor, ¿por qué?
-Porque necesito dinero, dame el móvil ahora mismo.
-Pero el móvil no, por favor, toma el dinero. El móvil no, por favor.
-¿Tienes tarjeta?
-No, no tengo tarjeta, pero…
-El móvil.
-Tengo 20 euros, por favor.
-El móvil.
-Por favor, por favor.
-Si sigues gritando, te rajo. Métete en el coche y dame el móvil.
-No, toma el dinero, por favor, el móvil no, por favor.
-Bueno escucha, shhhhhh. Escucha. ¿Puedo hacerte una pregunta? Te haré una pregunta.
-Dime.
-¿Tú eres Carla?
-No.
-Bueno, perdona. Ehh... Era una broma de tu chico, pensé que eras Carla. Perdona, tía, pensé que eras Carla. Escucha, no... ¿Estás tranquila? Ven aquí, mira, nada, en serio. Mira, de verdad.
-Vale, ¿me dejas ir?
-Vale, tranquila. ¿Estás bien?
-Sí.
-Perdona, de verdad. En serio, ¿no eres Carla?
-No, no soy Carla.
-Tranquila, de acuerdo. ¿Estás bien? Quieres que te dé su número para ver si es él?
-Bien. No te preocupes.
En ese momento la grabación se corta y a L. se le envía por whatsapp a la persona con la que estaba hablando. No se ha percatado de que se encuentra cerca del maletero del coche de Abuín. 'El Chicle' aprovecha y la empuja. La joven da con sus huesos en el fondo del maletero, y las piernas quedan colgadas fuera. Todo ocurre con una rapidez vertiginosa. Mientras se resiste con todas sus fuerzas, dos jóvenes aparecen desde la calle de abajo y acuden a socorrerla. Minutos después, tras un breve intercambio de miradas, ‘El Chicle’ se sube al coche, arranca a toda velocidad y se pierde en la oscuridad de la noche. Sus horas están ya contadas.
El audio que la joven de Boiro grabó de modo involuntario fue lo que hizo que cayese Rosario, la mujer de El Chicle. Y la caída de ella fue, a su vez, lo que hizo que Abuín se doblegase ante los agentes de la UCO de la Guardia Civil. En los interrogatorios de la primera jornada, Abuín era como una roca inamovible. Pero entonces trajeron a Rosario, que todavía no había sido interrogada.
Tras algunas preguntas, tomaron la decisión de ponerle el audio de whatsapp. En cuanto lo oyó, Rosario reconoció la voz de su marido. No había duda. Se le cambió la expresión del rostro. Se le cambió todo. No le quedó otra que reconocer que esa voz era la de Abuín. Y que la noche en que desapareció Diana no había estado en casa. Que no podía seguir manteniendo aquella coartada. Que no sabía dónde se había metido aquella madrugada en la que Diana Quer desapareció. Él lo reconoció horas después.
Dice Eli, la mirada absorta en un punto indeterminado de la pared de su cocina, que todavía no sabe qué van a hacer el día de Navidad. De fondo, el sonido del agua cayendo sobre Boiro y el crepitar del fuego calentando la casa, representan esa digresión en la que se encuentra su familia. Es un día de celebración. Es un día triste. “No sé si lo vamos a celebrar. Creo que aún no tenemos el cuerpo para estas cosas".