Hubo un tiempo, en Asturias, en el que el carbón era el único pan que uno podía llevarse a la boca. Fue, hasta hace poco, el sustento básico, el alimento que solventaba todas las dificulades a centenares de familias. Aún así siempre ha resultado una materia prima difícil y peligrosa de conseguir. El padre de Lázaro Alves Gutiérrez echó media vida extrayéndolo del interior de los pozos de la cuenca minera. El 31 de agosto de 1995, Eduardo Augusto Alves descendió como cada día a las profundidades de esa suerte de agujero negro que es una mina de carbón, en busca del maná por el cual los mineros se afanaban una jornada tras otra. Hace casi 24 años, la muerte le asaltó en el interior de la montaña. A 400 metros de profundidad.
Lázaro quedó huérfano muy joven debido a aquel accidente, pero el recuerdo de su padre perdura hasta hoy. Hace tiempo decidió seguir sus pasos metiéndose también en el interior de la mina para ganarse su salario. Casi 25 años después de la mayor tragedia de la minería asturiana de la última mitad del siglo XX, el hijo de uno de aquellos férreos trabajadores es uno de los ocho mineros que ya han bajado a las profundidades del pozo paralelo excavado estos días en Totalán (Málaga) para rescatar al pequeño Julen.
Su vida y la de su familia quedó aquel día marcada para siempre. Él y su hermano no tenían ni diez años. Esa madrugada a su padre y otros 13 compañeros perdieron la vida en el pozo Nicolás, conocido también como 'La Nicolasa', situado en Mieres, cuenca negra, cuenca del carbón, corazón asturiano de la minería. Un accidente, una bolsa de grisú (mezcla de gas metano y aire) y una explosión en una ratonera: en cuestión de minutos, nadie pudo escapar de allí.
Son horas convulsas y angustiosas en Totalán, de nudo en la garganta, de vigilia y de frío en los huesos. De los ocho profesionales, ya han bajado dos al interior del pozo paralelo excavado durante los últimos días para tratar de rescatar al pequeño. A la altura de la cota -50 (la misma profundidad en la que se sitúa al niño) excavan ya a mano el túnel que les va a llevar hasta él.
Tanto Lázaro como el resto de los mineros son asturianos. Todos tienen más de 35 años y una década de experiencia en un sector que hace tiempo que languidece. Todos, especialmente Lázaro, conocen los peligros que surgen en las entrañas de los pozos de carbón.
Todos pertenecen a la Brigada de Salvamento de la empresa pública Hunosa. La misma en la que figuraban la mayoría de aquellos otros trabajadores que fallecieron en el pozo Nicolás. La misma en la que Eduardo Augusto, el padre de Lázaro, desarrollaba su labor cuando falleció en el interior del pozo 'Nicolasa'.
Una tragedia difícil de olvidar
Santa Bárbara, la patrona de la mina, nunca ha dejado de llorar en Mieres. Al menos desde la madrugada de aquel jueves de mediados de los 90. Sucedió durante uno de los relevos que se producen en el interior de la montaña, entre toneladas de carbón. El grisú, el peor enemigo de los mineros, convirtió aquel pozo en un auténtico infierno, un incendio de gas inasumible del cual casi nadie pudo escapar.
Aquella noche de hace 24 años, en 1995, 14 mineros perdieron la vida en plena faena. Todos entran asumiendo que la mina es un lugar peligroso, del que salir con el rostro teñido de negro, felices por conseguir mantener a la familia, pero sabedores de los severos achaques que conlleva la profesión y conscientes de sus peligros.
El padre de Lázaro, nuestro protagonista, uno de los valientes mineros que tratan de rescatar al pequeño Julen, fue uno de los fallecidos. Se llamaba Eduardo Augusto Alves. En Mieres, todavía se les honra tanto a él como a los otros compañeros, y se les mantiene en el recuerdo.
Solo dos de los mineros que trabajaban aquella madrugada en la capa octava, entre las galerías cuarta y quinta, a más de 400 metros de profundidad, sobrevivieron aquella madrugada. Desde entonces, el 31 de agosto no es un día cualquiera de trabajo en San Nicolás. Se trata de una jornada recordada con tristeza y amargor.
