Es hora de hacer autocrítica. Y lo será siempre que se nos olvide que una cosa es el entretenimiento y otra la información. Acostumbrados como estamos los periodistas a ver la viga en el ojo ajeno es hora de que reconozcamos la paja en el propio… Estoy hablando del sensacionalismo y la falta de control deontológico en el tratamiento del desgraciado accidente del niño Julen, que cayó en un pozo mal cerrado. Espero que está columna no me granjee más enemigos de los que me corresponden por mi edad (53 años), mi sexo y estado civil (varón divorciado con tres hijos) y mi profesión (editor). Trato de explicar mi reflexión sobre la cobertura mediática de uno de los sucesos más trágicos de los últimos años, por su singularidad y también por su exceso. 

Cartel de El Gran Carnaval de Billy Wilder (1951)

Cartel de El Gran Carnaval de Billy Wilder (1951)

El punto de vista. Aquí se abre la caja de Pandora… ¿Por qué de una manera no explícita algunos medios han dejado entrever que se trataba del rescate de una persona viva, o con posibilidades de que aún estuviese viva? ¿Acaso esta ambigüedad –para mí una de las claves– no ha disparado una expectación que no era tal? Otra pregunta al aire: ¿Cuál ha sido el medio que con más rigor ha cubierto el caso? ¿Obtendría por esto un Premio Ortega y Gasset o alguno de los muchos galardones periodísticos que existen? ¿Quizás la cobertura rigurosa de un drama tan peliagudo no llamaría la atención de los jurados? ¿Por qué hasta el desenlace del caso no ha habido suficientes voces contrarias al tratamiento de la información?

La singularidad. ¿Justifica la singularidad del caso una cobertura sensacionalista? Todos sabemos que no. Siempre habrá un caso más singular, más extraño, más desgraciado. Basta con consultar en la hemeroteca algunos de los ejemplares del semanario El Caso para imaginar que habríamos hecho con ellos en estos tiempos de inmediatez digital. No pondré ejemplos. ¿La complejidad técnica del rescate hace que el caso sea más interesante? ¿Cómo lo han cubierto los medios extranjeros? ¿Lo han hecho dejando a un lado la emoción y la tentación de una audiencia que no se emborrache de morbo? ¿Tenemos algo que aprender de ellos?

Las autoridades. ¿No debería el Gobierno local o la Administración haber hecho una llamada a los responsables de los medios para pedirles mesura? Como sugerencia. Y en caso de que esa llamada de atención se haya producido, sin éxito, ¿no debería haberse pedido también en público mayor recato informativo? El mensaje desde la Administración, local o nacional, ha sido el mismo: estamos haciendo todo lo posible, no faltarán medios. Si estamos acostumbrados a pedir que no se legisle en caliente cuando se trata de violaciones u otros casos que provocan escándalo social, ¿por qué aquí no se ha ejercido más presión al legislador a la hora de evitar que se sigan haciendo pozos fraudulentos, que no se tapan o que no se comprueba que se tapen?

Las empresas informativas. ¿Somos responsables los periodistas de la cobertura de este caso o lo son las empresas de medios? Ojo con responder muy rápido porque en muchas de dichas empresas, los últimos responsables, no en todas, al menos de la línea editorial (de aquello que se informa y cómo se enfoca), está en manos de periodistas. ¿Habrá en España algún día un caso de objeción de conciencia (el periodista tiene derecho a alegarla si su empresa le obliga a informar de algo, o de alguna manera, que vaya contra su conciencia)? Los casos que conozco son de hace años y tuvieron más que ver con una manera de protegerse de un despido que de hacer defender su conciencia ante una divergencia informativa.

Fernando Berlín, en el editorial de su podcast La Cafetera llamó la atención del asunto y nos pellizcó la filmoteca proponiendo el visionado de El Gran Carnaval de Billy Wilder (1951), estrenada en España en 1954. El argumento: en Nuevo Méjico, un periodista interpretado por Kirk Douglas (atención el viejo Kirk sigue vivo y tiene 102 castañas) se involucra en el rescate de un minero que ha sido sepultado. Wilder cuenta la historia de cómo para ir dándole carnaza al diario, el periodista va alargando el salvamento ocultando información hasta que el minero se les muere. Ayer, en los minutos que dedica al periodismo en A vivir que son dos días, Javier del Pino puso el foco, desde la consternación, en la diferencia entre entretenimiento e información: “No sé, todos los periodistas hemos ido a las mismas facultades”. (...) “Estos días he sabido de compañeros que han recibido la orden de mantener fija en la pantalla de la televisión el plano de la grúa, aunque no estuviese pasando nada reseñable porque ese plano subía la audiencia”. Otros compañeros como Arsenio Escolar han sido vapuleados en las redes por tocar el tema.

Kirk Douglas, el periodista que “alarga” el rescate en la película

Los especialistas. Con el paso de los días, las televisiones han ido encontrando sus propios especialistas en la materia, desde geólogos y psicólogos a comisarios de policía. A nadie sorprende que los mismos tertulianos de los programas de la mañana, o incluso los de contenido político, tuvieran opinión, porque la tienen de todo: del rescate, de la tragedia, de como estaba reaccionando la familia...

El lenguaje. En los primeros momentos nadie se atrevió a enunciar la posibilidad de la muerte del chiquillo. ¿Qué código no escrito hizo que ni un solo minuto se dedicara a explicar que las posibilidades de supervivencia del accidentado eran mínimas? Con el paso de los días, cuando la opinión pública dio por hecho que lo que se buscaba era un fallecido tampoco se utilizó ningún término que pudiera relacionarse con una persona muerta... ¿Por qué? ¿Porque se trataba de un infante? Puede ser. ¿Medios? “No faltarán medios. Haremos todo lo que esté en nuestra mano”. El castellano ha jugado con nosotros estos días. Efectivamente “todos” los medios se dedicaron al caso, los de comunicación y los de la administración.

Efectivamente “todos” los medios se dedicaron al caso, los de comunicación y los de la administración

 

El tiempo. Conforme pasaba el tiempo los medios iban lanzando titulares: “El lunes se alcanzará el lugar…”, “Una semana más para...”. Y de nuevo, la retroalimentación incendiaria. El caso, por la inmediatez de la prensa digital, se ha cubierto minuto a minuto. Tan rápido querían los medios informar, tan hambrientos de detalle e inmediatez estaban –exigencias de la información binaria– que el encuentro de un trozo de piedra (nunca antes habíamos escuchado tanto hablar de geología en televisión), provocaba una decepción. Cierto es que hemos aprendido palabras nueva como “microvoladura”. Además de otras decenas de términos geológicos en una carrera por ver quién daba la información más precisa.

Los mineros. Denostados, perdedores... en el paro, víctimas de la revolución industrial… Los mineros han recobrado su merecido halo de heroicidad. Las televisiones han conectado en directo con viejos maestros del oficio, que nos hablaban del tema desde el bar de su pueblo. Digo esto por verle algo bueno a este empacho de emociones sin control editorial.

¿Aprenderemos a distinguir entre las acepciones ‘sensacional’ (fuera de lo ordinario) y ‘sensacionalista’ (tendencia a producir sensación)?

Y por último... ¿Soy el único espectador de este caso que se ha sentido incómodo con la cobertura del mismo? ¿Se nos han olvidado ya los excesos de Alcasser? ¿Aprenderemos a distinguir entre las acepciones ‘sensacional’ (fuera de lo ordinario) y ‘sensacionalista’ (tendencia a producir sensación)?