“Buenos días, he visto su perfil en Nuevoloquo y me gustaría saber sus tarifas”, decía el encantador mensaje de WhatsApp que recibí al despertar. “Nuevoloquo”, tecleé un poco a ciegas en el buscador del móvil y entonces me apareció una retahíla de mujeres en ropa interior -y sin ella-, algunas mostrando su cara y otras no, pero todas -todas- ofreciendo sus servicios en uno de los oficios más antiguos del mundo: la prostitución.
“Perdona, creo que te has equivocado”, respondí al remitente, que en su foto de perfil parecía no tener más de 25. “¿Pero no es usted a quien he visto en el anuncio?”, insistió. Después de decirle que no era yo, me picó la curiosidad por saber a qué se debía ese mensaje. Si mi número de teléfono -que he estrenado recientemente- había pertenecido anteriormente a alguna trabajadora -o trabajador- de Nuevoloquo. “Escorts, putas y travestis que ofrecen sexo y masajes eróticos. También contactos gay y gigolós”. “Soy un chico y buscaba a una mujer. Pero disculpe usted las molestias y hasta luego”, se despidió cortés el primer -y no último, avanzo- hombre que me contactó.
Tan sólo 24 horas después recibí otro mensaje similar: “Buenos días, ¿me puedes informar de tus tarifas?”. Después de reírme de lo surrealista de la situación, decidí entrar al trapo con el nuevo “cliente” y pedirle el anuncio en el que, supuestamente, aparecía mi número de teléfono. “A ver si lo encuentro. He mirado tantos anuncios...”, respondió.
Descubrí que era una “cubana independiente de 27 años”
Así pasé buena parte del día acotando criterios de búsqueda para tratar de encontrar el anuncio y hacer, no sé el qué, con él. Páginas y páginas de mujeres prometiendo el Edén. “Más de 160.000 resultados” y yo, lógicamente, tenía que entrar a todos uno por uno para poder ver el número de teléfono. No tuve éxito por mi cuenta.
Esa misma noche, mi segundo cliente me envió una captura de pantalla del anuncio y, efectivamente, mi número de teléfono estaba en él. Al parecer mi línea había pertenecido a una “cubana independiente de 27 años” que recibía a sus clientes en su apartamento “privado y discreto”, en Barcelona, para cumplir todos los fetiches que éstos pudieran tener.
El anuncio es de julio de 2014 y yo he heredado la línea de la señora y su cartera de clientes cuando adquirí mi nueva tarjeta. He recibido llamadas y mensajes de números desconocidos, de España y otras partes del mundo, con fotografías de ramos de rosas sacados de Google o frases como “Hola bombón, ¿qué haces que ya no saludas?”. A algunos los bloqueo directamente. A otros, los que son más educados, cordialmente les indico que la persona a quien buscan ha cambiado de número.
Durante años, he peregrinado entre operadores de telefonía móvil, siempre con tarjeta prepago: Yoigo, Más Móvil, Lebara y República Móvil. El número actual lo adquirí con Lebara, aunque después migré a otra compañía y, en la tienda HolaMobi donde hice la compra, me dijeron en su momento que en España los números de teléfono no se desechan sino que entran a una base de datos, cuando ya no se utilizan y, pasado un tiempo, se les da luz verde para ser vendidos de nuevo. En países de Latinoamérica -en donde nací-, por ejemplo, ésto no sucede.
¿La solución? Número nuevo o restringir llamadas
En la Oficina de Atención al Usuario de Telecomunicaciones me han dicho que no existe ninguna ley que establezca cómo se debe proceder en estos casos. “Cada compañía decide sus tiempos. Existe un código de buenas prácticas pero nada regulado por la ley”. Aquí me sugieren ir a la Agencia Española de Protección de Datos para ver si ahí pueden ayudarme.
Lebara es un Operador Virtual Móvil (OMV), es decir, no tiene una red propia sino que alquila a una compañía que sí la tiene, en este caso, Vodafone. Desde atención al cliente me atiende una señorita con acento ruso que me da una solución maravillosa: adquirir un número nuevo o restringir las llamadas. Le pregunto cuál es la política de la empresa para gestionar los números móviles que ya no se utilizan. “No lo sé bien pero creo que son tres meses si no se recarga. Al cuarto mes, expira y se borran los datos del usuario y al quinto o sexto mes, la línea queda disponible para que alguien más la compre”.
En República Móvil, donde ahora mi línea está inscrita, me dice Patricia, tajante, “nosotros no podemos hacer nada. Denuncie a la página y proceda a dar de baja una línea para adquirir otra nueva”. Pero no soy el único caso, en distintos foros he encontrado por ejemplo, a una chica que adquirió un número con Vodafone y, al abrir el WhatsApp, se encontraba participando en conversaciones en Dubai o un chico que recibe casi con religiosidad, la suerte de un Tarot al que nunca se inscribió.
En Nuevoloquo son más amables y eficientes que en los operadores de telefonía móvil. Después de contactar con ellos a través de Twitter, porque recorriendo su página de cabo a rabo no encontré un apartado para incidencias, me piden mi número de teléfono para solucionar el problema. La chica que me atiende por correo electrónico me invita a hacer una búsqueda de mi número en Google porque ha descubierto que mi teléfono era utilizado en varios anuncios antiguos de Nuevoloquo, con lo cual, podría estar inscrito a otras páginas eróticas. A ver cuántos más llegan a mí buscando a la cubana.