Manuel Moreno es un tipo reservado, que no hace muchas preguntas y que prefiere no dar demasiados detalles de su vida. Pero las que hace, no las hace por hacer. Una de ellas se la formuló hace unos meses a uno de los taxistas más jóvenes de Alcalá de Henares. "Nosotros paramos mucho delante de la estación de Cercanías -explica a EL ESPAÑOL el joven conductor - por donde está el bar en el que trabajaba. Hace poco se acercó y me preguntó que cuánto le costaría un viaje hasta Jaén con una maleta grande".
Le convenía no hablar. Y seguir con lo suyo como si nada, llevando una doble vida. Por eso muchos de aquellos que tenían en órbita a este hombre de 42 años, ojos azules, barba áspera y tatuajes de colores en los brazos se quedaron absolutamente apabullados este viernes al enterarse de que el vecino había sido detenido la noche anterior.
Los agentes del Grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía Nacional le detuvieron cuando encontraron,a las cuatro y media de la madrugada del jueves, lo que sospechaban: un cadáver descuartizado en distintas partes en el arcón congelador de su casa. El cuerpo de Daria, de quien había sido su pareja.
Manuel vivía desde hacía un tiempo en un piso bajo del número 3 de la calle Camino de Santiago, a cinco minutos andando de la estación de tren. Trabajaba allí, en el viejo café La Oficina, de donde se marchó el pasado mes de noviembre. Ponía cafés, servía desayunos. Hacía su trabajo tranquilo, con educación. Mientras tanto, en la intimidad, convivió durante más de un año con el cuerpo sin vida de la pareja a la que había asesinado. No lo sabían ni sus compañeros de piso. Tampoco lo sospechaba el dueño de la vivienda.
Algunos de los feligreses del establecimiento le reconocen por la simpatía, por el nombre y por el acento, ese inconfundible deje de Jaén. Pocos días después de abandonar por sorpresa su anterior empleo, logró ser contratado en otro céntrico local de Alcalá: el bar Gigante, en la avenida Lope de Figueroa, a media hora andando de la casa donde vivía y en la que mantuvo oculto el cadáver. Trabajaba solo en turno de tarde. Los lunes, revelan fuentes cercanas al local, eran su día libre. Fue detenido cuando habían pasado más de 15 meses de la desaparición de Daria. Por el momento, los investigadores están casi convencidos de que la joven tuvo que morir allí dentro.
La máscara y el cadáver
Las calles cercanas al piso de Alcalá de Henares en el que apareció el cuerpo descuartizado de la víctima son un hervidero de curiosos. Una marabunta ávida observa hacia la puerta de la casa del presunto asesino. Todos hablan del crimen y de quien lo perpetró.
La mayor parte de los vecinos consultados por EL ESPAÑOL y que mantenían relación con Manuel tenían un trato similar con él: a eso de la una, se bajaba a tomar el café y la tostada al bar Herrero. O al bar Extremadura, decenas de metros más allá en la misma acera de la calle; le veían acodado con su cortado en las barras de acero de toda la vida. Luego, a lo mejor, se daba un paseo con el perro, un pastor alemán que tenía en común con la propia Daria.
-A mí lo que me preocupa es qué habrá sido del animal.
Nadie sabe si Manuel lo sacrificó, si se deshizo de él, si lo abandonó en mitad de un campo... Era uno de los enigmas que este viernes los vecinos, apostados en la entrada de las cafeterías de la zona, cerveza en mano, trataban de desentrañar.
En el año y medio posterior a la desaparición de la que entonces fue su pareja, Manuel prosiguió con sus quehaceres como si nada hubiera ocurrido. Como si no hubiera descuartizado a nadie. Como si no tuviera que convivir con aquel cuerpo dentro del arcón y el arcón dentro de la habitación que ambos habían alquilado y que ambos habían compartido durante escasos nueve meses, hasta que ella desapareció.
Siguió yendo a su Jaén natal, cenando con sus allegados. Saliendo de fiesta. Viendo a su gente. Viajando, incluso. Inició nuevas relaciones con nuevas mujeres. A finales del año 2017, explican fuentes cercanas al caso a EL ESPAÑOL, algunos vecinos le preguntaron por ella. Contestó lo mismo que le contestó esta semana a los investigadores. Que se evaporó, fue como si se la hubiera tragado la tierra. Manuel se encogió de hombros: “Se ha marchado con otro y no he vuelto a saber nada”.
El jiennense fingió aquella huida precipitada de la que era su pareja, una mujer que, cuentan algunos vecinos cercanos a ambos, le tenía absolutamente obnubilado. Fue algo extraño, claro: un tipo tan colado por aquella mujer... Un chaval que se había ido a vivir con ella, que se ponía “celoso” de quienes la miraban cuando la joven salía a pasear al perro. “No nos cuadraba, pero ahora sí. Qué frialdad, que mal cuerpo hay que tener”, explican un joven camarero y su madre, quienes regentan un pequeño establecimiento en un callejón frente al piso en el que vivía el presunto asesino. La joven desapareció de la noche a la mañana. Nunca más se volvió a saber de ella. Muchos no preguntaron por no meterse en la casa de los demás, y a ninguno de ellos les extrañó. "Tampoco le dimos más importancia. Podía ser. Pero ahora nos cuadra".
Y así, con el cuerpo de la joven ya descuartizado en el arcón situado dentro de la casa, Manuel prosiguió con una vida, un trabajo y una rutina que se convirtieron en partes distintas de una misma máscara. Una pose con la que trató de ocultar su verdadera realidad.