El pozo estaba situado en las inmediaciones de la población de Ablaña. En el momento del accidente había 63 personas trabajando dentro de la mina. Diez de ellos pertenecían a la compañía Hunosa; eran Eugenio Martín, Francisco Javier González, Jesús Trapiella, José Ignacio del Campo, Juan Manuel Álvarez, Elías Otero, Manuel Ángel Fernández, Anatolio Lorenzo, Luis Antonio Espeso y Eduardo Augusto Alves, el padre de Lázaro, uno de los protagonistas del rescate de Julen. Junto a ellos, cuatro compañeros de origen checo subcontratados por otra empresa local: Miroslav Divoly, Michal Klenot, Vlastimil Havlik y Milan Rocek.
El accidente todavía carece de explicación. La explosión llegó a las 3.15 de la madrugada. Lo hizo en silencio, sin avisar, sin que las alertas de seguridad propias de tan complejo dispositivo saltasen. Fue una voraz deflagración la que se los llevó por delante a todos sin posibilidad de escapatoria.
La lenta agonía de la minería
El milagro de Santa Bárbara nunca llegó. Hace años que terminó la era dorada de la minería. Se trata de un sector que, hoy por hoy, se encuentra en un claro declive. El año 2019 ha empezado como el primero sin minas de carbón privadas abiertas y activas en España. Tan solo un pozo resiste, precisamente uno de la compañía Hunosa. El resto han echado el cierre para siempre.
El proceso de transición energética iniciado por el gobierno de Pedro Sánchez, siguiendo las pautas marcadas por la Unión Europea diez años atrás, ha hecho cada vez más prescindible el carbón que se extraía desde hace décadas en los pozos de toda España.
No hay más que ver las cifras del Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente. A principios de la década de los 90, años antes del accidente del pozo de San Nicolás, había más de 45.000 trabajadores en el sector. En 2018 apenas llegaban a los 2.000.
“Esto es matar más de 200 años de historia”, alertaba a EL ESPAÑOL un minero asturiano de Langreo hace unas pocas semanas. Como muchos otros, provenía de una extirpe en la que el oficio pasó de abuelos a padres, y de padres a hijos. Una de esas familias cuyas generaciones previas vivieron por y para esta industria. No parece que exista una solución para todos ellos.
"Nun quiero ver nada pa no llorar"
De algún modo, la tragedia del pozo 'Nicolasa' está ligado a la vida de Lázaro, quien está ya volcado en las labores de rescate. Su padre tenía 35 años cuando perdió la vida en aquel pozo. Eduardo Augusto era ayudante barrenista. Cuentan fuentes sindicales del sector a EL ESPAÑOL que llevaba más de quince años viviendo en Gijón en el momento de su muerte.
Antes de meterse en la mina, trabajó como recogepelotas en el Club de Golf y obrero de la construcción antes de la mina. Nació en el año 1960 en Quintela de Lampazas, localidad portuguesa de la zona de Braganza. En 1989, un lustro antes, logró esquivar la tragedia en otro accidente minero.
En el pueblo aquellos días se recuerdan con dolor. Todos los comercios permanecieron cerrados. El servicio de basuras no funcionó. No hubo vecino que no acudiera a la capilla ardiente a presentar sus respetos. El 2 de septiembre de aquel año, dos días después de la catástrofe, el periódico La Nueva España iniciaba así una de sus crónicas:
-Silencio. Toda la cuenca. callada, despidió a los mineros que dejarón en la madrugada del pasado jueves su vida en la planta quinta de "Nicolasa". Los funerales fueron ayer, pero el luto comenzó mucho antes. "Nun toi pa subir arriba, nun quiero ver nada pa no llorar". Tino, un jubilado de Ablaña, no pudo evitar la fuga de dos lágrimas por su rostro arrugado. La escena resume el sentimiento de dolor e impotencia en el valle del carbón, que ayer se convirtió en la cuenca del adiós, anegada de silencio, para los últimos mineros muertos en "Nicolasa".
Lázaro creció y tuvo que aprender a vivir sin su padre. Ahora él y sus compañeros bajan al pozo para evitar que los padres de Julen tengan que soportar una carga igualmente pesada.