"Para ser mediocre, quédate en casa"
Manuel es alto y delgado. Tiene el rostro chupado y esa mirada brillante del joven que no ha llegado a la treintena. Es la expresión que trasluce al verle en las fotografías de sus redes sociales. De la cara del presunto asesino cuelgan en realidad 42 primaveras. Su vecinos dicen que no las aparenta y tienen razón. Daria tenía 22.
La parte superior de su brazo derecho está cubierta de tatuajes. Es uno de sus distintivos. En su perfil digital, Manuel solo conserva fotografías del año pasado: con su familia, con amigos y algunas más en las que aparece él solo. Varias de ellas incluyen frases motivacionales. Una resulta evocadora. Hay otra que es precisa. "Sin esperar nada de nadie, se vive mejor", enuncia la primera. "Para ser mediocre, quédate en casa", argumenta la segunda.
Natural de Linares, Jaén, es la tierra que adora. Manuel regresa allí con cierta frecuencia. Sin ir más lejos, en las últimas Navidades. Estuvo allá una semana disfrutando con la familia después de iniciar su nuevo trabajo. Media familia suya sigue viviendo allí. Fue donde se crió, donde estudió y donde se aficionó al Linares, el equipo de la ciudad, a cuyo estadio acude siempre que puede.
La vida de Manuel estaba siendo toda una huida hacia delante. El dueño del bar Guerrero y muchos de sus parroquianos, habituales compañeros de barra, le habían visto en los últimos tiempos ya con una nueva pareja. A nadie le resultó extraño. Acaso porque nadie sospechaba que tuviera un secreto tan macabro que ocultar. “Creo que su nueva novia era una chica argentina”.
Un piso de cuatro habitaciones
La fachada del piso en el que vivía Manuel y donde tenía escondido el cuerpo de su ex pareja está pintada de color carne y de amarillo oscuro. Los cuartos poseen una amplitud considerable, y todos cuentan con aseo propio. También con ducha particular. Lo explica en un pequeño corrillo, frente al apartamento, engullendo una bolsa de fritos, el antiguo inquilino de una de las habitaciones del piso. "Algunos me llamaron esta mañana pensando que había sido yo. Pero hace años que ya no vivo ahí", gruñe.
Como los inquilinos van y vienen, hace años que el dueño decidió colocar pestillos en las puertas de cada una de las habitaciones para garantizar intimidad. Con eso, explica el antiguo inquilino a EL ESPAÑOL, era normal que nadie supiera lo que tenía Manuel ahí dentro.
El cuarto del presunto asesino era uno de los más grandes de la casa. Cabía perfectamente el congelador en el que estaba el cuerpo, un largo artefacto cuyas medidas ascendían a más de medio metro de largo. “Recuerdo que era la más grande de todas. Un Alarcón congelador cabe de sobra ahí. Lo que no sé es cómo lo metería”.
El apartamento tiene cuatro habitaciones. Las cuatro estaban alquiladas cuando, en la noche de este pasado jueves, la Policía Nacional halló el cuerpo de la joven víctima, cuya identidad todavía se desconoce. Todos fueron interrogados. Hasta el momento, ninguno de los inquilinos había logrado advertir lo que escondía Manuel en su cuarto. Lo cierto es que el presunto asesino, últimamente, no pasaba demasiado tiempo en la casa.
Al filo de las seis y media de la tarde, la puerta de la casa se abre por primera vez en todo el día. De ella sale un hombre joven, con barba poblada y sudadera azul. Todos le observan desde la calle. El presunto descuartizador compartía piso con otros inquilinos. Se trata de uno de los compañeros de apartamento. Prefiere no decir su nombre. Tanto el como el resto de inquilinos apenas mantenían trato con el detenido. Los horarios no coincidían, y Manuel pasaba poco por casa. “Le vi tan solo un día, cuando estaba poniendo una lavadora”.
La ciudad de los dos descuartizadores
Nadie se había preocupado, hasta el pasado mes de diciembre, por la víctima. Desaparecida durante un año y medio. La joven, de origen ruso, como sus hermanas, era adoptada. Las hijas no mantenían una buena relación con sus padres. Apenas se veían. Ese sería el motivo por el que la madre de la chica de 22 años no denunció la desaparición de la hija hasta el 30 de diciembre del pasado año. Porque no era consciente de que su hija no aparecía por ninguna parte.
La madre trató de contactar con la joven en repetidas ocasiones. Nunca le respondió, y ahí la mujer comenzó ya a preocuparse de verdad por su hija, por si le había sucedido algo. Ahí arrancó la investigación.
En los últimos tres años, la ciudad se ha visto salpicada de refilón por un sucesos de similares características. Hablamos del crimen del descuartizador de Pioz (Guadalajara). En ese atroz y sangriento suceso, Alcalá de Henares, figuraba como uno de los escenarios secundarios de la trama. El joven Patrick Nogueira, el brasileño que descuartizó a sus tíos y a sus sobrinos en el chalet de Pioz, tenía en la localidad madrileña su base de operaciones. Allí planeó el crimen, y allí se ocultó al terminarlo.
Hay una última coincidencia que une ambos casos: uno de los camareros del bar Extremadura había conocido a los dos descuartizadores. Se trata de uno de los locales más frecuentados por Manuel Moreno, por las mañanas, por las tardes y por las noches: "Fue en 2016, meses antes del crimen. Yo trabajaba en el asador brasileño Brasil y Brasa. Allí, entre fogones, conocí a Marcos, el marido de Janaína, los descuartizados de Pioz. Un día Marcos se trajo a Patrick al trabajo. Un tipo también muy callado, muy serio. Y ahora esto, ya es mala suerte".